Opinión |
¿Excesivo optimismo o recuperación certera? Para muchos la reactivación es segura y no detendrá su marcha. Para otros no hay que confundir modestas señales con firmes tendencias. Son los que todavía esperan remezones.
Sobre la economía local, del año pasado y de este que empieza, nos ocuparemos en detalle en la próxima edición (Anatomía de la Nación, anuario de la economía argentina). Sobre el escenario internacional van estas reflexiones, datos y debates.
Para empezar, hay que registrar el movimiento sísmico que ocurrió en el pensamiento económico mundial.
Un reconocido economista como Barry Eichengreen se despachó con un ensayo titulado ¿Dónde estábamos los economistas mientras se gestaba la crisis? ¿Qué enseñaban las escuelas de negocios a quienes luego asesorarían a los que optaron por arriesgar demasiado? Un profundo análisis sobre la poderosa influencia del entorno social, que encumbra a los conformistas y desoye a los rebeldes.
Por el mismo sendero, aunque más incisivo acorde con su personalidad, se expidió el Premio Nobel de economía, Paul Krugman.
Muchas fuentes temen que la aparente vuelta a la normalidad reste incentivos para poner en orden las cuentas federales en Estados Unidos. Un ecléctico como Paul Samuelson (Nobel de Economía 1970) habla ya de “un verdadero pánico mundial, si los países que financian el déficit estadounidense –China en particular– resuelven que sus colocaciones en títulos de tesorería no son seguras”. A su vez, un ortodoxo como el megafinancista Warren Buffett sostenía que “la actual proactividad fiscal podría resultar tan peligrosa como la reciente crisis, si una eventual inflación le erosiona capacidad de compra al dólar”.
Señales de recuperación
Algunos analistas creen que habrá una especie de reacción en dos andariveles. Estados Unidos impulsará economías centrales, mientras que China, India y Brasil harán lo mismo entre las emergentes. Pero ¿cómo jugará la nueva crisis en Dubai y alrededores?
Por supuesto, no hay signos de una reacción global porque la crisis sistémica desencadenada por las malas hipotecas en 2006/7 afectaba solo a Occidente. Naturalmente, aquel grupo de emergentes parece hoy beneficiar a otras economías de su tipo (Sudáfrica, Indonesia, Rusia). Al menos, ese panorama se manifiesta vía mejores índices de confianza empresaria en Estados Unidos y en otros países centrales (Alemania, Canadá, Suecia).
Un informe difundido por la consultoría KPMG –cubre 6.200 empresas alrededor del planeta– sugiere que la economía real puede rebotar este año en los puntales emergentes y en Norteamérica, pero no tanto en Europa occidental o Japón. Especialmente, en términos de demanda laboral.
Otras fuentes, empero, temen que Dubai sea la punta de un témpano donde se oculta no solo el resto del golfo Pérsico, sino otras economías islámicas. Un componente, la especulación inmobiliaria de los jeques, acerca el colapso del emirato al de las malas hipotecas en Estados Unidos. En otro plano, una insolvencia por US$ 70.000 millones puede repercutir en vecinos como Kuwait, Qatar, Omán y la mismísima Saudiarabia.
No obstante, pocos analistas occidentales esperan que, a causa de Dubai, alguna economía relevante entre en cese de pagos. Pero hay algunos países muy endeudados. Entre ellos, Grecia (US$ 235.000 millones), Rusia (191.000 millones), Unión de Emiratos Árabes (105.000 millones), Ucrania (43.000 millones), Lituania (39.000 millones) y Letonia (31.500 millones).
En el fondo, lo que está en duda es la globalización como concepto, desde la crisis sistémica de las economías centrales (2007/9). Era una idea lanzada por dos Nobel, Paul Krugman (2008) y Joseph Stiglitz (2001). Ahora, el horizonte apunta a una “desglobalización”, concepto del británico Gordon Brown.
A primera vista, no es un término que defina bien el fenómeno al cual apuntan los tres observadores, curiosamente silenciado en la última cumbre del Grupo de los 20. Se trata, ni más ni menos, del regreso del Estado como árbitro de la economía, especialmente la financiera. Así, un estudio privado revela que 60 a 80% de una vasta muestra (abarca países del G-8) cree que los Gobiernos intervendrán cada vez más. Las nuevas propuestas de Estados Unidos y la Unión Europea son claras: agencias supervisoras capaces de desmantelar bancos multinacionales excesivamente grandes.
Más obvio, Daniel Rodrik (Harvard) hablaba semanas atrás de “capitalismo versión 3.0”. A su juicio, esta crisis señala el fin de un ciclo macroeconómico, tal como los concebían Nikolai Kondratiev y Josef Schumpeter, 85 años atrás. Para no asustar, el analista se apresuraba a señalar que “el capitalismo tiene ilimitada capacidad de reinventarse”. Justamente, eso afirmaban el ruso y el alemán. Rodrik se aferra a la propiedad privada y el libre mercado como parámetros, pero ambos exigen jueces, reguladores y, al menos en Occidente, democracia.
