¿Cómo se explica esta flagrante contradicción? El Gobierno lo atribuye a una conspiración, y es probable que algo de razón tenga. Los analistas de mercado dicen que el problema es la absoluta falta de confianza en el Indec, el maquillaje del índice de inflación y el aumento del gasto público. También le disparan a Moreno. Todo esto que dicen los analistas es cierto y no hay dudas de que el Gobierno haría bien en restablecer un Indec confiable, dar estadísticas veraces, terminar con los subsidios alocados y echar a Moreno. Pero, de todos modos, desde la mesura, parece que hay over reaction.
Durante el mes pasado, se escuchó a “destacados analistas” de Wall Street que avizoran graves problemas en la Argentina. Se volvió a mencionar la posibilidad de un nuevo default o en todo caso, de una reestructuración forzosa de la deuda.
Bancos internacionales en Estados Unidos y en Europa transmitieron parecidos mensajes, en especial con crecientes dudas sobre la capacidad argentina para reestructurar u honrar los compromisos de su deuda externa, en especial con la vista puesta en 2010. La operación con Venezuela y la consiguiente recompra de bonos no fueron precisamente lo mejor para cambiar el humor de los observadores financieros.
En cambio, más prudente, Juan Llach, en el último informe mensual del IAE, afirma que el viento de cola de la economía internacional para el ciclo de crecimiento a tasas superiores a 8% ha virado a la proa y el Gobierno tendrá que ajustarse.
El economista, de todos modos, echa algunas gotas de optimismo al relativizar la dimensión del cambio de clima: “Seguimos creyendo que la tendencia de fondo de crecimiento de los emergentes es sólida y que, descremados de excesos especulativos, los precios externos de los alimentos de los próximos lustros serán claramente más altos que los del último cuarto del siglo 20”.
Lo que sí sin dudas expone es que “la economía está en desaceleración gradual, pero sostenida. Los principales motores desde 2003 –el agro, la construcción, el turismo y la sustitución de importaciones– ya no son lo que eran”.
Destaca la nueva etapa que transita la economía, más allá de las modificaciones coyunturales que se practican: han disminuido los márgenes, el tipo de cambio se halla ceñido y se advierte una mayor cautela de los consumidores. “Aunque no hay dudas de que es mucho más alta que la oficial, nadie sabe la verdadera inflación”, aclara.
Este escenario es el que dominará la vida del sistema financiero en adelante. Problemas locales y una crisis internacional cuya intensidad nadie se anima a precisar, pero que tampoco nadie subestima.
Historias de crisis
En el pasado, la Argentina ha sido un país importador natural de crisis, tanto las de índole financieras como las económicas. Generalmente, el proceso se originaba en un debilitamiento de la confianza en el sistema financiero, junto con una huída de capitales (el denominado flight to quality) y una posterior caída en recesión.
Sin embargo, y por primera vez en mucho tiempo, la actual crisis financiera internacional no ha golpeado a la Argentina de manera convencional. Su aislamiento económico en materia de ingresos de capitales, bajo el pretexto de mantener una supuesta estabilidad macroeconómica, ha permitido inmunizarla contra muchos de las consecuencias que están sufriendo tanto países desarrollados como emergentes por igual.
Se podrán perder futuras inversiones, pero será en términos marginales, puesto que las realizadas hasta ahora han estado focalizadas sobre sectores de la economía donde, debido a su dinamismo, el retorno estaba muy por encima del costo del capital. Es por eso que recientes disposiciones, tales como el levantamiento temporal del “encaje” de 30% sobre el ingreso de capitales del exterior, no se han transformado en un aluvión de dinero por parte de deseosos inversores extranjeros (o bien como repatriación de capitales).
Existe consenso en que todo se inició por la caída de valor de las propiedades en el mercado hipotecario subprime estadounidense, sumado a un aumento de las tasas de interés que causó problemas para el repago de dichos créditos (teniendo también en cuenta que se generaron desincentivos hacia el respeto de los compromisos asumidos, puesto que muchas veces la financiación estaba por encima del valor de las propiedades, que ahora está disminuyendo a paso acelerado).
Todo esto afectó a los “productos financieros estructurados” y fondos de inversión basados en los mismos, generando una lógica huida de ellos y una enfática respuesta por parte de los bancos emisores. Pese a ello, fue tal la incertidumbre y desconfianza, que muchos de los activos financieros considerados líquidos perdieron tal estatus, por lo que los bancos se vieron en aprietos y tuvieron que malvenderlos, o directamente pasarlos a pérdida. Los money markets se “secaron” y, dado el ya conocido problema de “agente-principal”, son pocos los bancos que están dispuestos a prestarse dinero entre ellos para suplir sus necesidades de liquidez.
Por otro lado, muchos argumentan que la actual crisis financiera internacional es atribuible también a la desmedida expansión monetaria llevada a cabo por la Reserva Federal estadounidense, lo que produjo un cierto rechazo hacia el dólar y la búsqueda de refugio de valor en otras monedas o bienes materiales. Es así como un euro pasó de cotizarse a US$ 0,80 allá por 2001 a estar valuado en US$ 1,55 en la actualidad, o bien el yen japonés, cuya cotización a inicios de 2002 era de 134 yenes por dólar y ahora es de sólo 105 yenes por dólar. Ni siquiera hace falta mencionar el yuan chino, que se ha apreciado más de 20% desde que se le permitió flotar allá por julio de 2005.
Alzas en productos básicos
El ascenso en el precio de los commodities ha sido otra característica de la presente crisis internacional, tanto para compensar la caída de valor del dólar, como también debido a un fuerte aumento de la demanda de esta clase de bienes, que no pudo ser acompañada por una correspondiente expansión en la oferta.
