ANÁLISIS | Portada
Por Jorge Beinstein (*)
Desde sus primeras semanas el año 2011 aparece atravesado por hechos que van precipitando al sistema global en una segunda etapa de profundización y diversificación de la crisis iniciada en 2008. En el comienzo, dos fenómenos aparentemente exógenos al sistema económico abrieron la lista: el tsunami en Japón y la seguidilla de rebeliones árabes.
El tsunami dejó al descubierto la extrema fragilidad de la hasta hace muy poco segunda economía del mundo que acumula una deuda total (pública más privada) cercana a 500% de su Producto Bruto Interno y que acorralada por una dinámica consumista-industrial-exportadora pretendió resolver su déficit energético tapizando su territorio con centrales nucleares (en muchos casos instaladas en zonas con alto peligro sísmico).
Las rebeliones árabes constituyen, según numerosos expertos, un capítulo decisivo de lo que actualmente suele ser descripto como “dislocación geopolítica global” (1) consecuencia de la declinación de la unipolaridad (y de su fachada ideológica: el neoliberalismo). Se desestabiliza un espacio periférico bajo control occidental después de la guerra fría, integrado por una compleja red de regímenes de variadas marcas políticas de origen (entre los que se encontraba Libia) fuertemente conectado a una extendida zona decisiva que va desde el Golfo Pérsico hasta Pakistán (albergando 70% de las reservas petroleras mundiales) donde Estados Unidos y sus aliados están sufriendo un apabullante fracaso militar.
La crisis de deudas públicas europeas que aparecía en 2010, según los medios globales de comunicación, como una conjunción de malos comportamientos financieros de países menores de la región (los famosos PIIGS) emerge en 2011 como una crisis financiera del conjunto de la Unión Europea, donde el estancamiento económico amenaza convertirse en recesión. Las últimas noticias acerca del crecimiento casi cero de Alemania confirman los peores pronósticos.
Y finalmente llegó el tan anunciado, temido y sistemáticamente subestimado peligro de default de Estados Unidos –eludido por ahora– seguido por la baja en la calificación de su deuda, las amenazas de default de algunas deudas locales que hicieron temblar a sus acreedores europeos y más recientemente la noticias acerca del reducido crecimiento del PBI en el segundo trimestre del año, el ascenso de la desocupación y los últimos datos publicados por la Universidad de Michigan, que muestran que la confianza de los consumidores estadounidenses se encuentra en su nivel más bajo desde mayo de 1980.
La llegada del invierno
Las áreas emergentes todavía se expanden a ritmos elevados. Seguramente dentro de poco tiempo esas ilusiones correrán la misma suerte que sus hermanas mayores, las economías centrales, las que en los años 1990 nos abrumaban con la supuesta victoria irresistible (e irreversible) del capitalismo liberal bajo la hegemonía de Estados Unidos.
Se trata de una lógica perversa guiada por grandes potencias aplastadas por deudas lo que traerá fuertes contracciones en el comercio internacional, que a su vez frenarán y más adelante harán retroceder el impulso exportador de las economías emergentes.
Los dirigentes de algunas de esas naciones confían en que buena parte de sus exportaciones ya no se dirige hacia los países ricos sino hacia otros países periféricos como China que sigue creciendo, pero olvidan o no quieren ver que las exportaciones chinas, motor de la expansión de dicha economía, dependen de sus clientes norteamericanos, japoneses o europeos.
Además la telaraña financiera global que atrapa a todas las naciones, centrales y periféricas, tiene su sede y la mayor parte de sus actividades en las economías superdesarrolladas condicionando al resto del mundo. Así lo demuestra la fragilidad estratégica de China, Brasil, Rusia e India.
China está intoxicada de dólares, títulos del Tesoro de los Estados Unidos y otros papeles de alto riesgo producto de sus éxitos comerciales y de las inversiones extranjeras productivas y especulativas de chinos de la diáspora, asiáticos en general, europeos, norteamericanos, etc., que aprovechan las oportunidades de una mano de obra barata y las brechas abiertas por un sistema interno de precios desordenado por la inflación. La promesa de superpotencia futura oculta a una gran burbuja financiera que tarde o temprano comenzará a desinflarse.
