La triple tragedia de Japón

    Opinión |


    El viejo imperio del Sol Naciente enfrenta su mayor desafío desde la Segunda Guerra, después de sufrir un terrible sismo (seguido por varios más de menor intensidad), un tsunami y una catástrofe nuclear cada vez más grave, todo en forma casi simultánea.
    Desde la devastación que hicieron los bombarderos aliados durante la Segunda Guerra, Tokio no se sintió tan amenazada. A pesar de que el tsunami y el terremoto golpearon lejos en el norte, y que la planta nuclear fuera de control está a 170 kilómetros de la capital.
    En el reino de lo predecible, de lo planeado y organizado, faltó luz eléctrica, gasolina en los surtidores y alimentos esenciales en las góndolas de los supermercados. Y la población reaccionó admirablemente, controlando el pánico, sin desorden, con solidaridad ante la emergencia. Hay un saldo provisorio de 12.000 muertos estimados (pueden ser muchos más) y medio millón de personas desplazadas.
    No un día, ni dos. Semanas enteras y la emergencia continúa. A esta altura parece imposible revertir el daño en la central atómica de Fukushima. Hay niveles de contaminación preocupantes, evacuaciones masivas en las inmediaciones y esperanza de que los informes oficiales sean ciertos y no escondan una ominosa realidad. Pero siempre, en todos los casos, el pueblo japonés demuestra su arraigada cultura de poner primero el bien común, su ética de la solidaridad.
    Seguramente ninguna otra nación en el mundo está tan familiarizada con el desastre, terremotos, maremotos, tifones, deslizamiento de tierras que golpean con frecuencia a un archipiélago más pequeño que California en superficie, pero con una población cuatro veces mayor.
    Una nación, la única en el mundo, que sabe de los horrores de un ataque atómico, como ocurriera en Hiroshima y Nagasaki.
    La gente que acuñó –y convirtió en palabra de uso mundial– el término tsunami para describir olas gigantescas que dejan pequeños a los maremotos conocidos en otras latitudes, saldrá adelante como lo ha hecho siempre. El problema es cuándo podrá empezar a planear la recuperación. Porque la tragedia parece interminable.

    Daños económicos
    A juicio del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial), harán falta cinco años para recobrar el crecimiento. Similar pronóstico comparte el Banco Asiático de Desarrollo (BAD). Ambos han revisado sus perspectivas regionales.
    En el caso del BM, difundió un informe de campo, según el cual la combinación de sismos, sus réplicas y el tsunami han dejado un costo que el Gobierno japonés se resiste a sincerar. Tanto la entidad occidental como la de Asia-Pacífico hablan de US$ 220.000 a 235.000 millones.
    Vale decir, entre 3 y 4% de un Producto Bruto Interno que iba hasta este cataclismo tercero en el mundo, luego de Estados Unidos y China. “Apelando a la historia como referente –señala el trabajo de BM–, la expansión económica del país podría exigir un quinquenio para recobrarse”. Todo depende de cómo evolucione la reconstrucción en los próximos seis trimestres.
    El organismo prevé costos superiores a los del terremoto de Kobe (1995). Hay un punto inquietante: los daños, afirma el BM, deberán ser pagados en conjunto por los propietarios de bienes raíces y otros activos con asistencia del Gobierno.
    Volviendo al ejemplo de Kobe, ambas instancias coinciden que se deteriorarán los rindes de la deuda pública en bonos y otros títulos. En esa oportunidad, la renta de papeles a 10 años se contrajo de 4,2% en 1994 a 3,5% un año más tarde y a 1,7% terminando 1999. Entretanto, el Banco de Japón (central) efectuaba masivas inyecciones de liquidez para apuntalar los bonos.
    Circunstancias, factores y políticas en la actualidad repiten el contexto, en forma corregida y aumentada. En cuestión de días, se emitieron más de US$ 400.000 millones. Sin embargo, el yen se reapreció a punto tal que ha forzado la primera intervención colectiva encarada por el grupo de los 7 en 10 años. Por otra parte, los problemas de crecimiento comienzan a perturbar las actividades industriales en el área de influencia nipona. Particularmente en materia de automotores, electrónica de uso final y componentes e insumos de computación y celulares.

