Radio y televisión: la alternativa olvidada

    Aunque sólo se tomara en cuenta el crecimiento vegetativo de la población, el Estado tendría que incrementar las partidas destinadas a la educación para mantener las cosas tal como están. Pero en el presupuesto fiscal de 1992 los gastos del sector aparecen reducidos en US$ 500 millones. La merma se logró transfiriendo escuelas nacionales a las provincias, sin crear recursos específicos.

    ¿Cómo lograr, entonces, innovaciones pedagógicas?

    La situación exige evaluar las ventajas económicas del empleo de las redes nacionales de radio y televisión para transmitir programas educativos. Esto requiere planificar ciclos para educación del adulto, educación posescolar, continua, diferencial, autodidáctica, cultura general y de ayuda para el maestro en clase. Que las escuelas tengan receptores de radio y televisión no es un

    problema tan urgente como que haya buenos programas con que alimentarlos.

    Durante el anterior período presidencial, se puso en marcha un plan nacional de alfabetización y divulgación educativa con materiales multimedios, que fue luego interrumpido por el actual gobierno. Pero, de haberse mantenido, el plan hubiese tenido problemas de abastecimiento.

    Estos proyectos requieren gran cantidad de ciclos que combinen calidad con eficiencia pedagógica. El debate sobre la utilidad de la radio y la televisión en la enseñanza parece soslayar la importancia de contar con programas educativos de calidad. Se discuten los resultados de “Telesecundaria”, en México, o los de “Acción Cultural Popular”, en Colombia. Pero suele olvidarse

    que es la calidad de los programas, y su aplicación, lo que determina su éxito o fracaso. Radio y televisión son sólo medios.

    Con un público acostumbrado a un buen nivel de calidad técnica, un programa educativo no puede ser obra de aficionados. Por eso es necesario que las productoras trabajen en sociedad con especialistas en educación para diseñar y realizar los ciclos.

    La colaboración entre ambos sectores no es fácil. Productores y educadores tienen objetivos diferentes. Al productor le preocupa el programa en sí, que debe tener buen nivel profesional. Al educador le interesa el alumno, quien debe aprender con el programa. No basta aquí la apariencia “profesional”; cuando un tema se presenta en forma lineal casi siempre resulta aburrido. Hay toda una gama de estrategias para retener la atención de la audiencia, para impactar y provocar curiosidad.

    En el exterior hay muchos y muy buenos programas para comprar, pero esa opción debería limitarse a los temas universales que no requieran adaptación a la realidad local.

    Lo cierto es que parece haber llegado la hora de promover “joint-ventures” entre los medios de comunicación y los educadores.