India y China, ¿parábola de la tortuga y la liebre?

    ANÁLISIS | Escenario global

    “En términos económicos y largo plazo, puede decirse que China es una liebre e India una tortuga. No obstante existen posibilidades de que, en próximos decenios, las cosas se den vuelta”. Así lo cree Michaël Witt, del Insead, Fontainebleau. Por ahora, esto sólo lo esperan los nacionalistas indios.
    Por cierto, desde hace años la partida está en manos chinas. Por ejemplo, en 2008 el producto bruto por habitante, (US$ 6.000 anual) ajustado según diferencia en poder adquisitivo, más que doblaba el indio, según cifras del Banco Mundial. Hacia 1978, cuando arrancaron las reformas chinas, ese guarismo era la mitad del indio. En cuanto a tasas de pobreza en el gigante, que en 1981 solían ser un tercio superiores a las de su rival, son hoy una mitad inferiores. Entretanto, pese a reformas económicas desde 1991, la brecha en el producto bruto interno sigue aumentando: entre 2004 y 2008, la economía china crecía a razón de 10,8% anual promedio, contra 8,7% en India. Un ritmo notable, pero distante de la liebre.
    Existen buenas razones para este sesgo. Una se centra en factores económicos fundamentales, por ejemplo un crecimiento temprano que moviliza capital y mano de obra vía procesos productivos dinámicos. Al presente, obviamente, no faltan fondos para grandes compañías chinas pero, aun en los primeros años de la década que acaba, las tasas reales de interés para firmas cotizantes en bolsa eran 50% de las abonadas por sus contrapartes indias. En lo atinente a inversión externa directa, Beijing la atrae por un múltiplo 2,5 veces superior al de Delhi.

    Lo espinoso
    Pero, apunta Witt, “movilizar capitales es la parte fácil del asunto cuyo lado espinoso es desarrollar capital humano y cambiar el marco cultural. En este plano, India tiene un severo problema: sus leyes laborales dificultan manejar masas considerables de trabajadores de sector en sector. Para peor, sigue faltando gente con formación o conocimientos básicos, en una sociedad donde el analfabetismo orilla 40%, comparado con menos de 10% en China, cuyos jóvenes rozan ya cero en esa materia, contra 25% en el subcontinente”.
    Obra asimismo un factor invisible aun para los propios indios: el peso de religiones sincréticas de matriz rural y escasa afinidad con la economía urbana moderna. Esto explica también un sistema político corrupto, poco transparente, con restos del milenario régimen de castas. A la inversa, el trasfondo cultural chino no se manifiesta en dioses sino en dos filosofías urbanas, confucianismo y laoísmo, compatibles con la apertura económica de 1978 y con el Estado actual como lejano sucesor del imperio.
    El propio Banco Mundial interpreta las diferencias según los distintos papeles de cada Estado. Una lista de la entidad –de mejor a peor– ubica a India en el puesto 133, sobre 183 en total, por facilidades para hacer negocios.
    China figura en el octogésimo nono lugar, o sea es bastante más propicia. En rigor, los empresarios indios tienden a tener éxito donde logran evadir las regulaciones federales, provinciales y comunales.
    Por ejemplo, las ventajas comparativas indias en servicios como la tercerización informática pueden explicarse, en buena parte, por dos factores. Primero, el Estado nunca llegó a regular ese tipo de segmentos. Segundo, a diferencia de la industria, la “exportación” de servicios no está trabada por malas rutas ni complicados trámites aduaneros. Basta que funcionen computadoras, líneas telefónicas, etc.

    Castas, demografía, etc.
    Sin duda, las diferencias religiosas y filosóficas son claves en la disparidad de ambas economías y recuerdan la dicotomía Irán-Saudiarabia. Amén de las causas ya señaladas, hubo en la historia india dos quiebres decisivos. El primero, cuando el budismo inicial –una filosofía amplia– se partió en hinayana y mahayana. Aquél acabó emigrando a China, éste sobrevivió como minoría en su tierra original, pero protagonizó la segunda quiebra generando variantes idolátricas en el sur del Dekkán (Tamil Nadu), Tibet-Mongolia (lamaísmo) e Indochina-Indonesia (theravada).
    Lejos de aberraciones politeístas, en China, Corea y Japón la mezcla de filosofías, religiones débiles y shamanismo promovió una forma de movilidad social que Occidente conocería como iluminismo varios siglos después. Un chino del siglo 8 podía aspirar a los cargos más altos –salvo en la corte imperial– siguiendo una carrera con exámenes apolíticos en cada etapa. Por el contrario, el sistema indio de castas congelaba a las personas desde nacer y excluía todo estímulo ligado a la economía, salvo la guerra.
    En pocas palabras, señala el analista de Insead, “China parece ser la liebre de la fábula pero ¿esta vez la tortuga perderá? Naturalmente, Beijing no se dormirá en el camino como en Esopo, que tomó la parábola de fuente persa. Por otra parte, una cantidad de circunstancias puede impedir que Delhi emparde la carrera o, más aún, la gane en largo plazo. O al revés”.

    Tres factores
    Uno de los componentes es el cambio demográfico. Como resultado de la política china de un hijo por pareja, el gigante envejece a tal ritmo que –suponen muchos– no tendrá tiempo de volverse antes estructuralmente rico. Por cierto, hacia 2030 el país alcanzará un número de viejos (mayores de 60) relativamente similar al de las economías centrales. Como en Estados Unidos y a diferencia de Brasil, Sudáfrica o la Argentina, eso planteará dilemas severos a las políticas de salud. Asimismo, la proporción de jóvenes productivos se contraerá. “India –supone Witt– no afrontará esos problemas, pero tal vez encare otro: ¿podrá el Gobierno adaptarse a tiempo para aprovechar este dividendo demográfico?”.
    Un segundo punto, por ende, es que el buen desempeño económico requiere instituciones y marcos adecuados. Eventualmente, la verdadera clave del desarrollo no reside en un PB por cabeza de US$ 3.000, 6.000 ni siquiera 10.000. En verdad, cuando una economía roza los US$ 15.000, suele encontrar una cota difícil de superar. China la alcanzará alrededor de 2020 e India deberá aguardar 10 años más.
    Existe una tercera exigencia, quizá decisiva, atinente a la geopolítica, donde la mayoría de los modelos apunta a una misma conclusión: “China –cree el experto– posiblemente se encamine a un período de conflictos con EE.UU. que alterará el delicado equilibrio entre ambos. Los conservadores occidentales temen un empeoramiento de las relaciones.