Ni los emergentes están seguros

    ANÁLISIS | Escenario global

    La crisis europea y la absurda pelea por el aumento del techo en Estados Unidos (de US$ 14,3 a 16,4 billones –millones de millones–) generan desconfianza en los títulos del ex Primer Mundo. Por ende, quienes gobiernan los países emergentes –y los inversores occidentales– deberán replantear tácticas y estrategias.
    Las fuerzas detrás de ese desmedido volumen de reservas son, en primera instancia, las políticas cambiarias mercantilistas, tendientes a que las exportaciones sean súper competitivas. En segundo término, aparecen las precauciones contra flujos volátiles de capital, como los que precipitaron la crisis de 1997/ 98 en Asia oriental y sudoriental, luego contagiada a Rusia, Turquía, Brasil, la Argentina, etc. Un tercer motivo reside en atenuar fluctuaciones económicas locales. Dado que el valor real de las reservas emergentes ha sido deteriorado también por la contracción del dólar o el euro, aumentan las urgencias por reasegurarse.
    Como resultado, se produjo una extraordinaria reversión de papeles, en el contexto financiero, entre las economías centrales y las emergentes. El Fondo Monetario Internacional estima que, hacia 2016, el segundo bloque representará apenas 14% del endeudamiento mundial, contra 17% en 2007. Por el contrario, el bloque de los cuatro máximos emisores de deuda (Estados Unidos, Japón, la Eurozona y, lejos, Gran Bretaña) representan 81% de la total. El monto quizás alcance a 92% en 2016.
    Por consiguiente, las economías en desarrollo han reducido considerablemente la vulnerabilidad a crisis o guerras cambiarias. Pero, a criterio de ortodoxos como Eswar Prasad (Universidad Cornell), la acumulación de reservas es potencialmente . A su juicio, “obra una notable paradoja en las finanzas internacionales: el deseo de los emergentes, reasegurarse ante riesgos mundiales, eleva ese mismo factor transfiriéndolo del debe al haber”.
    Prasad no cree mucho en la idea de que el flujo de capital público desde economías emergentes signifique la búsqueda de activos seguros. “Si se examina la trayectoria de la deuda en economías avanzadas es impresionante. En cifras redondas. El pasivo total de las economías centrales ha crecido de US$ 18 billones en 2007 a 30 billones este año. Hacia 2016, puede ascender a 41 billones, vale decir 80% del producto bruto conjunto”.

    La mitad, en manos extranjeras
    Basta contrastar esos números con la escala correspondientes a los emergentes: US$ 4, 5 y 7 billones. En el caso de EE.UU., casi la mitad de la deuda federal se halla en manos extranjeras. “Eso señala que acumular reservas es un riesgo moral, pues alienta a las economías centrales a financiar con deuda exógena la demanda interna. Esto es, el gasto de la población. Al mismo tiempo, el alza de sus niveles se asocia a menor productividad en el sector privado.
    Lo anterior incluye también la saturación de sus inversiones. Sumando el desapalancamiento imperante, en los países desarrollados, entre la demanda del público y el sector financiero, se sospecha que las monedas emergentes se reapreciarán en el largo plazo. La pérdida consiguiente de reservas públicas –sostiene el analista indio– “llevará a una amplia transferencia de riqueza de países pobres a países ricos. En una extrema paradoja, las reservas se depreciarán en caso de una crisis financiera internacional”.
    Surge aquí una pregunta interesante: ¿por qué todos ven los bonos estadounidenses, alemanes o japoneses como refugios seguros? Plender afirma, por el contrario, que “no son para nada seguros. Por ejemplo, ofrecen liquidez pero con riesgos en alza. Entonces ¿debieran los inversores admitir que los puertos realmente al abrigo están en el mundo emergente?”.
    En verdad, muchos creen que los mercados emergentes serían más apropiados como canales de recursos a colocar en esas economías, no en títulos de las centrales. No obstante, Prasad argumenta que “esas precauciones surtirían mayor efecto si adoptan la forma de un seguro global contra crisis sistémicas, no inyectando liquidez creciente en deuda de países centrales. Por otra parte, los inversores mundiales deben reconocer que la capacidad de los mercados emergentes como refugios queda limitada a menudo por pobres estructuras institucionales y escaso desarrollo”.

