Los vínculos entre persona y organización

    ESTRATEGIA | Alta gerencia

    Por Federico Crespi (*)

    En términos coloquiales, la inteligencia emocional refiere a la capacidad que tiene una persona para comprender cómo suceden las cosas en una organización y capitalizar esa comprensión para generar acciones y motorizar el cambio. Así, la inteligencia emocional es una cualidad propia del individuo, independientemente del ámbito en el cual se desempeñe.
    La compatibilidad del perfil de una persona con el de una organización es un asunto muy diferente.
    Claro está que una persona con alta inteligencia emocional tendrá mayor capacidad de adaptación a entornos diversos. No obstante, el perfil de una organización juega un papel muy relevante en la posibilidad de desarrollo de un individuo. Es común saber de personas que han triunfado en determinadas organizaciones y, sin embargo, no han podido dejar una huella o incluso han fracasado en otras.
    En su obra El malestar en la cultura, Sigmund Freud deja entrever que la neurosis es el precio que los seres humanos pagamos por ser parte de una determinada cultura. En la misma línea, podríamos decir que hay que pagar una cierta cuota de frustración para insertarse en un ámbito organizacional. Como sistema normativo y de orden social, la cultura genera pertenencia, y asimismo determinadas obligaciones. Lo mismo sucede con las organizacionales. Ciertamente, comportarse “como se debe” en un determinado ámbito conlleva resignar ciertos deseos. Como ejemplo, en cierto contexto organizacional, una persona –convencida de un curso de acción– deberá relegar su postura, si el consenso de sus compañeros sobre cómo proceder es diferente, o bien, si, aun siendo escuchado y comprendido, la decisión del management es otra.

    Conducta irracional
    A su vez y siguiendo en la línea de los conceptos freudianos, en ocasiones, el actuar de las personas es irracional. Muchas veces uno se encuentra repitiendo los mismos errores o teniendo comportamientos que escapan al propio control. Si este accionar irracional sucede en lo individual; ¿cómo no va a suceder en lo organizacional, si consideramos que una organización está compuesta por muchas personas?
    Muchas veces no comprendemos determinadas decisiones de las organizaciones precisamente porque la hipótesis subyacente que esgrimimos es que se trata de decisiones premeditadas, producto de un profundo análisis lógico; cuando, en realidad, puede suceder lo opuesto. Es decir, puede prevalecer lo irracional.
    Claro que las organizaciones son, en esencia, sistemas racionales, si así no lo fueran, no podrían prosperar. Sin embargo, debemos aceptar que hay una dosis de irracionalidad que suele estar presente.
    Por lo general, esta dosis de irracionalidad es sutil y producto de una secuencia de hechos, que, considerados aisladamente, pueden presentarse racionales en sí mismos pero que, al observarse como un todo, derivan en una decisión irracional. Ejemplos de este tipo de decisiones: una empresa invierte una gran suma de dinero en la implementación de un sistema informático cuya implementación es boicoteada en el mismo seno de la organización; o bien, luego de que la empresa ha realizado esta importante inversión el propio management de la organización resta, por algún motivo, importancia a la implementación, lo que conlleva una implantación pobre y un sistema sofisticado muy subutilizado.
    Ahora bien, el “como se debe” ya mencionado arriba remite justamente al perfil de la organización. Hay organizaciones verticalistas y también las hay horizontales; las hay pragmáticas y normativas; con un estilo de relacionamiento formal y otras marcadamente informales; algunas orientadas a las personas y otras a la tarea y así podríamos describir una lista interminable de atributos que constituyen polaridades.
    Si consideramos que, por un lado, según donde se ubique cada individuo, cada cual tiene capacidades y limitaciones que lo hacen más apto para determinado tipo de organizaciones y menos apto para otros; y que hay una porción, mayor o menor, de nuestro comportamiento que es irracional, y, que por lo tanto, no controlamos, queda claro que, en la medida en que encontremos una organización que sea más acorde a nuestro perfil –o personalidad, en términos psicológicos–, podremos desarrollar nuestro potencial con mayor plenitud.

    (*) Federico Crespi es gerente de RR.HH. para la Argentina y Uruguay de Maersk Line.