India todavía crece acumulando déficits comerciales y fiscales compensados por la entrada masiva de capitales especulativos orientados hacia los negocios financieros e inmobiliarios, o hacia la informática y las telecomunicaciones, poco empleadoras de mano de obra en una nación desbordante de marginalidad urbana y rural.
Rusia se expandió en la década pasada gracias a las exportaciones energéticas principalmente a Europa, acentuando la concentración de ingresos con sus élites inmersas en toda clase de negocios financieros y mafiosos.
También la economía de Brasil es víctima de la financierización. Allí la política antiinflacionaria ha promovido elevadas tasas de interés que alentaron la entrada masiva de capitales especulativos causando la sobrevaluación de la moneda brasileña restándole así competitividad a sus exportaciones, en especial las industriales (entre enero de 2009 y junio de 2011 el real se revaluó respecto del dólar en aproximadamente 30%).
El juego, del que participan especuladores brasileños y extranjeros, consistente en tomar deudas a bajas tasas de interés en el exterior, para colocar el dinero en negocios financieros en el interior del país a tasas de interés mucho más altas, se ha convertido en una gigantesca burbuja, con forma de bicicleta especulativa, destinada inevitablemente a desinflarse causando recesión y fuga de capitales.
¿Remplazo del dólar?
Cuando Estados Unidos se acercaba al default (que acaban de postergar a cambio de una recesión que probablemente terminará por llevarlos al default) no faltaron los que anunciaban el fin del dólar como moneda mundial y su próximo remplazo por una nueva moneda universal que restablecería la salud del comercio y las finanzas internacionales. Olvidaban que detrás del reinado del dólar (que viene durando desde hace más de seis décadas) estaba la unipolaridad económica, política y militar ejercida desde 1945 por Estados Unidos al interior del mundo capitalista (que desde los años 1990 devino planetaria).
Ahora esa unipolaridad ha entrado en decadencia aunque no está siendo desplazada por otro súper polo ni por una alianza de potencias (multipolaridad). En realidad lo que presenciamos es la crisis de todas las grandes potencias tradicionales que está empezando a golpear a las nuevas potencias periféricas.
En ese contexto no aparece a la vista una moneda de remplazo del dólar; el euro sufre las consecuencias de la crisis europea, el yen y la libra esterlina están sostenidos por dos economías endeudadas y declinantes, la moneda china sigue atada al dólar y si en algún momento se desdolariza revaluándose de manera significativa respecto del dólar las consecuencias para el comercio exterior chino serán muy negativas.
En síntesis, la declinación del dólar desordena, deteriora al sistema global y sin embargo no es viable por ahora su reemplazo duradero por otra moneda universal. Podrán imponerse seguramente reemplazos parciales bilaterales o regionales y efímeros acuerdos monetarios internacionales imposibilitados de perdurar ya que sus apoyos estatales (los grandes estados centrales y periféricos) son sumamente frágiles.
Comienza así a cumplirse el pronóstico formulado y reiterado desde hace más de una década por Andre Gunder Frank respecto de la declinación conjunta, interdependiente, del dólar y del poderío político-militar de Estados Unidos; la primera desatando una crisis prolongada del sistema monetario internacional y la segunda una dislocación geopolítica de escala planetaria (2).
Estancamiento financiero
El sistema financiero ha terminado por caer en su propia trampa. Desde su lejano despegue en los años 1970-1980, funcionó como un pulmón adicional en expansión que permitía a las empresas colocar excedentes de capitales en actividades que compensaban beneficios insuficientes, desde la compra de títulos públicos hasta el juego bursátil, pasando por toda clase de maniobras especulativas y también obtener fondos para sus aventuras comerciales y tecnológicas.
Además brindaba a los estados centrales la posibilidad de endeudarse y así sostener las demandas internas (incluidos los gastos militares) e impulsaba la euforia consumista con una lluvia de créditos. Los beneficios financieros reinvertidos en el casino especulativo hicieron crecer de manera exponencial la masa financiera global que sumergió en su dinámica al comercio internacional, a los negocios inmobiliarios, a los estados centrales y a los sistemas productivos más dinámicos. Cuando estalló la crisis de 2008, la masa financiera global llegaba según los cálculos más conservadores a un equivalente de 20 veces el Producto Bruto Mundial.
