Historia de una pasión

    La relación entre pensamiento y acción, la continuidad de la tradición familiar y el estilo de conducción en el conglomerado industrial más importante del país.

    La pasión es una cualidad que el argentino espera de los galanes de las telenovelas; no de sus principales ejecutivos. Sin embargo, según Roberto Rocca, “capo” máximo del conglomerado Techint, “la pasión es el principal ingrediente de un exitoso emprendedor”. Para Rocca, la esencia del empresario es justamente esa apasionada dedicación para lograr una eterna continuidad de su emprendimiento.

    Al considerar la posibilidad de exponerse a una entrevista y la validez de ofrecer su opinión sobre una infinidad de temas, Rocca, que todavía mezcla términos itálicos con su castellano, cuestiona “si las palabras sirven para expresar u ocultar el pensamiento. Los japoneses piensan que como la verdad no es ni blanca ni negra, sino muchas variaciones de gris imposibles de definir con precisión, es mejor callarse”. Pero decidió tratar de expresarse, por ejemplo, resumiendo su creencia en una “limitada visión ética de mi mundo, donde creo que no puedo consumir más de lo que produzco, y donde equidad tolerancia y sentido del humor acompañan al respeto de los “means over ends”.

    Rechaza la moda actual, aquel “culto del emprendedor vivo”, que practican los despiadados capitanes de industria que un día compran una compañía de dentífricos, el próximo otra de pastas, imitando un estilo muy común últimamente en los Estados Unidos. “Un empresario no es convertible”, declara este ingeniero, doctorado del MIT en química física metalúrgica, que ha seguido, dando más pasión aún a integrar los sueños y realizaciones de su legendario padre, Agostino Rocca, a la realidad de la Argentina actual.

    Roberto Rocca, nacido el 1º de febrero de 1922, engaña -sin proponérselo- a quien intenta encajarlo en los estereotipos de los hombres exitosos del siglo XX. Para “Página 12”, en una entrevista publicada el 16 de diciembre de 1990, Rocca “se parece más a un escritor inglés que a un italiano que conduce el más grande grupo industrial de Argentina”. Su apariencia no es un “look” cultivado. Rocca con pelo blanco menos disciplinado que él y una expresión siempre cercana a la sonrisa, nunca debe haber puesto mucha atención en su ropa. Hasta casi los 30 años vivía en laboratorios: los del Politécnico de Milán, donde se recibió de ingeniero mecánico en 1945: los de las empresas familiares en Italia y los más avanzados del mundo en el Massachusetts Institute of Technology, cerca de Boston. También fue aquella la época de formar su propia familia; se casó con Andreina Bassetti, hija de una familia tradicional de Milán dedicada a la fabricación textil, y tuvieron sus tres hijos: Agostino en 1945, Gianielice en 1948 y Paolo en 1952.

    Rocca abandonó la carrera académica en el MIT al renunciar a un cargo ofrecido en 1949, tras conseguir su título bajo la tutela del ilustre director del departamento de metalurgia, John Chipman, un investigador brillante que dejó la formulación de las teorías resultantes de sus investigaciones a los mayores intelectuales europeos, incluidos los rusos. Rocca, añorando un ambiente más católico, optó por probarse en aquel laboratorio más exigente: la vida. Retomó su trabajo al lado de su padre en Italia, en América Latina y por fin en la Argentina.

    ESTILO METODICO

    ¿Cómo pudo Roberto Rocca, con un carácter sumamente sensible y alerta, profundo y previsor, cohabitar en un país como el nuestro? Una parte esencial de su persona es su enorme profesionalismo, su gran capacidad de investigar, de evaluar todas las alternativas antes de embarcarse en una nueva aventura empresarial. El “emprendedor´ por naturaleza cree que es capaz de transformar una realidad. A la tradición que inició su padre y siguió su equipo de colaboradores, Roberto, manteniendo la ética de aquellos visionarios que construyeron la industria de acero en Italia desde el principio de este siglo y a los que lograron reactivarla después de la Segunda Guerra Mundial, agregó un don de ordenamiento y racionalidad para reorganizar la empresa para su futura transformación en un conglomerado que compartiría su función original, los tubos de acero, con los nuevos negocios adquiridos en la privatización del Estado argentino. Aunque no logró cambiar la cultura del país -sobre todo en sus actitudes frente a la empresa y la productividad-, llevó adelante, con una férrea determinación no aparente en sus actitudes, la metamorfosis de la empresa cuyo liderazgo heredó en 1978, al morir su padre, hasta lograr colocarla en una posición global de indiscutible importancia. Hoy es presidente de Techint Argentina S.A., de la Organización Techint y de Siderca S.A.

