En los amaneceres de la arbolada avenida Rómulo Naón, de Belgrano R., los bostezos suelen estarle vedados a una casa de amplio frente, revestido con ladrillo a la vista, en cuya parte superior se escalonan planos geométricos que traen reminiscencias de los antiguos conventos misioneros y de cuyos escondidos balcones cuelgan jardines a la manera de la Babilonia de Nabucodonosor. La boca, representada por las puertas de entrada de la gente y de los autos, permanece sellada, lacrada e inexpugnable hasta las 8.30, cuando se flanquea, cuatro veces por semana, a una profesora de inglés autorizada a quebrar la intimidad tan celosamente construida por Darío Straschnoy, su joven esposa Karina Bertolasi y la “parejita” de ambos.
El presidente de la tercera agencia de publicidad que más factura en el país, detrás de Walter Thompson y Casares Grey, baja la escalera de madera casi sin tocar los escalones para saludar a su “teacher” en un inglés pronunciado casi entre dientes con voz gutural, dilatando pupilas y pómulos, con fenicia ceremoniosidad.
Suben a la planta alta. Entre medialunas, café con leche y jugo comentan las noticias del “Herald” y las experiencias cotidianas. Straschnoy se repantiga en el mullido sillón y, con cuidadosa informalidad, apoya la punta del zapato gamuzado sobre la mesa ratona.
En un arrinconado escritorio de cedro yace una autobiografía del ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Paul Volker, que denota la inclinación del empresario publicitario por las historias de los grandes personajes de la humanidad.
Sin embargo, no se jacta de ser un lector empedernido de libros. Todas las mañanas hojea los diarios nacionales, “The Economist” y “The Wall Street Journal”, además del material específico de su profesión. No ocupa sus neuronas en, como dice Adolfo Bioy Casares, metas culturales de esas que le hacen temer a uno que le queda por aprender más de lo que sabe. Y en todo caso, se consagra, como definió Gabriel García Márquez, a la “magia del instinto” antes que a las leyes de la inteligencia, “igual que hace la cocinera para saber cuándo está la sopa”.
Recién a las diez menos cuarto, cuando traspone el portón y se acomoda al lado de su chofer en el Peugeot 505 que lo llevará hasta la agencia, entra efectivamente en acción.
Atiende el teléfono celular. Jorge Simonetti acaba de llamarlo. “Ya lo sé, lo vi el viernes cuando miraba con mi hijo a los Simpson y me dejó helado. Iba a avisarle al director de la cuenta a la casa pero pensé que igual no podíamos hacer nada hasta el lunes y lo dejé pasar tranquilo el fin de semana. Deben estar locos para haber hecho algo así. Al mediodía nos encontramos”, desgrana sin alterar el tono de la voz.
El comercial estrenado por pañales “Mimito”, de DASA, con personajes caricaturizados mediante la vestimenta, los peinados y la deformación de sus gestos con un lente gran angular, guardaba una llamativa similitud con uno que había preparado su equipo para los caramelos Sugus de Suchard, que esperaba enlatado la oportunidad para ser lanzado.
Desde el teléfono de su auto moviliza a los directores Jorge Funes, Roberto Jacoby, Jorge Lesende y Mirta Osinaga. El aviso de “Mimito” es de su ex socio Daniel Verdino y la creatividad pertenece a dos ex integrantes de su staff (Ramiro Agulla y Carlos Baccetti). Lo dirigió Martín Lobos, el mismo que les había hecho el de Sugus, a un costo aproximado de US$ 100 mil.
Un rato antes de las once ya se apea en la puerta del edificio “Río de la Plata”, donde Young & Rubicam ocupa tres pisos: el segundo, el decimosegundo y el que hace un año se incendió y fue reconstruido, el decimotercero. Desde el portero a la telefonista de su piso, todos lo saludan afectuosamente llamándolo por su nombre de pila: Darío. La excepción son las secretarias, con quienes se tratan de usted. El responde con sencillez. En la recepción lo espera un joven, que no duda en abordarlo. Es el operador del arquitecto que porta un presupuesto. “Dentro de un rato viene Karina, ella es la que decide”, lo atiende mientras camina hacia su despacho.
Su segunda esposa no sólo es aguardada por el representante del arquitecto, sino por los ejecutivos del piso, porque ella es la encargada de proveerlos de todo, incluidos los ceniceros y los cuadros que cuelgan en las paredes. Antes era la coordinadora de producción de la agencia.
Darío anda en mangas de camisa y con el nudo de la corbata flojo por todo el semicírculo del área directriz. A los 44 años se propuso hacerle caso a Karina (que tiene 13 años menos) y ser “un poco irresponsable”. Apenas paró en su oficina para dejar el saco colgado en el sillón. Lo llama el hijo mayor de su primer matrimonio y combinan juntarse para almorzar. Axel tiene 13 años. A pesar de que vive con su madre y su hermanita Mora (de 9 años), pasa la mitad de su tiempo en la casa y en la oficina del padre.
Le anuncian que está en línea un ex socio. “No, no es Gabriel (por Dreyfus). El vendió su parte antes de firmar el contrato con Young & Rubicam, hace cuatro años”, comenta.
