De carne eramos

    Pocos países están tan identificados con la carne vacuna como la Argentina. A pesar del medio siglo de decadencia económica, y de las tres devastadoras hiperinflaciones, los argentinos siguen siendo, de Lejos, los mayores devoradores de carne roja en el planeta: 75 kilos por persona.

    Años atrás, con humor y agudeza, el artista Rómulo Macció dibujó a la Argentina con forma de bife.

    Y aún hoy, cuando quedan pocos productos locales que despierten la fantasía del consumidor extranjero, casi no hay turista que no llegue al país clamando por un buen pedazo de carne.

    Sin embargo, los grandes frigoríficos y los expertos sectoriales dicen que la carne argentina de exportación es una especie casi en extinción. Si a principios de siglo la Argentina exportaba 53% de la carne roja consumida en el mundo, hoy apenas provee 9%.

    Sumado al crónico problema de la aftosa y del proteccionismo de la Comunidad Europea -que impiden que la carne argentina ingrese en los mercados más caros y exigentes del mundo, los grandes frigoríficos se quejan de que el plan de convertibilidad del ministro Domingo Cavallo los está obligando a exportar a pérdida. “Desde abril, el novillo aumentó 60% en dólares. ¿De qué eficiencia nos habla Cavallo?”, se lamenta Rodolfo Constantini, presidente del Frigorífico Rioplatense, el cuarto exportador del país.

    Otro ejecutivo, de una gran compañía procesadora de carnes, que pidió guardar el anonimato, señaló que algunos costos internos son irracionales: “En la provincia donde tenemos nuestra compañía, el kilovatio de electricidad cuesta US$ 0,14, mientras a los brasileños, que son nuestros mayores competidores, les cuesta US$ 0,02”.

    TRES GRANDES MALES.

    Para algunos exportadores, el gran problema es el atraso cambiario (dicen que llega a 30%), pero otros señalan que la Argentina sólo volverá a ser un gran exportador mundial si logra derrotar tres grandes males: la aftosa (ver recuadro), la generalizada evasión impositiva en el mercado de hacienda interno y la falta de controles higiénicos y sanitarios para los productores y matantes locales.

    “El mercado de carnes argentino tiene una estructura perversa que desalienta la exportación´´, dice Alberto de las Carreras, asesor del grupo Cepa-Meatex y ex subsecretario de Comercio Exterior.

    “Mientras los grandes frigoríficos exportadores tienen rigurosos controles impositivos (pagan desde el 16% de IVA hasta las cargas laborales), y cumplen con las normas higiénicas y ambientales (adecuada eliminación de desechos), los productores locales pueden esquivar estas exigencias, Lo que les permite aumentar el precio de la carne en el mercado interno.”

    Miguel Gorelik, adscripto al directorio del grupo Quickfood, agrega: “Los frigoríficos exportadores tenemos un retorno bruto de aproximadamente 3 a 4%. Para los proveedores locales, ahorrarse el 16% de IVA es una suma realmente interesante”.

    En el seminario sobre las ventajas competitivas de la Argentina que se realizó en el Concejo Deliberante, Guillermo Nielsen, ejecutivo de Swift-Armour, fue terminante: “Quienes trabajamos en el sector exportador de carnes nos preguntamos si, con los niveles actuales de bajos o inexistentes controles higiénico sanitarios, combinados con la laxitud impositiva, podremos continuar exportando”. Según Nielsen, “debemos terminar con la dicotomía de un sector de alta exigencia para la exportación, y otro de baja o ninguna exigencia para el mercado interno”.

    EJEMPLO AUSTRALIANO.

    Aunque todavía hay productores y exportadores que minimizan el problema de la aftosa y le endilgan al proteccionismo de la Comunidad Europea la declinación de las ventas de carnes argentinas al exterior, es interesante comparar el desarrollo que alcanzó Australia en este campo, a pesar de haber tenido que lidiar con los mismos obstáculos.

