El mundo al revés


    Opinión |

    El mundo del revés

    No es una canción de María Elena Walsh, pero algo extraño pasa. Se suponía que el mundo en desarrollo –o emergente, como se dice ahora– dependía del desarrollado. Y no al contrario, como parece estar sucediendo en muchos casos.

    Según las mejores estimaciones, dos terceras partes del crecimiento económico global de este año vendrán precisamente de los países emergentes. Buena parte de la explicación parece estar en la vertiginosa alza en los precios del petróleo y de todo tipo de commodities que abundan más en lo que era la porción postergada del planeta. Son esas economías menos relevantes las que ahora exhiben superávit en la balanza de pagos, y disponen de recursos para salir en festival de compras por todo el mundo. Porciones importantes de la gran banca internacional, de marcas pesadas en el mundo industrial, pasan a ser parte de los portfolios de inversión de esos fondos soberanos formados especialmente para administrar la nueva abundancia.

    Veamos un caso cercano. Brasil, con nuevas reservas petroleras confirmadas, descubre que Petrobras es más grande que British Petroleum o que Shell, y que Compañía Vale do Rio Doce es la segunda empresa minera del mundo (acaba de comprar la canadiense Inco, productora de níquel, en US$ 17 mil millones, y estuvo cerca de adquirir la anglo suiza Xstrata en US$ 90.000 millones). Nuestro socio del Mercosur aspira a ser el principal vendedor de alimentos en el mundo, a pesar de la continua expansión de su vasto mercado interno.

    Como China e India, mira de modo distinto al resto del planeta, y junto con la vieja Rusia que va tras los sueños de Putin, aspira a convertir en realidad la promesa del BRIC o grupo de países con nuevo poder. Empresas de estos países están realizando importantes adquisiciones en todo el planeta.
    Pero en Brasil no miran a Estados Unidos o a la vieja Europa. Asia es el destino obligado de quien aspire a ser importante en el futuro cercano. 55% del total de mineral de hierro será consumido por China, igual que 31,6% del níquel, y 42% del aluminio, para 2012.

    Las fusiones y adquisiciones en los mercados emergentes crecieron 17% este año a US$ 218 mil millones, mientras que en el resto del mundo descendieron 43% a US$ 991 mil millones, según datos de Thomson Reuters.

    Acorde con datos de la UNCTAD, la inversión extranjera directa del mundo en desarrollo totalizó US$ 193.000 millones en 2006, mientras que el promedio anual de toda la década pasada fue de US$ 54.000 millones.

    El nuevo fenómeno es que la globalización tiene dos manos, dos direcciones, y no sólo una. Las economías de los países postergados comienzan a tener mayor peso, y algunas de sus empresas –campeones nacionales– son jugadores pesados que desafían con éxito a los establecidos de antaño.

    Un cambio sustancial se está produciendo en el equilibrio del poder económico mundial, y las instituciones internacionales –más temprano o más tarde– terminarán reconociendo esta realidad.

    ¿Y el granero del mundo?

    En la Argentina, con todos los actores sumidos en el lodazal del conflicto con el campo, interminable, cada vez más confuso, las palabras de Lula, sonaron como un plagio.

    El Presidente de Brasil manifestó, más o menos, que aspira a que su país sea “el granero del mundo”. ¿No era ese nuestro destino histórico? Si vamos a perderlo, sería bueno saber cómo fue que ocurrió.

    Al lanzar el Plan Agropecuario 2008/2009 destinado a aumentar la producción cerealera a 150 millones de toneladas en la próxima cosecha, se anunció que otorgarán créditos –sin que medien retenciones– al sector por US$ 48.750 millones.
    Lula sostuvo que la respuesta brasileña a la crisis mundial de escasez de  alimentos no será reducir el consumo, sino estimular la producción: “hay que crear condiciones para que la gente cultive”.

