Prohibido hablar de ‘política industrial’

    No hay empresa seria que carezca de proyecto estratégico. Sin embargo, el discurso de moda niega esa necesidad a la Nación, precisamente la empresa que más lo requiere. Vale la pena tener presentes los términos del debate -y sus implicancias- en países industrializados.

    Es cierto que el Estado argentino dilapidó recursos en vanos esfuerzos de promoción industrial. También lo es que no se eligió bien a los destinatarios del crédito o de los beneficios. Se dio mucho sin exigir casi nada. No se puede invertir en promoción sin fijar reglas de juego. La decisión de suspender los programas vigentes fue bien recibida, porque se esperaban definiciones claras. Ahora, el régimen promocional -lo anunció el Presidente- será reinstalado. Lo perentorio, otra vez, se ha impuesto sobre lo esencial.

    Los industriales locales deben alentar -y no rehuir- esa discusión de fondo.

    Si Estados Unidos está de moda como modelo en campos variados, vale la pena no desperdiciar tan útil experiencia. Aun con doble mensaje, con fuerte tinte ideológico y con muchos prejuicios -de todas las partes involucradas-, el debate sobre el futuro industrial estadounidense tiene aspectos insoslayables en el análisis local.

    Los empresarios estadounidenses han comprendido que no se debe siquiera mencionar la expresión “política industrial” o, dicho de otro modo, cuestionar el concepto de que los capitales privados hacen la correcta asignación de recursos para asegurar el crecimiento económico del país y para que los sectores estratégicos no pierdan terreno frente a la competencia externa.

    Los funcionarios que sugirieron subsidiar áreas de tecnología crítica fueron rápidamente despedidos. Sin embargo, fue la misma Casa Blanca la que propuso -en el proceso de reforma tributaria- aliviar la carga sobre pequeñas empresas para incentivar la inversión. El argumento era que estos negocios concentraban el mayor potencial innovador y por tanto debían contar con especial apoyo. No deja de ser curiosa la ambivalencia oficial frente al tema de los subsidios y del papel del Estado en el desarrollo industrial.

    Hay una gran simulación en el tratamiento del asunto: la idea dominante es que es preciso hacer algo efectivo para contener la ofensiva comercial de japoneses y alemanes; y que el Estado cumple una tarea positiva al identificar y estimular actividades emergentes. A pesar del tabú ideológico, proliferan las propuestas para alentar la “competitividad” industrial. No hay dudas, entre los industriales, de que las ventajas comparativas se hacen, y no surgen de modo espontáneo (el ejemplo del MITI japonés es concluyente).

    Es cierto que hay experiencias de fracasos en este campo, como el plan de impulsar el desarrollo de computadoras de “quinta generación”, que no ha logrado cumplir con sus metas. Se comienza a advertir que los intereses del país no tienen por qué coincidir con los de las grandes corporaciones de origen estadounidense. Entrenar al personal, por ejemplo, insume tiempo y dinero que, debido a la gran movilidad laboral, termina favoreciendo a otras firmas.

    El déficit de EE.UU. en calidad de educación y especialidad de los recursos humanos es cada vez más notorio. La investigación en ciencia básica, con lo importante que puede ser para el país, no atrae a las empresas, que no ven traducir estos logros en aplicaciones prácticas para lanzar nuevos productos, pero que al par se benefician con la inversión que en este campo realiza el gobierno federal.

    El tema está conectado con la obsesión del momento: la “globalidad” de la economía (ver página 19). Es el conjuro con que se explican costosas adquisiciones de empresas, “joint-ventures”, inversiones, alianzas y acuerdos sobre marketing. Hay macrotendencias cuyo efecto es fácilmente perceptible: los intentos de coordinar la política industrial de los países más prósperos; la desregulación y movilidad de los mercados financieros internacionales y el crecimiento del comercio mundial -más que el producto industrial-, inciden sobre la reformulación del nuevo perfil industrial.

    La inversión directa ha crecido de manera espectacular. La de las cinco economías más importantes de la OCDE se ha duplicado en una década, para totalizar US$ 420 mil millones. Los mismos cinco países fueron receptores de nada más que US$ 110 mil millones. La íntima vinculación entre asuntos comerciales, financieros y económicos arroja dudas sobre las reales posibilidades que tiene un Estado -por poderoso que sea- de abordar por sí solo la reconversión del aparato industrial.

