ANÁLISIS | Escenario global
Al margen de pronósticos fatalistas, las empresas que actúan en escala mundial se mantienen por ahora en buena posición y muestran excelentes perfiles de caja. Hacia mediados de 2010, las compañías privadas acumulaban –según ambas fuentes– alrededor de US$ 4 billones (millones de millones) y pagaban por ese stock apenas 1,5% anual a largo plazo. Al mismo tiempo, las economías en desarrollo continúan urbanizándose y ofreciendo perspectivas promisorias para la década 2011/20.
No obstante, tantos proyectos viales, portuarios, energéticos, hídricos y, en general, de infraestructura pública, aparte de nuevas plantas y compras de maquinaria, pueden implicar inesperadas presiones sobre el sistema financiero internacional. Un reciente análisis del MGI, por ejemplo, deduce que, hacia 2030, la oferta de capitales disponibles (vale decir, la voluntad de ahorrar) ya no cubrirá la demanda.
Puesto de otra forma, el nivel deseable de inversiones para ese tipo de proyectos no será suficiente. En realidad, las tasas de ahorro personal en las economías centrales, empezando por Estados Unidos, vienen declinando desde inicios de los años 80 y el envejecimiento de la población impide revertir la tendencia. Paralelamente, los esfuerzos chinos para promover el gasto familiar –eludiendo simultáneamente riesgos inflacionarios– tienden a disminuir el ritmo de ahorro, pero en todo el planeta.
La brecha entre oferta y demanda mundial de capitales invertibles podría elevar tipos de interés, trabar ciertas colocaciones y actuar como potencial freno al crecimiento. Por otro lado, mientras se transforman los patrones globales de ahorro e inversión, los flujos financieros entre países o bloques exigirán nuevos canales de intermediación privada e intervención estatal. Estos factores influirán decisivamente sobre decisiones gubernamentales, banca, inversores, ejecutivos e instituciones financieras.
Ritmo de demanda
En diversos lapsos de la historia se han requerido inversiones masivas en activos físicos. Esencialmente, infraestructura, fábricas y vivienda. Algunos períodos incluían las dos primeras revoluciones industriales (siglos 17 y 18) de la segunda posguerra o los planes de George Marshall para Europa occidental y Japón. Casi como una expresión de deseos, Dobb afirma que “iniciamos un nuevo auge inversor, ahora fogoneado por economías emergentes”. Sin embargo, se trata de capitales que se mueven dentro de ese mismo circuito.
A lo largo de Asia –oriental, sudoriental, meridional–, Sudamérica, Rusia y parte de África, la demanda de viviendas, caminos, ferrocarriles, transportes, redes hídricas, hospitales, escuelas, etc., está aumentando el ritmo de demanda. Siempre según el MGI, la tasa mundial de inversiones creció desde un piso de 20,8% del producto bruto global en 2002 a 23,7% en 2007. Pero la recesión occidental de 2008/09 interrumpió la tendencia.
La expansión 2002/07 derivaba primordialmente de altas tasas de inversión en China e India, pero no excluyó a otros países emergentes. Especialmente en Latinoamérica, Considerando los exiguos niveles de activos físicos y financieros acumulados por el grupo, este estudio sugiere que “un eventual incremento en las tasa de inversión bien pudiera durar decenios”. Salvo, claro, que persista la actual recesión en EE.UU. –caracterizada por casi 10% de desempleo– o la crisis de deuda soberana en la Unión Europea. Ambas incógnitas pueden afectar la oferta de capitales provenientes de economías emergentes.
¿US$ 24 billones?
En las proyecciones de crecimiento trazadas por un equipo de McKinsey, se supone que la demanda mundial de capitales podría exceder 25% del PBG hacia 2030. Ese guarismo implica que, para convalidarlo, la inversión privada internacional alcance US$ 24 billones ese año a valores constantes. Ello significa 2,2 veces los 11 billones estimados para 2008 y no actualizados hasta el momento. Tampoco queda claro cuál será la evolución del propio PBG.
De un modo u otro, el perfil de las inversiones mundiales irá modificándose a medida como avancen las economías emergentes. El modelo habitual de las economías centrales indica que, al invertir, suelen mejorar el stock de capital. Se actualizan plantas, talleres, material rodante, instrumental, sistemas informáticos y mano de obra. Pero, sostiene Dobb, el auge que él augura “involucrará básicamente el sector inmobiliario y la infraestructura”.
