Una larga búsqueda del equilibrio macro

    ESCENARIO GLOBAL |


    “Solo los modelos diversificados son estables, pero esto debe ser definido con mayor amplitud”, sostiene Richard Shedic, de Booz & Co. La crisis sistémica “no se agotará en 2011 y sus efectos finales quizá tampoco se agoten en 2012”.
    Sin duda, se torna más fácil percibir quiebres puestos al descubierto por tormentas en economías locales. En particular, las no lo bastante diversificadas. Ello sorprende a las dirigencias en el sector privado. Después de todo, “diversificación” suele referirse solo a actividades en un país específico. Por ende, la diversificación insuficiente tiende a centrarse en economías cuyas bases industriales se apoyan en rubros primarios. Tal sucede en Latinoamérica, África o Levante.
    No obstante, economías en apariencia extremadamente diversificadas –por ejemplo, Estados Unidos, Alemania o Japón– pueden ser vulnerables a acontecimientos inesperados. Al respecto, es posible imaginar que cada país integra un continuum, en uno de cuyos extremos un puñado de empresas produce una limitada cantidad de bienes primarios con destino a pocos clientes externos. Aunque ese país pudiese correr severos riesgos exógenos, sus parámetros son fáciles de seguir.
    En la otra punta aparecen economías plenamente diversificadas en comercio exterior, industria, inversiones, ingresos, fuerza laboral y tecnología. Estos países han diversificado activos al punto de que aun el colapso en un área entera no lograría dañar en alto grado el contexto general.
    Ambos extremos se hallan cubiertos de peligros internacionales. Los que sí están expuestos son los países en medio del continuum, o sea todas las economías del mundo al presente, afirma el trabajo de Booz & Co.
    En la actualidad, subrayan Najjar y Shedic, “existen pocos datos estadísticos que prueben la correlación entre falta de diversificación e inestabilidad económica. Pero la crisis occidental de 2007/09 y sus nuevas secuelas (nueva recesión, endeudamiento soberano, déficit astronómico) aportan evidencias incidentales, en cuanto que un país puede hallarse sobreconcentrado de varias maneras. Por ejemplo, depender en exceso del consumo masivo, la exportación, las empresas chicas o grandes y la inversión externa directa (IED).
    Aun durante fases expansivas, estas economías quedan sujetas a vaivenes estacionales y caprichos del consumidor. En lapsos contractivos, cuando los ingresos del público se achican, resulta inevitable que su confianza decline con efectos devastadores. Un caso ilustrativo es que la economía de EE.UU. siga sumida en el desempleo y haya escasa confianza en la gente.

    Peso de las exportaciones
    Esos frenos han causado un problema inverso, pero no menos inquietante, en China, Rusia o Alemania. Son todos países cuyos superávits comerciales –por tanto, también sus PBI– se hallan en buena medida atados a las exportaciones. En China, por ejemplo, 37% del PBI deriva de la actividad exportadora, en general a EE.UU..
    Cuando esta economía se contrajo en 2009 y el público compraba menos, China se vio afectada y el Gobierno debió gastar considerables sumas estimulando la demanda interna.
    La cuestión exportadora también pesa notablemente en Alemania, la mayor economía de la Unión Europea. En la etapa 2008 de la crisis, 47% del PBI dependía de exportaciones, por lo cual la reapreciación del euro hizo caer los precios de bienes locales y las ventas externas. Si bien el sector logró recobrarse hasta cierto punto en 2009/10, diversificándose en mercados emergentes. Alemania tiende ahora a depender más de China.
    También existen países con desmedidas proporciones de actividad ligadas a unas pocas organizaciones grandes. Este defecto lo demostraron los bancos que casi llevan al colapso la economía estadounidense en 2007/ 08. Hacia 1995, los cinco mayores controlaban apenas 11% de los depósitos totales en el sistema, proporción que había saltado a 40% en 2010. El argumento, a medida de eventuales rescates a costa de los contribuyentes, de que esas entidades eran demasiado grandes para dejarlas, ocultaba otra realidad: “el sistema regulatorio en vigencia –puntualizan los consultores– los convirtió en serios quebrantos para el estado”. En realidad, se precisaron casi dos billones de dólares (millones de millones) para esos salvamentos.

    ¿Existe o no sucesor para el capitalismo?

    La pregunta viene formulándose desde la crisis sistémica (2007/09) por el difunto Christopher Hitchens hasta la actualidad. Joseph Stiglitz y Paul Krugman (Nobel 2001, 2008) la replantearon hace poco. Ahora, la retoma Kenneth Rogoff desde Harvard.
    Ninguno de ellos tiene respuestas positivas. En sí, el interrogante es curioso, pues presupone la existencia de sustitutos viables para un sistema que viene funcionando desde fines del siglo 17. “La verdad –opina el docente– es que, por el momento, las únicas opciones serias al modelo anglosajón son otras formas de capitalismo”. El renano, por ejemplo.
    Pero esta alternativa, también llamada “modelo europeo continental”, “no es sostenible” afirma este ex analista del Fondo Monetario Internacional. Sucede que “mezcla generosos gastos sociales, jubilación temprana y redistribución de ingresos más equitativa”.
    Sin duda, el esquema resulta “imposible” para la mentalidad de la tecnocracia fondista. En tercer lugar, aparece el “capitalismo darviniano” chino. Su puntal son empresas exportadoras que actúan en un contexto de dura competencia, escasa seguridad social y papel hegemónico del Estado”. Algunos prefieren llamar a este modelo “maltusiano”. Pero Rogoff tiene una objeción: “el sistema chino cambia constantemente”. A su criterio, se ignora hasta qué punto se transformarán las estructuras políticas, economías y financieras del gigante (ya es el segundo producto bruto interno). Varios expertos estiman que, en última instancia, Beijing marcha hacia una forma distinta de capitalismo. “En verdad –presume el numen de Harvard–, la clave reside en que todos los esquemas capitalistas son temporales e intercambiables”.

