La firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre México, Estados Unidos y Canadá se ha convertido en una prioridad para Washington. Incluso si se llegara a algún tipo de acuerdo para liberalizar más el intercambio internacional y evitar una guerra entre bloques comerciales, la pronta concreción del TLC sigue siendo una meta de la Casa Blanca.
En verdad, a los tres gobiernos, por distintas razones, les conviene suscribir el acuerdo antes de que concluya el primer semestre de este año. Las negociaciones pueden ser rápidas y convenientes al interés de las partes simultáneamente.
Para el mandatario estadounidense George Bush sería un éxito resonante, que podría exhibir en la contienda electoral. Si se establecen tres grandes bloques económicos en el mundo (la Comunidad Europea, el mercado común norteamericano, y el área de influencia japonesa en el sudesde asiático),
la guerra comercial puede ser inevitable. En ese caso, Estados Unidos quiere contar con su propio bloque que, si prospera la Iniciativa para las Américas, podría eventualmente alcanzar todo el continente. En todo caso, haya guerra comercial o entendimiento, el TLC es pieza clave en el diseño del nuevo orden internacional.
El tratado tiene firme oposición en Estados Unidos, tanto por parte de los sindicatos como de numerosos miembros del Congreso. El sistema de “fast track” o vía rápida impone que el tratado sea aprobado sin enmiendas o rechazado.
Si fuera rechazado, ya no se podría insistir hasta el año siguiente. Esta situación sería especialmente grave para Canadá. Si la discusión se planteara en 1993, sería Canadá quien tendría problemas. Todo indica que el gobierno de Brian Mulroney será derrotado en las elecciones de ese año. Y un gobierno
surgido de la oposición podría manifestar una cerrada negativa a la participación mexicana en el tratado trilateral.
EL BUEN VECINO.
Finalmente está el caso de México. Fue el propio presidente Carlos Salinas de Gortari quien dio ímpetu a las negociaciones, tras sus viajes a Japón en 1989 y a Europa en 1990, donde se convenció de que ambos polos económicos estaban concentrados en invertir en sus inmediaciones, antes que en América latina.
El gobierno mexicano es consciente de que 60 por ciento de las inversiones externas recibidas por el país son de corto plazo. Tan fácil como llegaron pueden irse. El TLC sería el mecanismo idóneo para aumentar la eficiencia de la industria local, pero, sobre todo, para convertir los recursos financieros
ingresados en inversiones de capital de largo plazo.
Un mercado común norteamericano tendría casi la misma población que la Comunidad Europea y el doble de lo que es hoy “el área del yen” en el sudeste asiático. En términos económicos, sería mayor que los otros dos bloques. Por otra parte, el éxito del acuerdo sería el mejor test para avanzar en la Iniciativa de las Américas del presidente Bush, que crearía una zona de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Si se alcanza este objetivo -que hoy aparece como distante- sería una pieza maestra en el diseño del “nuevo orden internacional” que promete Estados Unidos.
Es curioso que todo el análisis sobre el mercado común norteamericano se circunscriba a sus aspectos económicos. No se han visto todavía con claridad las dimensiones estratégicas del acuerdo en la formulación de una nueva dirección de la política exterior de Washington.
Un personaje clave para seguir es Robert Zoellick, subsecretario de asuntos económicos y consejero del Departamento de Estado. Es uno de los pocos que han aportado sustancia a la teoría de cómo construir un nuevo orden. Desde su perspectiva, el TLC es jalón fundamental de la estrategia estadounidense.
Si la guerra comercial es inevitable, entonces Estados Unidos estará mejor preparado para afrontarla con su propio bloque. Si se destraba el GATT, será en gran medida porque Estados Unidos estará en condiciones de decir: “Cuidado, nosotros tenemos nuestro propio bloque, y es mayor que el de ustedes”.
Con esta visión, para que la Guerra Fría no degenere en abierta guerra comercial, en cualquier alternativa hace falta contar con el TLC lo antes posible. Esa urgencia de Washington es algo que deben explotar en su favor los negociadores mexicanos, y también, a su turno, los latinoamericanos.