Por Humberto Vacaflor (*)
Bolivia estará entre los tres únicos países rezagados de América latina con crecimiento inferior a 5% para este año (los otros son México y Ecuador).
Tuvo un tono de ingenuidad la sorpresa del equipo de Morales por el comportamiento huraño de las inversiones. Las inversiones no llegan por razones muy precisas:
• El Gobierno demoró un año en redactar los nuevos contratos con las empresas petroleras. Y cuando los firmó dejó bien claro que pueden ser cambiados en cualquier momento, o rescindidos.
• La política tributaria minera es diseñada mediante el método de pensar en voz alta, por el cual cada mes se anuncia un nuevo impuesto. El método es exasperante, a tal punto que la empresa Apex Silver propuso en público que el “government take” sea de 50% de las utilidades, pero que no se lo cambie más.
• Las inversiones del sector agrícola no fluyen porque el Gobierno mantiene la amenaza de confiscar las tierras de los terratenientes “oligarcas” de Santa Cruz.
• Las empresas del sector eléctrico dijeron que frenaron sus inversiones porque, desde que llegó al gobierno, el presidente Morales tiene anunciada una reforma del sector, de la que todavía no se sabe nada.
• El Gobierno –algo bien visto en el Mercosur– se niega a firmar un TLC con Estados Unidos que supuestamente ayudaría al sector manufacturero.
• Hace seis meses que el Gobierno anunció su intención de nacionalizar Entel, y hace tres meses dijo lo mismo de los ferrocarriles.
• Los contratos que el Estado boliviano firma con empresas privadas deben ser aprobados por el Congreso. Y luego convertidos en leyes. Pero a mediados de agosto, después de recibir la visita del venezolano Hugo Chávez, el presidente Morales dijo que había decidido gobernar mediante decretos.
El primer gobernante indígena de Bolivia tiene, por supuesto, muchas falencias. La falta de experiencia en el manejo del Estado es la más visible. Combinada con la ansiedad por vengar 500 años de colonización y 182 años de postergación de los indígenas por parte de la república, estas actitudes provocan incoherencias y errores que comienzan a mostrar sus efectos.
Ahuyenta las inversiones pero luego se extraña de que no lleguen. Otra restricción que tiene el presidente Morales según sus críticos más ponderados es que no advierte la relación entre dos cosas vinculadas. Actúa como si no identificara los efectos y sus causas.
La más visible de estas incoherencias se produjo cuando Morales decidió enviar al vicepresidente Álvaro García Linera a pedirle al presidente George Bush que amplíe la vigencia del sistema de exenciones arancelarias para las manufacturas de los países andinos. Cuando García Linera estaba tomando el avión para cumplir el encargo, el presidente Morales dijo al periodismo que el presidente Bush es un terrorista. La misión del vicepresidente fracasó, por supuesto.
En el campo energético
Una de las consecuencias más dañinas de la escasez de inversiones se da en el campo petrolero.
En este momento, la producción de gas está estancada en 41 millones de metros cúbicos diarios. Por tres contratos diferentes se envía a Brasil 33 millones y en enero próximo el volumen para la Argentina debe alcanzar su máximo nivel, de 7,7 millones. Las cifras de la producción y las exportaciones están demasiado apretadas y dejan de lado el consumo interno, calculado en 6 millones. La mayor parte del gas se exporta y lo que queda no cubre la demanda interna. Evo se ha puesto nervioso y acaba de anunciar que las empresas que no inviertan de inmediato para cubrir la demanda interna deberán irse.
Las empresas petroleras quedaron preocupadas con el largo proceso de redacción de los contratos. Venían desacelerando las inversiones desde 2003, cuando comenzaron los primeros sacudones políticos que afectaron la estabilidad del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Las inversiones que habían hecho hasta ese momento provocaron que las reservas probadas y probables de gas natural pasaran de 5 a 48 TCF. Fue cuando comenzó a hablarse de la Bolivia potencia gasífera.
