Por Jorge Beinstein
La región creció a más de 5% promedio anual en los tres últimos años contra aproximadamente 2% para el período 1980-2002. Según los datos de Cepal, el Producto Bruto Interno de Venezuela aumentó en términos reales 17,8% en 2004, 9,3% en 2005 y 10% en 2006.
La Argentina emergió de su derrumbe de 2001-2002 creciendo 9% en 2004, 9,2% en 2005 y 8,5% en 2006; la tasa promedio de expansión en los tres períodos considerados fue de 8, 6% en Uruguay; Perú creció 9,2% en 2005 y 10% en 2006. Pese a la persistencia del bloqueo comercial de Estados Unidos, Cuba creció respectivamente 11,8% y 12,5%.
En fin, Brasil que había crecido entre 1980 y 2000 de manera muy irregular y a una tasa promedio baja, cercana a 2% (en el sexenio 1998-2003 dicha tasa fue del orden de 1,5%, con 0,1% en 1998 y 0,8% en 1999) repuntó en la década actual y sobre todo en los tres últimos años con un promedio anual de 3,3% (no es mucho si lo comparamos con otros países de la zona, pero alienta un cierto optimismo macroeconómico).
Además este fenómeno va acompañado por importantes mejoras en las cuentas fiscales lo que no impide al FMI recomendar de vez en cuando mayor austeridad en los gastos públicos de la región; aunque con muy poco impacto en los medios de comunicación y en los gobiernos aludidos, lo que marca seguramente un cambio de época.
A todo ello se agrega la caída de las deudas externas y el rápido aumento de las reservas. Por primera vez en mucho tiempo altas tasas de crecimiento del PBI van asociadas con fuertes reducciones de las deudas externas (ver el gráfico “La deuda externa de América latina”). Entre 1970 y 1980 el PBI latinoamericano creció 80% pero la deuda externa se expandió 870%. Durante la llamada “década perdida” de los años 80 el crecimiento fue muy bajo, así entre 1983 y 1990 apenas llegó a 8% aunque la deuda más que duplicó su ritmo (17%).
Sin embargo, entre 2003 y 2006 el PBI aumentó 16,5% y la deuda disminuyó 17% y descendieron los indicadores utilizados tradicionalmente para evaluar el peso del endeudamiento como las relaciones entre deuda y exportaciones, deuda y PBI o intereses de la deuda y exportaciones (ver la tabla “América latina: reducción del peso de la deuda externa”).
La región no necesitó endeudarse para crecer, rompiendo así con una larga historia que terminó imponiendo una suerte de “sentido común”. Más extraño aún, ese crecimiento tampoco estuvo asociado a un auge de inversiones extranjeras sino más bien a su declinación (ver el gráfico “América latina: ahorro interno e inversiones extranjeras directas”).
En las décadas pasadas, sobre todo en los 90, expertos, revistas especializadas y mega comunicadores apabullaban a la opinión pública de la región con evaluaciones acerca del estado de ánimo de potenciales acreedores e inversores externos y por supuesto con recomendaciones destinadas a tranquilizarlos y brindarles múltiples “garantías”. Ni esas garantías especiales ni la expansión de dicho flujo de inversiones han sido necesarias para crecer. De paso los expertos aludidos deberían no sólo explicarnos esta aparente anomalía sino también porque China, gobernada desde hace más de seis décadas por un partido comunista es hoy el país subdesarrollado que acapara la mayor parte de las inversiones extranjeras directas del planeta.
Exportaciones y reservas
Un factor decisivo de estos cambios ha sido el ascenso exportador beneficiario de una coyuntura internacional favorable a los productos primarios. Los grandes saldos comerciales han empujado hacia cifras positivas las cuentas corrientes de los balances de pagos de América latina lo que le permitió disminuir las deudas externas y aumentar las reservas internacionales. Aunque la rápida acumulación de reservas no es un fenómeno exclusivamente latinoamericano sino de la periferia en su conjunto.
El caso más notable es el de China que ya ha superado la barrera del billón (millón de millones) de dólares, y Rusia “país-mendigo” hasta hace poco, acumulaba hacia fines del año pasado reservas por más de US$ 300 mil millones (América latina rondaba los US$ 300 mil millones en 2006).
De ese modo, comienzan a producirse importantes cambios en el comportamiento económico de la región que se desvían de manera significativa de las pautas dominantes durante más de cuatro décadas. Esos cambios no se reducen a la esfera económica sino que involucran también los niveles político e institucional. ¿Se trata de una anomalía, de un fenómeno pasajero o bien de un cambio de fase, de los primeros pasos de una profunda transformación?
