ANÁLISIS | Portada
Por Javier Rodríguez Petersen
¿Quién representa a los empresarios argentinos? Parecen ser tantos que es como que no fuera ninguno. En el país hay más de 1.000 cámaras empresarias con poca articulación entre ellas, agrupaciones numerosas y otras de apenas un par de integrantes, facilidad para crear organizaciones, disolverlas, fragmentarlas o fusionarlas, poca transparencia en la gestión, un diálogo entre los sectores y hasta intrasectorial que sólo parece tornarse asiduo cuando el fuego quema. Así, aunque el empresariado argentino es algo real –el conjunto de empresarios del país–, la voz del empresariado no pasa de ser una entelequia sin más aplicación, en todo caso, que la de una simplificación narrativa.
Guillermo D’Andrea es profesor en IAE Business School de la Universidad Austral. Y, desde ese lugar, coordina el “foro de los CEO”, al que él mismo describe como “un grupo de empresarios con interés en entender algunas cosas”. “No son un montón, pero pertenecen a compañías grandes y son más bien inquietos”, aclara. A esos empresarios les ofreció que propusieran un tema que les preocupara para investigarlo. “Sorprendentemente –dice D’Andrea– el tema que surgió fue el de la fragmentación en la representatividad”.
Con esa premisa inicial surgida de la preocupación de ese foro de empresarios líderes, coordinó desde finales del año pasado una investigación sobre la institucionalidad empresaria. Ese relevamiento fue el que arrojó los resultados citados: básicamente, una altísima fragmentación de lo que podría denominarse la representatividad empresaria, un bajo nivel de institucionalidad y transparencia y problemas diversos que boicotean la búsqueda de una voz del empresariado. Los resultados del trabajo fueron sintetizados en un informe que, con una honestidad brutal y provocativa, denominaron “trabajando sin red”.
Guillermo D’Andrea
Un marco institucional suave
La Argentina, plantea el trabajo, tiene un “marco jurídico institucional suave” en lo referido a las agrupaciones empresarias. No existe una ley nacional de cámaras; éstas son un tipo de asociación civil (como las fundaciones); la regulación es provincial, con inscripción en la Inspección General de Justicia (IGJ) y, en lo elemental, sólo hay una serie de requerimientos formales como la redacción de los estatutos, la enumeración de socios, cierta información patrimonial y la confección de libros y estados contables que no necesaria ni comúnmente están abiertos al público.
“El resultado es que prácticamente cada uno puede hacer su propia cámara. No hay limitaciones, se pueden fusionar, se pueden dividir. Los requisitos que se ponen son simplemente formales: formularios, nombres, uso de palabras… no mucho más”, resume el profesor del IAE.
Al analizar los objetivos de las cámaras, las coincidencias son enormes. Tanto que según D’Andrea parece haber cierto “copiar y pegar”. La mayoría de las cámaras velan por los intereses de sus asociados y el cumplimiento de leyes y códigos de ética; los representan ante las autoridades, sindicatos y otras asociaciones; impulsan el desarrollo del sector; se constituyen como lugar de debate; promueven el desarrollo tecnológico y defienden el bienestar de sus asociados. La quizás no muy sorprendente coincidencia no evita, sin embargo, que los mismos sectores tengan cámaras diferentes en las mismas regiones.
Tejido destejido
El análisis del tejido empresario argentino que hizo el IAE muestra un universo de cámaras y asociaciones empresarias altamente fragmentado. Con la metodología que aplicaron, relevaron 826 cámaras (sobre un total que calculan en algo más de 1.000) que tienen, en promedio, 103 socios, con un máximo de 4.613 y un mínimo de dos.
En ese universo hay superposiciones de todo tipo: sectorial, regional, por producto. Hay empresas que participan en 15, 20 y hasta 25 cámaras distintas. Según D’Andrea, además, hay una escasa o nula articulación entre sectores.
