Sea como fuere, indica Andrew Turnbull, de Booz Allen Hamilton, “estos
procesos crearán problemas, no sólo en materia jubilatoria. También
en el frente laboral”.
Si bien se comprende que hay cambios en gestación, sus implicancias son
menos evidentes, particularmente en lo financiero. Pero antes es preciso dejar
a un lado presunciones ya sin vigencia, según el experto.
Presunción 1: se trabaja lo suficiente para solventar
la jubilación. Ya no, pues ha cambiado la relación entre años
activos y pasivos. Por ejemplo, hacia 1950 los británicos dedicaban 83%
de la vida adulta a trabajar y 17% al retiro. Hacia 2050, la relación
será 63% contra 37%, pues la gente pasará de cinco a apenas 1,7
de actividad por cada año de retiro. Como contrapartida, las personas
hasta los 75 –o los sistemas jubilatorios– suelen subestimar el
lapso pasivo y aportan menos de lo suficiente.
Presunción 2: La sociedad es más próspera,
por tanto permite jubilarse antes de tiempo. Pero hay un inconveniente: no se
toman en cuenta la creciente longevidad y los costos asociados a ella. Probablemente,
las personas serán más pudientes, pero sus retiros serán
más caros. Muchos suponen que su nivel de vida se mantendrá luego
de retirarse, gracias a pensiones y rentas vitalicias indexadas. Pero la inflación
es igual un riesgo generalizado, sobre todo tratándose de salud y otros
costos que la incapacidad física presupone en los últimos diez
a quince años de vida.
Presunción 3: Resulta útil jubilarse antes de
tiempo porque no hay bastantes puestos laborales para cubrir la oferta. “La
idea de que los veteranos deben retirarse para dejar trabajo a los jóvenes
–afirma Turnbull– ya no funcionaba en los años 80 y menos
lo hace hoy. Sólo la mayor productividad eleva ingresos y gastos, por
tanto crea demanda laboral”. A su juicio, pues, lo otro es “una
seria falacia. Hacer retirarse a los mayores de cincuenta, máxime si
son profesionales o especializados, deteriora el capital humano. De paso, acelera
el drenaje de fondos jubilatorios públicos y privados”.
Presunción 4: Ingresos y posición suben linealmente
y la gente se jubila en su máxima jerarquía. En algunos países,
las normas laborales dificultan seguir trabajando una vez alcanzada la edad
de retiro o ya oficialmente fuera de una compañía. Perpetuar esta
variante reduce flexibilidad organizativa y promueve un culto a la veteranía.
Pero éste es el modelo predominante, que genera una situación
sostenida por los planes jubilatorios mismos.
El nivel de gastos
Presunción 5: Se acumulan activos en la fase activa y se gastan
en la pasiva. En las economías centrales, la gente tiende a invertir
en acciones o bonos cuando es joven y en renta vitalicia u otros instrumentos
de rinde fijo a medida como envejece. Sin embargo, no es posible frenar prematuramente
el crecimiento de ingresos básicos. Una entrada segura a los 65 años
no compensará la declinación de ingresos relativos los 30 ó
35 años subsiguientes. En efecto, será preciso invertir en fondos
o acciones durante los primeros años de retiro, de otro modo la jubilación
no alcanzará.
Presunción 6: Durante el retiro no habrá más
de una mudanza. La vivienda al momento de jubilarse será excelente para
sesentones con coche, pero quizá no lo sea más tarde. En algunos
países, empero, hay déficit de unidades adecuadas para diversas
etapas de vejez, especialmente si disminuye la movilidad. Por consiguiente,
muchos jubilados continúan ocupando casas demasiado grandes y caras de
mantener.
Presunción 7: El Estado debe prestar servicios sociales
y médicos a la gente mayor, sin impedir que los hijos hereden parte importante
de sus bienes. Esto irrita a Turnbull, a cuyo criterio, similar al de la Reserva
Federal, “el cambio de relaciones demográficas tornará en
extremo costosas esas prestaciones. Hacia 2060, EE.UU. habrá apenas 2,2
personas en actividad por cada jubilado, contra 5,2 en 1950. Por ende, el Gobierno
deberá reducir sus compromisos ante el sector pasivo e insistir en que
se usen activos personales para solventar gastos médicos, y no el dinero
de los contribuyentes”.
De una forma u otra, el estudio de Booz Allen Hamilton es pesimista respecto
de casi todas esas presunciones. En un matrimonio que llega a los 65, existe
50% de posibilidades de que alguno de ambos alcance los 90 y 17% de que cumpla
los cien. Por tanto, “debe admitirse que la longevidad ya no es excepcional
en las economías centrales y se debe tenerla en cuenta al planear el
futuro”.
En escala individual, eso significa ahorrar más y no cifrar tantas esperanzas
en el Estado benefactor ni en las jubilaciones del sector privado. Las personas
deben prepararse para trabajar más años, capacitarse más
y ser flexibles en lo laboral. Ello presupone inclusive abandonar una posición
alta en aras de una con menores exigencias o diferir parte de la renta jubilatoria
para mejorarla después, cuando realmente la necesite.
Para que la receta de Turnbull funcione, sin embargo, también deben cambiar
las organizaciones privadas y públicas. “Han de configurarse modelos
innovadores, para que las responsabilidades gerenciales pasen a equipos más
jóvenes. Nuevas funciones de asesoría o atención de clientes
podrán ocupar a gerentes veteranos, de modo que las empresas sigan beneficiándose
de su experiencia y buen juicio”.
Cómo encarar los problemas del envejecimiento poblacional es tema complejo.
Se precisa eliminar restricciones al usufructo de jubilaciones privadas y crear
opciones financieras más apropiadas para gente longeva. Los planes, públicos
o privados, deben suprimir incentivos al retiro temprano y ofrecer mejores opciones
a quienes difieran la fecha de jubilación. Las rentas vitalicias han
de incluir cláusulas de crecimiento con riesgos controlados luego del
retiro.
Algunas cosas están cambiando. La edad jubilatoria empieza a elevarse
en varios socios de la Organización pro Cooperación y Crecimiento
Económico (OCDE). Legisladores en EE.UU. y la Unión Europea se
hallan bajo constantes presiones para abordar los problemas de la tercera y
cuarta edad. Limitar o eliminar el retiro obligatorio es una innovación
clave para los sistemas laborales del “primer mundo”.
Máxime porque impulsa “la evolución de un modelo psicológico
o social en vías de agotarse”. Pero hay un interrogante insoslayable:
¿están las economías centrales dispuestas a aceptar las
nuevas condiciones que los cambios demográficos requieren?