    Las megacorporaciones son las verdaderas instituciones internacionales en funcionamiento.

    La década del ´90 demostrará si el sistema político y económico de la clásica noción del Estado-Nación, evolucionará hacia cierto sistema político internacional capaz de acompañar este fascinante proceso de la globalización de la economía.

    TODO ES NORMAL EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS.

    Según el ministro de Economía, en 1993 estaremos a la altura de México, lo que no deja de ser una promesa plena de optimismo. Para el canciller, según lo hizo saber a sus interlocutores en París, la Argentina “es ahora un país normal”. El ministro de Defensa, contento con su gira estadounidense, declaró que “somos el aliado del país del Norte en el Cono Sur” y reveló la satisfacción del Departamento de Estado por la “desactivación” del misil Cóndor II y su reutilización para investigaciones científicas con fines pacíficos.

    De los miembros del Poder Ejecutivo se espera que sean optimistas, pero también que practiquen la ponderación. Contra lo que se supone, la memoria colectiva funciona mejor de lo que los funcionarios pretenden.

    Seguramente, cuando Domingo Cavallo hizo la comparación con México buscaba referirse a la tasa de crecimiento promedio de ese país (3% entre 1965-89, contra -0,1% de Argentina en igual periodo); o al nivel de inflación (promedio de 72,7% entre 1980-89, contra 334,8% de Argentina en igual lapso); o, mejor aún, pensaba en el nivel de inversión extranjera directa que recibieron los mexicanos en 1990: US$ 3.500 millones. Naturalmente que el ministro no quiso decir que en dos años tendremos igual PBI que México, que hoy es casi cuatro veces el de la Argentina, aunque muchos pueden haber sido inducidos, involuntariamente, a creerlo. Guido Di Tella tuvo la buena fortuna de que nadie le pidió en Francia -aunque hubiera ganas de preguntar- que explicara cómo un gobernador de provincia se adueñaba de recursos federales, o cómo otro gobernador nombraba en planta 15.000 empleados públicos cuya estabilidad pasa a ser defendida por la Constitución local.

    En cuanto a Erman González, nadie le recordó cuando Henry Kissinger deleitaba a los brasileños con la tesis de que eran los únicos interlocutores válidos de EE.UU. al sur del río Bravo.

    En su entusiasmo, se reservó explicar qué más hay en la reconversión de las Fuerzas Armadas que le fue sugerida en Washington.

    No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Ni tampoco declaraciones que se olviden.

    ¿OCASO DE PARAISOS FISCALES?.

    Los centros financieros “off-shore” han cautivado, desde siempre, la atención de inversionistas grandes y medianos. Se trata de lugares flexibles en punto a regulaciones, casi libres de impuestos y donde la discreción está garantizada.

    En el continente americano, hay varios de estos “paraísos fiscales”. Está el caso de Panamá, de las Bahamas, de Bermuda, de las islas Caimán. Incluso, más recientemente, Uruguay, que aspira a convertirse en el centro financiero del Cono Sur.

    Pero la presión tributaria estadounidense -buena parte de los depósitos provienen de EE.UU.- y el nuevo problema que plantea la cuestión del lavado de narcodólares han obligado a un serio replanteo. Las autoridades tributarias y judiciales de ese país han logrado, a costa de una gran presión, o bien establecer convenios de doble imposición, o asegurar la colaboración de las autoridades locales para investigar movimientos de fondos que pudieran estar relacionados con las drogas.

    Siempre quedan los otros “paraísos fiscales”: los europeos. Es cierto que el más tradicional de todos, Suiza, acaba de abolir las cuentas numeradas y secretas, pero aun así sigue concentrando gran cantidad de depósitos cuyos titulares quieren discreción por sobre todas las cosas.

    Sin embargo, Suiza tiene enorme competencia dentro del continente europeo. Están Luxemburgo, Liechtenstein (los dos más importantes como sede de empresas “holdings” que no tienen interés en que se conozca la identidad de sus propietarios o el origen de sus recursos), isla de Man, Jersey, Guernsey y, más recientemente, Andorra, Gibraltar, Madeira, Chipre y Malta.

