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Insumos básicos baratos fueron sostenes del crecimiento económico durante gran parte del siglo anterior. Pero ahora las cosas están cambiando. Así sostienen Richard Dobba, Jeremy Oppenheim y Fraser Thompson, expertos en productividades y sustentabilidad del McKinsey Global Institute.
Además, la volatilidad alcanza hoy día una amplitud superior a todo parámetro desde el auge petrolero de los años 70. En buena medida, porque los precios de materias primas tienden a marchar estrechamente unidos. El análisis sugiere que esos niveles continuarán altos y volátiles por lo menos los 20 años venideros si las tendencias actuales se mantienen y no se desatan choques macroeconómicos. Por cierto, no debe olvidarse que los mercados primarios oscilan en respuesta a la creciente demanda mundial y la oferta inelástica.
La demanda de energía, combustibles, alimentos, metales y agua potable inexorablemente sube a medida que 3.000 millones de consumidores probables se sumen a la nueva clase media. Este proceso emergerá en unos 20 años. La flota global de automóviles casi se doblará a 1.700 millones de unidades hacia 2030. En India, se espera que la ingesta de calorías por habitante aumente 20% en ese mismo lapso. A su vez, las necesidades de vivienda en China podrían agregar anualmente infraestructura equivalente a 2,5 veces toda Chicago. En tanto, India añadirá “solo” una Chicago. En el plano alimentario, China elevará su consumo de carnes rojas 60%, esto es a 80 kilos per cápita.
Tan impresionante expansión en la demanda de productos básicos en realidad no es inusitada. Factores similares operaban durante el siglo 20 mientras la población mundial se triplicaba y las exigencias sobre diversos recursos saltaban entre 600 y 2.000%.
Si la oferta hubiese permanecido constante, los precios de esos productos se habrían ido a las nubes. Pero espectaculares progresos en exploración, extracción, cultivos y otras áreas mantuvieron la oferta por delante de la demanda. Ello redujo a casi la mitad los valores reales de materias primas e insumos claves. Por ende, la capacidad de acceder a recursos paulatinamente más baratos en moneda constante.
Tres diferencias
Esa aptitud de alcanzar recursos progresivamente más baratos explica que la economía se haya multiplicado 20 veces durante el siglo pasado. Hoy, empero, existen tres diferencias, señala el equipo del MGI.
Primera, hay conciencia de los malos efectos de emisiones contaminantes asociadas al empleo abusivo del dióxido de carbono, por ejemplo. Sin acciones de calibre, su proporción quedará arriba de los niveles requeridos para mantener las emisiones bajo los dos grados centígrados.
En segundo lugar, se torna cada vez más difícil expandir la oferta de productos primarios, especialmente en el corto plazo. Aun sin escasez absoluta de recursos –su riesgo percibido suele estimular eficiencia o innovación–, el mundo se halla en un punto donde la oferta es cada vez menos elástica. Los costos marginales a largo plazo van en aumento para muchos rubros, mientras se aceleran las tasas de agostamiento y nuevas inversiones se hacen en locaciones más complejas o menos productivas.
Finalmente, los nexos entre recursos se tornan cada vez más relevantes. Considérese, por ejemplo, los potenciales efectos de la escasez hídrica, en tiempos cuando aproximadamente 70% de toda el agua se consume en agricultura y 12% en generación energética.
En Uganda, el déficit hídrico ha provocado un peligroso ascenso de precios energéticos. Eso llevó a usar madera como combustible, fomentó la deforestación y la degradación de suelos en desmedro de la oferta alimentaria tanto humana cuanto animal.
Los precios altos para productos primarios son una manera de generar equilibrios entre oferta y demanda. Pero no son instrumentos deseables para la mayoría de los funcionarios públicos ni dirigentes empresarios. Como se sabe, los precios exagerados pueden presionar sobre las utilidades y trabar el crecimiento. Otro esquema consiste en extraer más “productividad” de los recursos naturales. Por ejemplo, mejorando tasas de recuperación minera.