ANÁLISIS | Perspectiva
Algunos ven signos de decadencia y estiman que otra moneda, el renminbi chino, podría desalojar al dólar de su privilegiada situación dentro de una década, como mínimo. Tal vez dos.
Naturalmente que no se adquiere esa posición por casualidad. El firme ascenso –y permanencia– del dólar como moneda de referencia se fundamentó en la inigualable capacidad económica, militar y tecnológica estadounidense.
No todos son beneficios para los estadounidenses. Una posición tan privilegiada conlleva obligaciones. Por ejemplo, la certeza de que este país nunca dejará de pagar su deuda. Gracias a esa convicción, bien instalada en el mundo, Washington puede imprimir todo el papel moneda que necesite y por lo tanto, no incurrirá nunca en default.
El costado negativo es que un país que controla la moneda internacional, si bien corre menos riesgo cuando pide prestado, puede subestimar el poder de las gigantescas burbujas financieras y descubrir su capacidad letal demasiado tarde.
Para la inmensa mayoría de los países, un déficit de 3% del Producto Bruto Interno o un déficit de cuenta corriente de 5% son elementos suficientes para sumergirlos en una seria crisis financiera. Estados Unidos hace una década que exhibe esos indicadores e incluso ha logrado momentos de expansión económica. Naturalmente se instala un exagerado sentido de confianza y una visión de crecimiento ilimitado.
Las consecuencias están a la vista. Es una economía sobre apalancada y plagada de deudas. En 2008 por la crisis financiera global, y ahora por su continuación después estatizar la colosal deuda privada.
Queda en claro que no hay mejor sujeto de crédito en todo el mundo que Estados Unidos. Pero todo tiene sus límites. Hay un deterioro de la competitividad industrial, aumentan los déficit comerciales externos y sigue alto el desempleo.
Y un mundo global tiene desafíos inéditos. La verdadera globalidad hasta ahora es la financiera, lo que convierte en titánica la tarea de los políticos que para no contrariar a los mercados financieros, se indisponen con sus electorados.
Las cifras dan miedo. El mercado cambiario global es ocho veces más grande hoy que lo que era hace 20 años. Las transacciones diarias en monedas extranjeras son hoy 220% más grandes que en 2001, y 65% del total de operaciones es transfronterizo (54% en 1998).
La inversión extranjera directa creció seis veces desde 1990. Los créditos internacionales se multiplicaron dos veces y media desde 2000. Se ha cuadruplicado el número de empresas extranjeras que cotizan sus acciones en la Bolsa de Nueva York.
En cambio, el comercio internacional no es global, es todavía regional. En el sudeste asiático, 65% del comercio es intrarregional, y 58% en la Unión Europea.
Hegemonía en peligro
No importa que la economía de Estados Unidos sea 25% de la economía global y que China sea hoy nada más que 6%. Tampoco importa que el único refugio seguro para los ahorristas de todo el mundo sean los bonos del Tesoro estadounidense. En algún momento, el dólar dejará de ser la divisa internacional y el yuan espera ese día.
Una comisión independiente organizada por el Congreso estadounidense supone que el renminbi o yuan, la moneda china, puede amenazar la posición privilegiada del dólar como divisa de reserva global, en apenas una década.
En su informe anual, esta comisión sostiene que los esfuerzos de Beijing por diseminar el uso de su moneda en todo el mundo está teniendo excelentes resultados. Razón por la cual no dudan de que en 10 años la nueva divisa plantee un claro desafío a la hegemonía del dólar.
La comisión, presidida por William Reinsch, titular además del National Foreign Trade Council, una organización del sector privado, argumenta que las autoridades chinas avanzan en esta dirección vía acuerdos bilaterales con empresas extranjeras y con grandes centros financieros.
En los últimos años, se han relajado los antiguos controles para el uso del renminbi en transacciones internacionales, utilizando la base de Hong Kong como plataforma de pruebas.
Según la visión estadounidense, todavía existen considerables controles que regulan los ingresos y salidas de capitales, junto a una masiva intervención oficial en los mercados cambiarios para impedir la apreciación del renminbi.
La visión del inversor local
El escenario actual no refleja la incertidumbre de mediano plazo que hay, en todo el mundo, sobre EE.UU., lo cual abriría un interrogante sobre el dólar como reserva de valor, más allá del incremento coyuntural de su demanda por la falta de sustituto..