Todavía no se ha reflexionado lo suficiente acerca de las consecuencias futuras de esa novedosa combinación de crecimiento del PBI y reducción de la deuda externa (que bajó de US$ 733 mil millones en 2003 a US$ 632 mil millones en 2006). La tradición enseñaba que los períodos de elevado crecimiento del PBI venían acompañados por altos niveles de endeudamiento externo. Ahora se ha roto la tradición. Cuando la deuda llegaba al límite de la capacidad de pago se restringía el crecimiento (y las importaciones) lo que dejaba fondos libres para pagar a los acreedores.
Además los superávit fiscales (o la drástica contracción de los déficit) formaban parte de los programas de ajuste o austeridad que achicaban el consumo y el crecimiento. Ahora tenemos superávit fiscales y mantenimiento o ascenso, según los casos, del gasto público, expansión de la demanda interna y aumento del PBI; y como ya hemos visto este último no tiene su correlato en el ascenso de las inversiones extranjeras (que se han reducido) sino en la expansión del ahorro interno. En síntesis, la realidad ha entrado en abierta contradicción con las visiones del FMI y del Banco Mundial.
La economía de EE.UU.
Los aumentos de las reservas y del ahorro interno, los superávits fiscales y el achicamiento de la deuda constituyen claros indicadores de una menor vulnerabilidad externa de la región. Queda la duda respecto de la durabilidad del ascenso de las exportaciones; sin embargo la manera en que las mismas están creciendo alienta un cierto optimismo, aunque se trata principalmente de productos primarios (petróleo, minerales, cereales y oleaginosos, etc.).
Debe tomarse en consideración que los mercados que actualmente absorben esos productos están mucho mas extendidos geográficamente que en el pasado y presentan horizontes de precios positivos a mediano y largo plazo, como en el caso del precio del petróleo y su complemento o reemplazante parcial más probable; los biocombustibles con base en cereales y oleaginosas y otros productos agrícolas que dispondrán de precios crecientes gracias a la penuria energética.
La desaceleración de la economía estadounidense o incluso su entrada en recesión impactará negativamente sobre la demanda mundial y en consecuencia sobre los precios de esos productos, pero si no se produce el derrumbe del mercado global lo más probable es que los mismos crezcan más lentamente o que se detengan durante ciertos períodos para luego continuar su camino ascendente.
De todos modos como el auge exportador aparece junto a una cierta prosperidad de los mercados internos latinoamericanos, de la capacidad de intervención de varios Estados de la región como Brasil, la Argentina, Venezuela o Bolivia, y del proceso de integración regional; es posible (no seguro pero posible) la generación de contrapesos económicos internos que pueden llegar a contrarrestar eventuales contratiempos en el comercio exterior. Si ello llegara a ocurrir y si además se desarrolla una gran diversificación de clientes externos, estarían dadas las condiciones económicas básicas para la permanencia de la nueva etapa que no sería entonces un pequeño respiro, un viento pasajero sino el comienzo de un período histórico sustancialmente distinto del anterior.
Las distintas dudas
Pero las dudas no sólo apuntan hacia la durabilidad del auge exportador. En las últimas décadas pero sobre todo en los años 90 la región ha sufrido un decisivo proceso de transnacionalización de su economía, que ha estado marcada por la hegemonía de circuitos financieros globalizados que escapan a las posibilidades de control de sus estados.
La más que probable perspectiva de incremento de la volatilidad internacional de dichos circuitos estrechamente vinculados con fenómenos como la declinación del dólar, la aparición de brotes estanflacionarios en Estados Unidos, el desinfle de su mercado inmobiliario, la suba del precio del petróleo, posibles euforias especulativas, etc., podrían en poco tiempo devorar reservas periféricas, provocar estampidas de precios y hundir mercados ante la impotencia de los Gobiernos locales.
Un anticipo de ello lo hemos visto en estos días en la Argentina y otros países de la zona. En Estados Unidos la burbuja inmobiliaria ha comenzado a contraerse desde hace casi un año lo que terminó por impactar negativamente en la dinámica del consumo y por consiguiente en la del PBI. Ello ya era visible hacia fines del año pasado pero los resultados del primer trimestre de 2007 (sólo 0,6% de crecimiento anualizado del PBI) cayeron como un balde de agua helada.
Para el segundo trimestre aparece un importante repunte del PBI alentado principalmente por el gasto público y las exportaciones aunque el gasto de los consumidores (70% del PBI) se expandió menos de la mitad que en el primer trimestre, la tasa de ahorro se redujo y el índice de precios del consumo subió a una tasa anualizada de 4,3%, la más alta desde hace tres lustros, mientras las inversiones en viviendas siguen cayendo.