    Su máxima contribución a Techint ha sido la de sanear su posición patrimonial. El valor de las acciones ha subido tres veces en términos reales desde que tomó la presidencia. Cuando empezó su gestión, la organización sufría los desajustes de una expansión demasiado rápida. Roberto, con su estilo melódico y cuidadoso, ha limitado al mínimo el margen de error tan común en la Argentina.

    Aunque algunos colegas se quejan de que tiene una actitud pesimista, en realidad, cuando finalmente queda convencido de tomar una decisión, la implementa con toda la fuerza de la organización. “Roberto es un ser sumamente complejo”, comenta un ejecutivo de la empresa. “No es un ´emprendedor´ por naturaleza. Creció a la sombra de su padre. Pero, cuando le cayó la responsabilidad, sorprendentemente, no obstante su timidez y su aparente actitud pesimista, supo tomar las decisiones correctas. Su inalterable sentido de la ética, combinado con la minuciosidad del ingeniero y su rigurosa austeridad personal han permitido que Techint marche adelante, ganando cada vez más en solidez e infraestructura. Cualquier gobernante sabe que un contrato hecho con Techint es un dolor de cabeza menos”.

    LA MEDIDA DEL EXITO

    “The bottom line” para Rocca -cuya voz es suave, con una entonación deliberada- trasciende las meras ganancias pasajeras de un cuatrimestre; esa meta máxima del ejecutivo estadounidense de corto vuelo. No mide el éxito en bienes materiales ni exterioriza las hazañas de una larga carrera de tomar decisiones cruciales en momentos tormentosos; decisiones fundamentadas en miles de estudios y su posterior análisis por sus asesores y colegas. Desde que a los 21 años, cuando fue oficial de la marina italiana y tuvo que destrozar tres submarinos en el puerto de Génova para no entregárselos a los nazis, el 9 de setiembre de 1943, nadie dudó del poder decisivo de Roberto Rocca, aunque su aspecto exterior fuese el de un docto británico.

    La demolición de los submarinos fue un episodio novelesco. Hacía sólo tres días, Rocca había sido cambiado de destino: de un submarino en altamar a uno en reparaciones en el puerto de Génova. Allí se sospecha la presencia de la mano de su padre, que ya estaba al tanto de los inminentes cambios que sucederían tres días después. Cuando se anunció la ocupación alemana, todos huían del puerto con lo poco que podían llevar. Al alba, una vez hundidos los tres submarinos refugiados en el puerto, con los alemanes disparando desde arriba, Rocca llamó a su padre desde un teléfono público. Aquél le indicó que tenía que alcanzar Milán. Roberto se acordó del ascensor -un ascensor llamado “de la Gracia”-, propiedad del Club de Yates, el único acceso al puerto que quedaba unos 40 metros debajo de la ciudad en sí-, que las tropas alemanas no habían clausurado. Roberto se quedó en mameluco y se encontró con su padre, que le dio un documento de identidad de la empresa que presidía, los Astilleros Ansaldo. Eso permitió que Rocca trabajara como técnico -exento del servicio militar por ocupar un puesto crítico- hasta el fin de la guerra.

    Pero lo que más revela el temple interior de Rocca es su decisión con respecto a un deporte. Hay empresarios que siguen sus negociaciones entre el verdor de una cancha de golf o comprueban el alto nivel de su agresividad en una cancha de squash; Rocca prefiere medirse contra el lejano y mínimo blanco con su poderoso arco de competencia. “Hay que mantener el entrenamiento. Cada tirada es como cargar una valija de 20 kilos con el brazo extendido. Hasta que los músculos de la espalda se adecúan al esfuerzo, es imposible tirar bien”. Rocca ha encontrado el reflejo de su visión de la vida en la elección de este deporte. No compartía la pasión de su padre por el alpinismo, que sí fue transmitida a sus hijos.

    En el libro de Eugen Herrigal, “Zen en el arte del tiro con arco” (1952), el maestro zen Daisetz Suzuki señala en la introducción: “Para ser un verdadero maestro del tiro con arco, no basta el dominio técnico. Se necesita rebasar este aspecto. de suerte que el dominio se convierte en ´arte sin artificio´, emanado de lo inconsciente”. Rocca participó en el equipo que representó a Italia en el campeonato mundial de Holanda en 1967, y en 1973 fue campeón de su club. Se reproduce una foto de un retrato de Rocca utilizado como blanco por sus colegas en 1974. El ataque sobre la figura de Rocca no tenía nada que ver con la brujería, sino que respondía a una tradición del club. Antes de coronar a un nuevo campeón, los miembros tiran al retrato de su antecesor. El chiste de la competición consiste en que detrás de alguna parte de la figura se esconden pequeños explosivos. En el caso de Rocca fueron ocultados detrás de unas bolas de acero.