En comercio e industria relevaron 170 cámaras. Puntualmente en madera, 11 asociaciones regionales. Las farmacias tienen seis asociaciones nacionales, aparte de las provinciales (sólo de ejemplo, en Buenos Aires hay tres y en Mendoza hay dos). Los supermercados y mayoristas tienen seis asociaciones nacionales (dos para los supermercados, dos para los mayoristas, una para los almaceneros y otra para los supermercados chinos). El sector de finanzas tiene cuatro asociaciones nacionales, además de los fondos, las tarjetas y tres para el sector de los seguros; “y hay sólo 83 bancos”, subraya el coordinador de la investigación.
En cuanto a lo que pasa en cada provincia, el estudio muestra una característica particular que se da, por lo menos, en Santa Fe y Entre Ríos: en la mayoría de los casos, en esas provincias se duplican las cámaras porque hay una en Santa Fe o Paraná y otra en Rosario o Concordia. Más ejemplos: Buenos Aires tiene 14 cámaras de comercio e industria (seis puntualmente del sector automotriz y cuatro de la confección). Santa Fe, 16 cámaras de comercio e industria (siete de comercio y exportación). Córdoba, 15 cámaras de comercio, industria y empresas (tres para la madera, cuatro para los autos).
Las superposiciones se dan también por productos. Hay 12 cámaras para los cereales entre Buenos Aires, Córdoba y Bahía Blanca. En alimentación, aceites tiene cuatro cámaras; pero el sector cárnico tiene 11; los molinos, cuatro, y los yerbateros, también cuatro en una zona relativamente pequeña. Hay nueve cámaras de frutas y 18 de semillas, con un universo que incluye post-cosecha, pre-cosecha, acopiadores, centrales, federaciones, elaboradores y limpiadores. “Cuando pasamos por la metalurgia –ironizó D’Andrea en la última conferencia de IDEA– casi esperábamos encontrarnos una cámara del tornillo y otra de la tuerca”.
Como dice el profesor, todo esto muestra que “somos muy creativos y evidentemente hay pujanza… de hacer cámaras”.
–¿Y esto cómo impacta?
–Esto diluye. Diluye la representatividad porque, al estar en varia cámaras a la vez, ¿por dónde se representa una firma? Al final se quiere estar en todas partes y se está en ninguna. Y también diluye la contribución de las compañías a las cámaras, porque las cámaras reciben un pedacito de lo que ponen esas empresas en toda su institucionalidad. ¿A quién beneficia esto?
–¿No es algo inevitable que muchas empresas estén en varias cámaras? Por ejemplo, que un campo grande esté en AACREA, ASAGIR, con las semillas y a la vez sea parte de CRA o la Rural…
–Puede que sí. De todos modos, cuando uno piensa por dónde voy… ¿por dónde voy? Y no todas las cámaras agrupan a los mismos; entonces si se quiere negociar desde el otro lado, ¿con quién se negocia?, ¿hay con quién? A lo mejor, se negocia con los que a uno le interesa y después se puede decir: “Yo ya negocié”. Al final, ¿quién es el que representa? Ahí hay un tema. Y, además, eso pasa a nivel primario. Y arriba no hay una cámara que junte. Está la UIA, Comercio, Construcción, los bancos, las del agro. Digamos que está bien, son rubros, es lógico y legítimo y responde a la distinta naturaleza de los negocios de cada uno. Pero hay diferencias de enfoque. ¿Y dónde nos ponemos de acuerdo? ¿Tenemos una mesa y un proceso sistemático para hacerlo? No, no lo tenemos. Eventualmente, se juntan por el espanto, no sistemáticamente.
El diálogo
Una casualidad: la entrevista de Mercado con D’Andrea se hizo en un bar de Palermo, cerca de donde una rato antes había terminado el encuentro más convocante por parte de los empresarios en mucho tiempo: a la última Conferencia Industrial fueron no sólo los empresarios que suelen concurrir y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner junto a parte de su gabinete, sino también el jefe de la CGT, Hugo Moyano. La foto fue sumamente inusual. Y justamente lo inusual de la foto refuerza las preguntas en torno a la institucionalidad del diálogo y quién, en todo caso, lleva la voz de los empresarios.