Téngase en cuenta el hecho de que, en 2008, las economías emergentes ya invertían en infraestructura a una tasa dos veces superior a la de los países industriales (5,7% del PBG contra 2,8%). La brecha se extendía a todas las categorías pero, en particular, resultaba muy amplia en transportes –rutas, aeropuertos, ferrocarriles– y bastante notoria en energía, combustibles y redes hídricas.
El MGI proyecta la demanda global de capitales, hacia 2030, en alrededor de US$ 4 billones corrientes en infraestructura y US$ 5 billones en bienes raíces residenciales. Si los pronósticos elaborados por el equipo de trabajo se mantienen válidos.
Ahorros declinantes
Los capitales necesarios para financiar esas inversiones proceden, claro, de cuanto ahorra el mundo, avanzado o en desarrollo. En los tres decenios culminados en 2002, la tasa global de ahorro (TGA, como parte del PBG) fue cediendo. Motivo: un pronunciado declive en el ahorro familiar de los países centrales.
Desde ese año, la TGA fue rebotando hasta 2007 en economías maduras y muchas emergentes, de 20,5% del PBG a 24%. Mientras tanto, algunas economías en desarrollo con tasa de crecimiento altas (China, India, Brasil) iban incrementando su participación en el PBG. A esta altura, observa Dobb, “es probable que la TGA no se torne más dinámica en las próximas dos décadas (2011/30), como resultado de desplazamientos estructurales en el conjunto de la economía”.
Primero, la tasa de ahorro china probablemente decline, si Beijing sigue moviéndose hacia el gasto familiar (algo que podría aflojar si el país profundiza las medidas antinflacionarias lanzadas en noviembre). En 2008, efectivamente, China sobrepasó a EE.UU. como país más ahorrativo del mundo y su tasa nacional era 50% del PBI.
Ahora bien, si el gigante acompaña la experiencia histórica de Japón, Surcorea, Taiwán o Malasia, su ritmo de ahorro irá bajando a medida como el país se enriquece. En McKinsey no tienen claro cuándo se iniciará el proceso, pero la dirigencia china –según se ha señalado– empezó a adoptar políticas pro consumo y antiahorro. Hasta el cambio amagado hace un mes. De acentuarse el nuevo sesgo, hacía 2030 esa economía habrá acumulado dos billones menos a valores constantes.
Tras la recesión, mejoran los emergentes Hoy, el crecimiento se desplaza hacia urbes de menores ingresos medios en Latinoamérica, Asia oriental y meridional (AO/M). Por supuesto, casi nadie eludió del todo la crisis sistémica de 2006/09 y la recesión resultante. No obstante, los efectos en 150 ciudades del mundo han sido o son muy desiguales. Recesión Recuperación |
De una a otra globalidad
China: nuevo orden, pero no sin vaivenes
La decisión de flexibilizar la paridad cambiaria –adoptada a partir de julio– llega a fin de año con una canasta dólar-euro-yen reflejando tensiones. Especialmente insoslayables en materia de intercambio, flujos de capital y demanda real.
Cómo manejarlas y en qué lapso serán factores críticos en 2011. Los tres aspectos marcarán la diferencia entre un ajuste mundial –no ya local– suave y uno signado por peligrosas crisis financieras, como la occidental de 2006/ 09 o la que atraviesa hoy la Unión Europea (ninguna de ambas se ha agotado). Un nuevo estudio del McKinsey Global Institute explora las implicancias estratégicas de la transición entre una globalidad y otra.
Hasta cierto punto, el desplazamiento de actividades entre un mundo desarrollado y mercados emergentes simplemente refleja una especie de ley gravitatoria económica. En un contexto donde las ideas fluyen libres y la mayoría de los países pasa por diversos estadios en la adopción de medios de producción, comunicación o distribución, “los países menos desarrollados debieran crecer más que sus contrapartes en Occidente. Al menos, tal como estas eran antes de las crisis iniciadas en 2006 con el colapso inmobiliario norteamericano”. Eso cree el analista económico británico Martin Wolf.
