Sólo un partido

    Por Daniel Alciro


    Ilustración: Agustín Gomila

    Teóricamente, los otros partidos están en condiciones de hacer lo mismo. Si no lo logran es porque ninguno de ellos tiene los votos suficientes.
    En los regímenes totalitarios, es distinto. Hay un solo partido legal. Los demás están proscriptos o subordinados al partido del Estado:
    • China: Partido Comunista Chino (PCC). Nominalmente, hay otros ocho partidos, muy pequeños, que en realidad son sucursales del PCC.
    • Corea del Norte: Partido de los Trabajadores Coreanos (PTC). Nominalmente, hay otros dos partidos: el Socialista Democrático y uno compuesto por los seguidores de la religión Chondogyo, propia de Corea. Sin embargo, estos otros dos partidos son sucursales del PTC.
    • Cuba: Partido Comunista Cubano (PCC). Los demás, están proscriptos.
    • Laos: Partido Revolucionario del Pueblo de Laos (PRPL). Los demás, están proscriptos.
    • Vietnam: Partido Comunista de Vietnam (PCV). Los demás, están proscriptos.

    Hegemonía legitimada
    El panorama es más heterogéneo en el caso del “unipartidismo por predominio”. Sin embargo, cuando el partido predominante es muy fuerte, las elecciones son un mero trámite. Los opositores, que no representan una alternativa verosímil, no tienen a menudo poder para controlar, ya que están en franca minoría en el Parlamento.
    Hay partidos predominantes que se legitiman mediante elecciones internas. Otros, como el que hoy gobierna la Argentina, no ofrecen siquiera ese rasgo democrático.
    El peligro es que, de esta manera, las elecciones sean una mera formalidad. Aunque no haya una dictadura, puede haber una hegemonía legitimada, que dé lugar a muchas arbitrariedades.

    El modelo ruso
    Vladimir Putin podría decir: “En mi país, todo el que quiera, tiene un partido”. Además del suyo, Rusia Unida, hay una larga lista:
    • Agrario
    • Comunista
    • Democrático
    • Fuerza Cívica
    • Liberal Democrático
    • Renacimiento de Rusia
    • Patriotas de Rusia
    • Paz y Unidad
    • Unión del Pueblo
    • Justicia Social
    • Unión de las Fuerzas de Derecha
    • Rusia Justa
    • Verde
    • Yabloko (Liberal)
    Sin embargo, en diciembre último, las elecciones parlamentarias mostraron el neto predominio de Rusia Unida. El partido oficialista obtuvo 63,3% de los votos. Segundo fue el Partido Comunista, con apenas 11,7%. El resto se distribuyó entre los diversos micropartidos
    El oficialismo alcanzó, de este modo, 315 de las 450 bancas de la Duma. Con un agregado: algunos partidos minoritarios actúan en el Parlamento ruso como “ayudantes o compinches” de Putin. Así lo asegura el líder comunista Gennady Zyuganov, quien sostiene: “Esto no es un parlamento sino una rama del Kremlin”.
    El pasado 15 de enero, la agencia rusa de información, Novosti, reconoció: “Rusia se mueve hacia el unipartidismo por predominio”. Y agregó sin ambages: “Rusia Unida es Putin”.
    La frase, en realidad, es un lugar común entre los partidarios del líder ruso. Ya Andrei Tatarinov, un miembro de la Joven Guardia, había declarado a la BBC a fines del año pasado: “Rusia Unida es Putin. Para nosotros, Putin es mucho más que un Presidente. Rusia era como una nación sin un padre. En el extranjero se la asociaba con el vodka y los osos; gracias a Putin, hoy se la considera un peso pesado. Y él ha traído, además, la estabilidad. Putin dejará la presidencia, pero seguirá siendo el líder”.
    No sólo “seguirá siendo un líder”. Con Putin de Presidente, el cargo de Primer Ministro –que desde 2007 ocupa Viktor Zubkov– ha sido simbólico. Ahora, con Putin de Primer Ministro, la que será simbólica será la Presidencia.
    Por empezar, fue el propio Putin quien designó a su sucesor formal. Puso, “a dedo”, a Dmitry Medvedev, hombre de su extrema confianza.
    En la Argentina, hay quienes piensan que, al dejarle el sillón de Rivadavia a su esposa, Néstor Kirchner eligió una estrategia que guarda reminiscencias con la de su antiguo par ruso. El domingo 10 de febrero, los dos principales columnistas de La Nación, se ocuparon del tema. Mariano Grondona se preguntó: “¿Hasta dónde llegará el poder del ex Presidente?”. Joaquín Morales Solá, por su parte, sostuvo que “el protagonismo de Kirchner afecta a la Presidenta”, y sugirió que “él sigue mandando en el Gobierno a través de ella”.