    La inmensa escala de daños y consecuencias

    Ahora, los problemas son dos. Primero, la sombra de Chernobyl o Three-Mile Island en el plano nuclear. Segundo, los efectos del maremoto y las réplicas del sismo no solo en Japón –como teme el primer ministro–, sino en la economía del mundo.
    Las consecuencias inmediatas son todavía muy difíciles de evaluar, pero relativamente fáciles de describir. Para empezar, está el enorme aparato industrial, golpeado por cierre de plantas como Sony (40% de su volumen), Toyota, el resto de las automotrices, etc. Combinando el síntoma con la crisis libia, significa que la recesión deflacionaria iniciada en 1990/1 y culminada en 1996/7 tiene posibilidades de prolongarse más allá de 2011.
    Ahora bien, ¿llevará esto a una repatriación de ahorros e inversiones en el exterior? ¿Ocasionará el fenómeno estragos en los mercados especulativos y reales, con problemas para Estados Unidos y otros grandes deudores de Japón? Solo en 2010, público, bancos y empresas colocaron US$ 166.000 millones, según estadísticas del Fondo Monetario Internacional.
    Si el sector público y privado retoman los recursos necesarios para reconstruir la economía y la sociedad niponas, el flujo hacia fuera menguaría. A su vez, ello debilitaría el dólar y el euro, incrementando el costo de nueva deuda para EE.UU., la Eurozona, los fondos soberanos de Levante, etc.
    Esos efectos empalmarían con un déficit fiscal japonés, por una parte. Por otra, la repatriación de colocaciones también podría rea­preciar el yen, con impacto adverso en las exportaciones. Al respecto analistas de Surcorea, Hong Kong, Shanghai o Singapur esperan que el Banco de Japón (central) intervenga para impedir que la moneda suba muy rápido.
    En otro plano ¿qué sucederá con los mercados internacionales de combustibles? Cabe recordar que Japón es el tercer importador de crudos, luego de EE.UU. y China. Los daños en las usinas atómicas, a la larga, elevarán las compras de hidrocarburos y presionarán sobre los precios. Por de pronto, la agencia internacional de energía y combustibles (AIEC) estima en 375.000 barriles diarios adicionales, que se agregarán a los 4.250 millones “normales”.
    El daño que sufrirán las empresas de seguros será enorme: se calcula que deberán desembolsar –y son estimaciones tempranas– algo así como US$ 60.000 millones. Parece que promete ser el desastre más costoso de la historia.
    Luego –y no es un dato menor– está la dimensión política. Un sistema de gobierno, que desde la posguerra se caracteriza por su debilidad y falta de dirección, ha quedado ahora expuesto brutalmente con una clase política donde no abunda una dirigencia fuerte.
    El paso de los días revela la imperiosa necesidad de improvisar soluciones para situaciones no previstas, ordenar evacuaciones masivas, ayudar a los evacuados y organizar la búsqueda de los ciudadanos con los que se ha perdido contacto. La improvisación no es el fuerte de los japoneses, con una burocracia cuyo poder está debilitado y sin una generación de dirigentes que pueda hacerse cargo.

    Antes de la tragedia
    La tercera economía mundial tuvo un mal cuarto trimestre (por vez primera en 42 años, quedó tercera) y recién mostraba tibios signos de recuperación en el primer bimestre de 2011. Hoy encara el mayor desastre sísmico en casi siglo y medio.
    Con un Producto Bruto Interno de US$ 5,3 billones, un ingreso por habitante de US$ 42.500 en 2010 y el desempleo en solo 4,9% de la población activa, a primera vista la economía del Sol Naciente vivía una coyuntura envidiable. No obstante, desde hace casi 20 años la deflación –cuyo piso acaeció en 1996/7– cuestiona la sostenibilidad del modelo hacia delante.
    Un capital humano que envejece y es adicto al ahorro excesivo plantea dilemas casi terminales. Por ejemplo, el Gobierno debe recurrir al creciente gasto público para compensar el déficit en materia de consumo privado. Por ende, Japón sufre también el peor balance fiscal –en términos de PBI– de las economías líderes (9,3%) y una deuda pública que casi dobla el volumen de la economía.
    Surge entonces la cadena de sismos y maremotos. Mejor dicho, la urgente necesidad de estímulos sistémicos a la reconstrucción. Naturalmente, esto postergará el compromiso de domeñar el rojo presupuestario, como lo reclama la receta ortodoxa del Fondo Monetario Internacional. Entre otros defectos, soslaya precisamente la deflación, un problema más peligroso que su contraparte, la inflación.
    Cabe señalar que el Banco de Japón (central) mantiene las tasas referenciales en cero. Eso implica que dispone de escasísimo margen para estimular la actividad, por lo que existen incógnitas sobre qué hará el ente emisor.
    Dadas las experiencias pretéritas –una es el terremoto de 1995, donde perecieron 6.000 personas–, Lawrence Summers (consejo económico asesor de Barack Obama) cree que, a la larga, la reconstrucción podría beneficiarse del impulso consiguiente. Pero, advierte, subsisten notables vulnerabilidades económicas. Sin ir más lejos, el ritmo de recuperación en el PBI, que fue +3,9% en octubre-diciembre, cedió 1,3% en el primer cuarto de este año.
    Sin duda, el imperio está habituado a estos reveses. Con escasos recursos naturales, el archipiélago importa combustibles y otros insumos primarios. Contra las cartillas del FMI y la Organización Mundial de Comercio, es fuertemente proteccionista en el plano agrícola (el arroz en un caso típico, con 40% de aranceles ad valorem). Pese a ello, compra 60% de sus alimentos en el exterior. Eso no obsta para que las exportaciones (US$ 735.000 millones en el ejercicio 2010) superen a las importaciones (636.800 millones).