CAPÍTULO VI | Evolución de los precios: Se profundiza el impacto de las expectativas con esta dinámica

    CAPÍTULO VI | Evolución de los precios

    El gatillo inicial de la inflación fue la sostenibilidad a lo largo del tiempo de una política fiscal expansiva, materializada en incrementos constantes de ingresos en forma directa (salarios, jubilaciones, AUH) e indirecta (subsidios energéticos, transporte y alimentos), y una política monetaria/cambiaria que evitó a toda costa la apreciación del peso en un contexto global de dólar débil. Con tres años de inflación de dos dígitos a cuestas, se hace presente la inercia y entra en el juego el componente de expectativas, dándole a la variable vida propia. Solo la crisis internacional, con recesión incluida, frenó la marcha de los precios, aunque estaba claro que un rebote en el nivel de actividad produciría el efecto contrario.
    Precisamente, el rebote del nivel de actividad observado durante el último trimestre de 2009 y el primero de 2010 vino de la mano de una intensa aceleración de la inflación desde una base de 15% anual. Se produjo inicialmente un overshooting de precios, comportamiento que revela por parte de las bocas de expendio el intento de recuperar los márgenes perdidos durante un año de fuerte contracción en la demanda. Durante los primeros cuatro meses del año la inflación registró un alza mensual promedio de 2,5% (10,3% acumulado), dinámica que llevó de un plumazo el ritmo interanual de 15% a 20%.
    Se observa como nota disonante el crecimiento del rubro alimentos y bebidas (40% anual), que explicó 49% de la evolución de la inflación. Dicho segmento no solo es relevante por su importancia en el índice general (31,3% del mismo), sino porque tiene un peso sustantivo en la canasta de consumo de los quintiles poblacionales de menores ingresos. Léase: si para el “consumidor promedio” la inflación fue de 25,6% anual, para aquellos grupos familiares de menores ingresos esto fue en el mejor de los casos un piso.
    Dentro del sector de alimentos se destacó el incremento de la carne vacuna, que alcanzó 95% anual. Durante 2009 y parte de 2010, las existencias bovinas evidenciaron una importante disminución, producto en primera instancia de la sequía más significativa de los últimos 50 años y, en segunda, de una liquidación importante de ganando, consecuencia de las condiciones económicas desfavorables. A raíz de este fenómeno, se produjo un aumento considerable del precio del ganado en pie, creándose nuevamente los incentivos suficientes para retener las hembras y comenzar así la recuperación del rodeo bovino, cuya situación entonces repercutió indefectiblemente en el precio final de este producto.
    Otro 21% del alza del IPC estuvo explicado por los servicios para la salud (+28% anual), con los incrementos de las prepagas a la cabeza los cuales oscilaron entre 30% y 40% anual, y por el rubro transportes y comunicaciones (+15,5% anual) cuyo principal tractor fue la suba de los combustibles (+24% anual).
    A diferencia de 2009, año donde la evolución de los precios mayoristas tuvo mucho que ver en la desaceleración de los precios al consumidor, la aceleración de la inflación durante 2010 se mostró más asociada a la puja redistributiva. Está claro que el peso del salario y sus impuestos asociados impactan mucho más intensamente en las cadenas intermedias que en el eslabón industrial, más tecnificado y productivo.