    El modelo mexicano
    Hay, en el argentino Frente para la Victoria, quienes sueñan con una hegemonía que trascienda al líder inicial.
    El peronismo fue invencible con Perón, y sobrevivió a aquel líder carismático. Pero siempre debió convivir con una fuerza que lo hostigaba, que le ganó dos veces merced a proscripciones y que por fin, en 1983 y 1999, le ganó limpiamente.
    Ahora, el ideal justicialista es congelar la situación de los últimos tiempos: un partido predominante, a quien nadie le hace sombra y no tiene, por lo mismo, nada que temer o negociar.
    El Partido Revolucionario Institucional (PRI) se fundó en 1946, pero sus antecedentes se remontan a 1929, cuando Plutarco Elías Calles creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), y 1938, cuando Lázaro Cárdenas transformó al PNR en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), base del PRI.
    Esa fuerza, con sus distintos nombres, presidió el país desde 1924 hasta 2000. No sólo tuvo a su cargo el Ejecutivo, sino que controló el Congreso y hasta el poder judicial. Lo hizo en la nación y lo hizo, también, en los estados o provincias.
    Todo Presidente de México surgía del PRI; y no de una elección interna. Lo designaba su antecesor mediante un procedimiento cuasi-monárquico que los mexicanos bautizaron de manera apropiada: “dedazo”. El dedo de un Presidente designaba a quien iba a sucederlo.
    Los otros partidos parecían inexistentes y, de hecho, en 1976 el candidato del PRI, José López Portillo no tuvo rival. Ninguna otra fuerza compitió por la Presidencia.
    En la primera etapa de su reinado, el PRI se sostuvo sobre el prestigio que le dieron el crecimiento económico y la estabilidad política.
    Los últimos años del siglo 20 mostraron al partido en un creciente deterioro, al cual contribuyeron: el movimiento estudiantil de 1968 y su brutal represión (matanza de Tlatelolco), la crisis de la deuda (70 y 80), la deserción de dirigentes como Cuauhtémoc Cárdenas (hijo de Lázaro) que formaron el Partido de la Revolución Democrática (PRD; 1989), la toma de una parte de Chiapas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (1994), el sospechoso asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio (1994) y los actos de corrupción.
    En 2000, Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN) ganó las elecciones presidenciales, pero el PRI conservó la mayoría relativa en el Congreso.
    Seis años más tarde, el gran partido de antaño sufrió una debacle: las nuevas elecciones presidenciales fueron ganadas por Felipe Calderón (del PAN), con 35,89%; y segundo llegó Andrés Manuel López Obrador (del PRD). El candidato del PRI, Roberto Madrazo Pintado, quedó realmente pintado: tercero, con 22,26%. Además, su partido no ganó ni una sola gobernación.
    Sin embargo, el año pasado el PRI recuperó algunas gobernaciones y, hoy gobierna 18 estados (el PAN, 8; el PRD, 5 más el Distrito Federal) y en las encuestas, a escala nacional, el viejo partido ha vuelto a ubicarse por encima del PAN y el PRD.
    Quienes conocen a Kirchner creen que, sobre la base del viejo justicialismo, e incorporando restos de radicalismo y otras fuerzas, él pretende consolidar un partido como el PRI: “duro de matar”, dispuesto a ejercer el “unipartidismo por predominio” por largos años, y capaz de remontar, llegado el momento, las situaciones más adversas.