    ¿Cuál es el mensaje de Lula? En forma coloquial se podría traducir de este modo: “Estamos frente a una oportunidad única en la historia. Siempre, los países productores de alimentos éramos los pobrecitos del comercio mundial, porque las manufacturas valían cada vez más y las materias primas cada vez menos. Ahora las materias primas son oro. Aprovechemos esto. No sabemos cuánto va a durar, pero puede financiar nuestro desarrollo. El problema es que nuestra gente no puede consumir a precios internacionales. Entonces yo les propongo un trato: si ustedes me aseguran el abastecimiento del mercado interno, a precios accesibles, el Estado les va a dar ventajas impositivas, crédito y otras facilidades para que ustedes dupliquen la producción, aumenten las exportaciones y ganen más (no menos) de lo que ganan ahora. Yo no voy a hacer lo de la Argentina”.

    Una percepción muy diferente a la de nuestro Gobierno. A la que no sólo se le escapa la circunstancia internacional favorable –veremos por cuánto tiempo– sino también los profundos cambios estructurales productivos y sociales en el agro. Esta ignorancia explica buena parte del problema actual.

    Peronistas y radicales todavía tenían en la cabeza el esquema de agricultura extensiva, donde lo importante era la propiedad de la tierra, y donde se suponía que los terratenientes explotaban a los peones. La tecnología cambió todo eso. Hoy se produce carne con feed lot y los granos tienen una productividad inimaginada, gracias al glifosato (aunque se quejen los ambientalistas). El campo se convirtió en una industria, y los “industriales” de la carne o la soja hoy no quieren activos fijos. Como cualquier otro industrial, saben que lo importante es el “control”, y se desprenden de capital no indispensable para controlar; hacen outsourcing, colocan acciones, arman “cadenas de valor”, organizan pools”. Eso ha creado una inédita situación en la economía del campo, y el surgimiento de una clase media agraria con la cual no contaban los estrategas de las retenciones.

    La distracción de Martín Redrado

    El mundo necesita tasas de interés más altas para responder a una clara amenaza inflacionaria, incluso si eso genera un mayor freno en el nivel de actividad económica, según el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés). Del encuentro en Suiza también participó el presidente del Banco Central de la Argentina, Martín Redrado.

    Seguramente hay coincidencia en que la principal misión del ente emisor es combatir el nivel de inflación. Durante la gestión de Redrado, según como se lo quiera medir, pero nunca con los datos del Indec, se duplicó o triplicó. Es curioso: todos disparan contra Guillermo Moreno, y nadie repara en la ausencia o en la distracción de Redrado.

    Si bien el Central cumplió formalmente con el programa monetario durante 2007, debió apelar a cierta contabilidad creativa que va en contra del “espíritu” del programa. Cabe recordar que en la Argentina el objetivo primario y fundamental del BCRA de acuerdo a su carta orgánica es el mantenimiento del valor de la moneda. Si bien no existe un inflation targeting como en Brasil o Chile, se busca cumplir con el objetivo limitando la expansión del agregado monetario M2 (billetes y monedas en poder del público más los depósitos en cuenta corriente y cajas de ahorro en los bancos tanto del sector privado como el público).

    Para 2007, el programa monetario fijaba como límite inferior $137.986 millones para fin de año (expansión de 12% respecto a diciembre de 2006) y $146.663 millones como límite superior (19% a/a). Teniendo en cuenta que el promedio de M2 a diciembre de 2006 se ubicaba en $123.381 millones, el límite superior fijaba un incremento máximo de $23.252 millones para 2007. Sin embargo, los billetes y monedas en poder del público y las cuentas corrientes y cajas de ahorro privados se expandieron $29.162 millones. El BCRA debió apelar a un traspaso de cuentas públicas desde cajas de ahorro y cuenta corriente (que forman parte del M2) a plazos fijos (que no forman parte del agregado) por $7.455 millones.

    De no haberse producido este traspaso, el M2 hubiera cerrado 2007 en $152.543 millones, lo cual lo ubicaría por encima del límite superior y hubiera implicado una suba de más de 24% respecto a fines de 2006. Este swap permitió mantener una observancia formal del programa monetario y no se debió a decisiones de composición del portfolio del sector público. Con lo cual cabe preguntarse si el Central está realmente comprometido con el cumplimiento del programa monetario y por ende con el control de la inflación local.