    Este es uno de los casos donde “small is beatiful” aun en el complejo mundo financiero que funciona sin cesar las 24 horas diarias. Todos ellos compiten entre sí con enorme intensidad para convertirse en imán de recursos y negocios ávidos por evitar controles impositivos y reglamentaciones legales.

    ETIQUETAS LINDAS Y QUE DIGAN TODO.

    Es increíble lo poco que dicen las etiquetas de los productos alimenticios, sobre lo que contienen los usualmente atractivos envases. Parte del poder que se asigna al consumidor deberá verse reflejado en la corrección de esta anomalía, y las empresas deberán modificar criterios restrictivos.

    No es únicamente lo que omiten las inscripciones de los envases. Se trata también de lo que dicen. Publicitariamente se pone de moda promocionar de cualquier manera las virtudes “verdes”, o saludables, o dietéticas de muchos productos que, sin faltar a la verdad, no dicen todo lo necesario.

    Se usa con frecuencia la apelación “libre de colesterol”, pero nada se dice sobre la cantidad de grasas que contiene el bien publicitado.

    En Estados Unidos hay en este momento una vigorosa reacción de consumidores que se sienten burlados y de la FDA (Food and Drug Administration), que ve rebasada su capacidad de control. La embestida conjunta hará que muchas apelaciones como “fresco” y “natural” sean pensadas dos veces antes de su utilización. En cuanto a la Argentina, bastaría por el momento con que se den a conocer, en forma clara e inequívoca, los componentes -y proporciones- de cada alimento envasado que se encuentre en la góndola del supermercado.

    MEGOPRAYECTO TECNOLOGICO: JAPON INVITA.

    Estamos a las puertas de una revolución en los modos de producir. Japón invitará a Europa y Estados Unidos a integrar una comisión internacional para que estudie un megaproyecto que podría transformar la industria mundial.

    El objetivo es poner en funcionamiento, a través de la cooperación de gobiernos, industrias y universidades, un revolucionario medio de producción industrial: el “Intelligent Manufacturing System” (Sistema Inteligente de Fabricación, o SIF).

    Dos años atrás, expertos en automatización fabril dieron con una forma de combinar el sistema de automatización con un programa computadorizado, denominado en inglés “Computer Integrated Manufacturing”, con miras a crear fábricas totalmente automatizadas y computadorizadas. Así nació el SIF.

    La idea de compartir los hallazgos con otros países industrializados surgió durante una “mesa redonda” auspiciada por el MITI, siglas inglesas con las que se designa al Ministerio de Comercio e Industria de Japón. En el debate intervino Hiroyuki Yoshikawa, decano de la Facultad de Tecnología de la Universidad de Tokio. Ya se realizaron dos conferencias tripartitas sobre este proyecto. El año pasado se abrió un centro SIF en el “International Robotics and Factory Automation” (IROSA, según las siglas inglesas), una fundación que reúne a 67 firmas internacionales y a “17 miembros benefactores”, incluyendo a grandes bancos, y que contribuye al financiamiento de la investigación.

    SIF debe cubrir la totalidad del proceso industrial: investigación de mercado, estudios de factibilidad, investigación y desarrollo, planes de producción, provisión de materias primas y partes, selección de maquinaria, diseño industrial, órdenes de producción, fabricación, control de calidad, empaque, control de existencias y control de ventas.

    Un sistema que organice todas estas actividades, con ayuda de computadoras y robots, debe armonizar una amplia gama de procesos que -aun cuando muchos de ellos ya están automatizados y computadorizados- han sido desarrollados separadamente y no pueden armonizarse o integrarse.

    Los expertos creen que SIF no solamente logrará la armonización e integración de las técnicas existentes, sino que además llevará el proceso de automatización a un nivel de perfección que hoy parece imposible.

    Los sistemas expertos y otras técnicas de inteligencia artificial jugarían un papel importante en el desarrollo del SIF. Este tipo de desarrollo requiere una inversión considerable y el esfuerzo concertado de una multitud de expertos de todos los países industrializados.