ESPECIAL RSE | Capítulo I
Algo adecuado para la Eurozona seguramente no lo será para India o Vietnam. Estos distingos entre prioridades aumentarán en el bloque que algunos llaman “BRIC, o sea Brasil, Rusia, India y China. Otros incluyen Sudáfrica, Indonesia, etc.
En ese grupo, los rusos son lo menos interesados en RSE o, al decir de algunos líricos, “ciudadanía empresaria”. Por el contrario, en Brasil cunde el entusiasmo: el Instituto Ethos (una red con unas 1.300 firmas adheridas) busca influir tanto sobre políticas públicas –opera como “lobby”– como sobre conductas privadas, con el objeto de desarrollar un mercado socialmente responsable.
India, por el contrario, tiene una larga tradición de filantropía paternalista, particularmente donde dominan cultos hinduístas, parsíes y similares. Grandes conglomerados como Tata o Mittal son especialmente activos en la prestación de servicios sociales básicos a diversas comunidades, como salud, agua, educación, etc. Para quienes han prosperado merced a un auge prolongado, la filantropía es una forma de prevenir reacciones populares contra el sector privado. Pero India carece todavía de una cultura empresaria orientada a mejorar condiciones laborales.
De a uno por vez
China tienta a quienes se dedican a la RSE como negocio o misión. No es tarea fácil en un país de contexto autoritario, crecimiento obsesivo, corrupción en el sector público y escaso interés en el tema. Por otra parte, la ausencia de libertades políticas veda la presencia de organizaciones no gubernamentales.
Sin embargo, el propio Gobierno empieza a preocuparse, por ejemplo, de problemas ambientales. Tiene un doble móvil. Desde fuera, los inversores exigen cumplir normas externas, se exigen códigos y se promueven inspecciones. Adentro, las firmas que aspiran a globalizarse saben que la RSE obtiene aceptación de productos y marcas.
Las primeras señales comienzan a surgir en el sector industrial. Algunas compañías editan informes de RSE que, empero –sostienen sus críticos–, “son lindos libros con escaso contenido real”. Pero, en Shanghai, firmas locales y extranjeras fundaron una federación pro RSE.
En África se ensaya varios modelos, algunos bajo influencia china. Inversores de ese origen, impulsados por la necesidad de asegurar insumos críticos, presionan en favor de la RSE. No les importan los derechos civiles ni laborales, sino mantener un clima social apropiado para sus actividades. Esta tolerancia a pecados locales atrae a muchos dirigentes africanos, que resisten las presiones de Gobiernos o compañías occidentales en pro de mayor trasparencia e instituciones aceptables. Casos tan extremos como Zimbabwe, Sudán, ambos Congos, Chad, etc., por ahora les dan la razón a los chinos.
Convergencias
Sin duda, las ONG pueden promover RSE en países emergentes o en desarrollo, en alianza con la comunidad de negocios. En la Universidad de Michigan hablan de “atender la base de pirámide”, siguiendo los lineamientos teóricos de C. K. Prahalad . Existe una convergencia de ONG que mejoran la vida en los estamentos más pobres y compañías que necesitan alcanzar a compradores o consumidores en esos mismos segmentos.
Muchas de esas entidades han superado el papel de vigías y cooperan con grandes empresas en proyecto conjuntos.
Existe una amplia gama de casos. Uno de ellos involucra a British Petroleum en acuerdo con una ONG para distribuir estufas entre los campesinos de India. Mientras funcionó en forma independiente, el ex banco holandés ABN Amro colaboraba en cofinanciar microemprendimientos en Latinoamérica junto a Acción Internacional, una ONG. Por otro lado, la RSE sirve para mejorar reputación, recoger datos de inteligencia y obtener herramientas de negocios indispensables para detectar o explotar oportunidades en mercados pocos conocidos o muy descuidados.
¿En qué dirección?
De un modo u otro, ¿la RSE seguirá filtrándose de las economías centrales a las menos desarrolladas?, ¿o, como señalan varios expertos, el proceso irá revirtiéndose? En otros términos ¿habrá países emergentes que “exporten” modelos propios, como China en África?
Si lo primero continúa vigente, las economías en desarrollo se limitarán a “importar” prioridades en una especie de neocolonialismo. En tal caso, esos países optarán por inversiones de China, Levante, India, Brasil y Rusia, no ya de las occidentales. Entonces ¿que harán los grandes grupos ante una pérdida de mercados?, ¿cómo frenarán a fondos soberanos a quienes la RSE les interesa muy poco? Este punto lo ilustran recientes denuncias sobre trabajo esclavo en Qatar y otros emiratos del Golfo.
Entre tantas incertidumbres, las multinacionales buscar predictibilidad y un campo global sin obstáculos. No se cansan de decirlo. Pero se oponen a normas restrictivas o invasoras. Cuando las ONG salieron a plantear normas generales sobre derechos civiles, en el sector privado occidental echaron a pique sus esfuerzos.
En realidad, el sector privado de las economías centrales dispone de una amplia gama de parámetros y opciones para lidiar con derechos civiles y otros aspectos de la RSE. Existen cartillas de la Organización Internacional del Trabajo o la muy monetarista Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico. También hay normas como la ISO 14001 (ambiente) o SA 8000 (derechos humanos). No obstante, sólo se negocia algo tan blando como la ISO 2600, que fija simples orientaciones en materia de RSE.
Otra reglamentación blanda es el “Pacto Global” de la ONU. Para incorporarse, las compañías sólo deben comprometerse a cumplir diez principios, por demás amplios. Por ejemplo, promover responsabilidad ecológica, punir la corrupción pública o respetar derechos laborales. Cada año deben informar sobre progresos en cada área. A juicio de los críticos, el pacto maquilla a empresas de China y otros países que lo subscriben y luego lo pasan por alto alegremente.
Oportunidades Para la Comisión Europea (órgano de la Unión Europea) la RSE está tan vigente que impulsa a las empresas a “ir más allá de los requerimientos del mínimo legal para satisfacer las necesidades sociales”. |