Por arriba la fiesta financiera, por debajo su fundamento último: las deudas públicas y privadas, las primeras parasitando sobre estados, empresas y consumidores, otorgándoles créditos y a veces buenas ganancias especulativas que les permitían seguir creciendo y de ese modo hacer crecer más y más a su parásito.
La fiesta terminó cuando las deudas excedieron las capacidades de pago. No fue un proceso homogéneo sino tan desordenado como su génesis, primero fue el desinfle de la burbujas inmobiliarias en 2008 empezando por la de EE.UU. que anunció la saturación general de los endeudamientos privados en Estados Unidos, Europa y Japón.
Los estados ricos respondieron con grandes subsidios monetarios y fiscales destinados a reanimar la fiesta pero el golpe recesivo de ese momento había achicado aún más la capacidad de pago de mercados obesos, saturados de deudas y de bienes y servicios. El paso de la euforia al pesimismo fue veloz, la magia consumista se volatilizó y las inversiones productivas se contrajeron.
En poco tiempo se esfumó la ilusión de que las nuevas deudas públicas convertidas en subsidios reanimarían de manera durable a las economías centrales y que de ese modo la prosperidad recuperada mejoraría las cuentas fiscales permitiendo revertir el endeudamiento. Así fue como de la crisis de deudas privadas en 2008 se pasó a la crisis de las deudas públicas en 2011. Estados Unidos fue el centro motor de la primera crisis y ahora lo es de la segunda.
Pero el problema decisivo, generalmente ocultado por los medios de comunicación y los círculos de “expertos”, es que el pulmón financiero de la economía mundial está estancado desde hace aproximadamente tres años. Un ejemplo de ello es el caso de los “productos financieros derivados” que constituyen la espina dorsal del sistema especulativo.
Crecieron vertiginosamente durante la primera década del siglo. Hacia fines de los años 1990 representaban aproximadamente dos veces el Producto Bruto Mundial; hacia 2004 llegaban a seis veces y hacia mediados de 2008 alcanzaban una cifra equivalente a casi 12 veces el PBM. A partir de ese momento, se mantuvieron muy por debajo de dicho récord que aparece como una suerte de punto máximo de difícil superación dada la actual configuración de la economía mundial. Incluso en términos nominales esa masa no superó hasta hoy la cima de 2008: US$ 683 billones (millones de millones). (3).
Por el momento se trata de un estancamiento inestable con pequeñas reanimaciones efímeras sucedidas por caídas cuando se acababan los efectos de los subsidios. Tal vez, algún brote inflacionario combinado con grandes avalanchas especulativas podría hacerle superar en el futuro esa barrera nominal con efectos desastrosos para la economía global y más adelante para la propia especulación financiera.
El sistema se encuentra por consiguiente bloqueado por un techo financiero fabricado por su propia dinámica que ahoga con una montaña de deudas a la base vital del sistema (los estados ricos, sus consumidores y empresas). Nos encontramos ante un hecho fundamental: el agotamiento del principal motor del crecimiento del sistema que pudo desde los años 1970 aliviar su crisis crónica pero llevándolo varias décadas después a una súper crisis cuya dimensión (planetaria) y características principales no tienen precedentes en la historia.
Bloqueos y límites
El techo financiero converge con otros “techos” no menos siniestros.
En primer lugar el techo energético: ya nos encontramos en la cima de la producción petrolera mundial estancada desde mediados de la década pasada. Es evidente que ha sido agotada aproximadamente la mitad de las reservas originales de petróleo lo que significa que, en poco tiempo más, la extracción comenzará a declinar y los reemplazos posibles son o bien insuficientes (como la energía solar o eólica) o extremadamente peligrosos y con agotamiento a mediano plazo (el uranio para las centrales nucleares) o sumamente nocivos para el medio ambiente (el carbón). Queda la alternativa de los agrocombustibles pero, como sabemos, su extensión ocupando las tierras destinadas a la producción de alimentos terminará por provocar una crisis alimentaria gigantesca.