    RETRATO DE UN ARQUERO

    Rocca posee la capacidad de transformar la intuición en acción constructiva. Rocca, como el arquero, está plantado sobre la tierra; su ser es un eje en paz, que ve el blanco en el horizonte y tiene total confianza en que su flecha va a dar en el centro. La coyuntura para él no existe; no sufre el desgaste diario que carcome a la mayoría de los ejecutivos en nuestra sociedad. Rocca, el arquero, también esta parado solo en el centro de una visión global, como si fuera él mismo el blanco mirando hacia el arquero, englobando a la vez todo a su alrededor.

    En la década del ´70, Rocca introdujo el deporte en el país. En una de sus pocas “appearances” ante las cámaras de televisión, hizo una demostración de su puntería a la joven audiencia de Canela.

    Luego “La Nación” publicó una nota sobre el deporte que se impuso en la Argentina como otra opción recreativa más. Rocca fue uno de los fundadores del Club de Pacheco, pero practica hoy en el jardín de su casa, en Martínez.

    Rocca conforma el retrato del arquero zen que pinta Suzuki. Su éxito deviene de su capacidad de captar la totalidad. Es un hombre dotado de una gran capacidad de síntesis. La vida es su laboratorio. En su mente todo se procesa con la precisión de una tecnología aprendida en el MIT; analiza con el cuidado y el amor de un filósofo y sintetiza con la convicción de un emprendedor que, una vez entusiasmado, entra en seguida en acción.

    Rocca no titubea; en el momento de las decisiones no mira a los costados, ni hacia atrás, ni adelante, ni excava entre los ejemplos de la historia, ni se preocupa por los miedos de un futuro incierto.

    Armado con toda la información necesaria, ve todo de un solo golpe. Tiene una seguridad, no tanto en sí, sino en el sentido de las cosas; una aptitud que no es nada común en ninguna parte. El alfa y el omega se revelan en conjunto a este individuo que tiene la suficiente sencillez de ser para recibirlo.

    La duda, aunque a veces se presenta, no es un factor perturbador en la vida de Roberto Rocca.

    Rocca mismo ha contemplado su formación, y hace tres años escribió: “Es difícil decir hoy, a los 65 años, cuáles fueron las influencias profundas que actuaron sobre mi formación: cumplía entonces 24 años; era, creo, diferente de hoy. Mi padre citaba la guerra, Alfredo Oriani. Crece, el primer fascismo, porque en aquella época, aún dannunciana, parecía más fácil, o estaba de moda convencerse de algunas certezas como claves para la formación del propio carácter y del propio ánimo. Su fuerza nacía de la profunda convicción en sus juicios: en general eran erróneos. Pero ya fueran justos o equivocados, no dudaba en ponerlos a prueba, y podía así corregirlos o abandonarlos con el mínimo gasto de energías y de intelecto. La lucha estéril por las cosas u opiniones, enunciadas y nunca puestas a prueba, absorbe la mayor parte de las energías de muchas organizaciones y distrae la atención de las reales dificultades en la motivación y acción de los hombres que se basa más en la concreción constructiva y más en el ´método´ y en la ´estructura´ que en las ideas. Las ideas -se dice- abundan hasta entre los idiotas; la capacidad de realización es el real privilegio de unos pocos”.

    “La necesidad de ´confianza´ y de equidad no decrecerá en un mundo siempre más competitivo y necesitado de conciliación entre las personas y los intereses. No me hago, en cambio, ilusiones sobre la persistencia de aquel ´respeto´ por estar basado en las dotes intelectuales y de capacidad de realización que los años de la vejez irán aminorando. El ´carisma´ como don instintivo y no forzado parece en cambio multiplicarse con el tiempo, ya que Agostino, como un ´gran viejo´, jamás lo perdió y, por el contrario, lo acrecentó. Los ´viejos leones´ como Agostino morían eternizados encima del monumento. Los ´nuevos leones´ como Umberto (Rosa) y yo corremos el riesgo de morir mordidos por otros ´jóvenes leones´ cuando decrezcan la fuerza y el intelecto”.

    Giorgio Lonardi, en su polémico libro ´´El caso Techint” (1990), evalúa las capacidades de Rocca de la siguiente manera: ´Roberto Rocca es seguramente un señor simpático, lleno de fascinación. Es además sin duda un óptimo ´manager´, uno de aquellos personajes que. sumando cultura humanística, científica y de gestión, logran tener un perfecto conocimiento estratégico del mercado.

    Sus únicos defectos son paradójicamente los de ser demasiado culto e inteligente. Porque estas dotes no siempre acompañan al ´zarpazo del león´, aquella rapidez de juicio y de decisión que hacen de un espléndido manager un gran emprendedor”.

    Ahora, dice Rocca, acaso dándose cuenta por primera vez del don intuitivo que lo ha guiado toda su vida, “veo las cosas con más distancia, como mirar un espectáculo externo. Registro más y participo menos. Tomo distancia y reflexiono”. Rocca, acercándose a los 70 años, ha florecido en un entorno donde es difícil no ser llevado al abatimiento.