El ciudadano del museo

    A fines de 1967 el entonces intendente de Buenos Aires, general Manuel Iricibar, le propuso salvar lo que se pudiera de la demolición ordenada para ampliar la avenida 9 de julio. Se trataba, simplemente, de rescatar elementos tales como pilastras, puertas o mosaicos. Y eso fue lo que hizo el arquitecto José María Peña, ocupado por aquella época en su proyecto de “resucitar” la plaza Dorrego, en Defensa y Humberto 1º. Pero tantas cosas juntó que unos meses después debió pedirle al intendente que, para guardar todo lo reunido, le diera un lugar, algo que, con imaginación, pudiese denominarse museo.

    Iricíbar estuvo de acuerdo y Pena consiguió que se le concediera el predio de Defensa y Alsina, en diagonal a la basílica de San Francisco, una propiedad municipal que tenia, entre otros inquilinos, a un sastre y un consignatario de hacienda.

    El arquitecto también sugirió -envalentonado- la conveniencia de ocupar el edificio de la farmacia, es decir la esquina de enfrente. La respuesta le llegó un día después, al recibir la notificación del decreto por el que se lo designaba director del Museo de la Ciudad, un puesto que sigue desempeñando hoy, a pesar de los avatares de la política y de los siempre magros presupuestos.

    Apenas recordado, entre otras cosas, por la restauración de la capilla de San Roque, es conocido también como promotor de bailes populares.

    “Comenzamos organizando juegos para los chicos y las familias, y en el ´77, aprovechando la Semana de Buenos Aires, preparamos ´La noche del vals´. Se juntaron mas de 3.000 personas. Fue una locura, que todavía sigue. Todos los años hacemos el Baile de la Primavera, el sábado mas cercano al 21 de setiembre. Viene gente de todas partes, hasta de ciudades de la provincia”, se enorgullece.

    La colección del museo se formó -y se sigue nutriendo- con 85% de donaciones de particulares. Todo sirve. No importa su valor en australes sino en afecto y en tiempo. Por eso mismo se puede sorprender (como ocurrió realmente) a un hombre llorando delante de una latita de dulce de leche de La Martona en la exposición “Cómo, con que y dónde comían y bebían los porteños”, o a un padre que les muestra a sus hijos una colección de soldaditos de plomo idénticos a los que alegraron su infancia.

    En la sala de entrada hay un cuaderno de impresiones en el que se escribe de todo. Por ejemplo esto, cuando se hizo la exposición “La intimidad de los porteños”, en la que se exhibía una colección de inodoros: “Lo que mas me gustó fue el inodoro Pescadas (marca famosa en su época). Razones: horas de meditaciones infantiles. (Firmado) María del Carmen”.