Pero el mundo emergente está dominado por economías cuya prosperidad no depende en absoluto del modelo sociopolítico occidental: Brasil, Rusia, India, China (la sigla BRIC), Surcorea o los países petroleros de Levante. Precisamente, en parte de ese universo florecen mercados bursátiles desacoplados respecto de la crisis. Esta los afecta, pero no en forma sistémica. En lo objetivo, durante los primeros 10 meses sus bolsas superaron con creces en rendimiento a los mercados de EE.UU. y Europa occidental.
¿Vuelta copernicana o solo un severo tropiezo?
En otras palabras, ¿el mundo vive un choque entre el oeste del libre mercado y el este regulador, restrictivo? El ortodoxo columnista británico Martin Wolf cree que ninguno de ambos extremos se impondrá totalmente.
“Ante todo, debiera examinarse qué se sabe y se ignora sobre los efectos del fenómeno actual en la economía, las finanzas, el Estado y la geopolítica. Para empezar –indica el analista–, cuando Estados Unidos pesca una pulmonía, el resto del planeta ya no cae en cama”.
Para seguir, agrega, “esta es la peor crisis occidental desde los años 30. Pero, tercero, es solo parcialmente global, si bien tiene severos efectos en economías que exportan valor agregado o dependen de importar capitales. Cuarto, varios países han lanzado paquetes inéditos de estímulos fiscales o monetarios y cuantiosos rescates. En apariencia, estos esfuerzos empiezan a rendir fruto”.
Wolf supone que EE.UU. encabezará la recuperación, funcionando de nuevo como el país más keynesiano del mundo. “No –opone Paul Krugman–, si Timothy Geithner sigue en el Tesoro y Benjamin Bernanke en la Reserva Federal”. El británico sostiene que China no será la economía más exitosa, algo que el Nobel 2008 afirma a cada rato.
Lamentablemente, subsisten al menos tres grandes interrogantes. ¿Hasta dónde los excepcionales niveles de endeudamiento estadounidense promoverán, si lo hacen, mayor ahorro personal? ¿Hasta cuándo los déficit corrientes continuarán sin exigir mayor compensación de riesgos vía tasas altas? Finalmente, ¿pueden los bancos centrales encarar una salida no inflacionaria de estímulos tan poco convencionales?
Mientras Wolf erige la inflación en mal supremo, Krugman parece apuntar a una sistemática licuación del dólar y, con ella, a la contracción de deudas en esa moneda. Por ejemplo, la titulizada en forma de letras de tesorería. En lo financiero sin duda, Washington ha dado al sistema bancario un certificado de buena conducta, no sin restricciones. Pero –recuerda el columnista– “los balances del sector han venido explotando por decenios y la solvencia sectorial se ha deteriorado”.
Modelos que no funcionan
Hace año y medio, Estados Unidos parecía la única víctima de una burbuja inmobiliaria pinchada y su consiguiente crisis financiera. Después, el desastre fue alcanzando a la Unión Europea. En cuanto a Japón, vive una recesión recurrente desde 1991.
El año pasado y por vez primera en 70, las economías centrales se contrajeron en términos de producto bruto interno. En algunos sentidos, la crisis es internacional pero ¿existen remedios en esa escala? Economistas como Joseph Stiglitz (Nobel 2001) o Paul Krugman (2008) abrigan serias dudas.
El primer problema consiste en reimpulsar las economías golpeadas. Durante colapsos como el de bienes raíces japoneses (1991, aún no resuelto en otros planos) o la crisis cambiaria iniciada en el sudeste asiático (1997/8, que golpeó a Rusia, Turquía, Argentina, etc.), el crecimiento de Occidente permitió una recuperación bastante veloz.
Pero, en esta oportunidad, la proliferación de derivativos –surgidos en 1971 al desaparecer la convertibilidad oro/dólar– y una extrema desregulación (países periféricos en los 90, luego Gran Bretaña, Irlanda, Islandia, Europa oriental) expusieron a ahorristas, inversores y bancos a riesgos sistémicos graves. Según el Banco Asiático de Desarrollo, por ejemplo, la contracción de activos financieros globales llegó a US$ 50 billones en 2008, vale decir el PBI mundial del mismo año. Con menos riqueza y el crédito congelado, los gastos personales o empresarios se redujeron, la gente perdió empleo y los Gobiernos recaudaron menos.
Si bien la banca en algunas partes de Asia había eludido los inescrutables instrumentos especulativos creados por la codicia anglosajona (como los pases de créditos insolventes), sus economías dependen bastante de exportaciones al oeste. Los bancos centrales de China, Japón, Surcorea y Formosa financiaban (y financian) la economía estadounidense, adicta al endeudamiento por falta de ahorro interno, como modo de protegerse de una crisis monetaria como la de 1997/8 o de sostener estrategias orientadas a la exportación.
Tasas referenciales cerca de cero en EE.UU. y Japón, gente demasiado endeudada para seguir gastando alegremente e inestable demanda internacional de materias primas hacen una combinación letal. La onza de oro alrededor de US$ 1.200 es una señal clara. Los Gobiernos deben pues fomentar déficit para financiar proyectos, generar trabajo y permitir que la población vuelva a comprar.