A pesar del recientísimo cambio del contexto económico local luego del control de cambios adoptado, sigue siendo válida la pregunta: ¿Es el dólar una buena divisa de refugio?
Obviamente la historia económica argentina indica que la adopción de medidas de este tipo invita a pensar lo peor, con lo cual desde el punto de vista del inversor argentino salirse del peso es la decisión más racional. Pero no es obvio (sacando el corto plazo donde no parecería haber un sustituto inmediato) que la mejor alternativa sea el dólar. El problema es que tal vez le estemos dando una perspectiva muy de corto plazo a la respuesta. De algún modo, lo que vaya a pasar con las diferentes monedas importantes en los próximos dos o tres meses –por no decir dos a tres años– es una verdadera lotería.
En síntesis, el control de cambios ha vuelto de alguna manera. La disonancia entre la medida y la real situación económica como mínimo ha incrementado la incertidumbre de la economía argentina para 2012.
Lógicamente (y respondiendo a factores culturales asociados al bimonetarismo) los ahorristas, como pueden, están intentando volcarse al dólar.
Importa plantear entonces si el dólar es una buena divisa de refugio. El ensayo siguiente ilustra el punto: el dólar es el mejor refugio que conoce y prefiere el ahorrista o inversor local.
A pesar del menor dinamismo económico de EE.UU.
Sin duda, el dólar sigue siendo el mejor refugio
Es una divisa que, desde que EE.UU. es superpotencia (a partir de la Segunda Guerra Mundial), suele ser demandada como refugio por los inversores cuando aumenta la volatilidad financiera. Lo que hacía relativamente sencillo las predicciones. Ya no es tan fácil, pero aun así es posible proyectar cierta tendencia de mediano plazo.
Por Federico Tomasevich (*)
Federico Tomasevich
Desde comienzos de 2002, luego de la burbuja de las compañías puntocom, el dólar se ha ido depreciando frente a las principales divisas del mundo, al tiempo que se incrementaron los desbalances globales.
Así, los déficits fiscales y de cuenta corriente de EE.UU. y de los llamados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) fueron financiados por países superavitarios como China, Alemania y los países exportadores de petróleo.
Frente a las bajas tasas de interés de EE.UU., este excedente de ahorros en busca de rendimiento provocó que (en un ambiente de amplia desregulación financiera) se incrementara la oferta de instrumentos derivados, y de activos respaldados por hipotecas, aumentando significativamente el crédito hipotecario, hasta que se puso en duda la capacidad de pago de los individuos que recibían estos préstamos y estalló una nueva burbuja en septiembre de 2008.
Entonces el dólar repuntó (demandado por los inversores que lo buscaron como refugio) hasta marzo de 2009, cuando se inició la primera ronda de estímulo monetario en EE.UU., que lo volvería a depreciar.
Este fenómeno de vuelo a la calidad hacia el dólar se vivió reiteradas veces durante los últimos dos años debido primero al colapso de Lehman Brothers, y luego a los vaivenes de la crisis de deuda de los PIIGS. Por esto, los inversores de todo el mundo sufren de “efectos post-traumáticos” en esta crisis de confianza en los líderes políticos europeos, sumado a la complicación de una desaceleración de la economía mundial.
El mundo podría crecer en 2012 a la mitad del ritmo que venía haciéndolo en 2010 (de 4,0% a 2,0% anual).
Más allá de los recientes avances hacia una respuesta exhaustiva a la crisis europea, la implementación de estas medidas no está exenta de riesgos, y debido a la magnitud del problema, es inevitable que vuelva surgir la desconfianza de los inversores en las decisiones políticas a medida que se intenta avanzar en una solución definitiva.
De este modo, se espera que el dólar continúe apreciándose por estos factores coyunturales durante 2012. No obstante, más hacia adelante, 2013-2015, en un contexto de muy lenta corrección de los desbalances globales, el dólar podría mantenerse estable, afectado también por el bajo crecimiento de su economía.
Es que la política monetaria de la Reserva Federal tiene cada vez menos efecto y la política fiscal del Congreso de EE.UU. estará más trabada por el constante disenso político entre republicanos y demócratas para reducir la deuda hasta niveles sostenibles.