    La crisis del euro

    Lo peor está aún por venir

    Para la mayoría de los observadores económicos, el aspecto más inquietante de la Eurozona, a principios de septiembre, era que casi todo dependiese de una recuperación económica moderadamente fuerte. Pero en verdad, el programa griego tiene problemas desde que Bruselas lo aprobó, semanas atrás.

    Entretanto, todos los pronósticos eran erróneos, el país está en recesión y la dinámica de endeudamiento se ha salido de control, según su nueva autoridad fiscal. En Italia, el Banco Central se manifestó preocupado por los inevitables efectos contractivos de su propio plan de austeridad. Como en otros casos, las recetas del BCE, el Fondo Monetario Internacional y el Eurogrupo resultan contraproducentes.
    La estrategia recapitalizadora, para llamarla de algún modo, está entrando en colapso bajo el peso de una depresión. Justamente, a fin de agosto estalló una fogosa disputa entre el FMI (Christine Lagarde) y Gobiernos de la Eurozona. Se centraba en hasta dónde varios bancos debían ser recapitalizados. La cifra sería bastante más alta que la estimada por el Fondo, si la economía física en efecto tornaba a la recesión.
    El fenómeno comenzó a mediados del tercer trimestre y, desde entonces, parece ganar impulso. Los préstamos bancarios al sector privado han estado cayendo durante casi cuatro meses. “La oferta monetaria medida en M-2 se halla bastante por debajo de los niveles referenciales y una conocida encuesta entre gerentes de compras (Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, etc.) revelaba declives en la actividad industrial de la Eurozona. La situación en septiembre indica que ya hay recesión”, afirma el analista alemán Wolfgang Münschau.
    Las prioridades esenciales para la política económica regional, o sea el conjunto de la Unión Europea, debieran enfocarse en detener y revertir el retroceso. “Si no se logra, la crisis se tornará sistémica (como la estadounidense de 2007/09) y acabará en desastre, pues todos los programas de reforma o rescate correrán peligro de derrumbarse”, afirma Münschau.
    Por desgracia, las políticas económicas en línea “están muy mal preparadas para esa eventualidad. Al contrario, el BCE ha estado endureciendo su política monetaria desde el segundo trimestre. Algunos países promueven medidas fiscales contractivas, en tanto otros anuncian o ponen en marcha programas de austeridad, a la postre contraproducentes. Casi nadie parece tener prisa en afrontar la realidad”.
    No obstante, la política monetaria, en esta fase, es el instrumento anticíclico más importante y el BCE tiene amplio margen de maniobra. Máxime cuando, el 2 de noviembre, el italiano Mario Draghi reemplace a Jean-Paul Trichet.
    Por ejemplo, “las expectativas inflacionarias siguen bajando. Mi medida favorita pro-mercado –señala Münschau– son los bonos indexados con cupón cero. Este tipo de instrumentos trasuntan que el BCE no entiende el contexto inflacionario”.

    La brecha a cerrar
    Sin duda, la entidad ya no tiene excusas para no recortar su tasa básica de refinanciamiento y dejarla en 1% anual, si no en menos. La meta debiera ser asegurar que la plaza a 24/72 horas converja hacia cero.
    La brecha de septiembre entre tipos estadounidenses (0,25/75%) y europeos es particularmente ancha. Así, los fondos a un año pagan 2,1% en la Eurozona contra un exiguo 0,8% en EE.UU. Se trata de una enorme brecha que el BCE debiera achicar, como forma de aliviar el retroceso económico.
    Por otro lado, el BCE ha de considerar medidas para actuar en materia de tasas largas. Su presente programa pro mercado de bonos (PMB) fue en efecto diseñado como herramienta para manejar crisis.
    “Ostensiblemente, asegura que determinada política monetaria funcione. Pero nadie ha creído nunca en este argumento. Sin embargo, existe –acota el analista– una manera de hacer útil la herramienta. El BCE podría trasformar el PMB en un programa pro estabilidad macroeconómica (PEM)”.
    Para eso, la entidad deberá incrementar significativamente el volumen del futuro PEM, esto es sobre los € 115.000 millones del actual PMB. “Sería una forma altamente efectiva para prevenir que las economías caigan en trampas de iliquidez. Vale decir, situaciones donde la política monetaria pierde tracción”.
    ¿Y la política fiscal? Münschau es claro: “lo menos que debiera esperarse es que la Eurozona abandonase de manera inmediata todos los planes de austeridad, volviera a la neutralidad fiscal y dejase obrar a los estabilizadores automáticos”. Hoy día, semejante volte-face ni siquiera figura en las agendas, porque –típicamente– cada país se conduce como una pequeña economía abierta actuando al borde del mundo.