    El caso argentino
    El caudal del justicialismo se ha mantenido, a lo largo de un cuarto de siglo de democracia, entre 40 y 50 % de los votos.
    Con ese caudal, a veces perdió y a veces ganó sin convertirse en hegemónico.
    La oportunidad de establecer un “unipartidismo por predominio” se la dio la Unión Cívica Radical (UCR), que en 20 años cayó de un espectacular 51,75% (Raúl Alfonsín, 1983) a un misérrimo 2,34% (Leopoldo Moreau, 2003).
    A eso contribuyeron la hiperinflación de 1989, que obligó a Alfonsín a anticipar su retiro; y el estallido de la convertibilidad, en 1999, que provocó la caída de Fernando De la Rúa. Pero hubo, también, razones endógenas:
    • En 1998, desencantados con la burocracia partidaria, el ex canciller Dante Caputo y otros radicales se afiliaron al Partido Socialista Popular; luego integraron el Frepaso, que atrajo a muchos radicales desencantados.
    • En 2001 se separó del partido Elisa Carrió, quien había ingresado de la mano de Alfonsín y había apoyado a de la Rúa. Algunas disidencias, políticas y económicas, la llevaron a formar un nuevo partido: el ARI. No creyó que hubiera espacio para disputar el control y la orientación de la UCR.
    • En 2002 se alejó Ricardo López Murphy, que había sido ministro de la Rúa y, también, formó un nuevo partido: Recrear. Como Carrió, creyó que no había margen para pelear por el control del radicalismo.
    • En 2003, el ex vicepresidente del partido, Melchor Posse, se unió a un sector del peronismo como compañero de fórmula de Adolfo Rodríguez Saá.
    Ese mismo año, durante una interna signada por el fraude, el candidato de la UCR apenas superó 2%.
    • El año pasado, cinco de los seis gobernadores radicales se convirtieron en “K” (aliados de Kirchner) y uno de ellos, Julio Cobos, fue el compañero de fórmula de Cristina Fernández de Kirchner.
    • Margarita Stolbizer acordó con el ARI.
    • El radicalismo oficial se alió a Roberto Lavagna, cuyo compañero de fórmula fue el titular del Comité Nacional, Gerardo Morales. Pero Lavagna salió tercero y, después –mediante su acuerdo post-electoral con Kirchner– dejó en posición muy desairada a todos los radicales que habían visto en él una “alternativa”.
    La sangría de dirigentes dejó muy débil a la UCR. A la vez, quienes se alejaron del partido no consiguieron construir una fuerza sustituta. Cada uno encontró rápidamente su techo.
    La mejor suerte correspondió a Carrió, quien de todos modos tiene un caudal moderado.
    López Murphy hizo una buena elección en 2003, pero luego compitió por una banca de senador, en la provincia de Buenos Aires, y llegó quinto, detrás de la gremialista docente Marta Maffei y el actor Luis Brandoni. Tenaz, se presentó como candidato a Presidente el año pasado, y apenas logró 1,43% de los votos, menos que el cineasta Pino Solanas.

    Distintos escenarios
    El año próximo habrá elecciones parlamentarias, Fernández de Kirchner llegará a la mitad de su mandato y se iniciará la carrera por 2011.
    Con vistas a esa carrera, el oficialismo presenta la misma disyuntiva que el año pasado, aunque esta vez con los términos invertidos: “¿pingüina o pingüino?”
    Pero, ¿qué puede pasar en las elecciones parlamentarias?
    Salvo una crisis económica profunda (que no figura en los pronósticos de nadie) o un escándalo político demoledor (imprevisible), el Frente para la Victoria tiene que ganar esas elecciones con holgura.
    Las dificultades para armar listas no frenarán a un partido que domina todo el aparato del Estado nacional y la abrumadora mayoría de las provincias. Propios y aliados encontrarán sitio en el Congreso, las Legislaturas o el Gobierno de la Nación, las provincias o los municipios.
    Lo que no está claro es si habrá masa crítica para constituir un frente opositor que ponga límite al poder del oficialismo en el Legislativo.
    La reconstrucción del radicalismo es utópica. Habría que unir a los K con los antikirchneristas (es decir, mezclar agua con aceite) y lograr acuerdos con ex radicales tan diferentes y díscolos como Carrió y López Murphy.
    Una concertación de centro-izquierda, que asocie al ARI con el socialismo de Hermes Binner y radicales de izquierda como Stolbizer, deberá disputar el mismo espacio electoral en el cual se ha afirmado el oficialismo.
    Una fuerza de centro-derecha, liderada por Mauricio Macri, no tendrá un problema semejante. Desde el desmoronamiento de López Murphy, ese espacio no está ocupado por nadie. Sin embargo, Macri tendrá que lidiar con la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (una tarea que el Gobierno nacional se empeña en hacerle más complicada) y no será fácil, para él, dedicarse tanto a la gestión como a la construcción política. Por otro lado, Macri no podrá ser cabeza de lista.
    Todo parece indicar que, en el futuro inmediato, la Argentina tendrá que conformarse con el “unipartidismo por predominio”.
    Para salir de él, es necesario contar con políticos visionarios, que miren a 2011 y más allá, anticipándose a las desilusiones que inevitablemente causarán quienes gobiernan.
    Tratar de ponerle límites ahora, a través de pactos electorales prematuros, será ineficaz y hasta contraproducente.