    Durante la última década, mientras la CE profundizaba su política de subsidios agropecuarios y virtual prohibición de importación de carnes- las exportaciones de Australia aumentaron de 767 mil toneladas a 915 mil. mientras las ventas argentinas se estancaron en 415 mil toneladas. (Ver cuadro.)

    Australia es hoy el mayor exportador del mundo. Su carne, libre de aftosa, se vende en mercados de difícil acceso, como Estados Unidos y Japón, vedados para la Argentina. En promedio, la carne australiana se cotiza a US$ 2.800 por tonelada, en tanto que el precio de la argentina llega apenas a la mitad.

    La promoción internacional fue una de las herramientas más importantes entre las que utilizó Australia para lograr este liderazgo. Actualmente, la Australian Meat and Livestock Corporation, que cuenta con un presupuesto de US$ 16 millones al año y 138 empleados, está desarrollando intensas campañas en Japón, asociándose con supermercados y carnicerías en proyectos comunes, campañas de degustación, entrenamiento de personal, estrategias de comunicación con los consumidores y publicidad Lo mismo hace en Estados Unidos, Canadá y los países árabes.

    Recientemente editaron folletos acerca de las ventajas dietéticas de la carne australiana, su bajo contenido de grasa y colesterol. Al igual que en la Argentina, el ganado australiano se alimenta en praderas naturales. Pero son ellos quienes llevan la delantera en la promoción del “natural beef”.

    La Argentina, en cambio, ignoró durante décadas la importancia de la promoción y el marketing internacional. La Junta Nacional de Carnes (actualmente en vías de disolución) tenía en 1974 una dotación de 1.300 empleados, que fue reduciéndose hasta llegar a 350. La Junta se dedicaba más al reglamentarismo que al control de calidad interno, al monitoreo sanitario o a la promoción

    internacional. El organismo no padeció de escasez de fondos. En la última década, su presupuesto anual, financiado por los productores de ganado, osciló entre US$ 15 y 17 millones, pero generalmente utilizó sólo un tercio y transfirió el resto a la Tesorería.

    En el último año, su actual interventor, Rolando García Lenzi, empezó a reestructurar la institución e intentó orientarla más hacia la promoción. Pero el decreto de desregulación ordenó su cierre y el fortalecimiento del Senasa como ente de control higiénico y sanitario.

    La mayoría de los expertos consultados aplaudió esa medida. Pero también subrayó que es importante darle al Senasa los elementos técnicos y económicos necesarios para realizar su tarea.

    Como ejemplo de lo que no hay que hacer, señalaron la ley 23899 de autonomía del Senasa, sancionada por iniciativa legislativa el 24 de diciembre del año pasado. Esta ley tenía el propósito de otorgar autonomía al ente sanitario. Sin embargo, a la hora de aprobarla, los legisladores saltearon el capítulo de financiación, que preveía cobrar a cada productor una tasa por animal vacunado, y no propusieron otra alternativa. Por lo tanto, la autarquía proclamada se convirtió más en un enunciado que en una realidad.

    María Eugenia Estenssoro.-

    PARA DERROTAR A LA AFTOSA.

    En 1927 Estados Unidos prohibió la entrada de carnes con aftosa a su territorio. La Argentina, que exportaba unas 200 mil toneladas al mercado de Chicago, se alzó de hombros y no se preocupó demasiado porque sus principales compradores estaban en Europa. Pero los países escandinavos y Japón se sumaron después a la posición norteamericana.

    Hasta principios de la década del ´70, y a pesar de no haber encarado una lucha seria contra la aftosa, la Argentina siguió siendo el mayor exportador de carne del mundo. Pero cuando Europa decidió proteger a sus ganaderos y agricultores detrás de infranqueables barreras arancelarias, el país se quedó prácticamente sin mercados donde colocar su producción de carne fresca.

    La limitada importación de carnes de alta calidad que permite la CE a través de las cuotas Hilton y Gatt (la tonelada de res sin hueso se cotiza en US$ 10.000) es uno de los pocos destinos de las carnes argentinas de exportación. Pero la Comunidad ya anunció que en 1993 también declarará a su territorio libre de aftosa.

