Contra imitaciones y falsificaciones

    DOSSIER | Las marcas del lujo

    Ya en los dominios del lujo, Porsches y Ferraris falsos circulan por Bangkok y un banco alemán descubrió en sus reservas “barras de oro”, en realidad hechas de tungsteno. Hasta la misma Nasa ha comprado insumos sospechosos, aunque no de lujo.
    Por cierto, “el fraude ha dejado de afectar exclusivamente a los bienes de alto precio”, señala Teresa Randazzo, a cargo de la división propiedad intelectual de las aduanas estadounidenses. “Hoy se intenta traficar bienes falsos que tienen efectos mucho más amplios en la economía. Por ejemplo, farmoquímicos o partes de computadoras”.
    Un reciente estudio del departamento federal de comercio revela que las falsificaciones se han infiltrado en las fuerzas armadas. Entre 2005 y 2008, por ejemplo, se dobló el número de partes fraudulentas en sistemas de electrónica militar capaces de dañar armas de alta tecnología.
    La Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico (OCDE, 30 países ricos) estima que el comercio mundial de bienes falsificados o pirateados rozaba los US$ 250.000 millones en 2007 y quizás alcance los 275.000 millones este año.
    Probablemente, se haya quedado corta. La coalición internacional antifalsificaciones (IACC en inglés), un grupo activista privado, sostiene que, en 2009, la cifra verdadera puede situarse en US$ 600.000 millones. Tanta diferencia se debe a que la OCDE no incluye piratería o fraude en línea, generalmente vendido en los países originarios. La entidad calcula en 5 a 7% del total mundial la participación de bienes falsos.

    Factores que inciden
    Varios factores contribuyen al auge de fraudes e imitaciones en los últimos años, se trate o no de lujos. El desplazamiento o la tercerización de industrias enteras a países que amparan poco la propiedad intelectual proveen tecnologías y oportunidades para hacer diferencia. En general, Internet y, en particular portales como eBay facilitan distribuir bienes falsos. MarkMonitor, firma que ayuda a defender marcas en el ciberespacio, estima que la venta de imitaciones vía la Red sumará este año alrededor de US$ 135.000 millones.
    En otro plano, la recesión occidental a partir de 2007 promueve ese mismo negocio. Frederick Mostert –Authentics Foundation, otro grupo antifraudes– detecta un efecto nada sorprendente: con menos plata en el bolsillo, la gente se conforma con buenas copias, no ya originales. Al mismo tiempo, los recortes de costos hacen a las cadenas de abastecimiento empresarias vulnerables a las imitaciones más baratas.
    En 2008, el valor de falsificaciones decomisadas en las fronteras de Estados Unidos aumentó casi 40% respecto de 2007. Luego. En 2009, bajó 4%, mucho menos que el 25% de declinación mostrado por las importaciones legales. Aquel mismo 2008, en la Unión Europea, las aduanas confiscaron más del doble que en 2007.
    En las recesiones, las empresas sienten los ingresos perdidos por culpa de imitadores y falsificadores en forma más aguda y deben acentuar esfuerzos para detectar y erradicar impostores. Por ejemplo, denuncias de Louis Vuitton/Moët Hennessy –líder mundial en artículos de lujo– llevaron a casi 9.500 decomisos en 2009, 31% más que en 2008. “Las acciones legales de las compañías contra fabricantes y distribuidores de mercadería fraudulenta llegan este año a máximos históricos”, señala Kirsten Gilbert, del estudio jurídico británico Marks & Clerk Solicitors, especializado en la materia.
    Por su parte, las tecnologías empleadas para neutralizar a los piratas tienen a ser mejores y más complejas. Así, los hologramas son formas baratas de distinguir entre productos auténticos y falsos. No obstante, los falsificadores perfeccionan los métodos de copia. Tintas especiales, marcas de agua y otras técnicas invisibles al ojo humano se popularizan en ambos extremos del espectro.
    Muchas firmas dedicadas a protección de marcas también aplican tecnologías de identificación por radiofrecuencia (RFID) para facilitar el monitoreo de embarques y partidas. El sistema permite “etiquetar” cajas y cajones con microprocesadores que envían “señales autentificadoras”.