Las empresas habían llegado a operar en la cordillera del Aguaragüe, en la provincia Gran Chaco del departamento de Tarija, muy cerca de la frontera con la Argentina. El trabajo había sido facilitado por el descubrimiento del campo San Alberto que hiciera en esa serranía la estatal YPFB en 1991. En aquel año la demanda del gas boliviano estaba en cero, o casi. Faltaba un año para que concluyera el contrato de venta a la Argentina, que había comenzado en 1972. El descubrimiento de San Alberto fue recibido como una mala noticia, porque no se había encontrado petróleo, sino “solamente” gas, un combustible sin mercado.
Fue entonces cuando Petrobras se interesó en el gas boliviano y firmó contratos para operar en la zona. Llegó luego el presidente Sánchez de Lozada y en 1996 decidió traer a Enron para que se hiciera cargo del gasoducto a Brasil. Decía que para negociar con Petrobras era preciso asociarse con una empresa gigante. Y también trajo a otras empresas para que hicieran más exploraciones en la zona y descubrieran otros yacimientos o establecieran el tamaño real de San Alberto.
El flujo de las inversiones se detuvo con la convulsión política que estalló en febrero de 2003. Ahora, las empresas actúan como si estuvieran en un territorio hostil.
Con el gobierno de Morales, Bolivia pasó de ser una promesa de gas para la región a ser un proveedor no confiable.
Conflicto con Petrobras
Se avecina un choque de actitudes con la empresa brasileña. Los ejecutivos de Petrobras acaban de informar que de los US$ 112.400 millones que invertirán entre 2008 y 2012 en sus operaciones globales ni un centavo será volcado en Bolivia. La actitud de la empresa responde a la dureza con que ha sido tratada por Morales.
El Presidente boliviano rayó bien la cancha en uno de sus primeros encuentros con Lula, en Viena, a principios de 2006, cuando dijo que Brasil se había quedado con el territorio boliviano del Acre a cambio de un caballo regalado al dictador Mariano Melgarejo. Morales había confundido datos históricos y mezclado hechos separados por 40 años, pero el mensaje fue muy claro. Ahora, las autoridades brasileñas no pierden ocasión para repetir que desean romper con la dependencia del gas boliviano, sobre todo cuando hacen los anuncios de las plantas de re-gasificación de gas natural licuado en su territorio.
Se podría decir que, con la salida de Sánchez de Lozada y la llegada de Morales a la presidencia de Bolivia, Petrobras pasó de la sartén al fuego. Con acento gringo el primero, desafiaba a la empresa brasileña y ahora los desafíos son con acento aymara. El primero soñaba con reemplazar a Petrobras con Enron y Morales quiere reemplazarla con PDVSA.
La venezolana tiene prometida una inversión de US$ 1.500 millones desde hace un año y medio. La sociedad de PDVSA con YPFB tiene incluso nombre: Petroandina, pero nada más.
Morales también quisiera asociarse con la argentina –y oficial– Enarsa para reemplazar a Petrobras y a todas las empresas “transnacionales”. Es difícil que la recién resucitada YPFB y la recién nacida Enarsa puedan hacer algo.
Pero hay otras decisiones que perjudican a la actividad petrolera.
El gobierno del presidente Morales ha dado a los pueblos originarios la facultad de aprobar, o no, la explotación de recursos naturales o el tendido de ductos por sus territorios ancestrales. Por esa razón está demorada la ampliación del gasoducto para la ciudad de Tarija, capital del departamento donde se encuentra 86% del gas boliviano.
Si las inversiones comenzaran a reanimarse y se elevara la producción de gas, solamente los permisos ambientales y su aprobación por los aborígenes para los ductos demorarían más de un año. Esta posibilidad de veto ha dado lugar a que algunos caciques aborígenes se propongan cobrar sumas millonarias a las empresas petroleras. Los originarios pueden incluso frenar obras de interconexión entre pozos de un mismo campo.
