Sociedad abierta, y ‘olores y sabores propios’

    Dicen los españoles que nosotros, los argentinos, heredamos de España la capacidad para envidiar, atributo nacional en la Península, pero que hemos potenciado la “virtud” a cumbres desconocidas. Si fuera cierto, sería una buena explicación para entender lo que ocurre con Vittorio Orsi. Nadie pone en duda el encanto personal de este romano de aspecto patricio; nadie se atrevería a decir que no ha sido un buen empresario. Pero el consenso se acaba cuando se aborda la dimensión intelectual de Orsi. Hay quienes definitivamente creen que es uno de los pocos exponentes intelectuales que ha dado el campo empresarial. Pero entre sus detractores, que abundan, están los que dicen que toda su fascinación reside en lo pintoresco de su lenguaje (tiene vocación por inventar palabras). Otros, más ácidos, aseguran: “tiene un lío terrible en la cabeza”. No faltan los lapidarios: “son lecturas mal digeridas”.

    A Vittorio Orsi no le importan mucho estos comentarios. Lo cierto es que su estilo apasionado, con un discurso que transita de la filosofía a la economía; de la política a las técnicas de “management”; de la moda, la canción y la cultura a su particular visión de la pobreza, es un desafío para cualquier interlocutor.

    Es una corriente de viento fresco; es un provocador nato. En lo que sí hay consenso es en la originalidad de sus argumentos y en la sabia combinación de realismo y pasión con que los va desgranando.

    Lo que sigue es una síntesis de una conversación de tres horas, un sábado por la tarde del mes de julio, sobre temas tan complejos y disímiles como el papel del Estado en la política y la economía; política industrial versus “mano invisible del mercado”; el rol de las Fuerzas Armadas, los efectos de la pobreza, la ubicación de la Argentina en el mundo y, sobre todo, las ideas dominantes a estas alas del siglo XX.

    ENCUENTRO FELIZ

    Estamos en un momento muy especial: el de repensar la validez de los sistemas económicos. Es una circunstancia propicia: la teoría económica y la política viven un encuentro feliz. La respuesta completa no la tienen ni el socialismo ni la creencia en que el libre mercado, con el juego de sus fuerzas competitivas, arregla todo.

    En esta época, la de la sociedad abierta, coexisten una gran ortodoxia y firmeza en las instituciones liberales, junto con un tremendo -en mi esquema, del fondo de reconversión industrial- para que cuente con la infraestructura y el personal adecuados. En términos similares hay que analizar el papel del Congreso y del Poder Ejecutivo.

    En cuanto a la relación entre capital y trabajo, creo que es esencialmente una relación que se establece compañía por compañía, empresa por empresa La productividad debe ser el elemento determinante del salario.

    Lo mismo con las Fuerzas Armadas, otra de las corporaciones que históricamente ha roto el equilibrio. La misión fundamental es ahora la defensa continental. Con la iniciativa Bush debemos pasar de la regionalización a la continentalización.

    En cuanto al narcotráfico, soy un convencido de que nada se logra con la represión. Para romper el poder corruptor debo legalizarlo (como ocurrió en su momento con el alcohol). Es un problema de responsabilidad y libertad personal: cuando el individuo tiene 18 años, si se quiere destruir a sí mismo, que lo haga.

    Sin duda que no es éste el clima dominante en Estados Unidos, pero el problema real de la maduración de la sociedad es un problema de intelectuales, no de políticos. Es el intelectual quien, en medio de la confusión de todos los días, se plantea la conveniencia de ver la realidad en forma distinta.

    VENTAJAS COMPETITIVAS

    En cuanto a las ventajas competitivas de una nación, yo digo que son el reconocimiento de los olores y sabores distintivos de una sociedad. Son las calidades que uno tiene para ser amado. Es contestar este interrogante: ¿qué nación somos?

    Cuando yo era joven, nunca supuse que Italia tendría tan notable desarrollo en el negocio de la moda Estas ventajas dependen fundamentalmente de la infraestructura humana: cuanto más grande es la condensación de conocimiento, tanto mejores son las posibilidades. Pero además hay que tener una adecuada infraestructura física. Con malos puertos, pésimos ferrocarriles, deficientes caminos y pobres comunicaciones, no hay posibilidad de tener ventaja competitiva También es preciso tener en cuenta la dimensión del mercado interno; la calidad de la competición interna, y el reconocimiento de las actividades y servicios de soporte. Todo es fruto de un esfuerzo interdisciplinario, sea una canción o una mermelada.

    Por ello, el buen nivel de la educación y de la salud es esencial. Necesitamos gente sana, emocionalmente estable. Y muy formada. La educación no es, lamentablemente, una obsesión de toda la sociedad. Si vamos a integrarnos en el Mercosur, el dominio del portugués es más importante que el del inglés. Sin buen nivel en computación es difícil permanecer en las grandes corrientes del comercio mundial.

    DENTRO DEL MERCOSUR

    En el tema de la integración en el Mercosur, mi primera afirmación es que nosotros tenemos un cierto número de industrias llamadas básicas, las que, mediando una acción política intensa, pueden ofrecer insumos básicos -productos siderúrgicos, por ejemplo- a nivel muy competitivo. Algunos prefieren la distribución, el reparto del nuevo mercado ampliado. Yo creo en la competencia, y que toda empresa tiene soluciones imaginables para subsistir en las nuevas condiciones.

    Hay campos de acción conjunta (la electrónica, la misilística, la aviación) en los cuales debemos ver qué podemos hacer con los brasileños, y más importante todavía junto con ellos, qué podemos hacer con terceros países.

    Admito que estoy obsesionado con la política de alimentos y con el futuro de la industria alimentaria.

    En productos con poca elaboración somos muy competitivos, pero cuando ingresamos en el terreno de alimentos elaborados, donde la distribución tiene fuerte incidencia, el panorama es distinto.

    Tal vez no haya que esperar demasiado de nuestra relación con Japón. Sí están interesados los japoneses en que tengamos un mayor conocimiento de la cuenca del Pacífico. No sólo a Chile o a nosotros nos debe interesar: también al resto de América Latina. Pero lo cierto es que Japón, tras el esfuerzo hecho por ingresar en el mercado estadounidense y en el europeo, ahora piensa que debe reconstituir su presencia y gravitación en el sudeste asiático. En términos generales, nosotros no somos importantes para los japoneses.

    Si lo que importa es tener en claro la estrategia de fondo, creo que nuestro futuro está en el continentalismo. A mi juicio, la cultura de Alemania y de Japón son culturas centrífugas, mientras que la estadounidense es una cultura del derecho, de la sociedad respetuosa. Soy un gran admirador de la sociedad de EE.UU. donde la ley y el derecho del ciudadano son importantes.

    En cuanto a la pobreza, es inconcebible en una sociedad abierta. En EE.UU. ha prevalecido el modelo de Hayek, y como la sociedad no es abierta -en el sentido que le estoy dando a la expresión- no se denuncia esta distorsión. Una sociedad abierta no admite la pobreza porque es perturbadora, induce al delito y tiene un costosísimo efecto destructivo.

    Lo importante es rescatar este paralelismo que advierto entre ortodoxia en política, combinada con participación creativa y movilidad social en la sociedad abierta, con la búsqueda continua de las ventajas competitivas y de la excelencia en la calidad, en el plano económico.