Por Osvaldo Cado y Nicolás Bridger (*)
Carlos Fernández. Una salida no administrada
En su momento, ésta hizo una lectura correcta de las demandas sociales, supo entender las fallas de los mercados y la necesidad de un Estado presente, y aprendió sobre los beneficios del gradualismo y, sobre todo, del superávit fiscal.
Las políticas económicas aplicadas fueron de corte netamente expansivo. El objeto, muy loable desde ya, fue disminuir velozmente la tasa de desempleo, de modo de reducir en forma contundente la pobreza e indigencia. Estos indicadores mostraron notables mejoras. El desempleo pasó de 26,6% al actual 8,8%, implicando la creación de más de tres millones de puestos de trabajo. Paralelamente, la pobreza se redujo de 54% hasta 26,9% hacia fines de 2006 (momento en que las estadísticas comienzan a perder credibilidad).
También hubo cosas que la clase dirigente no aprendió. La primera es que a períodos de vacas gordas, generalmente le siguen períodos de vacas flacas. La segunda es que no existe receta económica exitosa más allá de aquella que genere crecimiento y desarrollo social. Un cambio en el contexto económico y político puede exigir un inevitable cambio en la manera de hacer política y economía.
A principios de marzo, en uno de nuestros informes periódicos, definimos a 2008 como un año bisagra. El asegurado crecimiento económico sería algo anecdótico, mientras que la atención de los analistas debería centrarse sobre algunas decisiones (o indecisiones) de política económica que configurarían la coyuntura en un futuro no muy lejano. El gráfico que se presenta aquí muestra el mapa de ruta planteado en ese entonces, cuando el conflicto del agro todavía no se había hecho presente.
Por acción u omisión estas decisiones se han ido tomando. Era claro hace un tiempo que todo giraba en torno a la evolución de los precios. Tres meses después nada ha cambiado. La continuidad de la inflación en niveles superiores a 20% atenta contra el nivel de actividad, con el peligro de llevar a tasas de crecimiento (menos de 4%) que no sirvan a los fines esenciales del desarrollo económico: reducir la pobreza. Luego se sumó el inesperado paro agropecuario, el cual adelantó notablemente los tiempos.
El costo de la autoregulación
Si bien el tipo de cambio volverá a depreciarse en las próximas semanas a través de nuevas intervenciones del BCRA, parecería no quedar dudas respecto al camino elegido por la actual administración. La inacción frente a estos fenómenos deja claro que la salida a los actuales problemas no será por la vía administrada, implícita en lo que llamamos “soluciones deseadas”, sino que se hará a través de la ortodoxia económica: tarde o temprano los mercados se autoregularán. Cuando los mercados se ajustan a voluntad, el mayor costo lo afrontan siempre los estratos económicamente relegados.
2008 y 2009 ya están jugados. La demanda agregada está desacelerándose rápidamente vía el deterioro de los salarios reales, escasos incentivos para invertir a largo plazo y una menor creación de empleo. Esta situación es más delicada teniendo en cuenta el constante desincentivo a exportar y que el Gobierno, en un intento disimulado, descoordinado y parcial de controlar la inflación, desacelerará el gasto público. De este modo no sólo se estanca el consumo privado local, sino también el público y el externo.
Ahora tan sólo queda esperar y ver cómo la dirigencia se hace cargo de la situación. Aunque en los próximos meses la actual administración decida comenzar a gobernar nuevamente, reencaminando, entre otras cosas, la cuestión tarifaria y las negociaciones con el Club de París, vamos a tener que esperar el próximo tren. Todo lo que se haga o deje de hacer de aquí en más, sólo lo veremos reflejado en las estadísticas de 2010/11.
La confianza local y externa se deterioró notablemente y las perspectivas no son buenas. Se deberá invertir tiempo y recursos para mejorar la desgastada imagen de la Argentina. Un shock de expectativas positivo, quizá cambiando algunas caras de un ya vetusto gabinete, y de la mano de algunas políticas que estimulen la inversión e integren a la Argentina un poco más al mundo, podrían mejorar las perspectivas de cara al año del bicentenario.
Son necesarias urgentes modificaciones en los esquemas de incentivos (precios) de modo de generar las inversiones necesarias que aseguren el incremento en el PIB potencial y los empleos disponibles por un lado, y que garantice la estabilidad de precios por el otro. Estos dos elementos son de aquí en más los únicos medios para reducir la pobreza y la indigencia. El retraso en la toma de decisiones implica que ya no se hable de “ajustes graduales” del modelo sino de un reemplazo del mismo que exige, además, un cambio en la manera en la que hoy se administra la política. ¿Está preparado el Gobierno para encabezar un proceso de cambios?
(*) Economistas de Prefinex SA
División Macroeconómica.