Una de las formas más válidas de entender el porqué de una guerra ,partiendo del supuesto de que una guerra es algo comprensible, recién se presenta con la firma de tratados que delimitan a victoriosos y perdedores. En los primeros tiempos de paz aparecen entonces los primeros libros que reflexionan y ordenan a la incontenible crecida del conflicto, a su perfil de catástrofe y, finalmente, a nóminas de caídos en batalla.
Imposible ordenar de tal modo a la guerra que hoy nos ocupa, porque la guerra no ha terminado y no se trata aquí de algo tan sencillo como el control del crudo. No, el botín de esta refriega tiene nombre de gran tienda y la conducta de los hombres en lucha recuerda bastante a la psicopatía del Conde de Montecristo, a esas obsesiones sólo racionales para sus dueños. Hablamos aquí de la tienda por departamentos Harrods, ese lugar donde el I.R.A. pone bombas cuando realmente desea ser tomado en serio. Porque Harrods es cosa seria y, a esta altura, no tiene nada que ver con el edificio de la calle Florida.
Algo tan inglés como el five o´clock tea y el espectador de la contienda desearía a la hora de elegir cronista de la guerra la inexistencia de la CNN y la inmediata resurrección de Charles Dickens. Porque la batalla de Harrods tiene todos y cada uno de los elementos de la más compleja saga victoriana por entregas: hombres de fortuna sedientos de venganza; apasionadas sesiones en la Cámara de los Comunes, inescrupulosos, mitomaníacos golfos orientales vestidos en lino blanco y hasta un sultán.
Los golfos responden al adecuado nombre de Hermanos Al,Fayed, el business man que los persigue no es otro que el todopoderoso Roland “Tiny” Rowland y los últimos despachos llegados desde el frente de batalla pueden llegar a confundir ,es comprensible, al lego que llegó tarde al teatro de
operaciones.
De ahí que sea de gente sensata ,como en una épica dickensiana, el retroceder un tanto en el tiempo para intentar comprender y domesticar el caos.
Cuento de Navidad
Todo comenzó ,como corresponde en este tipo de literatura, justo antes de la Navidad del ´82.
El lugar es la Place Vendome en París y el primer tramo en la restauración del alguna vez glorioso Hotel Ritz está a punto de ser completado. Su dueño, el egipcio Mohamed Al,Fayed, decidió entonces que era el momento de recapturar a la mayor cantidad de los poderosos que habían frecuentado el hotel antes de la guerra. Había comprado el hotel por nueve millones de libras en marzo del ´79 e invertido otro tanto en su puesta a nuevo. La ocasión pedía a gritos un gesto magnifico que pronto se concretó en el envío de agendas de cuero azul con el monograma del escudo de armas del Ritz en dorado. Se escogieron los nombres más importantes del registro del hotel y de la mismísima agenda
de Mohamed. Y uno de esos nombres era el de Tiny Rowland. Mohamed había conocido al director ejecutivo del todopoderoso grupo Lonrho a mediados de los 70, cuando el egipcio se hizo con un 20% de las acciones de la constructora Costain para cambiarlas por un paquete de papeles de Lonrho que vendería años más tarde.
La agenda fue aceptada con gratitud y, sin que nadie lo supiera, se convirtió en piedra fundamental y primer disparo en la batalla de Harrods. Porque la reunión de estos dos hombres fue el principio de todo.
Mucho antes de que Harrods fuera un objeto codiciado por los Al,Fayed, el alemán de nacimiento Roland Rowland se refería a la tienda por departamentos con las mismas palabras con que se expresa un amante humillado. En 1981 había hecho una oferta a la gente de House of Fraser ,grupo dueño del asunto, que fue descartada prontamente por los observadores de la Comisión de Monopolios argumentando que “un take,over por parte de Lonrho podría significar un deterioro en la eficiencia que había hecho célebre a Fraser”. Rowland, en cambio, prefería pensar que todo era una maniobra para mantener alejado a un extranjero de uno de los símbolos más representativos del
establishment. Tenía razón, claro. Y como repasamos aquí el rumbo de un folletín de alta calidad conviene aclarar que, para que la acción se complique, se dejó una puerta abierta: Si se producían “nuevas circunstancias”, la Comisión
podía llegar a reconsiderar la oferta permitiendo a Rowland la compra de más acciones.
En eso estaban las cosas cuando aparecieron los egipcios de la historia.
Los formidables Al Fayed Boys.
Los hermanos egipcios llevaban una existencia digna de capítulo especial de Vida de ricos y famosos: mansiones de antología en Londres y París, propiedades en Surrey, castillo en Escocia, villa en Gstaad, yates en el sur de Francia y la lista continúa hasta hacerse demasiado larga. Mercedes blindados, helicópteros y un jet Grumman G3 eran los medios utilizados para llegar a tantos lugares.
Y, de acuerdo, puede ser que se mandaran un tanto la parte: el Al nobiliario agregado a su apellido, por ejemplo. Pero era asunto de ellos, detalles nimios que no desmejoraban la brillantez de una reputación intachable.