    La estrategia de China

    Tras un aterrizaje suave y posible

    Mientras las dirigencias europeas y estadounidenses afrontan como pueden las perspectivas de otra recesión, los gobernantes del dragón se ven ante el dilema opuesto. Vale decir, cómo impedir que su economía marche adelante a excesiva velocidad.


    Wen Jiabao

    En un artículo publicado a principios de septiembre, el primer ministro Wen Jiabao señalaba que “poner coto a los precios minoristas continúa siendo la máxima prioridad” para Beijing de aquí al próximo año. Por supuesto, así lo es desde fines de 2010, pues “el control macro y la dirección de ajustes son pasibles de cambio”.
    A criterio de casi todos lo analistas en la capital, Shanghai, Hong Kong, Tokio o Singapur, Wen puso de relieve las reticencias a desatar otro megapaquete de estímulos, similar al lanzado a fines de 2008. Ahora, el Gobierno siente que la economía real es lo bastante sólida para seguir frenando el crecimiento.
    Tras más de un año de restricciones monetarias, la actividad ha respondido casi exactamente como querían los mandarines de Beijing. Esto es, con un enfriamiento gradual hacia ritmos estables, compatibles con el objeto de reducir riesgos de sobrecalentamiento o de inflación descontrolada.
    De hecho, las turbulencias occidentales de meses recientes o el fantasma de una recesión de perfil en W potencialmente facilitan apreciablemente el trabajo de Wen en cuanto a sofrenar la economía local. Este detalle ha sido también observado por Surcorea, Taiwán y el sudeste asiático.
    Hay una señal de que China se mueve hacia un aterrizaje suave. En efecto, el indicador elaborado por los gerentes de compras (allá es oficial) subió 0,2 puntos en agosto, a 50,9, luego de descender durante cuatro meses seguidos.
    Una estadística separada que publican Hong Kong & Shanghai Banking Corporation (cotiza en Londres, pero es de origen chino) y Markit Economics daba 4,9 puntos, poco más que los 49,3 de julio. Como es común en este plano, todo valor sobre 50 puntos señala expansión y, en caso contrario, contracción.
    La mayoría de los econometristas, mientras tanto, reducía sus expectativas de crecimiento chino, debido al horizonte deteriorado que caracteriza las economías centrales. Sea como fuere, la realidad y las proyecciones de crecimiento siguen siendo la envidia de los países desarrollados. Igual que Brasil, por ejemplo.

    Inflación y alimentos
    Volviendo a China, Union des Banques Suisses redujo de 9,3 (2010) a 9% (2011) y a 8,3% (2012) sus cálculos sobre el Producto Bruto Interno del gigante. También los suizos vinculan ese moderado descenso a “bajas en economías centrales, que repercuten en la exportación china y la inversión externa directa”.
    Según señalaba Wen, la persistente inflación y sus efectos políticos –particularmente en precios de alimentos– vienen desvelando a Beijing desde principios de año. En julio, la inflación minorista alcanzó un pico en tres años: 6,5%.
    Nuevamente, el abatimiento occidental (nunca ha sido “global”) puede desembocar en algunas buenas noticias para China y otros emergentes. Vale decir, en materia de demanda mundial. “En términos latos, la declinación en ese plano probablemente reduzca los precios internacionales de materias primas e insumos básicos”, observa Ma Jun, analista jefe y experto de Deutsche Bank en la región.
    Varios especialistas occidentales, sin embargo, creen que las desventuras de sus economías no siempre serán buenas noticias para el Reino del Medio. Por caso, una caída drástica en la de EE.UU. y la Unión Europea, similar a la de 2007/09, podría provocar un colapso en las exportaciones chinas, con efectos en la producción industrial y en las inversiones. Esto llevaría a un aterrizaje forzoso, agravado por las actuales restricciones crediticias.
    Esta clase de tremendismo, popular en ciertos círculos occidentales e indios, asoma cuando –como en agosto– las órdenes de exportación bajaron apreciablemente y no avanzaron sobre julio. Rápidamente, algunos analistas concluyeron que el Gobierno ya había empezado a timonear la economía hacia otras aguas. Esto es, disminuyendo la dependencia excesiva respecto de la exportación y orientándola rumbo a la demanda interna.
    En realidad, la economía china es hoy por cierto menos dependiente del sector exportador que durante la crisis occidental de 2007/ 09. No obstante, altos funcionarios del régimen admiten libremente –como Wen– que el país todavía se apoya demasiado, si no en el comercio, en las inversiones externas.

