En la Argentina, la tradición ubicó al champagne en un solitario sitial como bebida de lujo. Hasta las letras de tango lo convirtieron en sinónimo de ascenso social. Ya en las primeras décadas del siglo, Manuel Aróztegui escribió su famoso “Champagne Tangó”, cuya sobrevivencia corre pareja con “Acquaforte”, de Pettorossi y Marambio Catán, que sigue hablando, medio siglo después, de “un viejo rico que gasta su dinero/ emborrachando a Lulú con champán”.
En los últimos años, sin embargo, el burbujeante vino adquirió un nuevo status. Dejó de estar confinado a la celebración de navidades y aniversarios para convertirse en un lujo cotidiano y accesible. En menos de una década, los argentinos duplicaron su consumo de champagne, que ahora se bebe también en barras de bares y en las flamantes “champagneries”.
El cambio en algunos hábitos de consumo dejó un vacío que el espumoso vino no tuvo dificultad en ocupar: los argentinos toman ahora menos whisky, ginebra y licores. Las preferencias del público han ido oriéntandose persistentemente hacia las bebidas claras y translúcidas; así como el vino blanco avanzó sobre el tradicional tinto, el champagne se abrió camino velozmente en los nuevos gustos.
Al mismo tiempo, el mercado se volcó hacia la calidad. Ahora hay un consumidor más refinado, que exige sabores más naturales y menos azucarados: el brut y el extra brut desplazaron al demisec, que -según los expertos- “les gusta más a los que no saben beber”.
Curiosamente, los mayores éxitos de mercado no se lograron a través de grandes campañas publicitarias. Las batallas más duras se libraron en las franjas superiores, donde Mo´t Chandon sigue siendo un claro ganador y prefiere promocionar su producto auspiciando espectáculos deportivos (polo, golf, regatas o tenis).
En rigor, el boom del champagne tiene alcance mundial. Rebautizado “cava” en España, “sparkling wine” en el mundo anglosajón, “sekt” en Alemania, “habzó” en Hungría, “champaskoie” en Rusia, es posible encontrar ahora variedades de champagne de pareja calidad en docenas de países.
Aunque todas ellas están vinculadas por el feliz parentesco que les ha dado su linaje único y personalísimo de la región de la Champagne, Francia no es ya el único gran proveedor. España, Estados Unidos, Australia y la Argentina exhiben cifras más que considerables de producción y exportación.
ALGO PARA CELEBRAR.
El repunte del consumo en 1991 sembró grandes expectativas entre los productores del espumante vernáculo, que esperan una reedición del fenómeno de 1984, cuando los argentinos bebieron 11.600.000 botellas. (El auge del champagne coincidió entonces con un incremento del salario promedio y el advenimiento del orden democrático; no eran pocos los motivos para celebrar.)
Las cifras actuales no están demasiado lejos de ese récord: según estimaciones preliminares, el público argentino compró el año pasado cerca de 9.000.000 de botellas de la burbujeante bebida.
La popularización del champagne estuvo acompañada, además, por el progreso en la elaboración del producto en la Argentina, a partir de las técnicas consagradas por las hoy legendarias marcas Pommery y Veuve Clicquot
La clasificación establecida por la Asociación Vitivinícola Argentina identifica como A, B, C y D -de la más baja a la más alta- las categorías de calidad del champagne. Curiosamente, las mayores ventas se registran en los niveles A y C, con una participación aproximada de 40% cada una.
La franja superior C está liderada por la bodega Chandon Argentina S.A., filial local de la bicentenaria firma francesa. Instalada en el país en 1959, al año siguiente ya producía M. Chandon (categoría C), y una década después introducía su Barón B (categoría D, bautizado en homenaje al fundador de la firma, el barón Bertrand de la Lanchoncette). Concentrada en la línea de mayor calidad y precio, la bodega duplicó sus ventas de 1982, con 2.500.000 botellas de M. Chandon y 180.000 de Barón B en 1991.
A Chandon le corresponde el mérito de haber contribuido decisivamente a desarrollar el mercado del champagne en la Argentina. Para ello, ofreció una versión de la bebida especialmente adaptada al gusto local, de sabor menos ácido que el del tradicional champagne francés.
VARIADOS GUSTOS Y PRECIOS.
La bodega J. Llorente, fundada en 1909 y productora del champagne “Federico de Alvear”, lidera el sector de menores precios, en el que también compiten Monitor y Duc de Saint Remy. Con 2.700.000 botellas vendidas en 1991, Federico de Alvear (categoría A) triplicó las cifras de 1982.
Llorente y Chandon se reparten cerca de 70% del mercado local.
Más recientemente -en 1984- desembarcó en las mesas argentinas el champagne Henri Piper (categoría C). Su productor, Bodegas Le Vignoble, optó por no hacer concesiones al gusto local y ofrece un producto más afín con el estilo francés.
Comercializado al principio en un exclusivo y reducido círculo de allegados, llegó al mercado el Champagne Ville Neuve de Bodegas Santa Ana, que fue presentado con resonante éxito en la preinauguración de Expogourmet ´88 y se propone dar la batalla en la franja que lidera M. Chandon.
Chandon Argentina es líder también en materia de exportaciones: 500.000 botellas por año, de la cuales 400.000 se distribuyen en América latina, con Venezuela como principal mercado.
Gabriel Macaggi.
DE MONJES Y PRINCIPES.
El nombre del famoso vino espumante deriva de la región de la Champagne, en el noreste de Francia, cuya historia conocida se remonta a los días de las invasiones de Julio César a las Galias. La zona que diera origen al más apreciado de los vinos fue también víctima del avance alemán en territorio francés durante la Primera Guerra. Los lugareños suelen decir que las dos plagas más terribles que sufrió la industria del champagne fueron la filoxera en 1890 y la devastadora presencia de los bebedores alemanes en 1918.
El actual sistema de elaboración en botellas fue desarrollado en el siglo XVII por un monje benedictino, procurador de la abadía de Hautevilliers, cerca de Epernay. A sus estudios y ensayos sobre esas vides se debe la creación de la bebida, y su nombre perdura hoy en la no menos célebre marca Dom Perignon.
Hace dos siglos, la producción de champagne en Francia alcanzaba a 300.000 botellas. Se estima que actualmente se elaboran en el mundo 2.000 millones de botellas por año, de las cuales cerca de 10% provienen de la región de Champagne.