El tema de los límites del mercado es frecuente en sus trabajos y escritos. No deja de ser un tema controvertido, en un momento en que aparece como la panacea universal.
– Es verdad que hoy nadie en su sano juicio puede negar la sorprendente aptitud del mercado para coordinar, de un modo permanente y espontáneo, millones de decisiones individuales, de manera que resulten en una creciente producción de bienes en beneficio de toda la comunidad. Todo esto a través de la competencia, siempre que los oligopolios, tan frecuentes en la realidad, no perturben este proceso. Sin embargo, cabe formular dos observaciones de importancia: la eficiencia del mercado no es un valor absoluto y tampoco tiene un alcance ilimitado.
– Esta última observación lleva al punto de los límites del mercado.
– En primer término, hay valores superiores, como son los que provienen de la dignidad propia de las personas. Cuando ellos están en juego en las transacciones del mercado, al Estado le corresponde imponer límites, aun en desmedro de los resultados económicos. Un ejemplo es la esclavitud: en
Buenos Aires, en la primera mitad del siglo pasado, había un activo comercio de esclavos que seguramente era muy satisfactorio para los compradores y vendedores. Pero a partir de 1853 no pudieron seguir desarrollándose esas operaciones, porque fueron prohibidas por decisión oficial. No se trató de algún arbitrario decreto, sino de la propia Constitución Nacional sancionada ese año, que estableció en su artículo 15º que “todo contrato de compra y venta de personas es un crimen”. Pienso que no debe haber ningún liberal, por dogmático que sea, que se lamente de este flagrante intervencionismo del Estado en una actividad contractual privada.
– El problema es cómo se establecen esos límites.
– Es posible que sea preferible apelar al sentido común; hay un autor que afirma que cualquiera que no sea economista sabe por qué hay cosas que no debieran comprarse por dinero. Pienso que para aclarar este punto se pueden mencionar ejemplos concretos de las consecuencias absurdas a que puede llevar la negativa a poner límites al mercado. Podríamos hablar de casos como el tráfico de niños para adopción, o el trabajo de menores de corta edad, o la compraventa de órganos humanos, o la transferencia de contaminación a los países pobres, tal como la plantea Lawrence Summers, vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial. Hay un caso interesante en la Argentina: la
antigua Ley de Organización del Ejército de 1901 autorizaba la permuta de servicio entre un conscripto al que le hubieran tocado dos años con otro al que le tocaban seis meses, mediante el pago de una suma de dinero. Este caso sería semejante a que se permitiera la compraventa de votos en las elecciones; parecería que en la Argentina de hoy prevalece el consenso de que estas
transacciones deben ser excluidas del ámbito del mercado.
– Entonces, los límites del mercado terminan plasmándose en una política económica, que traza el Estado.
– Creo que a ese respecto nada mejor que recordar lo que sostenía Ludwig Erhard, el creador de la economía social de mercado en Alemania, que es un autor mucho más citado que leído. En su famoso libro Bienestar para todos dice: “El acontecer económico no discurre según leyes mecánicas…
yo no estoy dispuesto a aceptar sin reservas y para toda fase evolutiva esas reglas ortodoxas de la economía de mercado, según las cuales sólo la oferta y la demanda determinan el precio, por lo que el político economista habría de guardarse mucho de toda intervención en el terreno de los precios.
Yo, en principio, defiendo una opinión incluso totalmente distinta. Un Estado moderno y responsable no puede permitirse sencillamente que se lo relegue otra vez al papel de vigilante nocturno… El empresario es responsable de su empresa; allí puede exigir con derecho que el Estado no se meta a ordenar y tutelar sus acciones… En esta justa exigencia yo soy el primero en apoyar al
empresario. Ahora bien, el responsable de la política económica es únicamente el Estado. Y ya sabemos lo que ocurre cuando estas dos funciones se confunden en una sola”. Estos conceptos fueron escritos hace 35 años; a Alemania no le ha ido mal en su aplicación, apartándose manifiestamente de esas “reglas ortodoxas” del capitalismo liberal.
– Cuando se habla de estas cosas es fascinante comprobar que detrás, en última instancia, siempre aparece el tema ético.
– Hace muchos años que tengo esa misma preocupación; creo que uno de los grandes errores, tanto del capitalismo como del comunismo, es que los temas éticos son dejados de lado. En el caso del comunismo, por el avasallamiento totalitario del Estado y en el caso del capitalismo por los intereses. Pero lo grave es que quienes nos ocupamos de estos temas señalamos los defectos éticos y entonces sucede que en la práctica uno se encuentra con que el empresario que quiere actuar de acuerdo con principios morales se encuentra con que la ciencia económica le dice que está mal. Por ejemplo, las religiones, los códigos morales, dicen que hay que ser altruista, que el egoísmo destruye
la convivencia humana; pero la ciencia económica le dice al sujeto que tiene que ser egoísta, y si no es egoísta se hunde la economía.