El deseo de Morales de dar a los pueblos originarios el control y el dominio de tierra y territorio, con facultad de decidir sobre los recursos naturales, se ha convertido en un grave conflicto. Algunos pueblos originarios quieren disputar al Estado boliviano el derecho a cobrar regalías por la explotación de los recursos naturales no renovables.
La revolución importante
De todos modos, con errores, incoherencias y falencias, el presidente Morales ha llegado con una revolución que es más importante que todas las anteriores que se dieron en Bolivia.
Por el momento está comiendo con los ojos y quizá eso provoque los errores de gestión. Quiere cambiarlo todo. Y hace los anuncios conforme se le ocurren los temas, sin un plan preciso y sin tomar en cuenta que la mayor y más difícil responsabilidad de un estadista es hacer previsiones. Como dirigente sindical de los cocaleros jamás había tenido que rendir cuenta de sus actos.
Su llegada al Gobierno ha sido producto de una inverosímil combinación de circunstancias. Nació en un lugar del altiplano orureño donde no existe el concepto de la propiedad privada de la tierra. Quizá sea porque esa tierra no produce mucho que digamos. Un poco de quinua, de cebada y de papa. Las ovejas más flacas del planeta habitan Oruro.
El pastor Evo Morales salió de Orinoca y se sumó a una banda de música. Había hecho, en todo, cuatro años de escuela rural. Estuvo en Cataricagua, en Salta, haciendo de cañero. De regreso a Bolivia, ensayó una incursión al trabajo de las minas justamente cuando los mineros estaban de salida, emigrando hacia el Chapare, porque el precio del estaño había caído por debajo de US$ 2 la libra fina, su nivel más bajo de la historia.
Allí le esperaba la clave de su éxito como político. Si se hubiera quedado en Orinoca quizá hubiera sido dirigente de los productores de quinua, o cebada, nada más. Ser dirigente de los cocaleros que habitan la zona por donde pasa la principal carretera del país era otra cosa. En el Chapare descubrió que existe la propiedad privada de la tierra.
Como productor de quinua o como pastor de ovejas flacas, no hubiera tenido futuro. No hay una millonaria organización internacional vinculada a la quinua o la cebada. Fue la coca la que lo llevó al poder.
Los indígenas postergados ensayaron varios caminos para acercarse al poder político en Bolivia. Evo Morales les mostró que el secreto estaba en la hoja de coca.
El sendero de la coca
El pobre campesino de Orinoca había tomado contacto en el Chapare con la hoja estimulante que acompaña a la economía boliviana desde que existe memoria.
Hay dos productos que marcan la vida de Bolivia desde el principio: la plata y la coca. La plata de Potosí era explotada por la cultura tiwanacota desde el siglo 10, luego por los incas y desde 1545 por los españoles. Fueron estos últimos los que hicieron una alquimia increíble pero efectiva al usar la coca como estimulante diario para el trabajo de los mineros. Para poder resistir los turnos de trabajo de cinco días sin salir de la mina, los mitayos necesitaban llevar consigo algo de charque y maíz cocido, y unas hojas de coca que les ayudaran a distraer el sueño, el hambre y la sed.
Por eso es que la producción de plata en Potosí y la de coca en los Yungas de La Paz crecen en curvas paralelas desde el siglo 16. Los cronistas españoles admitían que sin coca no podría haber Potosí.
La plata y luego la minería en general, con el estaño como actor que domina el siglo 20, marca la vida política boliviana. Los mineros bolivianos dominan la política. Simón Patiño, el más grande millonario de la historia de Bolivia, manejaba a los políticos bolivianos desde sus oficinas en París o Kuala Lumpur. Menos sutil, Gonzalo Sánchez de Lozada, el último millonario de la minería boliviana, decide entrar a la política en persona.
La coca, entretanto, había estado jugando un papel de acompañante, de comparsa, de la minería. Su fama gana muchos puntos a partir de 1860, cuando en laboratorios europeos se separa la cocaína.