    Bola de cristal

    Mercado no tiene la bola de cristal. No pudo adivinar cada uno de los pasos que daría Roberto Lavagna. Sin embargo, cuando Felisa Miceli aún no lo había reemplazado en el ministerio de Economía, esta revista publicó una nota de tapa (titulada El futuro de Lavagna, edición 1050 de septiembre de 2005) en la cual anticipó:
    1- Que Lavagna dejaría el gobierno antes de que Néstor Kirchner finalizara su mandato.
    2- Que, a partir de entonces, llevaría a la práctica un proyecto político propio.
    3- Que, carente él de estructura, y enfrentado al kirchnerismo, ese proyecto tenía poca o ninguna posibilidad de éxito.
    4- Que debía tenerse en cuenta la volatilidad de Lavagna, colaborador de Juan Domingo Perón, Isabel Martínez de Perón, Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner.
    Estos son párrafos textuales de aquella nota:

    Alejamiento
    “De todas las hipótesis, hay una que parece (casi) descartable: que Lavagna permanezca en el ministerio de Economía hasta que termine el ciclo kirchnerista”. 

    El sol que más calienta
    “Una cosa es la habilidad política que se necesita para manejarse en Palacio, evitando que otro lo empuje a uno por las escaleras. Otra cosa es armar una estructura –con referentes en cada provincia y en cada pueblo– que no termine convirtiendo al candidato en el mascarón de proa de un navío tripulado por indeseables.
    “Ese riesgo existe siempre, pero sobre todo cuando se quiere enfrentar a alguien que está en el poder y lo usa sin demasiados miramientos para mostrarse invencible. En esas condiciones, todos los dirigentes se arriman al sol que más calienta. Esto vale para todos los partidos pero, sobre todo, para el justicialismo, que se jacta de ser pragmático.
    “En política hay una metáfora para definir a una lista de candidatos que reúne a todos los que perdieron (o no podrían ganar) las batallas internas. A esa lista se la llama la ambulancia. Es difícil ganar con los heridos que transporta”.

    Un funcionario volátil
    “Lavagna estuvo:
    • Con Juan Domingo Perón: director general de Política de Ingresos y Precios (1973-1974).
    • Con Isabel Martínez de Perón: director general de Política de Ingresos y Precios (1974-1976).
    • Con Raúl Alfonsín: secretario de Industria y Comercio Exterior (1986).
    • Con Fernando de la Rúa (1999-2002): estuvo a punto de ser ministro de Relaciones Exteriores y fue designado, por último, embajador ante la Unión Europea y los Organismos Económicos Internacionales.
    • Con Eduardo Duhalde: ministro de Economía (2002-2003).
    • Con Néstor Kirchner: ministro de Economía (2003-2005).”

    Relativa oposición a Kirchner
    “Hace poco, en el programa de Mirtha Legrand tuvo definiciones claras (…) Opinó que el Presidente necesita poder pero no todo el poder”. Era una definición reversible: Kirchner no necesitaba todo el poder, pero necesitaba [mucho] poder para hacer todo lo que hace falta en esta etapa.
    Este último argumento se parece mucho a la justificación del giro que Lavagna dio el mes pasado. Su nueva tarea consiste en ayudar a Kirchner (quien formalmente ya no preside el país) a construir un justicialismo muy fuerte, aunque con ribetes republicanos.