En un mundo cada vez más multipolar y ante la debilidad de EE.UU. y Europa, suelen alzarse las voces de los países emergentes, cuestionando el lugar del dólar como moneda dominante.
Tal como en algún momento se lo cuestionó durante la década de 1960 cuando a EE.UU. se le agotaban las reservas de oro, durante los años 80 ante el surgimiento de Japón, y más tarde a partir de 1999 con la introducción del euro. Sin embargo, ante la falta de sustitutos, siendo que el mercado chino aún no es lo suficientemente líquido, el oro es demasiado volátil, y los proyectos de creación de una moneda global respaldada por emisión de derechos especiales de giro del FMI son difíciles de implementar, la mayoría de los inversores globales decide seguir atesorando dólares, siendo este el factor que podría mantener estable a la divisa estadounidense.
Por su parte, en la Argentina, más allá de los factores externos, la inestabilidad política interna entre 1945 y 1983 provocó que la gente adopte culturalmente al dólar como moneda de ahorro. Según el Departamento del Tesoro de EE.UU., cada argentino tenía en 2006 US$ 1.300 en billetes, la proporción más alta del mundo (en total: US$ 50.000 millones en billetes).
Desde fines de 2008, se intensificó el proceso de dolarización y renació la fuga de capitales (inexistente durante el ciclo económico expansivo 2003-2008). Con la recuperación en 2010, la salida de capitales mermó, pero luego en 2011, a pesar de que el país muestra buen ritmo de actividad (cercano a 7% anual según algunos economistas) y posee uno de los menores endeudamientos del mundo (15% sobre el PBI, luego de descontar la deuda intra sector público), recrudeció la fuga (US$ 23.300 millones en lo que va del año, según algunos economistas), en parte por factores culturales arraigados en la población.
Recientemente, para evitar la aceleración de la fuga, el Banco Central empezó a convalidar un aumento de las tasas de interés (la tasa Badlar llegó a superar 20% anual). Esto, sumado a cierta incertidumbre en el panorama internacional, podría mantener alto el riesgo país.
No obstante, los canales directos del impacto en la Argentina de un panorama internacional más adverso, sería a través de:
1) una menor demanda de productos argentinos si se produce una desaceleración en la economía de nuestros principales socios comerciales (caso de Brasil);
2) menores precios de la soja, que llegó a caer desde US$ 532 la tonelada a fines de agosto hasta US$ 422 la tonelada actualmente; y
3) una devaluación del real brasileño, que ya acumula una depreciación de –17% frente al dólar desde fines de julio (hasta 1,81 reales por dólar), perjudicando la competitividad de nuestro tipo de cambio.
En este contexto y teniendo en cuenta el atractivo “psicológico” de los inversores argentinos por el dólar, encontramos valor en las altas rentas en dólares. Por ejemplo, los bonos soberanos de mediano plazo en dólares, como el Boden 2015 y el Bonar 2017 que actualmente presentan rendimientos de 8,9% y 10,8% anual, respectivamente.
El amplio triunfo del oficialismo en las recientes elecciones garantizaría cierta estabilidad política y continuidad de la buena voluntad de pago de la deuda. Si bien en 2012 se estima un déficit fiscal de entre –1,3% y –1,5%, y un agotamiento del superávit de cuenta corriente, el Gobierno aún cuenta con recursos extraordinarios para enfrentar con comodidad las necesidades de financiamiento del próximo año.
Por otro lado, los bonos provinciales en dólares, garantizados por regalías petroleras y gasíferas, ofrecen elevados cupones trimestrales y representan un muy buen refugio en momentos de alta volatilidad. Por ejemplo, el bono de Salta 2012 es una alternativa de corto plazo y en dólares (regidas por ley de Nueva York) que ofrece un rendimiento de 5,7% anual y el de Chubut 2020 que, si bien tiene un vencimiento más largo, ofrece una rendimiento de 9,1% anual en dólares. Para aquellos inversores que deseen mayor rendimiento, vemos valor en los títulos de la Provincia de Buenos Aires (PBA) con vencimiento en 2015 y de la Ciudad de Buenos Aires con vencimiento en 2015, con rendimientos de 11,5% anual y 10,9% anual en dólares, respectivamente.
(*) Federico Tomasevich es presidente y CEO de Puente.