Al respecto, es importante comprender que los mercados emergentes tienen ventajas estructurales asociadas a la nueva fase de la economía global. Muchos funcionarios occidentales suelen objetar paridades “anormalmente bajas” en países como China. Justamente, forman parte de las ventajas estructurales aludidas.
Pero el fenómeno remite a un hecho fundamental: “la mano de obra –subraya el MGI– no puede negociarse libremente en un mercado mundial único, rasgo normal en cuanto a productos primarios, insumos intermedios, alimentos y capitales.
Cualquier compañía que contrate servicios en economías de bajos salarios relativos lo hace para ahorrar enormemente en costos laborales. Ello es doloroso para los trabajadores occidentales sustituidos por rivales más baratos. Pero resulta positivo en materia de utilidades, precio final que paga el usuario y –exagerando– ciudadanos globales que trabajan en fábricas, centros de llamadas y otras especialidades baratas del mundo emergente”.
Pero ¿y si esos componentes no funcionan como se supone? La investigación de McKinsey sostiene que debieran considerarse esas aparentes improbabilidades y analizar el riesgo de que una crisis financiera acelere la transición a un contexto donde el intercambio, el flujo de capitales y la demanda sean más equilibrados. Al respecto, las cúpulas empresarias han de aprestarse para un mundo que –según muestra la flexibilización del yuan– modifique nexos económicos anacrónicos.
Generalmente, apunta Wolf, “se concibe la economía mundial en términos de resultados tangibles. Vale decir, la verdadera integración arranca de factores de producción, entre los cuales sobresalen las materias primas, el capital y el trabajo, claves para entender los problemas estructurales básicos. Un mercado se halla plenamente formado cuando todos los clientes obtienen las mismas cosas al mismo precio, extrapolando costos y márgenes transaccionales”.
Esto se conoce como “ley de precio único” y, originalmente, la postuló Adam Smith. En lo atinente a productos primarios, se trata de condiciones de mercado existentes desde hace tiempo. La misma ley vale además para el dinero y la mayoría de los instrumentos financieros. Pero no se limita a la mano de obra, para los ortodoxos el obstáculo estructural por excelencia.
Para aprehender el papel del trabajo, por supuesto, es preciso hacerlo con el arbitraje. Por ejemplo, su expresión transfronteriza en la economía financiera se centra en instrumentos transables cotizados en monedas. En la economía real, esos arbitrajes o transacciones captan diferencias en costos de producción entre diversos puntos. A medida como se abrían los mercados, especialmente especulativos, bajaban esos costos y, también, se agotaban las oportunidades de arbitraje en el plano financiero global, con lo cual se cumplía la ley del precio único.
Por el contrario, subsisten vastas oportunidades de transacción salarial, pues la misma tarea puede significar salarios muy variables alrededor del planeta. Esto lo aprovechan al extremo las empresas multinacionales, cuyo ahorro de costos opera por dos vías: salarios más bajos en el ex “tercer mundo” y creciente desempleo en economías centrales.
Al margen de factores sociales regresivos en ambos extremos de la ecuación, surge un problema estructural. En el curso de la década entrante, lo afrontarán las economías en desarrollo y subdesarrolladas. Reside en puestos laborales de calidad que irán abandonando los países desarrollados rumbo a China, India, Indochina, Latinoamérica y parte de África.
Serán cientos de millones, en tanto la fuerza laboral estadounidense no sube hoy de 150 millones. Desdeñando aquellos factores sociales regresivos –aunque ventajosos para el sector privado–, el estudio del MGI concluye que se vive un proceso global positivo. Sobre todo para el empleo en mercados emergentes y la dupla demanda-consumo en economías avanzadas.
Sin embargo, el mayor empleo emergente implica menos demanda laboral en EE.UU., Japón o Europa occidental. Ya España, una economía intermedia enganchada a la tambaleante Eurozona, sufre 21,5% de desocupación, con EE.UU. y el resto de la Unión Europea promediando 10%. Por ello, el desempleo en las economías centrales se torna más estructural que cíclico; como en Alemania en los años 20 ó EE.UU. en los 30. En el primer caso, la salida fue el III Reich; en el segundo, su resultado, la Segunda Guerra Mundial, fue prevista por John Kenneth Galbraith.