Hasta hace poco, el Grupo de los Ocho (o Seis o Siete, el número cambia cada algunos años) que teóricamente reúne a (sólo algunas de) las agrupaciones empresarias más representativas de los distintos sectores de la economía había dejado de reunirse o realizaba encuentros mancos en medio de una evidente falta de acuerdos. Protagonistas de históricas diferencias que aún hoy subsisten, las mayores entidades del sector productor agropecuario recién se sentaron en una misma mesa hace poco menos de tres años.
Fechas: la Mesa de Enlace tuvo su estreno cuando el Gobierno intentó avanzar con una medida (las retenciones móviles) resistida por igual por las cuatro mayores entidades del campo (la Rural, Confederaciones Agrarias, Coninagro y la Federación Agraria); el G-8 volvió a sus almuerzos cuando la crisis internacional amenazaba la economía argentina; y la UIA logró reunir a empresarios, Gobierno y CGT –para la foto, porque diálogo de a tres no hubo– en el particular contexto generado tras la muerte del ex presidente Néstor Kirchner.
Parece claro que sólo ciertas coyunturas especiales convocan al diálogo. E incluso así con reservas: desde la CGT –y a través del abogado de Moyano y diputado nacional Héctor Recalde– vienen impulsando en el Congreso proyectos que afectan a las empresas, como el de repartir entre los trabajadores una porción de las ganancias. Y ni siquiera con esa iniciativa sobre la mesa el empresariado termina de poder sentarse y menos aún conversar con la política y los sindicatos. Así parece difícil negociar.
–Hoy, para avanzar en la institucionalidad del empresariado, parece necesario conciliar posturas e intereses no sólo distintos sino directamente contrapuestos. ¿Cómo se hace?
–El problema no es que no estemos de acuerdo, porque probablemente no estemos de acuerdo ni tengamos por qué estar de acuerdo. El punto es que podamos sostener un diálogo para encontrar una manera de convivir y llevar adelante algo juntos porque a los dos nos incumbe. Si no, caemos en la ruptura: no me interesa lo que el otro dice y entonces me voy por mi lado; así no tengo la contribución de su esfuerzo, ni usted la del mío. Y, en función de eso, cuando gano yo, usted pierde; y cuando gana usted, yo pierdo, y, a la larga, no gana ninguno. No tengo problemas en que no estemos de acuerdo. Pero digo: tengamos reglas, modos de resolver los disensos. Para eso hay que sostener el disenso y no levantarse de la mesa.
–Esta atomización, ¿ya existía hace, digamos, 15 años?
–Si, esto no es de ahora. Estas cámaras llevan décadas de existencia. Puede ser que se hayan sumado algunas en los últimos años, pero este no es un fenómeno reciente.
–Igual hubo momentos en los que determinados grupos tenían el poder negociador en poder de los empresarios. Hoy parece faltar también eso.
–Ahí se mezcla con el fenómeno de pérdida del prestigio del empresariado. No está el orgullo empresario de “somos nosotros”, sino más bien un “tenemos algunas cuentas por pagar”, que todo el mundo las tiene. Y así falta un jugador importante, porque, nos guste o no, los empresarios son los que usan y generan los recursos de la sociedad. Falta ese jugador que diga “proponemos llevar los recursos para este lado, esta es nuestra propuesta de valor, el plan que traemos para ver si les gusta o podemos elaborar algo juntos”. Están el trabajador, el político y falta el que hace nada menos que el management de los recursos. La fragmentación hace que no exista, por ejemplo, el escenario para poder negociar.
–¿Ayudaría una mayor regulación a las cámaras?
–Es una posibilidad. Hay países en donde está regulado: se pueden habilitar las cámaras que sean, pero existe la obligación de aportar a una en particular. En España o Alemania, se puede abrir la cámara que se quiera y si se desea, poner (dinero) de más, es problema suyo, pero nada de diluir los aportes a la cámara.
Otro mundo (acá nomás)
La investigación del IAE buscó contrastar el relevamiento local con algunos casos que pudieran servir de ejemplo. “En otros países –resume D’Andrea– encontramos que las cámaras tienen la obligación de ser transparentes y públicas, contar lo que hacen y cómo funcionan y sin necesidad de ir a preguntarles”.