Reputación que convenció a Rowland a lo largo y ancho de los desayunos con los golfos Al Fayed durante el ´84. La idea era acortar camino en su pasaje & Harrods. Y, al menos durante ese verano, todo parecía indicar que el happy end estaba cercano: la Comisión de Monopolios observaba una vez más los movimientos en House of Fraser y no era improbable que Rowland fuera a escuchar el veredicto largamente esperado. Con su base del 29,9% poco se podía hacer para impedir que alcanzara el control total.
El 28 de junio de ese mismo año, la idea de que los Al Fayed se hicieran con las acciones de Lonrho en House of Fraser se insinuó como posible por primera vez. El problema era que nadie los conocía y ,según Marcus Agius, un brillante y joven banquero en Lazards, el presentarse como contendientes de
consideración en el Harrods Affair los colocaría de lleno bajo el brillante haz de luz de toda una sociedad y, sobre todo, bajo la mirada penetrante de los venerables de House of Fraser.
No pasaron muchos días para que Rowland declarara su firme intención de no vender nada a la vez que cuestionaba los recursos reales de los Al,Fayed. Lo que fue un error de estrategia que le costaría caro. Claro que el hombre de Lonrho no tenía modo de saber que la cuenta de los hermanitos en el Royal Bank of Scotland no paraba de recibir contundentes transferencias desde varios reputados bancos en el exterior.
Es entonces cuando empieza el misterio. Rowland se retira del ruedo cuando transcendidos lo convencen de que su oferta será descartada. La hipótesis general aunque imposible de confirmar es que Rowland esperaba que los Al Fayed hicieran la suya hasta el punto de cerrar el negocio y después tratar directamente con los egipcios, suponiendo que estos no podrían mantener el ritmo del baile a la hora de hacerse con la totalidad de House of Fraser. Sólo quedaba esperar y ofrecer un beneficio sustancial a los hermanos. Lo que se convirtió en el segundo error importante de Rowland. Porque de improvisto, los Al Fayed tenían dinero de sobra para hacer lo que quisieran y como quisieran. El
ser dueños del Ritz parisino había despertado en ellos una necesidad de coleccionistas de objects de prestige para solidificar el prestigio propio y pronto se hizo evidente que Rowland de haber pactado con los golfos sería víctima de uno de los esquinazos mejor armados en toda la historia del Imperio.
La cortesía inglesa obligaba a Rowland, todavía, a definir a los Al Fayed como “buenos amigos”; pero muy pronto, la adjetivación sufrió cambios bruscos. Lonrho se lanzó a comprar papeles de Frascr con furia desesperada. Los precios subieron y mucha gente vendió a precios cósmicos su porción de la
torta mientras subía la reputación de los egipcios en la City y los gentilonrhoístas y xenofo,Rowlandistas de House of Fraser miraban con cariño a los Al Fayed sin por eso descartar una pregunta y una respuesta. La pregunta era ¿quiénes eran realmente? La sospecha era ¿no serán testaferros de Lonrho? El 4 de marzo de 1985 se anunció el precio de House of Fraser 15 millones de libras esterlinas y los banqueros interrogados no paraban de asegurar que el dinero de los Al Fayed era de ellos y nada más que de ellos. Y los Al Fayed contaban, además, con una interesante ventaja psicológica: para esa fecha todo el mundo estaba cansado del tira y afloja entre Rowland y Fraser;
por lo que el aditamento de estos egipcios exquisitos a la trama resultaba invalorable para el gobierno y media saturados por “la más larga telenovela en la historia de las finanzas”, como supo definirla un influyente columnista del Financial Times al día siguiente de que Mohamed Ali y Salah cerraran el trato.
Los no tan formidables Al Fayed Boys.
Un informe oficial de 752 páginas publicado en los primeros días de marzo del ´90 contiene algunas de las más perjudiciales conclusiones jamás achacadas a un hombre de negocios en Gran Bretaña y se tradujo en un escándalo de proporciones en la City y en tumulto dentro del ghetto político. Los diarios pronto se sumaron al festín y pudieron leerse titulares del tipo “los mentirosos Fayed se quedan con Harrods”.
Porque, claro, los Fayed eran unos mentirosos que fueron desenmascarados como todos los mentirosos al pasarse de revoluciones en la construcción de su mentira. El pez por la boca muere.
Sus historias sobre el abuelo Fayed haciéndose rico a partir de plan aciones de algodón en el Nilo y el modo en que ellos la multiplicaron gracias a negocios en la construcción, propiedades y petróleo pronto empezaron a resultar demasiado novelescas.
Los datos aportados por una investigación contaban una historia muy diferente. Su padre había sido un maestro de escuela que vivió en el barrio pobre de Gomrok en Alejandría. Las fechas de nacimiento ofrecidas por los hermanos no eran las correctas y, de improviso, todo hacía pensar que el trío en cuestión no era más que una pantalla para esconder los capitales del Sultán de Brunei, con quien tenían conexiones desde tiempo atrás.
