Jane & Ted se aman

    La escena, aseguran, es más o menos así: en poco más de una hora tendrá lugar glamorosa colecta cuyo objetivo es el recaudar fondos para la protección del medio ambiente californiano.

    Habrá encendidos discursos, claro, porque a ninguno de los invitados les interesa que llegue el fin del mundo, porque para ellos su mundo es una gran cosa. Jane, quizás la más famosa de todos, será la principal oradora de la tarde. El problema es que Ted no tiene ganas de ir. Ted es el novio de Jane

    y la verdad que no se siente demasiado cómodo entre toda esa gente, argumenta. Toda esa gente de East Hampton, insiste. Paul Simon, el dueño de Rolling Stone; Jann Wenner, Calvin & Kelly Klein, el pintor Julian Schnabel, el músico Billy Joel. No tengo nada que ver con ellos, Jane, y además todavía

    me estoy recuperando de la operación de mi hernia; el doctor me dijo que… Pero Jane no está dispuesta a escuchar razones. Es importante recaudar dinero y concientizar a la gente, dice. Entonces Ted decide jugar su última carta: ¿por qué no mandamos un cheque por US$ 100.000 y nos olvidamos de todo el asunto?, sugiere con sonrisa de comadreja experta.

    Jane se salió con la suya porque Ted ama a Jane y Jane ama a Ted. Jane es la actriz ,activista, aeróbica Jane Fonda. Y Ted es, sencillamente, el dueño de CNN; el hombre que se hizo cargo de una estación de Georgia que bordeaba la bancarrota para convertirla en un imperio de la comunicación de US$ 5 mil millones. Nada más y nada menos que el canal que la Aldea Global estaba esperando.

    Y si Jane y Ted son cosa importante por separado cuando se convierten en Jane & Ted son mucho más todavía. Y no hablo aquí sólo de una cuestión de millones sobre millones. No, Jane & Ted hacen historia porque derrumban cantidad de funcionarios clichés. Allí desaparecen la actriz de cine y el joven actor trepador, el raider melancólico redimido por una prostituta en Pretty Woman y todas esas parejas desparejas que justificaban aquel los ricos también lloran. Todo parece indicar aquí que hablamos de una pareja no sólo perfecta sino también coherente: ella es, desde el vamos, una experta vendedora de un producto llamado Jane Fonda; producto que fascina y fascinó a los norteamericanos ya sea en versión Barbarella, en actitud contestataria aterrorizando en Hanoi o tapizada en lycra y ordenando abdominales desde la televisión. Y él es un experto vendedor de ese producto que -a diferencia de lo que ocurre con los automóviles- los norteamericanos siguen haciendo mejor que nadie: noticias, noticias y más noticias. Su filosofía -son sus propias palabras- se resume en un poder de síntesis casi zen: “quiero ser dueño de todo”, suele afirmar. Y, al menos en su caso, del dicho al hecho hay poco trecho. Turner hace lo que quiere: ganador de la American Cup ´77 a bordo de su yate Corageous; patrocinador de Jacques Cousteau y Jimmy Carter a través de su fundación Better World Society; infame coloreador de clásicos como El ciudadano y El halcón maltés porque “son más divertidas en colores”; filántropo generoso hasta la vulgaridad, alguien que da todo y sólo pide a cambio los derechos exclusivos de televisación. Así puede llegar a perder US$ 26.000.000 en los Godwill Games en Moscú durante el ´86 y volver a perder US$ 4.000.000 en la versión ´90 que se llevó a cabo en Seattle.

    Los observadores celestinos compensan la ecuación recordando excesos de Jane que equilibran y justifican la unión: sus apasionados raids a la hora de volver verosímil el perfil político de su ex Tom Hayden y sus apasionados raids de alcoba a la hora de volver impotente durante tres semanas a su ex Roger Vadim. Y no olvidar que Jane fue la chica mala (anti-Vietnam) que devino en

    chica buena (hija que filma junto a su padre Henry y preconiza salud universal). Pero, como fenómeno cultural y según han sabido destacar las publicaciones más inteligentes del gran país del norte, el asunto Turner/Fonda es importante porque “legitima la idea de billonarios casándose con alguien de su misma edad”.

    Informado como corresponde, dicen que Ted Turner no había terminado de leer la noticia sobre el quiebre Fonda/Hayden cuando dijo: “Bueno, he aquí una mujer con la que me gustaría salir”.

    La llamó al día siguiente y la actriz ,deprimida por el chusmerío cierto que involucraba a su político sentimental con una graduada treintañera de Harvard, se negó en principio para, enseguida, hacerse la difícil. Era obvio que Turner estaba loco por ella, así que nada mejor que una breve liason con joven futbolista italiano de apellido intimidante (Caccialanza) para encender la llamarada de celos turneriana. Contraataque y crucero por el Egeo donde -detalle importante- Turner paga todas las cuentas y termina con años de cómoda indulgencia egocentrista de millones de hombres que no vacilaban en preguntarse ¿qué tiene Hayden que no tenga yo? Bueno, ahora Turner se traduce como US$ 1.500 millones por lo que tiene en su haber lo que casi nadie posee. Y, ya que estamos, Fonda pesa US$ 60 millones a la hora del balance general. Diferencia que a Turner le permite ser el hombre de la casa y todo eso.

    A los dos les gustan los espacios abiertos. Turner compra ranchos en fontana con el mismo entusiasmo con que otros poderosos salen a la captura de Van Goghs. Turner piensa que la obra maestra de Orson Welles es exactamente igual a un episodio de La isla de Gilligan. Siempre en rabiosos colores. Le gusta el baseball, no le preocupa aparecer borracho en sus propias

    inauguraciones y, desde que la conoció a Fonda, bajó varios kilos.

    A Fonda puede gustarle todo esto. O no. Porque Fonda es un camaleón hermoso. Alguien que nunca se equivoca y cuya única falta es no haberse convertido en billonaria durante los ´80. Algo que puede ser fácilmente corregido durante esta década que acaba de comenzar, por ejemplo, con Fun House, el show televisivo de gimnasia para niños que termina de lanzar con bombos y platillos la CNN, por supuesto.

    Ramiro Farragut.