Haciendo honor a su nombre, Blades abre sus puertas
justamente al filo del anochecer. Y de la rutina, a la que -según
sus dueños- pretenden hacerle un tajo cada día.
Pero el bautismo, para nada azaroso, tiene otras resonancias.
Así se llamaba también un tradicional pub londinense
que supo congregar a lo más granado de la aristocracia
y la política británicas, y donde solía paladear
sus
puros el mismísimo Winston Churchill.
En esta época en la que priva lo "multi"
-complejos multimedia, equipos multidisciplinarios- los hacedores
de Blades se propusieron crear un ámbito "multigoce".
Pensado, por sus horarios, comodidad y posibilidades, para gente
que trabaja. Por eso el piano-bar abre sus puertas a las ocho,
pleno atardecer en el verano porteño. Apenas un rato más
tarde, las delicias del restorán empiezan a tentar los
paladares, y hacia las once o doce de la noche las primeras parejas
ya están trajinando la pista de baile.
"Queremos que la gente, al terminar la jornada,
tenga un lugar donde esquivar la rutina", sostiene su director
general, Carlos Canosa; "disfrutar de una copa, buena música,
la charla entre amigos, una cena exquisita, bailar un rato. Y
todo en tiempos razonables, porque a la mañana siguiente
seguramente tienen que estar en su empresa, en su despacho".
Detrás de la fachada de un antiguo petit-hotel,
el lugar despliega su geografía de múltiples niveles,
que culminan en una cúpula de cristal. Verde inglés
y granate, espesas alfombras y paredes enteladas, aportan calidez
a su austeridad vagamente posmo.
Desde las terrazas, unos eternos habitués
-criaturas de tamaño humano salidas de la imaginería
de Renata Schussheim- observan desde sus mesas o acodados en las
barandas. En el área de los drinks, una extensa barra quebrada
promueve la integración y facilita las miradas prudentes.
La parrilla de
luces computarizadas y la inmensa pantalla de video
juegan con la música, alegre pero tranqui. Y si de jugar
se trata, allí están los dardos y algunas otras
sorpresas, para aflojar las tensiones del día y acentuar
la onda décontracté. En los aledaños, dos
salones de exposición permanente de pinturas y esculturas
alimentan los espíritus inquietos.
El restorán permite la distensión y
la conversación discreta. El menú, conciso pero
suficiente, pensado desde una cocina muy natural que cambia con
las estaciones. Este, por ejemplo, es el tiempo de unas "endivias
gratinadas con jamón", los "langostinos a la
americana", tal vez una "pechuga de pato al cassis",
o la intensidad de los "fetuccini con salsa fuerte de tomate
y anchoas". Y, antes de dirigirse hacia la pista, un "marquise
de chocolate ébano y marfil", o seguramente el "soufflé
frío de frutas". Y champán, claro; siempre
champán.
A la salida, el parking valet estará esperando
con el automóvil en la puerta; la noche caminará
otra vez sobre el filo. Pero, ahora, del descanso.
Blades, Cerviño 4417, tel. 775-9289/9239,
lunes a sábado, a partir de las 20 hs.