    Ante esta perspectiva, las asociaciones de productores rurales y los institutos oficiales como el Senasa, CREA y el Inti, lanzaron en 1990 una campaña conjunta para controlar y erradicar la fiebre aftosa.

    La campaña 1990-92 tiene como objetivo principal limitar los focos de aftosa a su mínima expresión en dos años.

    Los resultados son hasta ahora muy alentadores. De un promedio de 100 focos mensuales registrado hasta 1989 (ver gráfico), este año se ha bajado a un índice de 20.

    Se preve que antes de fin de año estarán vacunadas y controladas 36.5 de los 55 millones de cabezas de ganado. El control está a cargo de grupos operativos que trabajan en contacto directo con los productores.

    “La diferencia entre esta campaña y otras del pasado es que esta vez la responsabilidad del financiamiento, organización y de los resultados es de los productores y no de los entes oficiales.

    Los productores han asumido el problema como propio y ya no esperan que otro se los resuelva”, dice Federico González Grey, titular de la Comisión Nacional de Control de la Fiebre Aftosa 1990-92, y asesor de la Sociedad Rural.

    ¿La Argentina marcha, entonces, hacia la erradicación definitiva de la aftosa? González Grey no se anima a cantar victoria. “Todo depende de que los productores no pierdan el entusiasmo. Si se sigue como hasta ahora, en cinco años podemos pensar en tenerla bajo control.”

    Una vez controlada la enfermedad, empezaría la etapa del “stamping out”, que consiste en sacrificar a todo animal infectado.

    LA CUOTA HILTON DE LA DISCORDIA.

    De los US$ 647 millones que ingresaron este año en el país por la exportación de carne, US$ 170 millones correspondieron a la codiciada “cuota Hilton”, considerada el plato fuerte del negocio, ya que la tonelada se cotiza a US$ 10.000, casi seis veces el precio promedio de las ventas del sector al exterior. Pero la distribución de esta cuota destinada al mercado europeo ha sido una permanente fuente de conflicto, debido a lo que muchos calificaron como la falta de transparencia con que la Junta Nacional de Carnes asignaba el cupo a cada exportador. La última gran pelea estalló en octubre, cuando la Asociación de Industrias Argentinas de Carnes se escindió en dos grupos que, por ahora, parecen poco dispuestos a hacer las paces.

    En el centro de la disputa está el subsidio de US$ 18 millones asignado al grupo Euro Marche (liderado por el Frigorífico Rioplatense, con participación del Citibank) por haber comprado el quebrado frigorífico Santa Elena, que estaba en manos del gobierno de la provincia de Entre Ríos.

    Rodolfo Constantini, presidente de Rioplatense, argumenta que su grupo condicionó la compra del Santa Elena a que el gobierno se comprometiera a elevar hasta 6% la participación del frigorífico entrerriano en la cuota Hilton. “Como la distribución de la Hilton ya estaba asignada hasta 1993, la Tesorería decidió compensarnos con US$ 18 millones”, explica Constantini.

    Doce frigoríficos -entre los que se encuentran Cepa-Meatex, Carcarañá, Friar y Quickfood- decidieron demandar a Euro Marche en un pleito por competencia desleal. En otra muestra de disgusto, también abandonaron la Asociación al ser reelecto como presidente Jorge Borsella, un hombre de confianza de Constantini.

    La reciente disolución de la Junta Nacional de Carnes amenaza con enfrentar nuevamente a los frigoríficos. El gobierno planea licitar la cuota Hilton al mejor postor. Aquellos exportadores que ofrezcan pagar el canon más alto recibirán un cupo proporcional. Mientras varios exportadores sostienen que este método dará transparencia a todo el proceso, otros, como Constantini, dicen que el gobierno no puede “apropiarse de una renta que les corresponde a los frigoríficos”.

    Sin embargo, un alto ejecutivo de uno de los más grandes frigoríficos recordó que hubo épocas en que la cuota Hilton también se vendía: “pero, claro, esto se hacía debajo de la mesa. Al menos, el nuevo sistema beneficiará a todos y no a unos pocos”.