Capitalismo de riesgo con sólo mil dólares

    La manera más primaria de practicar el capitalismo de riesgo es invertir en la obra de un joven artista. Reúne todos los requisitos de esta especialidad hoy tan de moda. El artista es como el creador de un nuevo producto o el inventor de algún desconocido servicio. No tiene capital para desarrollar su idea, ni acceso a los mercados, ni el “know-how” suficiente para asegurar su propio éxito, aunque su producto o idea sea de primera.

    Para el artista es esencial encontrar al inversionista que ponga el “seed capital” para garantizar su supervivencia, sus materiales y su conexión con el mercado. Por el simple hecho de exponer una obra del artista en un lugar donde lo verán otros potenciales interesados, este comprador inicial está ocupando el papel del “venture capitalist” que ayuda a encarar el destino de una naciente empresa.

    Puede influir en la carrera del joven artista instando a otros a compartir su entusiasmo por la obra. Puede ayudarlo a establecer contactos con periodistas y galerías de arte, incluso en el extranjero (eterna meta del artista argentino).

    El joven ejecutivo o empresario no cuenta con entrenamiento ni experiencia en la adquisición de obras de arte. Tampoco tiene acceso a manuales o cursos, las herramientas normales para dominar cualquier tema de su interés habitual. Sobre el tema de cómo convertirse en coleccionista de arte contemporáneo, no hay nada coherente escrito en castellano.

    Como en realidad ocurre en todos los negocios, tiene que exponerse al riesgo de elegir y de equivocarse, que al fin de cuentas siempre ha sido el modus operandi de cualquier capitalista de riesgo. Y cuando escoge bien, los beneficios son enormes. Aparte del placer de compartir un espacio con una obra original que le gusta, puede acompañar el desarrollo de una carrera que, cuando la selección ha sido acertada, culmina, como la pequeña empresa exitosa, logrando un suceso público.

    En el caso de la empresa, sus acciones se cotizan en Bolsa; en el del artista, su obra entra en el acervo de los museos. En ambas situaciones, las ganancias pueden ser considerables. Los ejemplos, en el campo de la pintura contemporánea argentina, son las cotizaciones de Antonio Seguí (nacido en Córdoba en 1934) y Guillermo Kuitca (Buenos Aires, 1961). A los 55 años, Seguí ha vendido cuadros por encima de los US$ 100.000 y Kuitca, antes de los 30, por US$ 30.000.

    Guía para Novatos.

    ¿Cómo se descubre a un pintor que va a crecer a lo largo de una productiva vida para luego establecerse entre los grandes valores? En Estados Unidos hay una técnica bastante segura. El novato debe consultar tres fuentes: los curadores de las colecciones de arte contemporáneo en los grandes museos (este rubro no existe en Buenos Aires); los críticos más respetados en la especialidad y los artistas ya reconocidos.

    A partir de la información recopilada de estas tres fuentes, será posible encontrar a un artista que se corresponda con el singular gusto de uno, aquel compuesto de elementos imposibles de definir y difíciles de reconocer hasta que explota el destello entre el cerebro y las entrañas, un estallido que no cede hasta que uno compra el cuadro. Si esta sensación dura varios días, no lo dude: el cuadro es suyo por orden de la misteriosa reacción que se produce en ciertas personas frente a una determinada obra de arte.

    En casi todo el mundo occidental, los jóvenes ejecutivos y empresarios adquieren originales de arte. Compran en remates, galerías y ferias especializadas, durante viajes, y hasta por catálogo, como se hace todo en Estados Unidos. Tal grado de diversificación de posibilidades significa que hay un mercado relativamente estable y que existe una posibilidad de revender una obra si un comprador eventualmente lo desea.

    Buscar la Transparencia.

    El mercado de arte argentino está en pañales si se lo compara con el que existe en Estados Unidos y Europa, o incluso en Colombia y Venezuela. Aquí es difícil asignar un valor a un cuadro que entra en el mercado, sea por primera vez o por reventa. El pintor y el galerista cotizan sus obras como las joyerías -Con amplios márgenes-, en parte por la escasa frecuencia de las ventas y en parte porque las cotizaciones en Argentina en muchos casos son menores que en el resto del mundo occidental. También, porque nadie puede conocer realmente el valor de una obra de arte en un mercado sin movimiento.

    “Transparencia” es el término que se escucha frecuentemente cuando los operadores hablan de los mercados y de cómo sanearlos. Sin transparencia, un comprador inexperto no se acerca al mercado, por lo menos, más de una vez. Por eso, una buena manera de iniciarse en la fascinante práctica de convivir con obras de arte podría ser la de tratar de descubrir a algún joven artista y comprarle su obra. Pero, ¿dónde se puede encontrar la pintura fresca: un cuadro hecho por alguien que todavía no siente la obligación de mantener una cotización, independientemente de lo poco realistas que sean sus pretensiones?

    Todos los pintores de un cierto grado de capacidad, calidad, entusiasmo y talento se presentan en los concursos de arte para jóvenes. Una visita, por ejemplo, al reciente Premio Gunther, donde se presentaron 1.001 artistas y el centenar de obras seleccionadas fue expuesto en el CAYC y en Harrods, o al Premio Braque, en el Museo de Arte Moderno, donde hasta el público pudo votar por el ganador, ofrece la oportunidad de averiguar los alcances de su particular sensibilidad.

    Una vez que encuentre un cuadro que reúna las características de su gusto, puede pedir a los organizadores de las muestras que le indiquen dónde encontrar más obras del autor para asegurarse de que este artista realmente lo convence. Puede averiguar qué galería lo representa o, si no cuenta con un representante – como es demasiado común en el caso de los jóvenes-, acudir al taller del mismo artista.

    Comprar cuadros parece una decisión como cualquier otra: delimitar el riesgo y definirse.

    Sin embargo, hay beneficios adicionales que vale la pena destacar. Primero, un buen cuadro puede ser un instrumento de crecimiento. La buena obra de arte siempre enseña algo, y a lo largo de una convivencia resulta ser una buena compañera con la que uno puede entablar un diálogo o contemplar en silencio.

    Por otra parte, comprar un cuadro a un artista joven es una pragmática contribución a la cultura del país. Permite a un creador asegurar los medios para seguir en lo suyo. Con sólo US$ 500 ó 1.000 -aproximadamente la escala de precios de una buena obra de un joven- el comprador se convierte en capitalista de riesgo, con una participación en el porvenir de otro ser humano que tal vez sea un futuro maestro.