La relación con “personalistas”, como sus ex socios Dreyfus y Verdino, siempre terminó estrellándose contra su tozudo estilo de conducción que privilegia el marketing de los clientes y el trabajo en equipo.
El amplio ventanal de su oficina toma un primer plano del puerto Madero y, más al fondo, recorta una postal del río de la Plata con un horizonte por el que navegan algunos barquitos que, vistos así de lejos, bien podrían haber sido dibujados por su tercer hijo Martín, de 5 años, o la “benjamina” Camila, de 3 años.
Parece mimetizarse con el paisaje cuando, sin anunciarse, entra de súbito Susana López. Empieza a desgranar explicaciones sobre la campaña del Easy Bank, encomendada por el Banco Francés para una entidad que acaba de abrir cuyo funcionamiento será exclusivamente por teléfono.
En el ínterin, lo sumergen en uno de los mayores desafíos que aborda la agencia este año: la cuenta de Canal 13. David Ratto les sacó dos años de ventaja con Telefé y alcanzarlo en imagen se ha tornado en un imperativo para el equipo de Y&R.
César Padilla irrumpe para recordarle que por la noche estará lista la producción para La Serenísima y que piensan verla antes de mostrársela a Pascual Mastellone. “Llámenme a las 8 y media a casa para confirmarme si se hace la reunión, así voy de una disparada sobre la hora”, le responde lacónicamente.
Darío no es de los titulares de agencia que absorben el contacto con el cliente. Interviene personalmente cuando las circunstancias exceden la relación cotidiana. Delega y concede lo que le piden sus colaboradores de confianza para facilitarles una buena gestión. Por eso, la agencia juntó 100 empleados, que le insumen casi 4 millones de dólares al año en sueldos. “Pero así como doy, exijo resultados”, aclara. “Lo único que no pude lograr es que los creativos empiecen a trabajar más temprano”, lamenta. Detiene su mirada en detalles de sus interlocutores de turno. Observa manos, gestos, corbatas, mientras escucha palabra por palabra lo que le dicen y se toma el tiempo para contestar sin alambiques ni rodeos. Apela al recurso de convocar permanentemente a Jorge, el mozo, con una vuelta de café para quitarles frenesí a las entrevistas. Para él pide cortado.
La secretaria le dice que lo espera su hijo para ir a almorzar. Una milanesa, ensalada, agua mineral y fruta integran el menú frugal del mediodía. “Estoy entre 79 y 81 kilos, con una altura de 1,68 metros.
Me dicen que antes era más gordito”, asegura.
Se hicieron casi las 3 de la tarde entre el café y la sobremesa. En su ausencia, los ejecutivos resolvieron con el abogado presentar el caso “Mimito” ante el tribunal de ética de la Asociación Argentina de Agencias de Publicidad. Darío es notificado por los subalternos.
Karina porta unas listas de precios de hoteles y de una estancia a 70 kilómetros de Buenos Aires para organizar la primera convención latinoamericana que hará en el país Young & Rubicam, a comienzos de noviembre, a nivel de presidentes y directores regionales.
Straschnoy se imbuye de cada detalle cuando toca cuidar las relaciones externas y con los socios internacionales de su negocio: ordena que envíen un reel con los mejores avisos de la agencia a casa central para que los proyecte en el aparato gigante emplazado en el hall de Madison 285 durante octubre, y que Hernán Ponce, el director creativo, mande sin falta 5 o 6 originales de gráfica para la exposición. La filial argentina es la primera del continente invitada a exponer en el colosal edificio de 28 pisos de la casa central.
El despacho empieza a estar concurrido por la tarde. Aparece Roy Mc Cluskey exultante tras haber sido papá. Darío lo felicita e, invocando los antepasados musicales de su director de cuentas, lo exhorta a organizar un festejo interno por el Clío obtenido.
Darío Straschnoy no dibuja ni redacta, ni se ocupa personalmente de buscar y atender cuentas. Armó un equipo imbuido de la filosofía de ofrecer más servicios con un uso racional de los recursos y destina su energía a conducirlo. Su política consiste en enterarse de todo, pero sin estar metido en todo.
“Para que existan tantos premios tiene que haber un trabajo en equipo entre el cliente y la agencia. Lo que se logra es un resultado de esa sociedad, no de una genialidad aislada, ni de la obra de un genio. La magia es poder crear esa conjunción cliente-agencia”, reflexiona.
El resultado de 1991 sorprende a la agencia con una facturación entre honorarios por trabajos y venta de medios de US$ 30 millones, que cuadruplica la cifra lograda en 1989. Para este año esperan llegar a US$ 38 millones. La asociación con Young & Rubicam ( US$ 7.300 millones al año) le trajo clientes como Du Pont, Colgate, Johnson & Johnson y Suchard, entre otros. En el orden local figuran, entre los 21 clientes, Gatic, Refinerías de Maíz, Mastellone, Visa y Easy. La gran frustración del año fue no haber ganado el concurso para atender a YPF, pese a lo cual “no rodaron cabezas”.
Se hicieron las 6 y media. Cuatro veces por semana enfila hacia su psicoanalista. Se sintoniza en su casa, en su mujer, en sus hijos y en los 27 arduos años que lleva en el metier desde que era cadete en la agencia de su tío Mauricio.