Opinión |
Los principios del desarrollo sustentable ganan adeptos entre las empresas, día a día. Pero la conciencia verde crece en proporción directa a la bonanza económica. Cuando la situación general de la economía se deteriora, los esfuerzos empresariales a través de programas y prácticas adoptan un ritmo de espera, conteniendo gastos, como en cualquier otro rubro.
Todas las encuestas en este campo son muy reveladoras. En 2007, las inquietudes ambientalistas estaban en la cumbre. El año siguiente, con la recesión global, se avanzó muy lentamente. En 2009, la idea de recuperación general alentó otra vez la convicción ambiental. El temor es que, ahora, la capacidad de contagio de la crisis europea suponga otra parada obligatoria.
Pero con todo, la idea de que el futuro de las empresas está indisolublemente ligado al desarrollo sustentable y a la conciencia ecológica se ha afirmado sin cesar. Al punto en que es preciso aceptar que, en esta materia, la empresa ya es parte integral de la solución.
Hay además, razonables criterios de interés. Lo verde supone también una inmensa oportunidad de negocios.
Las industrias con capacidad de baja emisión de carbono han aventajado a la aeroespacial y de defensa juntas para convertirse en uno de los más grandes sectores de la economía global, según una reciente investigación del banco HSBC.
Los ingresos de este tipo de actividades de bajo carbono subieron 75% en 2008, elevando las ventas de las empresas que operan en el sector de cambio climático a US$ 534.000 millones durante el año pasado.
Se tomaron en cuenta a generadores de energía renovable, energía nuclear, empresas de agua y desechos industriales. Únicamente se consideró el ingreso que puede ser atribuido a actividades de baja emisión de carbono.
Se estima que, según las tendencias actuales, los ingresos del sector excederían los US$ 2.000 millones para 2020. Esto contrasta con las tribulaciones del sector de actividades emisoras de bajo carbono a principios de la recesión. Después de cuatro años de crecimiento estelar, nuevas inversiones en energía limpia solar –el grueso del sector– cayeron de US$ 41.000 millones en el último trimestre de 2007 a US$ 12.200 millones en 2009, según la consultora New Energy Finance.
Efectos recesivos
La tecnología limpia estaba plagada de problemas. La recesión significó que la inversión se fue reduciendo hasta casi desaparecer, y gran parte de la contracción del crédito significó que los préstamos de los que depende este sector de capital intensivo se volvieron escasos. Además, el debilitamiento de la actividad económica significó que cayó el precio del petróleo, lo cual hizo que la energía limpia fuera mucho más cara que la convencional de combustibles fósiles.
Si a esto le sumamos las oscuras perspectivas de las regulaciones gubernamentales para contener el cambio climático, la falta de confianza en la energía verde no sorprende a nadie. El rebote, además, refleja una serie de factores. Primero, el estímulo económico que aportan los Gobiernos. Muchos vieron el estímulo como una oportunidad de poner sus economías en un camino de bajo crecimiento de carbono y crear millones de empleos “verdes”.
Más de US$ 500.000 millones del estímulo global fueron reservados para planes “verdes”, desde trenes de alta velocidad en China al aislamiento térmico de los hogares en Estados Unidos. Está claro que el estímulo estadounidense está dando un fuerte envión a las energías solar y eólica en particular.
En los paquetes de estímulo para superar la recesión, se recomendó que por lo menos 20% del gasto debería ser verde, una meta que algunos países –incluyendo Corea del Sur y, según algunos cálculos, China– parecen estar logrando.
La masiva inversión de los Gobiernos, a su vez, hizo que más inversionistas privados se interesaran en tecnologías limpias y ayudaran a liberar fondos de los bancos.
Otro factor importante fue que la caída del precio del petróleo no durara. Cuando los precios de la energía convencional recuperaron el terreno perdido, fuentes alternativas comenzaron a verse otra vez atractivas.
Finalmente, los Gobiernos también señalaron su determinación de regular las emisiones de gases de invernadero. Con la elección de Barack Obama como Presidente de Estados Unidos, fue claro que el cambio climático sería una prioridad.
Tímidamente, aparecen en la Argentina algunas manifestaciones de esta economía basada en las energías alternativas. Parques eólicos –en estado experimental– en la Patagonia, y aprovechamiento –todavía en pequeñísima escala, casi artesanal– de la energía solar en la región norteña. Seguramente, pronto habrá más pasos concretos.