Minería y coca, factores de poder
La minería puso muchos Presidentes en Bolivia. La coca acaba de poner su primer Presidente. La minería participa con 25% de las exportaciones bolivianas. La coca participa, y mucho, pero no hay cifras precisas.
Sin contar al sector del valor agregado, al sector pecaminoso, la coca tiene un poder económico muy grande en Bolivia. Los cocaleros son los campesinos privilegiados, los que más ganan y por ello han prestado a su líder para encabezar la gestión de reivindicar a todos los indígenas, incluso a los más miserables, como los que se quedaron en Orinoca.
En la embajada de Estados Unidos se calcula que en el Chapare hay 60.000 cocaleros que ganan, cada uno, US$ 10.000 al año. Pocos políticos pueden decir que manejan un sector económico con ingresos conjuntos de US$ 600 millones en Bolivia.
Los enemigos de Evo Morales suelen decir que él provocaba el cierre de las carreteras del Chapare, cuando estaba en su ascenso hacia el poder, para facilitar que las avionetas de los narcotraficantes aterrizaran en las rutas vacías y recogieran la mercadería. Nunca se ha comprobado esa acusación.
Un hombre para el que no tiene nada de malo producir coca ilegal, en una zona no autorizada, debe ser mirado con atención. No ha escuchado hablar de escrúpulos, como se aprecia cuando lanza acusaciones a sus rivales políticos, con alusiones al narcotráfico.
Siempre usó el argumento de que los cocaleros cultivan la hoja porque no tienen otra cosa que hacer. Porque los caminos son malos y todos los demás cultivos son antieconómicos. Los productores de bananas y ananás tienen una discusión pendiente con Evo Morales. Pero ahora él ha ganado y los cocales están avanzando como nunca antes, desplazando incluso a los cítricos.
Los debates nuevos y pendientes
Cuando han pasado 18 meses de su gobierno, Morales está admitiendo que gobernar Bolivia es muy difícil, incluso si se cuenta con una bonanza de exportaciones por efecto del precio del gas y de los minerales, además de las remesas que llegan de los emigrantes, y de lo que produce la coca y sus derivados.
El proyecto de crear una nueva Bolivia, que acabe con las discriminaciones a los indígenas, está trabado en la Asamblea Constituyente. Un debate inverosímil lo tiene frenado: definir dónde será la sede de Gobierno de un país que existe desde hace 182 años.
Era un detalle olvidado. La Paz hacía de sede de Gobierno pero Sucre de capital. Esta confusión, que formaba parte de preguntas curiosas en la TV o estaba en las palabras cruzadas en el exterior, nació de una guerra civil, en 1899.
Los paceños, que proclamaban el federalismo, derrotaron a los sucrenses en dos batallas memorables y en una matanza horrible cometida por los aymaras con acusaciones de antropofagia.
Los sucrenses dicen que el tema no está resuelto. Y el resto del país, hastiado con el afán de hegemonía aymara que impulsa el presidente Morales, apoya a Sucre.
Pero el Gobierno sabe que necesita apoyarse en La Paz, donde está el mayor número de votantes.
Los viejos fantasmas de la historia de Bolivia han venido a frenar la revolución de Morales, junto con sus propios errores y falencias. Pero su capital político sigue siendo muy grande. Es un líder natural.
Tendrá que ocuparse de los aliados políticos que lo llevaron hasta el poder. No de los partidos, sino de los ciudadanos que estaban cansados de los Gobiernos que se turnaban en el Palacio Quemado y se llenaban las manos de corrupción.
Las clases medias aliadas de Evo miran con incomodidad el monopolio del indigenismo en el Gobierno. Son los mestizos que quieren trabajar y que vienen de familias que han comprobado en varias generaciones que las permanentes revoluciones de Bolivia no producen nada bueno.
Morales está descubriendo que existe un país. Que sus regiones son complementarias. Y que aquello del separatismo sólo sirve para agraviar a algunas regiones. Pero también lo usan apresurados enviados especiales que deben escribir sobre Bolivia. M
(*) Periodista y analista económico en Bolivia.