    Propuesta oficial

    Reforma express

    El Gobierno ha anunciado su intención de promover una urgente reforma del régimen de los partidos políticos. Los propósitos parecen, en principio, nobles: impedir la proliferación de micropartidos, dar más opciones al ciudadano y organizar mejor los actos electorales.
    Sin embargo, una reforma política ideada por el partido gobernante –y sujeta al voto de dos cámaras absolutamente controladas por ese partido– provoca cierta inquietud.
    Sobre todo por la premura con la cual se pretende reformar la legislación vigente.
    Es justo el temor a que, en un régimen de “unipartidismo por predominio”, el partido circunstancialmente todopoderoso haga, de la ley sobre los partidos políticos, un traje a medida.
    ¿Cómo se procedería, según los reglamentos y las tradiciones, en otros países?
    Si el Gobierno de Gran Bretaña (o de Irlanda, o de Australia) quisiera impulsar una reforma política, primero publicaría un documento de consulta, impreso en papel verde y llamado, por lo mismo, green paper.
    En ese documento, el Gobierno expondría sus ideas, detallaría sus propósitos, y se extendería en la fundamentación. Un green paper suele tener el tamaño de un libro.
    El documento circularía no sólo entre legisladores. También entre individuos y organizaciones capaces de aportar ideas e información.
    El Gobierno no quedaría obligado por el green paper, difundido sólo para recibir opiniones y sugerencias. Como resultado de esta consulta, las autoridades podrían modificar algunos aspectos de su intención inicial, y hasta abandonarla.
    La Comisión Europea, órgano ejecutivo de la Unión Europea, también publica sus green papers, para estimular el debate acerca de normas que, en principio, querría establecer en Europa.
    En el caso de la hipotética reforma política en Gran Bretaña, si el resultado de la consulta inicial fuera favorable, el Gobierno podría seguir adelante, para lo cual debería publicar un documento más elaborado, impreso en papel blanco y denominado, por lo tanto, white paper.
    El white paper no es todavía un proyecto de ley, ya que está abierto a nuevas consultas sobre los detalles; pero indica que el Gobierno tiene la firme decisión de impulsar la reforma.
    Sólo después de recibidos todos los comentarios al white paper redactaría el Gobierno, por fin, un proyecto de ley, llamado Government Bill.
    El proyecto debería seguir, entonces, este derrotero en la Cámara de los Comunes:
    1ª sesión. Un ministro debería exponer las líneas generales del proyecto.
    2ª. sesión. El proyecto sería debatido en general por los Comunes, que podrían rechazarlo en general.
    3ª. sesión. Si el proyecto no fuera rechazado en general, pasaría a una comisión especial o (si se lo considerase demasiado importante) a un análisis exhaustivo por parte de toda la cámara, constituida en comisión.
    4a. sesión. Una vez analizado el proyecto –cláusula por cláusula– y recomendado posibles modificaciones, la comisión lo remitiría a la Cámara para que ésta volviera a tratarlo. Si la Cámara lo aprobara, el proyecto pasaría a la Casa de los Lores, aunque ésta tiene muy limitadas posibilidades de rechazar lo que ha sido aprobado por los comunes.
    Tratándose de una reforma política, que implica “cambiar las reglas de juego”, una ley semejante tendría un starting date; es decir, no comenzaría a regir de inmediato sino en una fecha más o menos remota.
    El propósito de una starting date diferida es que nadie sepa si, al momento de ponerse en práctica la ley, va a beneficiarlo o perjudicarlo. Se supone que, de esa manera, los parlamentarios discuten los proyectos con más objetividad.
    No es la idea que Fernández de Kirchner, Alberto Fernández o Florencio Randazzo tienen sobre las condiciones y tiempos de la reforma política que impulsan.

    En un cuarto de siglo de democracia

    Dos contendientes en cada elección

    Al comenzar la presente etapa democrática, en 1983, las dos grandes fuerzas políticas de la Argentina –el radicalismo y el justicialismo– acaparaban casi 92% de los votos. En 2003, los dos candidatos más votados no llegaron, entre los dos, a 47% de los votos. Pertenecían, además, a dos corrientes del mismo partido: el Justicialista.


    Elisa Carrió
    Foto: Gabriel Reig

    El año pasado, la suma de las dos candidatas más votadas superó 68%; pero la diferencia entre la ganadora y la segunda llegó a 22 puntos y medio: la más alta en estos 25 años.
    En 1995 también hubo una diferencia abultada, pero en condiciones de bipolaridad: ganó el justicialismo 50 a 30. En 2007, Elisa Carrió –si bien obtuvo un porcentaje superior al de Néstor Kirchner en 2003– no totalizó ni la mitad de lo que obtuvo Cristina Fernández de Kirchner.