Si no está en Milán, al frente del local que lleva su nombre, o en París, donde desde hace tres años es el director artístico de la casa Christian Dior, el diseñador Gianfranco Ferré vive recluido en una especie de paraíso terrenal, situado en las márgenes del lago Maggiore.
El refinamiento y la exclusividad característicos de Ferré también están presentes en su casa, enclavada en uno de los más hermosos paisajes del norte de Italia. Este vigoroso lombardo, barbudo y del signo de Leo, hijo de la alta burguesía industrial, nació hace 48 años en Legnano, muy cerca de Milán, y creció conviviendo con el lujo, las buenas maneras y la sofisticación.
Graduado de arquitecto en la famosa Escuela Politécnica de Milán, supo apreciar desde temprano la riqueza dentro de rigurosos patrones y se formó en el culto por las formas que, a fin de cuentas, enriquecen tanto la moda como la arquitectura o la decoración.
Desde 1978, cuando lanzó su primera colección prét a porter, la prensa especializada comenzó a llamarlo “arquitecto de la moda”. A partir de aquellos días, sus creaciones no hicieron más que confirmar su vocación por la perfección de las formas. El fue el primero en afirmar que “la elegancia es más importante que la belleza. Ambas tienen orígenes diversos: mientras que la elegancia es salvaje, la belleza pura es tediosa”.
Y el lujo, para Ferré, tiene que ser auténtico. Por ejemplo, detesta las telas con mezclas. Nada superior a una seda natural, pues “nunca se deben agregar artificios a los materiales nobles”, proclama. Y, como arquitecto convertido en costurero, arriesga: “Moda y arquitectura son una misma cosa. Cuando se observa una casa, así como una ropa, uno capta bien quién es su dueño”.
Por supuesto que esta frase puede empezar aplicándose al propio Ferré, sobre todo al visitar su palazzo de Stresa, en el que resplandecen su dotes de host impecable -una especie de dandy a la italiana- y un talento incuestionable para crear y organizar ambientes con categoría y personalidad.
Coleccionista fervoroso, Ferré consigue equilibrar con sabiduría sus grandes pasiones: muebles de época, piezas de arte (especialmente del período barroco) y cuadros de pintores famosos (Picasso, Modigliani, Boldini).
Ni siquiera la cocina escapa a sus cuidados, ya que “es una tradición en mi familia”, explica el también gourmand gourmet, mientras da sugerencias para preparar un buen risotto. Sobre la amplia terraza y los jardines con vista al lago, la mesa es otro símbolo de cómo vive este creador contemporáneo, cuyo lema es: “En lugar de lo bueno, lo óptimo”.