– Un poco lo que dice Adam Smith acerca de la suma de los egoísmos que mueve la mano invisible que hace funcionar la economía.
– Adam Smith dice eso y dice también que el hombre tiene una serie de reparos, de valores, que morigeran ese egoísmo. Pero el señor Milton Friedman o el señor Von Mises no dicen nada de eso. Hay un libro de una autora norteamericana que se llama La virtud del egoísmo, donde se dice que el altruismo es un vicio que pone en peligro a la sociedad. Y se trata de un libro que es un evangelio del laissez-faire.
Yo he llegado a la conclusión, en los últimos tiempos, de que para poder atacar los efectos malsanos e inhumanos de la economía capitalista, tal como se la conoce, no basta con señalarlos y decir: “Mire qué inmoralidad”, lo cual sería la función del moralista. Sino que el economista tiene que señalar dónde están los errores de la ciencia económica, las deficiencias del sistema económico, porque de esa manera se están convalidando los principios morales. Esta inquietud existe y desde hace dos o tres años están apareciendo libros importantes sobre este tema. Se ha creado ahora, en Estados Unidos, una sociedad nueva, que se llama la Sociedad para el Avance de la Socioeconomía. Esta sociedad nació en una reunión en Harvard, hace tres años, y entre sus dirigentes hay economistas como Kenneth Boulding, Albert Hirschman, Amitai Etzioni, Paul Sheeten y Lester Thurow. Allí se está tratando de desarrollar una nueva ciencia, no para desplazar a la economía neoclásica, sino para completarla, para demostrar dónde está equivocada. Por ejemplo, el interés propio es un motor de la economía, nadie duda de eso, pero decir que todo tiene que estar sometido al interés propio es un dislate completo.
– Un tema que aparece, vinculado con esto, es el de la responsabilidad social de las empresas, porque a veces se escucha decir que “eso” no entra en el análisis económico.
– Claro, es que quienes dicen eso están diciendo la pura verdad. Eso no entra en el análisis económico y ése es justamente el defecto. Es lo mismo que el señor Lawrence Summers, del Banco Mundial, cuando propone la transferencia de contaminación a los países pobres. Eso es puro análisis económico, pero es un desatino no verlo. El mismo The Economist, que fue la publicación que divulgó el plan de Summers, dice que pretender medir el valor de la vida humana en términos de ingresos per cápita no es más que un “ingenuo utilitarismo reducido al absurdo”.
Pero debo decir que el propio Summers, en un artículo reciente, dice que en realidad hay que tener en cuenta “los costos pecuniarios y no pecuniarios”. Como se ve, se reconoce que al análisis económico hay que completarlo con otros aspectos de la vida humana. Las relaciones económicas son relaciones entre personas y ahí está la clave del problema, ahí tienen que intervenir la psicología, la moral, la antropología, la historia, la filosofía, la religión. Y eso es lo que intenta hacer esta nueva Sociedad: integrar la economía con todos esos otros aspectos del hombre.
– Es como una simplificación excesiva: para el análisis económico puede ser lo mismo que yo trabaje en Buenos Aires o en Jujuy, pero para mí puede no ser lo mismo.
– En Estados Unidos se da el caso de matrimonios en los que ambos trabajan y de pronto le ofrecen a la mujer una oportunidad muy interesante para ir a trabajar a otra ciudad (o le pasa eso al marido). Y siempre esos traslados son a expensas de alguno, porque uno de ellos tendrá que empezar de nuevo
en otra ciudad. Entonces, la optimización económica dice que lo mejor es que se separen y que cada cual trabaje donde tiene una mejor oportunidad. De hecho, hay una cantidad creciente de matrimonios que se visitan algunos fines de semana y viven a mil kilómetros de distancia. El problema, visto desde el ángulo puramente económico, es que si no se separan disminuye el producto bruto.
– Un aspecto importante del problema es plantear qué sucede cuando se quiere aplicar a rajatabla la economía de mercado, como una panacea, en países que no tienen una fuerte tradición capitalista, como podría ser el caso en Europa del Este.