    Consecuencia de la desregulación

    Especulación financiera,¿el fin de la democracia?

    “Al cumplirse el cuarto año de la crisis sistémica occidental, se torna más claro que el pacto político y económico de la posguerra se halla en plena licuación. Ya no cabe preguntarse cuándo la sociedad de estados nacionales volverá a la normalidad. Eso ya no sucederá”. Tampoco puede determinarse cuándo terminará la crisis que ahora golpea a la Eurozona.

    Probablemente, esté destinada a durar decenios y le cambie la vida a la mayor parte de la población de modo más radical que el fin de la Guerra Fría o los atentados acaecidos en septiembre de 2001.
    Adam Haslett ofrece una lectura anticonvencional de un viejo problema, el estado nación, y su lucha secular contra los mercados especulativos. Lo hace en Union Atlantic, libro publicado semanas atrás y todavía sin traducción castellana.
    En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, todo se inició con una ola de prosperidad, que empezó a agotarse en los 60 años posteriores a 1971 (fin del patrón oro). Como señalaba Wolfgang Streeck (director gerente del instituto Max Planck), “la desaceleración del crecimiento ha sumido al sistema capitalista de cuño anglosajón en una serie de crisis. Entre ellas, la inflación sistémica, y su efecto principal, el desempleo estructural”.
    Haslett coincide y va más allá. “Hacia fines de la década –afirma–, se habrá superado la inflación de los setenta y los Gobiernos continuarán imprimiendo moneda para estimular el consumo y sofrenar la desocupación. Pero, entonces, esa misma inflación habrá estrangulado las inversiones, lo cual fomentará más desempleo”.
    Durante las décadas 1981/90, 1991/2000 y 2001/10, las potencias centrales fueron desregulando el negocio financiero, es decir la clave de la especulación. En particular, Washington, y su satélite Londres, han dado carta blanca a bancos privados, bancas de inversión y fondos de cobertura (derivados) para crear complejos instrumentos de gestión.
    En síntesis, “los propios Gobiernos han dejado de ser soberanos y permiten que el sistema financiero privado endeude cada año más a los contribuyentes. Irónicamente, estos acabarán descubriendo una triste realidad: la democracia habrá quedado como rehén del negocio financiero privado.

    El ritmo de convergencia

    Países emergentes, la esperanza del futuro

    Entre 2007 y 2012, el Producto Bruto Interno de China crecerá cerca de 60%. En conjunto, las economías emergentes de Asia oriental y meridional (AO/M) se habrán expandido en alrededor de 50%. En tanto, los países “centrales” no pasarán de un modesto 3%.

    Así señalan el economista Martin Wolf y, con algo más de cautela, el consultor Nouriel Roubini. En un hondo proceso de transformación, sorprende en el crecimiento de ingresos entre incumbentes y recién venidos. Más aún: la tendencia ha persistido pese al decreciente impulso mostrado por los países prósperos. Por cierto, cimbronazos como el de 2008/09 afectan las tasas de expansión en el bloque emergente; pero esos efectos son efímeros. Sin duda, lo mismo sucederá si la Eurozona implosiona.
    Examinando en detalle –observa Wolf– el crecimiento del grupo en desarrollo, se ve que el segmento AO/M es el más dinámico y el menos perjudicado por aquella crisis sistémica. Entre tanto, Latinoamérica y Europa oriental son menos dinámicas y más sujetas a golpes exógenos.
    Entonces ¿cómo sigue la película?, se pregunta Roubini. A criterio del Instituto de Finanzas Internacionales, un “think tank” de bancos privados, “la clave de 2012 es si los tramos del sistema económico y financiero que han aguantado (mercados emergentes, empresas no financieras) son lo bastante sólidos para amortiguar los efectos potenciales de altos riesgos crediticios en economías maduras.
    Tocante a países centrales –apunta Wolf–, en general las proyecciones de este año vienen tornándose más sombrías desde mediados de 2011. Entre los emergentes, China sigue estimando una expansión de 8,3% para el PBI. También para el año en curso, India espera 7,5%, cifras que bajan en Brasil y Europa centroriental (acá por influjo de la eurocrisis).
    Respecto de las principales economías emergentes, los riesgos contingentes tal vez no sean relevantes, dado que sus desempeños denotan expectativas firmes. Ambos expertos no trepidan en estimar para 2012 tasas de 10% (China) y 9 % (India). En cuanto a Europa centroriental, dejando a un lado el delirio húngaro, solo una reacción en la Eurozona cambiaría las cosas radicalmente.
    Más significativa –cree Wolf– es la posibilidad de sorpresas negativas, particularmente en China, una fuerza clave para el resto del bloque emergente, sobre todo para los exportadores de productos primarios. Este tema se ha politizado estos días: Estados Unidos busca convertir el Pacífico en un “lago norteamericano”. Semejante enroque parece llegar tarde, pues se han adelantado China y Japón. Australia, Perú o Chile no parecen actores lo bastante grandes para inclinar el fiel de la balanza.
    En varios casos, por otro lado, ciertos mercados son apenas casinos. Restan, claro, las economías emergentes mayores, con sus propias vulnerabilidades, derivadas del crecimiento mismo. Por ejemplo, el desarrollo hace a una sociedad más móvil, exigente, educada e informada. También cambia los patrones de demanda, aspiraciones y, ende, presiona sobre los Gobiernos y las dirigencias.