El petróleo es imprescindible para el transporte y la producción de productos agrícolas. La década pasada, por ejemplo, muestra un notable paralelismo entre la evolución de los precios del petróleo y de los alimentos (ver el gráfico “Indice de precios de los alimentos vs precio del petróleo”) en consecuencia su escasez llevará directamente a un período prolongado de alimentos caros agravado por los vaivenes de la especulación financiera que si no es controlada al estar bloqueada su expansión tenderá inevitablemente a multiplicar sus aventuras. A mediano plazo, otros factores adicionales pueden llegar a empeorar aún más la situación como la previsible declinación de la extracción de fosfato necesario para la producción de fertilizantes (4).
Por otra parte, la depredación generalizada de recursos naturales no renovables instala una larga secuencia de fechas de inicio de declinación extractiva de una amplia gama de minerales: mercurio, potasio, plomo, cadmio, selenio, uranio, cobre, etc. (5).
Una mirada más amplia de la futura evolución global descubriría un conjunto de bloqueos que se van incorporando con el correr del tiempo, algunos ya instalados como el financiero y el energético y otros llegando en un futuro no muy lejano como el ambiental y el del grueso de recursos naturales (evaluados desde el punto de vista del sistema tecnológico existente y sus desarrollos posibles a mediano plazo).
Jorge Beinstein
Dinámica de la crisis
Los anuncios optimistas de un próximo renacimiento del sistema han sido una y otra vez desmentidos por la realidad. Incluso quienes suponen que la recuperación es inevitable tienen que admitir, como lo ha hecho recientemente la experta financiera Françoise Garteser, que los países ricos han ingresado en un período de desendeudamiento que será largo, complejo y dificil (6). Pero también el proceso que llevó a la situación actual ha sido largo, complejo, difícil… e inédito.
Para entender esta convergencia de crisis donde se destaca el empantanamiento financiero es necesario retroceder unas cuatro décadas, cuando entre fines de los años 1960 y comienzos de los 1970 llegaba a su culminación (y agotamiento) la prosperidad keynesiana que sucedió a la Segunda Guerra Mundial.
En ese momento las grandes potencias tenían economías recalentadas cuya capacidad productiva excedía a la demanda global. Fue una época de grandes desajustes que culminaron con el fin del patrón dolar-oro en 1971 y la suba posterior del precio del petróleo. Llegó el estancamiento inflacionario y más adelante el neoliberalismo.
En la base del proceso se encontraba una inmensa crisis de sobrecapacidad productiva (o sobreproducción potencial) en las economías centrales que, junto a los problemas energéticos, redujo los beneficios empresarios poniendo en grave riesgo la reproducción del sistema.
La sobrecapacidad industrial no fue corregida sino compensada y en cierta medida amortiguada en primer lugar a través de la “solución financiera” que permitió el financiamiento de estados, consumidores y empresas y la obtención de beneficios especulativos. Su contraparte fue el proceso de endeudamientos públicos y privados que luego de una larga marcha ascendente de cuatro décadas concluyó en una crisis general de endeudamientos hacia 2008.
La persistencia de la sobrecapacidad industrial motorizada por los procesos de innovación tecnológica se convirtió en un fenómeno crónico e inevitable inscripto en la lógica del sistema (7), Nouriel Roubini lo acaba de afirmar de manera provocativa al señalar que: “Karl Marx tenía razón, llegado un punto, el capitalismo puede autodestruirse, porque no se puede seguir trasladando ingresos del trabajo al capital sin tener un exceso de capacidad y una falta de demanda agregada. Y eso es lo que sucedió. Pensamos que los mercados funcionaban. No están funcionando. Y lo que es individualmente racional es que cada empresa quiere sobrevivir y prosperar, y eso significa recortar costos laborales aún más. Mis costos laborales son los ingresos laborales y el consumo de otros. Por eso es que es un proceso de autodestrucción” (8).
La segunda “solución” a la crisis consistió en una exacerbación de la depredación de recursos naturales lo que permitió reducir costos y desarrollar mercados pero provocando a largo plazo toda clase de bloqueos (energéticos, ambientales, mineros, etc.).