– En el reciente libro Capitalismo contra capitalismo, de Michel Albert, el autor plantea que después del comunismo hay que reexaminar el capitalismo, y hace referencia a los países del Este y al Tercer Mundo. La tesis de su libro es que hay dos capitalismos occidentales: uno es el angloamericano, que en los años ´80 fue personificado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y otro el que Albert, como buen francés, no quiere llamar “capitalismo alemán” y entonces lo llama “capitalismo renano o alpino”. Pero fuera de esto, que es una anécdota, el libro es interesante y dice que el capitalismo alemán es más humano, no así el angloamericano, que es más inhumano.
Mi preocupación es saber si las características diferenciales del capitalismo alemán (para no llamarlo economía social de mercado, concretamente) son simplemente aspectos o preocupaciones pragmáticas, tratando de salvar el sistema capitalista, concesiones para que subsista el sistema; o si por el contrario son auténticas preocupaciones por los valores filosóficos que están contradichos por la ciencia económica y el mundo capitalista.
– Para no hablar del modelo angloamericano en particular.
– Lo curioso del caso es que Estados Unidos, con su análisis económico y su eficientismo (y dejando de lado todos los valores humanos y consideraciones éticas y de otro tipo, no por que estén en contra, sino por aquello de que “no me conciernen”), está obteniendo resultados económicos cada vez peores, frente a los japoneses y los alemanes. Entonces, desde hace veinte años van grandes
cantidades de empresarios norteamericanos a Japón, a ver cómo lo hacen y no hay manera de que lo entiendan. Porque se trata de un espíritu, una cultura y un sistema que están en contra de la ciencia que aprenden en la universidad.
– Una inquietud posible es cómo está evolucionando esta ciencia, cuál es su futuro.
– Hay una gran preocupación en el sentido de que los economistas se están apartando cada vez más de la realidad y hacen modelos matemáticos cada vez más sofisticados, y después, si se aplican o no se aplican no les importa. Y ésta es una de las cosas que más critican los autores de la Sociedad para
el Avance de la Socioeconomía, porque dicen que la ciencia económica va a terminar en algo completamente estéril. Hay gente muy importante, como Wassily Leontieff, que ha hecho una crítica durísima sobre esto.
Eso por un lado; por el otro, hay una corriente que va hacia un avasallamiento de todo el resto de la vida humana por la economía. Es decir, lo contrario de lo que estamos diciendo: que es necesario que los aspectos no económicos iluminen lo económico. Está la idea de que el método económico debe abarcar no solamente la producción de bienes y servicios, sino todos los aspectos de la vida.
Esto es lo que se llama “las nuevas fronteras de la economía”, o sea que el crimen, el matrimonio, la familia, los niños (que son bienes de consumo durables), las relaciones afectivas, todo debe ser objeto de análisis económico. Eso es lo que se llama el imperialismo creciente de la economía.
– Tal vez se podría decir que no existen verdades absolutas, y que en economía las cosas no están “escritas” como si fuesen tablas de la ley. En ese contexto, las políticas en sí mismas no son buenas ni malas, todo dependerá de las circunstancias.
– Todo depende del sistema de valores. Usted puede decir que a cada uno le corresponde lo que aporta al mercado. ¿Pero, entonces, la gente no tiene derecho a la supervivencia, no tengo derecho a que me den algo si estoy fuera del mercado o estoy desocupado? Herbert Spencer, cerca del darwinismo puro, decía en el siglo pasado que “la criatura que carezca de la energía necesaria para mantenerse debe morir”. Por su parte, Von Mises, más modernamente, sostiene que, a su juicio, no puede admitirse que el orden legal otorgue a los indigentes un derecho de subsistencia frente a la sociedad. Como se ve, se trata de principios liberales tradicionales, ya ampliamente superados.
– ¿Hasta qué punto el modelo capitalista liberal tiene sentido o es viable en la Argentina?
– El modelo capitalista liberal junta democracia con mercado y considera que se llega con eso al summum del progreso humano. Pero vemos casos en América latina, con países como Bolivia o Perú, con altos porcentajes de la población que no están en el mercado. Entonces, si uno dice: “Yo al mercado lo quiero libre”, la pregunta es: “¿Qué mercado?”, si para esa gente no hay mercado. Lo
mismo sucede en China, con un altísimo porcentaje de la población viviendo de la agricultura y dos tercios de ella, unos 500 millones de personas, practicando una economía de autosubsistencia, o sea que no están en el mercado.