Inquietud por el eurocontagio
Resulta que habíamos dejado atrás la peor recesión en un siglo, y que estábamos en plena recuperación, cuando la situación de la Eurozona vino a revertir todos los pronósticos optimistas y volvió a sombrías predicciones.
Según Nouriel Roubini, el Banco Central Europeo debe bajar las tasas a cero para evitar la recesión. Para el consultor, además ha de aumentar compras de bonos soberanos. Ambas medidas han de neutralizar los efectos contraproducentes que ocasionarán los planes de austeridad.
El analista recomienda una mezcla de medidas: “dureza fiscal, pero dinero mucho más barato, flexibilidad monetaria, acceso fácil al crédito y un euro débil”. Roubini, que predijo la crisis sistémica de 2007/09 pero no su actual sucesora en la Eurozona, parece inclinarse por un euro a la par con el dólar.
Una descripción total o satisfactoria de ambos episodios –2006/09 en EE.UU., 2010 en la Unión Europea– dista de lo posible. Cierto grado de estabilidad se consolida hoy de este lado del Atlántico, pero el sistema sigue bajo presiones en la otra orilla.
Por ejemplo, el desempleo sigue alto (9,97 en EE.UU.) o crítico (más de 20,5% en España), con perspectivas harto complejas para la segunda mitad de 2010. En el tercero y cuarto trimestres de 2009, apenas una parte de los enormes estímulos fiscales y económicos empezaron a hacerse notar. Ahora, los planes regresivos impuestos en países de Europa occidental arriesgan efectos contraproducentes.
Desde 2008, la Reserva Federal y sus contrapartes han intervenido en una escala sin precedentes respaldando un sistema que varios economistas serios dan por irrescatable (igual que el bursátil). Otros califican esos paquetes de tareas inconclusas. Entretanto, el porvenir es incierto y podría modificar la percepción de lo sucedido hasta ahora.
Por de pronto, los expertos difieren notoriamente en políticas económicas, financieras y malos hábitos de los mercados. Por ejemplo, David Wessel (Wall Street Journal) ubica la causa de la catástrofe en el triunfo de la especulación a expensas de la industria estadounidense. Joseph Stiglitz y Paul Krugman (Nobel 2001 y 2008) sospechan que el capitalismo anglosajón tiene la culpa. En realidad, estas crisis carecen de fuente unívoca.
Con matices, casi todos los analistas sostienen que los funcionarios claves encararon, generalmente sin mucha confianza en sí mismos, el alud que se había desatado a fines de 2007. El reparto incluye a Benjamin Bernanke, Henry Paulson –secretario del Tesoro bajo George W. Bush– y su sucesor, Timothy Geithner, entonces presidente de la RF neoyorquina.
Dos temores
En verdad, unos temen inflación al este, otros ven deflación al oeste.
Analistas que responden a la banca privada occidental, por ejemplo Willem Buiter (Citi), anticipan “burbujas insostenibles” en plazas emergentes claves. Al otro extremo del espectro, se teme deflación en economías centrales, especialmente europeas.
En tanto Estados Unidos mismo parece distante de la crisis financiera transatlántica, en tren de hacerse sistémica, “China, Rusia, Brasil, India y otros emergentes se expanden a ritmo insostenible, se sobrecalientan y amenazan con burbujas”.
Pero un grupo nada desdeñable de economías industriales afronta el problema opuesto: la recesión deflacionaria. Varios países europeos se han apresurado a lanzar programas de austeridad fiscal sin dar tiempo a consolidarse la reactivación que asomaba meses atrás. La mezcla de despidos, recortes salariales y jubilatorios señala que el Banco Central Europeo, sin instrumentos eficaces, y un Fondo Monetario Internacional hoy paralizado deja el campo en manos de los villanos, la banca privada. Así se lee el rechazo a una “tasa Tobin”.
Con o sin tipos referenciales en cero –como se pide al BCE–, el peligro mayor consiste en una recesión que pueda trocarse en deflación y generar el fenómeno contrario a la estanflación: la recesión deflacionaria. Esta perspectiva eventualmente impedirá que Gobiernos, empresas y personas paguen sus deudas y se repitan casos como el griego.
El casi cese de pagos griego provocó una ola de programas de austeridad desde España hasta Alemania y próximamente en Gran Bretaña. Inevitablemente, esto congela la frágil recuperación económica. El BCE ha respaldado esfuerzos de la Unión Europea para apuntalar el euro tomando títulos nacionales. Pero cometiendo un grave error: poner a disposición de los bancos ilimitado fondos de corto plazo.