    En 2011 prima la preocupación
    Durante 2010, solo el incremento de la carne vacuna explicó 7,4 puntos de inflación (casi 30% del incremento anual del IPC). Durante 2011, es improbable que volvamos a observar una suba de tal magnitud, acercándose el precio de este producto a una dinámica más próxima a la evolución general de precios (25% anual). Esto implicaría, desde un punto de vista estrictamente técnico, 5 puntos menos de inflación que en 2010.
    A pesar de esto último, no esperamos que el guarismo de 2011 sea menor al de este año. Sostenemos esta hipótesis en función de tres elementos:
    La cuestión salarial y la inercia inflacionaria. Con el último año con una inflación de 25,6% anual, las expectativas se recalientan y los reclamos salariales son más exigentes (iguales o mayores que los de 2010).
    Política fiscal electoral. Habrá una expansión fuerte del gasto (+35% anual) que implicará una reducción del superávit primario de 1 punto del PIB. Se observará una suba importante de la demanda de bienes no comerciables.
    Política monetaria electoral. La intención es impedir la apreciación del peso en un año donde, no solo el saldo de la balanza comercial continuará por encima de los US$ 10.000 millones, sino que el Gobierno de EE.UU. hará lo imposible por debilitar el dólar. Este escenario implicará necesariamente una mayor emisión monetaria que no podrá ser esterilizada en su totalidad. Paralelamente, el incremento de la asistencia del BCRA al Tesoro Nacional tendrá un claro efecto inflacionario o por una menor disponibilidad de reservas frente a una base monetaria creciente, o por la transferencia de utilidades que son el resultado mismo de la depreciación cambiaria que desee el Gobierno.
    Creemos que la inflación se ubicará dentro de un rango de 25% a 30% anual, aunque no descartamos que eventualmente se quiebre la barrera de 30%. De este modo, la Argentina continúa siendo una de las tres economías con mayor inflación del mundo, algo que no solo limita su crecimiento de largo plazo, sino que está generando dudas de corto por la existencia de un proceso de atraso cambiario. Durante 2010, se observó una inflación en dólares de 20% anual y en 2011 será de al menos 15%, demasiado para un país cuya productividad prácticamente no ha cambiado durante los últimos cuatro años.

    Avance sobre el sector privado

    Efectos distorsivos del proceso inflacionario

    La inflación sostenida en niveles de dos dígitos pone en peligro la continuidad del crecimiento como consecuencia de la regresividad de este fenómeno y del desajuste de precios relativos en el plano microeconómico.

    Sector público vs sector privado
    El impuesto inflacionario, la erosión de los sueldos reales y el desincentivo que produce este fenómeno en la inversión están generando un avance del Estado sobre el sector privado. Podemos citar tres ejemplos.
    Mercado de crédito. La creciente necesidad de fondos del Gobierno y la constante esterilización del BCRA por la compra de reservas están desplazando de este mercado al sector privado.
    Mercado laboral. La falta de dinamismo del tramo Pyme (ver próximo punto) convirtió al Estado en el principal empleador de la economía, creando 65% de los empleos formales durante los últimos tres años.
    Demanda interna. El gasto público, de apenas 11% del PIB en 2004, fue durante 2009 16,5%, en detrimento del consumo privado que pasó de 62,8% a 55,6%.

    Gran empresa vs Pyme
    En un contexto inflacionario y con escaso crédito observamos dos comportamientos contrapuestos:
    Mejora intensa en sectores más concentrados y formalizados (asociados al sector transable).
    Crecimiento pobre de los bloques atomizados e informales (Pyme) y fuerte deterioro de la rentabilidad.
    Estos últimos son, por características técnicas y geográficas, de tipo trabajo intensivo y emplean a personas provenientes de los estratos sociales más postergados. De este modo, a pesar de ostentar un PIB similar al de 2008, observaremos niveles de desempleo, ingreso y pobreza peores.

    Trabajo formal vs informal
    Como consecuencia del punto anterior, se observa una mayor disparidad en los mercados de trabajo formal e informal. El primero más dinámico y mejor pago, el segundo estancado. Este coincide también geográficamente con los bolsones de pobreza, ampliando la brecha entre Ciudad de Buenos Aires +1er cordón del Conurbano Bonaerense, y el 3er + 4to cordón del Conurbano Bonaerense.

    Trabajo sindicalizado vs no sindicalizado
    Dentro del mercado de empleo formal se observa una creciente disparidad salarial entre los sueldos de convenio y fuera de convenio, produciendo brechas dentro de la misma clase media.
    La inflación está generando además una apreciación gradual del tipo de cambio real (ver capítulo monetario/cambiario). El intenso rebote en la actividad económica a escala local y global maquilla los efectos adversos de este fenómeno, aunque los números de comercio exterior ya empiezan a acusar recibo. En 2011, nuestros principales socios comerciales habrán superado el nivel de producción previo a la crisis, con lo cual podría producirse una desaceleración pronunciada del ritmo de crecimiento de no mediar una depreciación más intensa del peso o mayores trabas comerciales. Esta última alternativa no es recomendable.