En España, la Confederación de Organizaciones Empresariales (CEOE) es de adhesión voluntaria pero representa a todos los sectores, con 2.000 empresas de base y 200 asociaciones. En Chile también es voluntaria la afiliación a la Confederación de la Producción y el Comercio, que tiene ramas de agricultura, comercio y servicios, minería, fomento fabril, construcción y finanzas; y aunque el empresariado chileno tiene una dispersión similar a la de la Argentina en cuanto al número de cámaras, según D’Andrea “están articuladas” y supervisadas por el Ministerio de Economía y no por la IGJ. “Italia tiene la Cofindustria. Y Brasil tiene algo parecido. En algún lugar (los empresarios) se encuentran”.
Más cerca, desde el IAE ponen el ejemplo de Mendoza, con el caso del vino en el que prácticamente todos terminaron en la misma mesa. Dice el coordinador del trabajo: “El estilo es inclusivo de la diversidad. Es muy difícil compatibilizar los intereses de unos y otros. La búsqueda de consensos es incansable, con mucho respeto y paciencia para suavizar los disensos. Esta gente no estaba de acuerdo. Pero trabajaron juntos y aprendieron que había que trabajar arriba y no debajo de la mesa. Después de 20 años peleándose se pusieron de acuerdo y no se bajan de la mesa. Esto se puede hacer, no es que los argentinos somos imposibles. Pero hay que querer”.
Opacidad
El informe también sostiene que la información sobre actividades, recursos y resultados de las cámaras no es pública ni transparente.
El equipo del IAE realizó un análisis más a fondo en el sector alimenticio, en el que relevó 100% de las 55 cámaras detectadas con un contacto directo con cada una. Sólo 45% informó sobre los socios; 44%, sobre los objetivos, 36%, sobre las acciones realizadas; 8% sobre el presupuesto; y 4% (es decir, apenas dos cámaras), sobre los logros. De las que hablaron sobre presupuesto, ninguna dio una respuesta completa sino que se limitaron a dar información poco precisa sobre las cuotas.
“No nos contaban nada: qué hacemos, cuánta plata tenemos, qué recursos usamos y qué resultados generamos. ¿Cómo es posible?”, se queja D’Andrea.
–Qué contradicción esta falta de transparencia con el discurso sobre la Responsabilidad Social Empresaria, ¿no?
–Pero además no tiene sentido no contarlo. Debería ser motivo de orgullo decir “miren lo que hago con lo que junto”. Y hay otras puntas: que no haya una buena institucionalidad, que la representatividad esté fragmentada, da lugar a que algunos se beneficien, los que están en mejores condiciones de operar, y otros, los que están en peores condiciones, sufran las limitaciones. Lo cual da más espacio para conductas predatorias.
No es inocuo que las instituciones fallen. Para algunos es conveniente: cuando falta institucionalidad, es más fácil sacar ventaja para los que están en mejores condiciones e inevitablemente se van a cometer abusos. Y eso no le hace bien a la sociedad. El tema de regulación no es pensar “ahí viene el Estado y nos regula”. No. Es más: busquemos una regulación razonable, pero propongamos algo.
–El problema es que el temor a la discrecionalidad con la que puede manejar eso un Gobierno en la Argentina.
–Es verdad, pero vivimos en una sociedad democrática, participativa. Entonces, juntos, conversando, podemos acotar las conductas predatorias del Gobierno o el Estado. Vuelvo a Mendoza: la dinámica, antiguamente, era que cada vez que cambiaba el Gobierno, el gobernador llamaba a los representantes de la industria del vino y, después de hacerlos esperar un par de horas para que entraran tranquilos, les decía: “La política para el sector va a ser esta”.
