Cuando de regalar se trata, uno puede comenzar con una flor y terminar en un Rolls Royce. Claro, en el medio de tales extremos hay muchísimas opciones, una de las cuales es el regalo de casamiento que, a su vez, como en las cajas chinas, se abre a otras muchas posibilidades. Lo único que no es -no debería ser- posible es el obsequio inútil y de mal gusto. Para evitar estos riesgos hace casi tres años que en Buenos Aires se venden -con representación exclusiva- juegos de mesa y objetos de tres famosas firmas: Wedgwood, Baccarat y Lalique.
Josiah Wedgwood, el padre de los ceramistas ingleses, consiguió en 1759 una porcelana de blanco impecable y gran resistencia, mezclando la piedra feldespática, el caolín y el hueso. Proveedora habitual de la casa real británica, la firma adquirió celebridad a partir de un juego de platos de mil piezas creado especialmente para la emperatriz Catalina de Rusia.
En cuanto a Baccarat, la fábrica fundada en 1746 ha obtenido 23 medallas de oro en competencias de calidad, y actualmente trabajan en la producción de sus obras 1.200 artistas, de los cuales 38 fueron consagrados Meilleurs Ouvriers de France.
Lalique es también un nombre de fama internacional, cuyos productos han ocupado un lugar en estas páginas recientemente.
Entre los juegos diversos de Wedgwood -que pueden adquirirse con el sistema open stock (compra de piezas sueltas)- vale la pena destacar el Beresford, con motivos etruscos e integrado por 80 piezas y, con un dibujo más informal, el Avebury. Otro de los preferidos, esta vez de cerámica, es el Trellis Rose, con forma hexagonal y reminiscencias art-decó.
A los jarrones y perfumeros de Baccarat hay que agregar una gran variedad de cristalería nacional de excelente diseño.
De las muchas piezas de Lalique sobresalen los dos Vase aux biches (uno gris oscuro, amatista el otro) y la tradicional Panthere zeila noire. En platería, además de piezas nacionales, se ofrecen objetos y bandejas de procedencia italiana (Olri), española y norteamericana (Wallace). “Muchas cosas que antes admirábamos en los viajes, ahora se pueden comprar aquí”, comenta Clara Broide, orgullosa de su condición de embajadora de firmas tan prestigiosas y acostumbrada a disfrutar del entusiasmo de las novias que hacen planes con sus amigos para adquirir entre todos el gran regalo… de esos que duran toda la vida.
Los precios varían. Un servilletero de metal plateado ($ 5) o una dulcera italiana de cristal y metal ($ 20) están en el mismo estante que una bandeja de $ 1.500 “que acaba de comprar un pintor muy de moda en estos momentos”, según apunta Broide.