La nueva economía global y la década de la industria

    Creemos estar informados porque nos enteramos de lo que ocurre en el mundo.
    Pero lo hacemos como espectadores de otro planeta, como si los datos no tuvieran nada que ver con nosotros y con nuestro destino. Sabemos que hay en marcha un proceso de globalización de la economía, que el proteccionismo nacional se concentra ahora en gigantescos bloques regionales.
    Que pronto habrá “un espacio económico europeo” que será el principal protagonista del comercio internacional; que está en marcha un mercado común norteamericano; y que Japón diseña su ámbito de influencia en el sudeste asiático.
    Registramos los hechos con la misma curiosidad con que estudiaríamos el surgimiento de las modernas naciones en la Europa del siglo pasado. No parecemos darnos cuenta que lo que está ocurriendo, directa o indirectamente, por acción o por omisión, está modelando nuestro futuro, determinando nuestra propia viabilidad como nación.
    Ni siquiera la extraordinaria novedad del Mercosur parece conmovernos en exceso. Cada seis meses, inexorablemente, desaparecen barreras arancelarias que en 1995 conformarán una nueva economía nacional y regional. Un proceso en el cual muchos actores quedarán en el camino, mientras que aparecerán otros nuevos o se consolidarán los que tengan la virtud de anticiparse, no tiene siquiera la capacidad de sacudir nuestro reconcentrado ensimismamiento.
    La revolución científica y tecnológica, y el avance de la globalización, está transformando la economía mundial sin que genere reflejos entre los dirigentes de nuestra sociedad, políticos, empresarios, intelectuales. Nos resulta imposible pensar en términos que superen las fronteras nacionales.
    Somos impotentes para sustraernos a la urgencia de los problemas cotidianos graves, sin duda y eso nos impide formular una estrategia como país.
    Si la anterior fue la década dorada del sector financiero en todo el mundo, la actual con nuevos y revolucionarios modos de producir será la de la industria. Pero no de cualquier actividad fabril. El énfasis en la intensa utilización de mano de obra y en la abundancia de materias primas, cede paso a las actividades que exigen uso intensivo de capital y de tecnología, que generan alto valor agregado y que encuentran mercado mundial asegurado.
    Las ventajas competitivas como diría Michael Porter dependen de un mercado interno exigente que permite la puesta a punto de industrias listas para irrumpir en el mercado mundial. Es imperativo pensar ya, no sólo en las posibilidades de las industrias que tenemos, sino en las que encontrarán
    mercados de exportación en la economía que viene. La petroquímica (ver página 41) y la agroalimentación (página 51), junto con computación, máquinas herramienta, y bioquímica, serán los puntales de una nueva estrategia.
    Con el mercado interno aun reactivado no hay posibilidad real de crecer a la tasa que necesitamos.
    El dilema es de hierro: exportar o perecer. O, en el mejor de los casos, vegetar.
    El gobierno, los políticos y otros sectores sociales tendrán que hacer su parte. Pero los empresarios y en especial los industriales tienen que estar a la cabeza en la reflexión y en la acción.