COLOFÓN |
Christine Lagarde
El propósito de una empresa o un banco es emitir acciones dirigidas a público en general. Luego emplea esos fondos en proyectos donde el público no puede colocarse por cuenta propia. Por ende, ningún banco beneficia a sus accionistas destinando recursos a tomar bonos soberanos griegos, dado que sus accionistas pueden adquirirlos directamente.
Entonces, lejos de ser clásicos instrumentos para gestionar riesgos, hoy los papeles gubernamentales comienzan, a funcionar como lo contrario. ¿Por qué? Porque sus emisores los usan para rescatar bancos.
Esta hipótesis alarmante la comparte el experto Theodor Vermaelen, del Institut pour l’Administration des Affaires (Insead, Fontainebleau). Los contribuyentes de la Eurozona –sostiene– deben salvar a Grecia y la periferia del área para evitar una licuación financiera. Su lógica es que, con las deudas en manos de los bancos, si se dejan caer esas economías en cese de pagos, todo volverá a una situación peor que en noviembre de 2008.
Por tanto, se busca rescatar a los banqueros. Dado que ese grupo es tan detestado entre el público, los políticos afirman que el objeto real es salvar la periferia de la Eurozona, no a las entidades financieras.
Sin embargo, el reciente colapso de acciones financieras da la impresión de que los votantes alemanes –el naufragio electoral de Angela Merkel así lo trasunta–, holandeses, fineses, austríacos, etc., rechazarán un segundo salvataje de bancos (o banqueros) en tres años.
Parte de la explicación yace en la forma como se regulan actualmente los bancos de la Unión Europea (esto abarca a la Eurozona). En efecto, los reguladores obligan a las entidades financieras a mantener una mínima relación, definida como valor en libros de las acciones dividido por activos en riesgos (RWA en inglés, o sea risk weighed assets). Los banqueros son lo bastante buenos para cumplir estas exigencias.
Lo notable es la estabilidad de esta relación, que oscila generalmente entre 8 y 9% durante el año. Basándose en la norma, se podría tener la impresión de que en 2008 no hubo en absoluto crisis financiera alguna. No obstante, las proporciones corrientes de apalancamiento y las tasas de trueques de créditos en insolvencia, en ese mismo período, subieron notablemente en igual lapso. Esto reflejaba una realidad conocida de todos: se desenvolvía una crisis sistémica.
Un mecanismo perverso
¿Cómo se las arreglaban los bancos para mantener aquellas relaciones (en 8 a 9%) tan estables? Pues colocando préstamos riesgosos y tomando bonos soberanos. En realidad, los manuales sobre gestión de riesgos consideran los papeles gubernamentales un instrumento para gestionar riesgos. Por otra parte, los requerimientos europeos de capital tratan a toda la deuda soberana de la Eurozona como exenta de riesgos. A diferencia de las autoridades estadounidenses, las europeas no toman muy en cuenta a las agencias calificadoras de riesgos. Por ejemplo, en julio último, los reguladores pasaron por alto las notas sobre bancos europeos. A su criterio, los ensayos de resistencia en 90 entidades de la Unión Europea habían demostrado que sus papeles estaban libres de riesgos. Eso involucraba bonos chatarra griegos que se transaban con altos descuentos sobre el valor nominal.
La dirigencia quiere promover a toda costa una Europa más unida que la actual, donde la convergencia económica y financiera sea norma. En ese universo, no hay sitio para dos categorías de deuda soberana. El resultado, hasta ahora, es otro: los inversores tienen la sensación de que Bruselas o Fráncfort rescatarán a cualquier país en aprietos. Ello ha alentado a los bancos a invertir en bonos griegos (son chatarra), aunque sus brechas activas sean apenas unos pocos puntos básicos superiores a las de las principales economías de la zona. El presente, lógico desencanto de los inversores hace que un salvamento no sea factible, a menos que aparezcan esos eurobonos –con garantía colectiva que resiste el Banco Central Europeo.
El FMI entendió que la situación está en un punto crítico y el pasado Día de la Primavera) lanzó una advertencia: la conmoción política ha retornado la situación a lo peor de la situación de 2008. El monto del impacto para los bancos europeos es de US$ 273.000 millones, en pérdida de su valor accionario. La crisis ha ingresado ahora en una fase política.