Do you speak english?

    The book is on the table, where is the book? Is this a book? Yes, it is. Is this a book? No, it is not. My pencil is yellow, my pencil is long. My pencil is yellow and long. I have a long pencil. I am the son of my mother. I am my mother´s son.

    Esta letanía suena familiar a muchos oídos. Gran parte de los argentinos con estudios secundarios y universitarios han estudiado inglés por lo menos una vez. Sin embargo, la mayoría, aunque cree que habla inglés, no ha logrado superar el nivel del chapurreo. Para otros, conscientes de sus limitaciones, cada nuevo intento se convierte, a poco andar, en otra frustración: clases individuales, grupales, laboratorios de idiomas, discos y videocassettes no parecen capaces de quebrar la rígida barrera del aprendizaje.

    Uno de los problemas de la enseñanza de inglés es que “se lo enseñaba como segundo idioma”, según la profesora Ana Natino. “El maestro buscaba la perfección, y no se puede pretender que un adulto que no habla inglés lo aprenda a la perfección. Hay que buscar la interlengua”.

    Según Wanda Grabia, directora del Instituto London Lab, “los ejecutivos necesitan entender y expresarse. En general, tienen secretarias bilingües, así que la parte escrita no es imprescindible.

    Necesitan hablar por teléfono, hacer presentaciones, cosas por el estilo”. Vivian Morgan, vicedirector de ICANA, sostiene, por su parte, que “aunque mucha gente tiene dominio de reglas y gramática, no sabe bien cómo integrar el vocabulario”.

    Para lograrlo, institutos y profesores particulares recomiendan distintas estrategias. Según Natino, hay dos líneas de enseñanza: la estructural-tradicional utiliza libros prolijos que enseñan un punto por hoja; la funcional enseña cómo decir y cómo pedir. “Yo combino los dos métodos. Le armo el

    idioma al alumno. Doy todos los elementos de comunicación que pueda necesitar.”

    ¿SOLOS O EN COMPAÑIA?.

    A la diversidad de métodos se suman las diferencias de gustos y necesidades de los alumnos. “Los tímidos, en general, prefieren clases individuales. Otros optan por las clases de grupo porque son más dinámicas”, señala Grabia, tras reconocer que en las clases individuales se aprende más. “Sin embargo, el alumno se acostumbra al profesor y le cuesta exponerse a otra gente. Las clases grupales tienen otras ventajas. El alumno pierde el miedo. Aprende a participar en un conversación grupal, con interrupciones y personas que hablan al mismo tiempo. Para un ejecutivo, eso es lo que encontrará en una reunión”.

    ICANA pone énfasis en el trabajo en grupo. Según Morgan “hay mayor oportunidad para que la gente hable y participe”. El profesor, a quien ellos llaman facilitador, “es uno más del grupo. Los alumnos hacen presentaciones y son evaluados por todo el grupo”.

    Natino, quien comenzó su carrera dando cursos en grupo a grandes empresas (Esso, Coca Cola, Bunge & Born e YPF, entre otras) ahora prefiere las clases individuales. En su nómina de alumnos abundan los nombres famosos, como los hermanos Antonio y Franco Macri, y el embajador argentino ante la OEA, Hernán Patiño Mayer. Según ella, la gente se pierde en los grupos y, en

    términos de tiempo, participa mucho menos. Las clases individuales, afirma, “no son para nada aburridas, y le dan al alumno el 100% de atención”.

    London Lab ofrece cursos individuales y grupales, pero no admite más de cuatro alumnos por curso.

    Actualmente presta servicios a una docena de empresas y bancos, entre ellos el Citibank, el Lloyds e IBM. Seleccionan cuidadosamente los profesores para determinados alumnos. “La compatibilidad es muy importante”, dice Grabia.

    Para necesidades más específicas los empresarios tienen otras alternativas. Una organización llamada Get It Right, integrada por David Maud, Haye van der Meer y SAra Coste, enseña y ayuda a escribir cartas y documentos, folletos y avisos publicitarios, presentaciones y traducciones.

    “No sólo enseñamos lo que uno quiere decir, sino también lo que uno quiere que los otros entiendan”, dice Maud. Get It Right ha trabajado con Alpargatas, el Banco de Boston y Deutsche Bank, entre otros.

    Todos coinciden en que la enseñanza no debe ser aburrida. “La clase tiene que ser seria, entretenida y, si es posible, divertida. Cada minuto debe ser interesante”, dice Natino. Grabia, a la vez, enfatiza la importancia de evitar la monotonía. “A veces no es el alumno el que se aburre, sino el profesor”.

    La clave para aprender es la motivación. Debe haber un compromiso del alumno para aprendre y “el profesor tiene el deber ético de superarse y autogestionarse. tiene el deber de preparar cada clase y variar las técnicas. El método puede ser bueno, pero todo depende del profesor”, advierte Natino.

    Aunque la velocidad de aprendizaje varía ampliamente en cada caso, en promedio se necesitan dos o tres años para llegar al manejo básico del idioma, y otros dos o tres años para obtener un dominio total.

    También los precios de los cursos recorren una amplia gama: una hora puede costas $15, en clases grupales, o $100, para garantizar la atención exclusiva de un profesor experimentado y reconocido.