Pero ya era demasiado tarde. Al día siguiente de la publicación de un profile en the Sunday Times que los presentaba como irreprochables anglófilos, los Al Fayed salieron de compras. Para la hora del almuerzo sus participaciones en House of Fraser habían subido del 29,9% al 37,4% y para el final de la jornada financiera volvieron a casa con más de un 50% a su nombre. Y así fue como tres egipcios se adueñaron de Harrods.
La pregunta del millón de dólares es si los egipcios habrían conseguido Harrods de no haber mentido sobre su pasado. La respuesta es compleja pero no tanto: casi seguro que sí. En la Inglaterra de Thatcher la historia de tres humildes que llegan a millonarios hubiera contado con la aprobación inmediata del poder. Como siempre ocurre sus biografías alternativas eran, más que nada, una necesidad personal más que una estrategia pública. Las mentiras se fueron apilando sobre las mentiras y cometieron una falta imperdonable: como el mundo las consideró verdades, ellos también terminaron creyéndoselas. La cuestión acerca de dónde viene el dinero es un tema mucho más delicado. El Sultán de Brunei niega todo pero existe una posibilidad aún más apasionante que un vulgar trabajo de testaferría: es posible que los Al Fayed hayan estado utilizando fondos del Sultán a modo de préstamo sin informarle de sus maniobras.
Las voces educadas de la City no paraban de preguntarse: ¿pueden quedárselo?, ¿serán castigadas sus mentiras?, ¿le importa todo esto a alguien realmente? El Secretario de Comercio Nicholas Ridley pronunció palabras dignas de Poncio Pilatos: “cualquiera que lea el informe es libre de decidir por sí
mismo el modo con que tratará a los involucrados. Esto es Inglaterra, amigos, y el ostracismo puede ser considerado castigo similar a la pena capital. Legalmente, su derecho de propietarios era imposible de ser revocado. Especialmente después de que la Oficina de Fraudes Serios no presentó
cargos contra los mitómanos en noviembre de 1988. Lo que dejaba el escenario en perfectas condiciones para que reapareciera una vengativa figura protagónica: el inefable Tiny Rowland.
La historia interminable
Si los espectadores de La batalla de Harrods ya estaban saturados del tema a la altura de 1984 siendo los primeros meses del ´91, la vendetta de Rowland puede llegar a dejarlos en estado de coma irreversible.
La publicación de un informe de 94 páginas impulsado por Tiny concluye que “la posición financiera de los Al Fayed es crítica y posiblemente terminal a partir de una deuda de 1.200 millones de libras” y se erige en la última jugada de una de las batallas corporativas más largas de las que se tenga memoria. Reveladores detalles cómo que los Al Fayed sólo cuentan con US$ 30.000.000 propios y que utilizaron US$ 600.000.000 del capo de Brunei para consolidar su supremacía en House of Fraser abundan y llenan las páginas hasta terminar exigiendo la remoción de la licencia del exclusivo Harrods Bank. Por ley, el Bank of England tiene poderes para revocar la autorización a un banco si se
prueba que los accionistas que lo controlan no son “limpios y justos” o han cometido faltas contra el artículo 1987 al brindar información falsa o poco clara.
La demanda de Rowland contra House of Fraser era movida cantada. Movida que devino en imprevistas consecuencias. House of Fraser emitió comunicado asegurando que los Al Fayed habían adquirido la propiedad “honesta y limpiamente” y, no sin ironía, deseaba lo mejor para la gente de Lonrho que, sin darse cuenta, estaba perdiendo su dinero en una suerte de guerra santa promovida por el fanático Tiny.
Aseguraban que el dueño de la idea fija ya lleva malgastados veinte millones de libras en su campaña contra el Gran Satán Al Fayed, cifra que ascenderá al doble. Lonrho, por su parte, retrucó que lleva adelante estas acciones “en beneficio de la ciudadanía toda” por encima de que se le devuelva lo que
considera es suyo por derecho propio.
Las posibilidades de que la demanda llegue a juicio son más bien etéreas. Según Ridley, “apenas 4% de estos asuntos llegan a los tribunales”.
La oficialidad ,cansada de esta suerte de pelea de golfos en pub el viernes por la noche, y el gobernador del Bank of England llegaron, incluso, a desafiar al comité de la Casa de los Comunes al negarse a contestar si se había tomado ya alguna medida contra el Harrods Bank. Se invocó una cláusula donde se determina la confidencialidad de ciertos temas en cuanto a bancos y se pasó a otra cosa entre silbidos y abucheos. Por lo que se deduce que, sí, el proceso a los Al Fayed ha comenzado pero que estos se han acogido a la posibilidad que se desarrolle en el más sumario de los secretos.
Mientras tanto, continúan descorchando botellas con el membrete del Ritz. Por su parte, Tiny hace crecer informes y carpetas y legajos esperando dominar al monstruo que él mismo ayudó a construir.
Humildes espectadores, no podemos dejar de preguntamos cómo irá a terminar todo esto.
Porque tiene que terminar. Sólo así,salvando apenas la ausencia de Charles Dickens,se podrá filmar la miniserie de doscientos episodios.