Asistimos entonces a una paradoja que va más allá del pronóstico de Marx resaltado por Roubini porque la crisis crónica de sobrecapacidad productiva ha terminado por socavar las bases fundamentales de la producción y de la vida social en general: sus recursos naturales, su contexto ambiental.
Dicho de otra manera: la crisis de sobrecapacidad productiva en la línea de Marx (y ahora de Roubini) se va convirtiendo en su contrario (depredación ambiental mediante), es decir en una crisis prolongada de subproducción, de capacidad productiva insuficiente, de carencia de recursos naturales proveedores de las materia primas necesarias para el funcionamiento de la economía… a menos que comience un complejo proceso planetario de reconversión tecnológica (lo que incluye la reconversión de los sistemas productivos, de las pautas de consumo, de la distribución de bienes y servicios).
La inmensidad de la crisis financiera oculta una crisis mucho más profunda lo que podría llevarnos a conclusiones pesimistas. Sin embargo, una visión más amplia fundada en la experiencia histórica nos muestra que la grandes perturbaciones suelen desestructurar las formas culturales dominantes y sus prejuicios, la legitimidad de sus instrumentos de comunicación y control ideológico, lo que abre el espacio a la racionalidad, a la toma de conciencia del mundo real.
Mientras avanza la despolarización político-militar-económica (y en consecuencia ideológica) avanzan también los procesos de integración en la periferia, desde Unasur hasta la convergencia asiática en torno de la Organización de Cooperación de Shangai y otros mecanismos regionales. Las rigideces doctrinarias que imponía la “ortodoxia” neoliberal (fachada de la financierización global) son hoy criticadas y desobedecidas no solo por académicos o movimientos sociales sino incluso por numerosos Gobiernos de países periféricos que han logrado importantes márgenes de autonomía.
(*) Jorge Beinstein es doctor de Estado en Ciencias Económicas de la Universidad de Franche Comté-Besançon, Francia, Es profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, dicta cursos y seminarios de posgrado y entrenamientos empresarios en prospectiva en varios países de América latina y Europa. También desarrolla consultorías prospectivas para empresas y Gobiernos.
1- LEAP/E2020, “Last chance before global geopolitical dislocation”, Financial Times’ worldwide edition on 03/24/2009.
2- Andre Gunder Frank, “ The Naked Hegemon”, Asia Times, Jan 6 2005; “Why the Emperor has no Clothes. Decline of the US Dollar: Who Benefits?”, GlobalReseach.ca, 2005-01-12.
3- Bank for International Settlements, Press release, Ref. No.: 36/2000E, 13 November 2000; “OTC derivatives market activity in the first half of 2009”, Monetary and Economic Department, november 2009; “OTC derivatives market activity in the second half of 2010”, Monetary and Economic Department, May 2011.
4- Patrick Dery and Bart Anderson, “Peak phosphorus”, Energy Bulletin, aug. 13, 2007.
5- Chris Vernon, “Peak Minerals”, The Oil Drum: Europe, October 15, 2007; Paul Raven, “Peak Uranium? Our nuclear future might be shorter than we thought”, Futurismic.com, 18-11-2009; P. Goose, “Uranium Depletion and Nuclear Power: Are We at Peak Uranium?”, The Oil Drum, March 21, 2007; R. B. Gordon, M. Bertram and T. E. Graedel “Metal Stocks and Sustainability”, Maindfully.org, 31 jan 2006; Richard Heinberg, ”Peak Everything”, MuseLetter #185 / September 2007.
6- Françoise Garteser, “Et maintenant… quel avenir pour l’or ?”, La Chronique Agora, Paris, Samedi 27 août 2011.
7- James Crotty, “Why there is chronic excess capacity – The Market Failures Issue”, Challenge, Nov-Dec, 2002, http://findarticles.com/p/articles/mi_m1093/is_6_45/ai_95629325/ Anwar Shaikh and Jamee Moudud, “Measuring Capacity Utilization in OECD Countries: A Cointegration Method(2004), Working Paper No. 415, The Jerome Levy Economics Institute of Bard College.
8- The Wall Street Journal Americas, Entrevista con Nouriel Roubini: Marx, Bush y otra recesión, August 15, 2011.