Regulaciones había, pero no se cumplieron

    ESCENARIO GLOBAL | Portada

    Por Daniel G. Perrotta


    Daniel G. Perrota
    Foto: gabriel Reig

    Esos créditos riesgosos, junto con otros de menor riesgo, fueron luego integrados en los denominados “paquetes”. Más tarde, los bancos ajustaban su exposición a los riesgos y cumplían con las normas vigentes de capitalización, a través de la venta de dichos paquetes.
    Los mismos bancos que originaban estas operaciones, a través de un trust o de Fondos en muchos casos de su misma propiedad y sin obligación de consolidar sus balances, contrataban los servicios de bancos de inversión con el objetivo de colocar dichos paquetes en fondos, sociedades de capital riesgo, aseguradoras, financieras, etc.
    Por otra parte, las agencias de rating integraban el proceso calificando los fondos y los mencionados paquetes de obligaciones garantizados por hipotecas.
    Algunos bancos de inversión colocaban fácilmente los mejores paquetes a inversores conservadores, obviamente a intereses bajos, pero otros preferían rentabilidades más altas y por ende más riesgosas, entre otras razones porque los “traders”, gerentes y directores cobraban sus bonos anuales en función de la rentabilidad obtenida.
    Otro dato que no puede soslayarse es la metodología de calificación de los paquetes por “tramos” ordenados conformes la probabilidad de pago, de mayor a menor, dando prioridad en el cobro al tramo de mejor calidad. El compromiso de aplicar todos los pagos al mejor tramo, permitía a las evaluadoras ponerles la máxima calificación.
    Luego, en una sofisticación mayor de estas operatorias, aparecieron nuevos instrumentos, algunos de los cuales permitían al adquirente asumir el riesgo de impago cobrando, obviamente, intereses superiores; otros por ejemplo, podían adquirirse con créditos bancarios con rentabilidades y riesgos superiores. Finalmente y para complicar aún más el panorama, la gran mayoría de estos instrumentos de inversión, tan riesgosos como rentables, fueron asegurados por empresas de reconocido prestigio y trayectoria.

    ¿Habrá aumento de las regulaciones?
    No pocos expertos refieren la urgente necesidad de nuevos controles y regulaciones, y sin embargo no especifican los alcances de las mismas. La realidad indica que la actividad financiera es altamente regulada. Por ejemplo, la crisis financiera en Asia oriental de 1997 generó un consenso generalizado referido a la importancia de establecer plexos normativos y regulatorios de aplicación internacional. Como consecuencia, los ministros de finanzas y gobernadores de los bancos centrales del G7 crearon en 1999, el Foro de Estabilidad Financiera. Este foro, identificó 70 normas financieras a partir de las cuales, los países miembros y las entidades financieras multilaterales establecieron nuevas normas derivadas dirigidas a asegurar la estabilidad del sistema.
    Actualmente, los reguladores bancarios del mundo se encuentran abocados a la implementación de las normas conocidas como Basilea II, con vigencia internacional, que establece niveles mínimos de capital a ser integrados por las entidades financieras en función de los grados de exposición a los riesgos asumidos. Esta norma establece la exigencia de mayores reservas de capital para las operatorias estructuradas complejas y vehículos fuera de balance, dos de las principales fuentes de tensión de la actual crisis.
    No menos importante es la tendencia mundial a incrementar la responsabilidad de los gobiernos que conducen las empresas. Las recomendaciones de Basilea en lo que a gobierno corporativo se refiere, como así también las normas de la SEC y leyes tales como Sarbanes Oxley, el Código País en Colombia, entre otras muchas estructuras legales, son un claro ejemplo de regulaciones vigentes, que evidentemente no han sido cumplidas. Las juntas directivas de las entidades financieras involucradas en esta gran crisis tienen una enorme responsabilidad.
    Si a estos ejemplos les sumamos las regulaciones propias de cada país, podemos colegir que la actividad está altamente regulada.

