La nueva ruta del comercio mundial

    Opinión |

    Las economías del golfo Pérsico se asocian con mercados emergentes en una “vuelta al futuro”. Vale decir, se redefine la histórica ruta de la seda y las especias, cuyas caravanas de camellos y navíos unían China, India, Levante y el Mediterráneo. O sea, Este y Oeste.
    Cuando Abdullá ibn Saúd, actual rey en Riyadh, ascendió al trono en agosto de 2005, no perdió un minuto en sacar a luz su visión del futuro. La primera visita de Estado –enero de 2006– no fue al presidente George W. Bush (Estados Unidos) ni al entonces primer ministro británico Antony Blair ni a Angela Merkel, canciller alemana. No, fue al presidente chino Hun Jintao y a su “premier” Wen Ziabao.
    Ese encuentro reflejaba al interés de ambos países en consolidar lazos económicos y comerciales. A punto tal que, antes de tocar otras escalas emergentes, por ejemplo India, Malasia o Pakistán, el rey y Hu subscribieron un acuerdo de cooperación que englobaba hidrocarburos y minerales críticos.
    Este convenio, apoyado en relaciones existentes entre dos de sus compañías estatales de energía y combustibles, Saudi Aramco (otrora SaudiAmerican Oil) y Sinopec. Era una sociedad (2005) para levantar una refinería de US$ 5.000 millones en Fujian, este de China.
    Ya este año, ambos países firmaron un entendimiento para construir otra refinería, ahora en Yan’bu, costa occidental de Saudiarabia. Un tercer emprendimiento conjunto asocia Sinopec con el gigante petroquímico saudí Sabic. En 2010, empezaron a producir diversos derivados petroquímicos en un complejo de US$ 3.000 millones. La planta se halla en Tianjin, China septentrional, donde futuras instalaciones insumirá 1.000 millones para fabricar plásticos.
    El ascenso de mercados emergentes alrededor del planeta genera crecientes discusiones en Occidente. Particularmente, al calor de la recesión en Estados Unidos y la crisis de endeudamiento en la Eurozona.
    Sus implicancias suelen encuadrarse en términos del impacto potencial del proactivismo emergente sobre el Atlántico norte. Por ejemplo, el sector privado occidental se pregunta si usuarios y consumidores de economías en desarrollo seguirán interesados en comprar productos estadounidenses o europeos. O, más a propósito, si los operadores de telecomunicaciones del Oeste podrán compensar el estancamiento en sus propio mercados invirtiendo en redes móviles en Levante, Asia meridional, sudoriental y oriental.
    Entretanto, se detecta una tendencia separada que bien podría desplazar aún más el foco económico de Oeste a Este. Los mercados emergentes (Asia, Latinoamérica) se han lanzado a armar entre sí redes de comunicaciones densas y nutridas. Precisamente, siguiendo el mapa de ambas rutas de la seda y las especias (y los inventos chinos), que iban desde el actual Xinjiang –Turkestán oriental– hasta el mar Negro bordeando el norte del Caspio. O desde Shanghai hasta el Mediterráneo vía los estrechos malayos, el Índico, el golfo Pérsico o el mar Rojo.
    Aun entonces, siglo 9 de la Era Común en adelante, la ruta del sur tenía 15 siglos de antigüedad: la habían abierto los persas. Por ende, hacia 1400 todo estaba listo para el avance de los mercaderes europeos al este.
    Por supuesto, en el siglo 21 la red global es mucho más amplia y diversa que las rutas de la seda. Por de pronto, comprende centros mundiales como China, India, Japón, Rusia, Brasil, México, Levante y hasta África. En diverso grado, casi todos ajenos a Occidente.
    A diferencia de las antiguas rutas comerciales, las actuales “transportan” inversiones de largo aliento, innovaciones, tecnologías, etc. Basta el caso chino (único país remanente como está desde el segundo milenio antes de la Era Común). Beijing cubre África de inversiones, caminos, ferrocarriles y comunicaciones. Su política le da acceso a tierras, recursos naturales, usuarios y consumidores.
    Por ejemplo, en 2009 China superó a EE.UU. como socio comercial de Brasil: el intercambio bilateral creció más de 600% entre 2003 (US$ 8.000 millones) y 2010 (56.000 millones). Lo mismo sucede este año con la Argentina.
    Esta clase de acontecimientos, por ahora, se traduce en actividades aisladas en la geografía económica mundial. Sin embargo, tomadas en forma conjunta, representan síntomas tempranos de un patrón que debiera ser tenido en cuenta por los sectores público y privado. Pero hay otro factor poco grato a los empresarios: en motores de tendencias como China, Brasil, Rusia, Saudiarabia, etc., la voz cantante la tienen el sector público, o sea el Estado.