En Estados Unidos, las disposiciones de la SEC (Securities and Exchange Commision), el organismo oficial que controla la actividad bursátil, tenían virtualmente vedado a los accionistas el control o la supervisión de los ingresos de los ejecutivos de sus empresas, porque se consideraba que éstos eran “negocios corrientes” o sea gestión de rutina, que como tal queda fuera de la agenda de las asambleas.
Pero hace muy poco las cosas cambiaron abruptamente, cuando un puñado de inversionistas independientes (poco más de media docena de personas) iniciaron acciones para quebrar esa barrera y lo lograron. Nuevas disposiciones de la SEC determinan que los ingresos de los ejecutivos dejen de ser algo que resuelven ellos mismos.
Estas iniciativas aisladas e individuales fueron el inicio de una revolución que otorga más poder a los accionistas para asegurarse de que los ingresos de los ejecutivos tengan relación con los resultados de la empresa, cosa que hasta ahora no sucedía. Este cambio que recién comienza va a limitar, además, los ingresos de los ejecutivos norteamericanos, mucho más elevados que los de sus pares en Europa y Japón. Como es previsible, esta nueva situación va a estimular el debate, sobre el mismo tema, en toda Europa.
La rebelión de los accionistas es un fenómeno que viene tomando fuerza desde hace al menos una década en Estados Unidos. El propósito es lograr que los ejecutivos estén más atentos a las expectativas y necesidades que plantean los accionistas.
Vale la pena relacionar esto con lo que previsiblemente va a ocurrir en la Argentina: con la profundización del actual modelo económico es posible anticipar un creciente acceso de pequeños ahorristas al mercado bursátil (el lanzamiento de las teleacciones es un buen ejemplo). Cuando esto sucede, como claramente es el caso en Estados Unidos, inevitablemente se plantea una pregunta: ¿cuál es el real poder de los accionistas en el manejo de las empresas? El pequeño accionista individual es, al mismo tiempo, uno de los propietarios de la compañía y un “convidado de piedra” que prácticamente no juega ningún papel y sólo en forma muy limitada puede ejercer algún poder sobre el directorio. Esto a pesar de que el directorio es, al menos teóricamente, un cuerpo que está al servicio de ellos.
EN LA CIMA DEL MUNDO.
En el caso de Estados Unidos, la rebelión se expresa ahora bajo la forma de un mayor control sobre los ingresos del directorio. La verdad es que los ejecutivos de las grandes compañías en ese país perciben sumas anuales deslumbrantes: en 1990 Steve Ross, de Time Warner, se llevó US$ 78 millones. Claro que estas cifras pueden ser engañosas, porque incluyen las opciones de compra de acciones, como premio por el desempeño de un ejecutivo a lo largo de años. En marzo último, Coca Cola anunció planes para otorgar a su presidente, Roberto Goizueta, una participación accionaria por US$ 80 millones, suponiendo que permanezca en la empresa hasta 1996.
Según Graef Crystal, una autoridad en el tema, los CEO´s de empresas líderes en Estados Unidos ganan el equivalente de 109 veces el sueldo promedio de un trabajador. Esto contrasta con 17 veces en el caso de Japón y unas 35 en Gran Bretaña, para dar sólo dos ejemplos.
La consecuencia inmediata de esta nueva situación es que ya hay diez compañías donde los accionistas están formulando planteos concretos acerca de los pagos a sus ejecutivos. Entre estos diez leading cases se cuentan Bell Atlantic, Chrysler, Kodak e IBM; en este último caso, por ejemplo, un accionista pide mayor clarificación de los pagos a ejecutivos y justificación de esas sumas.
Es obvio que, una vez abiertas las compuertas, muchas otras empresas van a enfrentar demandas parecidas. Este deseo de mayor transparencia e información obedece a que, en palabras de Richard Breeden, titular de la SEC, a veces sería necesario un doctorado en finanzas para saber cuánto gana realmente un alto ejecutivo.
Breeden cree que será el mercado, en mayor medida que las normas de la SEC, lo que determine los ingresos de los altos directivos; pero al mismo tiempo advierte a las empresas acerca de la necesidad de suministrar información sobre este punto. La batalla recién comienza.
– Crisis de conducción –
DISPAREN SOBRE EL DIRECTORIO.
La cuestión de cómo se gobiernan las empresas promete abrir camino a radicales transformaciones.
Hace algunos años Alvin Toffler pronosticaba una crisis generalizada en las estructuras de gobierno, fuesen democracias de tipo occidental, politburós socialistas, o cualquier otra forma de poder. Es probable que en el siglo XXI la humanidad experimente formas de gobierno que hoy ni siquiera imagina.
Entre tanto, en esta década del ´90 son las grandes empresas las que confrontan una crisis en sus sistemas de gobierno. La necesidad de encontrar fórmulas para el manejo de las compañías, que sean efectivas para el mundo de hoy, se ha vuelto imperiosa. El fenómeno involucra a todos los estamentos: accionistas, principales ejecutivos, niveles gerenciales, auditores, etc., tal como quedó en evidencia hace muy poco, cuando se quisieron examinar a fondo los casos sonados del BCCI y del imperio Maxwell. La magnitud y la infernal complejidad de esos conglomerados es tal que supera las
posibilidades de los actuales mecanismos de control.
En 1989 las diez empresas más importantes del mundo empleaban en conjunto a cuatro millones de personas, y sus ventas sumadas equivalían al producto nacional bruto de Canadá o bien al de cuatro países escandinavos juntos. Esto da una idea de la escala del problema.
Las grandes empresas de fines de este siglo rivalizan con los gobiernos en su capacidad de crear y distribuir riquezas. Esto, obviamente, significa un enorme poder en manos del gobierno de tales empresas: unas 200 personas que integran los directorios de esas diez compañías. Poca gente, con un mandato ambiguo y un “electorado” de base estrecha.
En la Argentina, las quince empresas privadas que más vendieron tuvieron en 1990 una facturación conjunta de US$ 9.772,6 millones, cifra que equivale a casi un tercio del total facturado por las 500 empresas privadas líderes del país (US$ 30.415 millones). Esta última cifra, a su vez, equivale aproximadamente a 60% del producto nacional bruto para ese año.
En otras palabras, la Argentina no parece una excepción a la regla y, lo mismo que en el resto del mundo, el problema del gobierno de las grandes empresas se presenta con similares características.
Los interrogantes y planteos que hoy se formulan en los países más desarrollados llegarán a estas latitudes probablemente en muy pocos años, junto con la necesidad de modificar estructuras que, hasta hace muy poco, parecían definitivas e inalterables.
Dos especialistas británicos, Ada Demb y Friedrich Neubauer, se dedicaron a analizar las paradojas que enfrentan los directorios, entrevistando a 72 altos ejecutivos de grandes empresas de todo el mundo. El resultado es un libro (The Corporate Board, Oxford, 224 páginas) cuya síntesis puede ser ésta: “A menos que un directorio haga una crítica permanente a su forma de trabajo, le resultará extremadamente difícil cumplir su cometido”. Hasta en las grandes corporaciones visitadas por los autores, esta práctica no está establecida en forma rutinaria, salvo en unos pocos casos y sobre bases informales. En síntesis, en lo que se refiere al gobierno de las grandes empresas se avecinan transformaciones fundamentales y, al parecer, todo está por hacerse.