Inseguridad ciudadana

    COLOFÓN |

    En este capítulo, Kliksberg reflexiona sobre la necesidad de políticas públicas renovadoras, experiencias ejemplares y el rol de los medios masivos.

    No es sólo una sensación
    Los medios masivos de comunicación bombardean permanentemente con noticias de crímenes, asesinatos, robos. Las maras en Centroamérica, los secuestros de personas en México… la inseguridad acompaña la vida cotidiana de los latinoamericanos.
    La evolución de la tasa de criminalidad en América latina es alarmante. En 1980, el promedio de homicidios por cada 100.000 habitantes era de 12,5 al año. En 2006 fue de 25,1, lo que significa que la criminalidad se ha duplicado en el último cuarto de siglo.
    Los especialistas coinciden en que un escenario de cinco homicidios cada 100.000 habitantes al año es considerado normal, entre cinco y ocho homicidios es alarmante, lo cual requiere repensar las políticas, y más de ocho constituye una tasa epidémica, lo que significa que el fenómeno es parte de estratos muy profundos de la realidad social y exige un cambio de paradigmas. Los países con criminalidad más aguda son El Salvador (5 veces la epidémica), Colombia (4,7), Venezuela (4,25) y Brasil (3,8). Solo se hallan debajo de la cota de ocho homicidios Costa Rica, Cuba, Perú, Argentina, Chile y Uruguay. Comparativamente, la tasa de homicidios en América latina es 17 veces la de Canadá (1,5) y 20 veces la de los países nórdicos (1,1 ó 1,2).
    En una región que es la más desigual de todas, los impactos de la crisis acentuaron las inequidades: aumentaron el trabajo infantil, la deserción escolar de los niños pobres, la marginación social de los jóvenes, las discriminaciones de género. La persistencia de las desigualdades explica las altas tasas de pobreza de América latina.
    En este contexto de serios problemas no resueltos de pobreza y de desigualdad, la “mano dura” margina totalmente, se presenta como la salida providencial para responder a la sensación de inseguridad. Exitosa en copar la conciencia colectiva de la sociedad, la mano dura no es un movimiento espontáneo, sino una ideología apoyada en teorías muy cuestionadas, incluso en sus lugares de origen.
    La mano dura ha fracasado porque, entre otros problemas, tiende a responder indistintamente a las diversas formas de criminalidad. Esto impide diseñar políticas diferenciadas para problemas que son diferentes.
    Esquemáticamente, podríamos decir que existen dos tipos de delincuencia. Por un lado, el crimen organizado, que debe combatirse aplicando todo el peso de la ley.
    Por otro lado, encontramos el incremento de la criminalidad joven, que se inicia con actos delictivos menores. La homogeneización de la respuesta a los diversos tipos de criminalidad resulta, además de ajena a la ética, marcadamente ineficiente.

    Experiencias exitosas
    Finlandia tiene sólo dos homicidios por cada 100.000 habitantes y, al mismo tiempo, tiene la menor proporción de policías por habitante del planeta y ha logrado reducir a un mínimo los presos en las cárceles. Pero no es el modelo policial nórdico el que genera esas comparativamente bajas tasas de homicidio, sino el modelo económico, basado en una fuerte cohesión social, que ha abolido el accidente de nacimiento, al generar oportunidades universales de educación, salud y trabajo.
    Nicaragua, ubicada en Centroamérica, la región en la que se registran las tasas más altas de criminalidad de América Latina, tiene un índice de homicidios de ocho cada 100.000 habitantes, tres o cuatro veces menos que el de sus vecinos. Aunque con serios problemas estructurales, Nicaragua viene aplicando desde hace años un enfoque basado en la prevención y la rehabilitación que incluyó la construcción de una relación directa entre la policía y la comunidad, en lugar de optar por endurecimientos legales; también se abrieron oportunidades de trabajo y de desarrollo artístico y vocacional en las cárceles. Entre otros programas, se crearon comités de prevención del delito entre el gobierno, los medios, el sector privado y los miembros de las maras, dirigidos a ofrecer oportunidades a quienes dejasen las pandillas.

    Hacia una solución integral
    Es muy común escuchar que los enfoques integrales, que no se limitan a las respuestas policiales y que enfatizan los aspectos de inclusión y rehabilitación, solo pueden dar resultados en el largo plazo. Por supuesto, las causas de la inseguridad son estructurales y complejas. Sin embargo, no es cierto que no haya posibles alternativas que se pueden aplicar ya y que puedan ir mejorando la situación y marcando el rumbo deseable.
    Claro que para ello es necesario confrontar los enfoques de mano dura, una estrategia seductora que promete soluciones rápidas y efectivas y resulta fácil de propagar a sociedades alarmadas ante el deterioro de su seguridad. Sin embargo, la experiencia en América latina y en el mundo demuestra la estrechez de esa lógica.
    Es necesario construir otra lógica, una lógica integral, basada en la idea de inclusión social, que se apoye en lo mejor de las experiencias exitosas y que permita diferenciar entre los diversos tipos de violencia. Pero ello solo será posible en el marco de un gran pacto social entre el Gobierno, la sociedad civil y las empresas socialmente responsables, que permita enfrentar las causas estructurales del delito.