Se le ha atribuido cierta culpa sobre la explosión de precios a la facilidad con la cual especuladores pueden invertir hoy en día sobre estos mercados (especialmente en los contratos a futuro), materia que excede el enfoque de este informe.
El aumento en el nivel de los precios es una realidad (no sólo en términos nominales, sino también reales) y ha repercutido severamente tanto en el costo de los alimentos, como de muchos otros bienes de primera necesidad (como los combustibles). Es así que los objetivos de inflación se ven superados, no sólo en economías emergentes, sino también en países del Primer Mundo. Por ejemplo, tanto la Unión Europea como Estados Unidos han visto superados sus targets de inflación en 100%.
Finalmente, todas estas cuestiones parecen estar repercutiendo sobre el crecimiento de la economía real mundial, que ha menguado desde fines del año pasado. Si bien para hablar de una recesión habría que vislumbrar crecimientos en términos negativos, lo que se ha experimentado hasta la fecha ha sido una desaceleración económica. Independientemente de ello, en un contexto de alta inflación esto no deja de representar un importante peligro.
Efectos sobre la Argentina y la región
Inicialmente, resulta necesario diferenciar de manera clara dos tipos de países: los que han priorizado el desarrollo y aquellos que se han fijado más en el crecimiento. Los primeros han llevado a cabo, durante el inicio de este milenio, políticas económicas y monetarias prudentes, haciendo hincapié en el desarrollo de las instituciones como forma de atraer capitales extranjeros. Es así como han experimentado tasas de crecimiento mesuradas pero constantes, una menor volatilidad en sus economías y tasas de inflación más controladas. Entre sus mejores exponentes se puede destacar a Brasil, Chile, Uruguay, Perú y Colombia.
El segundo pelotón de países ha cimentado su éxito en políticas económicas populistas, cuestionables expansiones monetarias y creciente indiferencia por las instituciones y leyes vigentes. Es así como, viniendo de profundas crisis, han experimentado un alto crecimiento económico (argumentable en el stock de capital acumulado previamente), pero con mucha más volatilidad, altas tasas de inflación y dudosas perspectivas futuras. Aquí se pueden situar a Venezuela, Ecuador, Bolivia y la Argentina.
Si bien la retracción, o incluso el cambio de signo, en el flujo de capitales afectarán a todas las economías, las que hayan realizado “los deberes” de manera correcta tendrán más herramientas para capear la crisis y salir fortalecidas de la misma.
Si uno considera a la Argentina de manera aislada, podría pensarse que la presente crisis hubiese constituido más bien una oportunidad. ¿Por qué? Los altos precios de los bienes exportables, sumados a superávits gemelos (comercial y fiscal), un tipo de cambio competitivo y el fenomenal desarrollo de ciertas industrias constituirían la base para despegarse de manera casi “milagrosa” del adverso contexto internacional. Sin embargo, y a diferencia de situaciones anteriores, la Argentina no importó sus problemas sino que los gestó internamente, con bastante anterioridad a este momento de turbulencia.
La crisis propia
Es posible rastrear su génesis allá por 2002, luego de la devaluación. Se consensuó un modelo económico basado en un esquema de precios relativos distorsionado, justificable en cierta medida dado el apremiante contexto que imperaba. No obstante, no se vislumbraba el fabuloso aumento de los precios de la energía, ni se creía que tal medida se sostendría de la manera prolongada en que lo hizo. Con el fenomenal crecimiento económico experimentado, fue necesario engendrar un engorroso sistema de subsidios (al transporte, la energía, los alimentos, etc.), que ha visto comprometida la disciplina fiscal que venía mostrando el Gobierno nacional hasta el período previo a las elecciones presidenciales de octubre de 2007.
Por otro lado, con la renegociación de la deuda externa, a fines de 2004, se ha dejado fuera del canje US$ 20.000 millones. Además, se ha emitido deuda pública indexada por inflación, pero el cambio metodológico implementado para medir la misma, a partir de abril de 2007, llevó al mercado a considerarlo como un default implícito, o por lo menos una “avivada criolla”. Sin embargo, esto no ha sido del todo beneficioso, puesto que los cupones atados al crecimiento del PBI pagan por crecimiento real, que se ha visto magnificado dado el menor índice de inflación. Es así como se han “recortado” erogaciones por un lado, pero acrecentado por otro.
Estas cuestiones convirtieron a la Argentina en uno de los países con menor ingreso de capitales extranjeros en la década. Sumado a incidentes tales como el conflicto con el campo, que no son más que una clara expresión de la voracidad estatal por dinero fresco (vale destacar que la presión tributaria, entendida como ingresos primarios sobre PBI, pasó de 13,15% del PBI allá por el año 2002, a 20,3% del PBI para el período fiscal corriente), todo hace prever dificultades tanto para lo que resta del año como para los siguientes, cuando haya que hacerle frente a importantes vencimientos de deuda externa.
Para concluir esta introducción, pudo apreciarse durante el primer semestre que el sistema en su conjunto exhibió bastante solidez, producto de la mejoría que venía experimentando en años previos, a pesar del todavía fresco recuerdo de la hecatombe sufrida a fines de 2001. Mas lo que importa no es el pasado ni el presente, sino el futuro, y cómo responderá tanto el público inversor, como las entidades financieras, a las señales generadas por el resto de la crisis que nos toca vivir y las respuestas internas que genere un Gobierno que, hasta ahora, luce desorientado.