En la Argentina, hasta 1880, los valores de la sociedad tenían poco que ver con la economía de mercado; después se adoptó el sistema liberal, que dio excelentes resultados económicos, lo mismo que en Canadá y Australia, por el momento especial que vivía el mundo. Pero en el resto de América latina no pasó lo mismo, porque tenían muy poco que exportar. Por eso la Argentina alcanza un nivel de vida que en determinado momento está muy por encima del resto. Alejandro Bunge mostraba, hace muchos años, cómo, en una serie de indicadores, Argentina estaba por encima del conjunto sumado de todas las demás economías de América del Sur.
Yo creo que en la Argentina puede funcionar bien este modelo, siempre que se humanice. En primer lugar, por la población; en segundo lugar, por la tradición educacional y, en tercer lugar -ahí soy un poco determinista geográficamente-, porque no hay ningún país desarrollado entre los dos trópicos. Y en el caso de nuestro continente, el sur del trópico es Argentina, Uruguay, Chile y la parte sur de Brasil. Así como por encima del Trópico de Cáncer está el norte de México. Yo creo que el sistema capitalista, esperemos que humanizado, se puede desarrollar aquí muy bien. Pero aprovechemos la experiencia de los países más ricos y no cometamos sus mismos errores.
Gerardo López Alonso.
LAS CUESTIONES Y LOS PROBLEMAS.
Carlos Floria.
En la vida política, las cuestiones son problemas de problemas, son issues como las llaman los anglosajones cuando aplican el término a la vida pública. El arte de lo político consiste, en parte, en saber qué problemas son sin más cuestión, o tienden a serlo, y cómo reducir las cuestiones a problemas. Por lo tanto, así entendido, resulta ser una manera habilidosa y legitimada de evitar las tragedias llevando los hechos al nivel del drama, y de disolver el drama en términos de conflictos accesibles a soluciones satisfactorias.
Desde esa perspectiva, los políticos harían bien en guardar la diferencia entre problemas y cuestiones.
En los estudios contemporáneos sobre el ejercicio del poder, éste abarca formas de coerción, de influencia, de autoridad, de fuerza y de manipulación.
La coerción supone amenaza de privación de ciertos valores. La influencia no recurre a la amenaza ni al uso de la coerción pero cambia el curso de la acción de otro o de otros. La autoridad, en cambio, hace que el otro reconozca como razonable lo que se decide, sea porque el contenido mismo de la decisión lo es, sea porque se ha llegado a la decisión mediante un procedimiento que la opinión pública encuentra legítimo y razonable. La fuerza implica una decisión que no deja opción entre la obediencia y la no obediencia. La manipulación, por fin, aparece como un aspecto de la fuerza, puesto que quien obedece o es convocado a obedecer no tiene un conocimiento suficiente de la procedencia o de la naturaleza exacta de lo que se le pide.
Los gobernantes adoptan decisiones diferentes sobre problemas también diferentes en cuanto a su importancia, sustancia, contenido y consecuencias. Pero cuando por estilo o por sustancia aparecen actuando sin distinguir entre la coerción, la influencia, la autoridad, la fuerza o la manipulación, sólo los seguidores incondicionales ignoran que, al cabo, casi todas las zonas de actuación de un gobierno pueden terminar percibiéndose como cotos cerrados donde priva, cuando menos, la manipulación, y cuando más la coerción, pero rara vez el sentido cabal de la autoridad.
Esto explica por qué decisiones para las cuales existen buenos o adecuados argumentos no siempre son aceptadas con serenidad. En lugar de ello hay, cuando menos, ansiedad y a menudo la ansiedad termina por manifestarse en oposición a contenidos que, racionalmente, podrían haber suscitado
asentimiento o consentimiento responsable.
La clase política, que reúne siempre personas de calidades muy diferentes cuando esas calidades existen, debería preocuparse por los requisitos de lo que se llama “el arte noble de la política”. La desaprensión respecto del ejercicio del poder como autoridad termina por afectar el funcionamiento
del sistema democrático entero. No hay zonas que, al cabo, permanezcan ajenas al deterioro cuando un gobierno no exhibe preocupación por la consistencia aplicada tanto al contenido de las decisiones como al reconocimiento por parte de la mayoría de la opinión pública de que se ha llegado a la decisión mediante un procedimiento legítimo y razonable.
La gente quiere saber sobre los contenidos de las decisiones, quiere información en los momentos oportunos, no le gusta la guaranguería personal de ciertos funcionarios y rechaza la manipulación.
Los problemas se transforman en cuestiones, y éstas aparecen multiplicadas cuando en rigor deberían ser pocas y sujetas a procedimientos que permitan la resolución razonable de los conflictos.
De otra manera, la política se degrada, y ésto es lo que la gente quiere expresar cuando protesta genuinamente contra manifestaciones improcedentes del poder.