Ahora está la corporación, cambia el Gobierno, el gobernador convoca, ya no esperan dos horas, entran, el gobernador empieza su discurso y los voceros de la corporación, en algún momento, le dicen: “Muy bien, pero déjenos decirle hacia dónde vamos, porque no estamos acá para ver si lloverá o no o por dónde viene el clima, tenemos un rumbo que trazamos juntos”. Y de repente van descubriendo que, con los colores de las distintas administraciones, las políticas se van acomodando a lo que tienen trazado. Con lo cual que haya unidad empresaria no es indiferente. El temor viene de la misma desregulación actual. Hay que aprender a armar esto.
–¿Y cómo se sale? Porque hay sectores en los que las distintas cámaras tienen diferencias enormes.
–El principio es que de un laberinto se sale por arriba. No se puede pensar “vamos a unificar las cámaras”. Eso en algún momento decantará. No es cuestión de buscar quién se baja, ni siquiera tenemos que discutirlo, nada de primus inter pares. Veamos dónde podríamos ir juntos nosotros que somos parecidos. Y por ahí vamos a empezar a encontrar lugares de encuentro. Y donde no estemos de acuerdo, veamos cómo resolverlo, esperando y trabajando; pero sin empujar, porque si empujo, rompo. Hay que aprender esa gimnasia. No creo ni me parece sensato unificar cámaras. Hablemos del futuro. En lugar de ver por qué tendríamos que tener una y no tres cámaras, veamos adónde nos gustaría ir juntos. Nada más, un plan como sabemos hacer las empresas.
–Pero primero debería haber un acuerdo en cada sector. Antes de que el campo hable con la industria, debería haber un acuerdo del campo.
–No creo que tenga que ser todo tan sistemático. Creo que hay que empezar a buscar los acuerdos y a trabajar juntos. De repente, hay más diferencias entre dos que están cerca que entre dos que están lejos. Y quizás una organización del campo puede ponerse de acuerdo con las farmacias y terminan remando juntos. No estoy seguro de que tenga que ser una cosa tan orgánica sino, más bien, de ir buscando el diálogo y transitándolo.
–¿Y cuáles serían los espacios para el diálogo?
–En eso estoy trabajando. No creo que haya uno que deba decir por acá es por donde va. Alguno ya me dijo: “Yo estoy trabajando en un plan”. Y ya veo cómo viene ese plan: es el de él, que se sienta en la mesa y trata de imponerlo. Prefiero dejar que esto camine.
–Más allá del grupo de empresas con los que está trabajando en el IAE, ¿cómo ve al resto del empresariado argentino? Muchos parecen felices con la fragmentación, porque les da poder o visibilidad.
–Sí, comparto esa percepción. Yo percibo grupos. Algunos empresarios mayores están insertos en eso de generar espacios, ocuparlos y aprovechar, con bastante gimnasia de esquivar y sobrellevar los momentos. Otros, que no son de grandes compañías, miran su propia empresa y van haciendo.
Y otro grupo, más joven, más abierto, más moderno, con algún perfil emprendedor que ya generó empresas medianas y en general con proyección hacia afuera, y que por la dinámica que manejan son más proclives al diálogo, a una forma de gerenciar más transparente y a una relación un poco más intensa con la comunidad. Hacia ahí estamos apuntando. Esa gente, con un Moyano, encara un diálogo distinto, porque no sabe cuánto le sirve confrontar. Hay una posibilidad de cambio por ese lado. Y en ese grupo un poco más joven hay gente interesada y hay orgullo y apertura al diálogo.
–Para el cambio, es importante que se sumen las grandes empresas, que encabezan las negociaciones con los gremios y suelen tener mejor llegada al Gobierno. Pero muchas están acostumbradas a llevar esas negociaciones solas, ni siquiera dentro de las cámaras.
–Eso es tal cual y es lo que hay que evitar. A algunos los tengo sentados (en el foro de los CEO) y no es fácil que estén siempre sentados. Pero hay que sembrar esta conciencia y traer a otros que procuren mantener esta amalgama. De vuelta: el mecanismo es algo que nos una a todos hacia delante más que cómo vamos a negociar puntualmente este tema o aquel. Empujemos para adelante y pongamos un mecanismo para empezar a resolver los disensos. Va a ser un camino largo, porque este no es un problema económico sino interpersonal, de relaciones. Dejémoslo andar.