La caída del ‘condottieri’

    Duro golpe a la visión europeísta de un entrepreneur que se adelantó a su tiempo.

    Que en paz descanses Carlo De Benedetti, será el sentimiento general cuando el gran hombre en cuestión suba al estrado a escuchar la explicación del cargo “bancarrota fraudulenta”.

    Delito que, de ser probado, significaría descrédito imborrable y una condena de dos a cinco años como mínimo para aquel que fue reconocido como el más grande condottieri de los tiempos modernos.

    La consigna de Carlo -respaldado por dos millones de dólares familiares- era lograr en apenas una generación lo que los patriarcas de la Fíat habían conseguido en tres.

    Sentimiento y ambición que calzaba a la perfección dentro del espíritu combativo de los ´80. Así, el par de millones original creció fuera de toda proporción a miles de millones distribuidos en un imperio paneuropeo que incluía viñedos, hoteles, casas de haute couture, computadoras, repuestos

    para autos, todos y cada uno de los materiales del paraíso yuppie.

    EL FALLIDO “TAKEOVER”.

    Bastó un catastrófico error de cálculo, el audaz pero fallido raid por el conglomerado Société Générale de Belgique, para dejar a Benedetti con una pila de cuentas impagables mientras las tradicionales familias empresarias

    italianas -conocidas como salotto buono-, que resistieron su embate pluralista desde el “vamos”, señalan con crueldad todos los errores de cálculo, de este ángel que cae y no deja de caer. A nadie le causaba gracia su movida de

    outsider y sus denuncias sobre arreglos secretos. Impetuoso y poco diplomático, hoy también enfrenta cargos por el affaire del Banco Ambrosiano, en el año ´82, cuando De Benedetti ofició por poco tiempo como vicepresidente, junto antes de que se produjera el más grande crash en la historia de la banca italiana. “Todo esto no tiene base legal alguna. Cualquier puede darse cuenta que se trata de un asunto eminentemente político”, se defendió ante la prensa

    norteamericana a finales de abril, y la teoría es que todo aquel que se niega a transar con el establishment o negociar -como Agnelli y Pirelli- detrás de la escena sin exponerse, tarde o temprano es perseguido y acorralado por el mismo.

    Son muchos los que piensan que De Benedetti está pagando por haber importado sus modales norteamericanos a las calles de la vieja Roma, donde todo es más estilo borgia. Y la caída se hace más vertiginosa con cada día que

    pasa, con cada metro que queda atrás. Perdió la batalla de dieciséis meses que sostenía para mantener el control de Arnoldo Mondadori Editore, la colosal editora. Después de haber sido amo y señor por casi un año, el inapelable resultado de una votación lo dejó con apenas quince asientos en el directorio y el gusto amargo en la boca de ver cómo su archirrival Silvio Berlusconi se apuntaba con diez nuevos lugares a la hora de la cuenta final. Las clarísimas intenciones -ahora irremediablemente frustradas-de De Benedetti eran las de conformar un imperio editorial a nivel europeo.

    ADELANTADO A SU EPOCA

    “El es como el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Por un lado está este encantador hombre de costumbres planetarias. Y por otro lado aparece este individuo sin la menor conciencia de sus limitaciones y que, lo que es peor, tiende a subestimar a la gente”. Quien así habla y define es Francesco Micheli, cabeza del grupo financiero Finarte, alguien que tiene muy en claro las consecuencias de querer reformular un teorema de siglos y burlar a los grandes: “Hoy, el mercado de acciones esta finito. El sistema tradicional es más fuerte que nunca. Pero las cosas van a ir cambiando. Lentamente, a la italiana. De Benedetti pagó el precio que paga todo adelantado a su época y, desafortunadamente, las tácticas

    agresivas del hombre dejaron a mucha gente con la sensación de haber sido usada. Carlo pensó que podía ofrecer batalla en todos los frentes simultáneamente y hoy es un hombre extremadamente cansado que sólo atina a decirse víctima de una injusticia”. Mírenlo caer, a la defensiva, aferrándose a su querida Olivetti -piedra fundamental de su imperio- como quien estrangula un talismán. Más allá de haber arrancado a esta empresa de la ruina, la verdad estos beneficios durante el ´90 están 40% por debajo de los del ´89. Y al no tener presencia real en EE.UU. y en Japón, los acontecimientos, como Carlo, se precipitan. La alianza con AT&T para producir personal computers compatibles IBM se hizo aire en el ´89 como consecuencia de los mínimos resultados obtenidos. De Benedetti había anticipado el boom PC y convertido a Olivetti en el segundo grupo más importante de Europa después de IBM. Fue un suceso de esos que justifican libro y le valió la calificación de “manager del año”. Corona de laureles que empezó a marchitarse con su ya mencionado pasaje por el Ambrosiano. De Benedetti comprendió que algo olía a podrido en el Vaticano, y el hecho de retirarse de la plana mayor no alcanzó a despegar su imagen de la de Calvi colgado del Blackfriars Bridge de Londres. Más allá de las innumerables citaciones judiciales, fue durante este tiempo que el apetito de nuestro hombre pareció no reconocer límites y se anotó en todas. Buitoni, Yves St. Laurent, la Compagnie Financiere de Suez fueron algunos de sus blancos declarados.

    Y, en seguida, el crash CERUS. La compañía francesa de De Benedetti comenzó a tener problemas después de la desastrosa y hostil operación del 88, cuando-según los testigos-“De Benedetti llegó como un ladrón en la noche” para protagonizar lo que fue justamente considerado como el primer take-over transeuropeo de proporciones gigantescas. Cuando la maniobra de CERUS para apoderarse de la Société Générale de Belgique quedá abortada, los números dieron una deuda de US$ 730 millones para el bando del ladriitaliano. Entonces fue el Golfo y la sombra definitiva de Hussein haciendo caer lo que ya se venía tambaleando. Se vendieron 1,24 millones de acciones a un valor pérdida de US$ 35 millones y la venta continúa y continuará hasta, aseguran, que esa cantidad de millones perdidos ascienda a 216.

    Hoy, Citizen De Benedetti -alguien que jamás se preocupó en reconocer los poderes tradicionales o la importancia de las fronteras invisibles- es golpeado por una terrible crisis de confianza, tanto propia como ajena.

    Su aspecto es tan lóbrego como el de Al Pacino en El Padrino lll y sus ataques a la vieja guardia son débiles y escasos. Incluso se ha acercado a pactar -en condiciones claramente desventajosas- con Mediobanca y los Pirelli, mientras los banqueros milaneses observan su triste tránsito preguntándose si se puede confiar en este hombre y, en cualquier caso, si valdrá la pena.

    De Benedetti cae y parece querer, demasiado tarde, atenuar el impacto contra el suelo: “He comprendido tres cosas; que la arrogancia no da resultados, que el establishment -es decir el peso del conservadorismo- es más fuerte de lo que calculaba y, finalmente, que la gente del establishment no cree que yo pertenezca al establishment. Y en eso no están equivocados. Fuimos ingenuos, quisimos jugar en Europa según las reglas del mercado abierto con un nuevo espíritu de libre competencia…

    y si hoy me preguntan si el fenómeno del entrepreneur europeo ha progresado en los últimos tiempos, bueno, me veo en la obligación de contestar con un no”