    Entonces, ¿qué falló?
    Es cierto que la actividad se encuentra regulada, sin embargo la profundidad de esta crisis obliga a revisar críticamente los modelos y las conclusiones más probables serán la necesidad de eliminar normas superfluas, modificar varias de las actuales y crear alguna nueva.
    Las normas de Basilea prevén una relación entre el capital o fondos propios y los niveles de activos, que estipula que los bancos deben contar un total de fondos propios equivalentes a 8% de sus activos de riesgo, simplificando por claridad el cálculo. Un punto de mejora sería definir relaciones de arbitraje entre los riesgos como por ejemplo, limitar más el apalancamiento o incrementar los requerimientos de fondos propios sobre esos activos. La estructura de inversión debe necesariamente guardar correspondencia con la de financiamiento. El llamado descalce de plazos, consecuencia de financiar activos a plazos superiores que los pasivos correspondientes, lleva a crisis estructurales de liquidez.
    Otro punto fundamental que deberá ser revisado es el hecho de que la banca de inversión en Estados Unidos, no se encuentre bajo la regulación de la Reserva Federal. Un marco como el actual puede generar condiciones propicias para el desarrollo de prácticas que resten transparencia y perjudiquen al inversor individual.
    De hecho, en 1933, y como consecuencia de una crisis financiera, se instituyó la supervisión de la FED para las entidades comerciales, que habían sufrido el retiro masivo de sus depósitos. De esta manera, las autoridades intentaban devolver a los ciudadanos la confianza en los bancos. Sin embargo, los bancos de negocios o de inversión no fueron sometidos a esa supervisión.
    Hoy, la desaparición en EE.UU. de varios de bancos de inversión y la transformación de los dos últimos grandes (Goldman Sachs y Morgan Stanley) en consorcios bancarios nos enfrenta a un cambio fundacional. La Reserva Federal aceptó una solicitud de estos bancos para modificar su esfera de negocios y fueron autorizados para crear bancos comerciales, quedando de esta manera bajo la supervisión y regulación de la misma FED.
    El regulador primario de los bancos de inversión es la Comisión de Valores, con modelos de supervisión menos exigentes y limitados en su adecuación a las operatorias de mercado.

    Responsabilidad de las calificadoras
    Finalmente, las agencias de rating deberán tener algún tipo de control o regulación ya que sin duda alguna fueron un factor determinante en todo este proceso, que tiene como principal perjudicado al inversor individual, quien confiando en su banco invirtió desconociendo las realidades del mercado. No es menos cierto que hoy estas agencias han perdido la imagen de infalibilidad de sus calificaciones y dictámenes, pero a un precio enorme.
    Luego de este colapso, el Congreso estadounidense está analizando por qué razón fracasó la actividad y si se la debe reestructurar. La decisión sobre este particular demostrará si las firmas gozan o no de protección oficial, y si su juicio está viciado.
    Un antecedente importante se remonta al año 2001. La noticia fue que el Banco de Basilea, atento a la participación directa e indirecta de las calificadoras en varias crisis financieras, establecería pautas para una regulación de la actividad; sin embargo éstas fueron los suficientemente fuertes como para evitarlo. ¿Podrán hoy repetir la historia frente a esta crisis?
    Adelantándose a las críticas y posibles regulaciones específicas, varias calificadoras comenzaron a anunciar reformas, pero rechazan de plano cualquier referencia a que debían haber sido como mínimo más prudentes en sus calificaciones. Para ellos, los responsables son los deudores hipotecarios que incurrieron en mora por engañar al momento de solicitar sus préstamos. Obviamente, una visión interesada y simplificada de las causas de la crisis.
    La conclusión es que si bien el mercado ha sido incapaz de lograr una autoregulación por sí solo, tampoco las normas vigentes tanto internacionales como las propias de cada país y menos aún las intervenciones de los distintos Gobiernos bajo la forma de salvatajes, han evitado ni resuelto el problema.
    Probablemente, encontrar “un justo equilibrio” entre el libre mercado y la regulación sea el desafío; no obstante el mundo económico es hoy poco menos que impredecible.