La empresaria del año

    En un acontecimiento sin antecedentes en el país, fue elegida la mujer que más se destacó al frente de su propia firma durante el último año. El premio de la Asociación Iberoamericana de Mujeres Empresarias -que contó con el auspicio de MERCADO- correspondió a Meri Pallicelli. Fueron reconocidos, también, el Banco Crédito Argentino, por sus programas de apoyo al desarrollo profesional de las mujeres, y Ana María Cayre de Beneitez, como Empresaria Joven del Año. Se otorgó también una mención especial a Silvia Bravi. Este es el perfil de la ganadora.

    Nacida en Italia, 42 años, casada desde hace once con Enrique Vaisman y madre de Joel, de nueve años, la figura de Meri Pallicelli reúne muchos de los rasgos que configuran el perfil de buena parte de las empresarias en la Argentina de hoy. Educada en un hogar de inmigrantes, entrenada, desde

    muy joven, en la disciplina del trabajo duro y la iniciativa propia, socia de su marido en una industria mediana, esta mujer de facciones armoniosas y mirada serena conoce los rigores de quien ha pasado por la experiencia de sostener un proceso productivo en medio de las tormentas de la hiperinflación

    y la recesión, pero también el entusiasmo de haber asumido con éxito el desafío de abrirse camino en los mercados fronteras afuera.

    La Asociación Iberoamericana de Mujeres Empresarias (AIME), que acaba de designarla empresaria del año, la cuenta entre una de sus socias. “Me acerqué allí porque me pareció que era una buena oportunidad de enriquecerme con la experiencia de otras mujeres”, señala.

    Meri Pallicelli pisó por primera vez el suelo argentino en 1969, cuando su padre vino a trabajar en la construcción del puente Zárate-Brazo Largo. Llegó siendo adolescente y con una sola expresión española en su haber, aprendida de una película que había visto tiempo atrás. Pero “buenas noches”

    no era suficiente para entender y hacerse entender, de modo que comenzó inmediatamente a estudiar castellano.

    A diferencia de la protagonista de la conocida telenovela, esta muchacha italiana no vino con el excluyente objetivo de casarse. A pocos años de llegar al país creó una empresa de servicios para la industria de la construcción. “Hacía, sobre todo, selección de recursos humanos: desde oficiales y carpinteros, hasta personal jerárquico. Llegué a tener grandes compañías entre mis clientes, como Techint y Benito Roggio. Claro que la experiencia familiar fue una gran inspiración”, recuerda.

    El casamiento no fue razón suficiente para abandonar su empresa, e incluso siguió en la brecha de esos tiempos económicamente difíciles hasta llevar varios meses de embarazo a cuestas. Corría 1983 y “la falta de trabajo obligaba a tomar proyectos a cualquier costo. Era ilusorio pensar en una

    operación rentable. Ante esa realidad y el nacimiento de Joel, decidí quedarme en casa para acompañar el crecimiento de mi hijo”.

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    Los primeros pasos de Joel en la escuela coincidieron con los de Pallicelli en la empresa que dirigía su esposo: Lempart, una fábrica de herrajes, cerraduras y bisagras fundada en 1943.

    “Busqué diferentes formas de insertarme. Una de las cosas que intenté desde el principio fue quitarles frialdad y rigidez a los contactos de negocios. Cuando venían empresarios del exterior, por ejemplo, organizaba encuentros en mi casa. Siempre pensé que, de este modo, la gente se siente más

    liberada y tranquila. Después de todo, ellos también tienen familias.” Así hizo crecer relaciones que cimentaron las bases de vínculos que habrían de tener importancia estratégica para la empresa.

    Con un estilo firme y discreto fue ocupando de lleno su lugar de vicepresidenta a cargo del área comercial y administrativa. “Partí desde las cosas menores. Si faltaba la cajera, la reemplazaba, pero también estaba presente si mi marido viajaba y había que firmar cheques o tomar decisiones.”

    Y lo hizo hasta llegar a estos días, por los que transita con la seguridad de haber aportado su propio estilo de conducción y experiencia a una empresa en transformación. Lempart tiene actualmente dos plantas fabriles (en Villa del Parque y San Martín) donde trabajan 45 personas. La firma produce

    anualmente unos dos millones de bisagras para muebles de cocina; un millón de bisagras para racks de audio; 1.500.000 manijas y 1.200.000 pasadores para muebles.

    A partir de 1989, la empresa inició una etapa de relanzamiento en el mercado interno y de fortalecimiento de los contactos comerciales con el exterior. Actualmente exporta entre 15 y 18% de su producción (básicamente a Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Perú y Estados Unidos), en tanto que 12% de sus ventas corresponden a artículos importados. A partir del año próximo, y con la

    colaboración de dos compañías italianas, fabricará localmente productos de alta tecnología que hasta ahora viene distribuyendo en el mercado argentino.

    Lempart integra, además, un consorcio cuyos integrantes participan conjuntamente en ferias internacionales y campañas de promoción de exportaciones. Por otro lado, y desde hace dos años, firmó, junto a otra empresa nacional, un acuerdo de complementación industrial con una fábrica

    italiana de cerraduras para fabricar en la Argentina productos para el Mercosur.

    Como muchos de sus colegas de la industria, Pallicelli rechaza -por instinto y convicción- la alternativa de convertir su actividad en la por ahora más lucrativa operación de distribuir productos importados. “Los compradores deben tener la posibilidad de elegir, y la competencia exterior es buena para todos, siempre que se respeten normas elementales y no se incurra en abusos. Para los

    fabricantes nacionales, el desafío es ganar la batalla de calidad y eficiencia. Para eso, es fundamental que el público consumidor haga valer sus exigencias y reclame por el valor de cada centavo que paga.”

    Mantener espacios propios puede tornarse arduo para las empresarias que comparten el negocio con sus maridos. No menos difícil es evitar que se diluyan las fronteras entre la vida privada y la convivencia profesional. Pallicelli habla con franqueza acerca de ambos temas.

    “La historia de llevar el trabajo a la casa, y viceversa, se terminó el día en que nuestro hijo nos preguntó: ¿Hasta cuándo van a seguir hablando de la fábrica? En ese momento entendimos, ambos, que la pareja y la familia deben tener tiempos y espacios propios.”

    La búsqueda de un lugar para cada uno de los socios-esposos ha sido para ella una cuestión a resolver tanto en el ámbito físico (“cuando reformamos la oficina, me propuse ocupar un espacio separado del despacho de mi marido) como en otros, más cruciales.

    “El lugar propio no se alcanza con la competencia ni con el sometimiento. Pasa por otras cosas.

    Trato de lograr el respeto de la gente respetando a los demás.”