    Japón, un largo estancamiento

    El partido oficial, sin liderazgo

    Cuando la entonces oposición irrumpió en el poder (2009), una de sus prioridades esenciales era, desde el Gobierno, quitarle la iniciativa a los burócratas de élite, una gerontocracia dueña real de los resortes entre bambalinas. Dos años después, está perdiendo la batalla.

    Se trataba de desafiar a la misma clase dirigente responsable de una relativa democracia, fomentada inicialmente por el plan Marshall, versión local (1947/50), y la desdeificación del emperador. En la visión de esta élite, con el tiempo, Japón sería la economía más próspera de la región, si no del planeta.
    Dos años, tres primeros ministros y la catástrofe de Fukushima no consiguen que el PD se imponga en la batalla por el poder real. Lejos de inaugurar la prometida “era de liderazgo político coherente y efectivo”, ni siquiera se ha podido elaborar directivas firmes ni, mucho menos, frenar la calesita del gabinete. Por consiguiente, una serie de ministros sin experiencia quedaba a merced de funcionarios no elegidos, burócratas al mejor estilo confuciano.
    Uno a uno, planes de reforma tendientes a aumentar la autoridad de los políticos en materia de designaciones iban al archivo. Ello diluía las iniciativas del oficialismo. Desde septiembre, por tanto, el primer ministro nombrado en agosto, Yoshihiko Noda, debe cumplir con las tareas donde fracasó su impopular antecesor, Naoto Kan. Así apunta desde Tokio el columnista Mure Dickie.
    Hace algunas semanas, Noda admitió la necesidad de relaciones más cooperativas con los burócratas. Al contrario de Kan, intentará que los funcionarios tengan mayor papel en la formulación de políticas.
    El flamante premier “parece orientado a cambios estructurales en la maquinaria de gobierno”, señala Koichi Nakano, analista político en la Universidad Sofía, Tokio. A su juicio, Noda “trabajará mas estrechamente con los burócratas y les dará más facultades”. Como en China o Surcorea, la palabra “burócrata” no tiene tanto contenido peyorativo como en Occidente.
    Sin embargo, algunos observadores ven el énfasis de Noda en la consolidación fiscal como evidencia de que el ex ministro de Hacienda sigue trabado por altos funcionarios profesionales. Ese grupo siempre ha tendido a considerar los aumentos impositivos como prioridad nacional.
    “¿Quién aboga por alzas tributarias? ¿El nuevo primer ministro o sus burócratas?” se pregunta Dickie. Pese a todo, “sería erróneo concluir que los funcionarios de carrera se sienten victoriosos o que está asegurada su perpetuación como Estado dentro del Estado. Si bien celebrada por su talento para conducir el país en la larga posguerra iniciada, la élite burocrática padece un crónico deterioro de imagen pública. Amén de corrupción sistémica y sus escándalos conexos o incompetencia para siquiera registrar correctamente los pagos jubilatorios”.
    Aun los procuradores públicos, quizás el brazo más poderosos de la bucrocracia, han sido sacudidos por revelaciones increíbles. En un caso, varios sospechosos de homicidio fueron obligados a declarar contra sí mismos o a confesiones falsas apelando a torturas.