A esto se agregan mensajes oficiales acerca de un probable “crecimiento económico modesto” para este año y perspectivas cada vez más fuertes de alza en el precio del petróleo. Señales más que suficientes para que el pesimismo y la incertidumbre adquieran dimensiones planetarias: el 27 de julio el diario conservador parisino Le Figaro hacía sonar la alarma y titulaba “La crisis inmobiliaria norteamericana impacta los mercados financieros del mundo entero”, explicando cómo ese hecho deprimía inevitablemente a los mercados bursátiles. Y para bloquear cualquier reacción optimista citaba las declaraciones del máximo directivo de “Countrywide Financial”, la principal firma de crédito residencial en Estados Unidos, quien acaba de pronosticar que el sector inmobiliario no se recuperará antes de 2009 para concluir que esta caída de precios de viviendas no era vista “desde la depresión de los años 30” (1).
Frente a ese panorama el clima financiero global se enrarece y las principales víctimas en el corto plazo son numerosos países subdesarrollados que no pueden resistir fugas masivas de fondos en busca de colocaciones de menor riesgo.
Situación contradictoria para América latina; por una parte expansión de las exportaciones pero por otra aumento de la turbulencia financiera internacional.
La tentación de los biocombustibles
En los últimos tiempos y sobre la base del fracaso de la ofensiva militar de Estados Unidos en Asia, varios autores vienen sosteniendo que esa probable derrota no clausura la secuencia de guerras y presiones estadounidenses destinada a obtener el control de los recursos energéticos globales.
El fin de la vieja estrategia podría dar nacimiento a redespliegues que apuntarían hacia el mismo objetivo, incluso con mayor agresividad bélica como afirma Michael Klare en su tesis acerca del “energo-fascism” (fascismo energético) emergente a partir de la era Bush (2). El repliegue de Estados Unidos en Asia podría ser seguido por acciones de control sobre otras áreas de la periferia, por ejemplo América latina, que no sólo dispone de zonas petroleras y gasíferas importantes sino también de extensos territorios agrícolas que podrían ser destinados a la producción de biocombustibles. La reciente gira de Bush por la región parecería apuntalar dicha hipótesis. Por otra parte, sus posibles sucesores demócratas suelen acusarlo de haber descuidado América latina. No se trataría entonces sólo de temas energéticos sino de un abanico mucho más amplio de intereses de Estados Unidos en la región.
Más allá de la existencia o no del nacimiento de una nueva estrategia estadounidense hacia la región es importante prestar atención a su contexto global marcado por el hecho de que Estados Unidos está dejando de ser la superpotencia irresistible que aparentaban ser en los años 90. Sufren graves problemas económicos que han debilitado su peso internacional a lo que se agrega el empantanamiento irakí (y afgano) que ha reducido de manera considerable su poder disuasivo. El dólar declina, y otras potencias empiezan a desarrollar sus esferas de influencia sobre la base del retroceso estadounidense.
Por otra parte, a lo largo del último lustro América latina ha estado diversificando sus relaciones políticas y económicas. Asia es hoy un mercado decisivo para varios de sus principales productos de exportación. Incluso si tomamos el tema de los biocombustibles no es sólo Estados Unidos el gran cliente potencial para esos productos. Tanto China como la Unión Europea o Japón tienen graves déficit energéticos y han manifestado su voluntad de asegurarse suministros de biocombustibles. Este juego de presiones internacionales va impactar seguramente en la región. ¿Pero de qué manera?
Si llegara a irrumpir un esfuerzo estadounidense de recontrol de América latina el mismo deberá enfrentar factores nuevos que dificultarán muy seriamente dicho objetivo. En primer lugar una nueva configuración mundial de poderes económicos y políticos en condiciones de disputarle áreas de influencia.
De todos modos, parece inevitable una arremetida de las grandes potencias sobre las tierras agrícolas de la periferia con el fin de lograr suministros bioenergéticos, América latina está en la mira de esas estrategias, Brasil pretende liderar dicho proceso, la Argentina seguiría detrás y luego una amplia variedad de países, desde Paraguay hasta Colombia, pasando por los de América central, Bolivia o Uruguay.
Estos nuevos sistemas productivos, tanto los consagrados al etanol como al biodiésel, se caracterizan por la aplicación de tecnologías agrícolas avanzadas (anticipadas por el boom de la soja) aplicadas a gran escala con grandes inversiones y poco empleadoras de mano de obra. Si a ello le sumamos su vocación exportadora concluiremos que ese probable desarrollo debería apuntar a una mayor concentración de ingresos en la región con impactos muy flojos sobre los niveles de empleo. Por otra parte la inevitable valorización de las tierras fértiles causaría el encarecimiento generalizado de todos sus productos, en primer lugar los alimentos.
Aunque también es posible visualizar la implementación de políticas sociales y económicas de control, de racionalización, de esa expansión, de la utilización de una porción importante de esos ingresos en beneficio de los sectores postergados. Pero esta ilusión de derrame popular de ganancias, de moda en los años 90, es de muy difícil concreción. Las elites locales y las empresas transnacionales que manejarían el negocio tendrían el poder económico suficiente como para resistir con alta probabilidad de éxito las presiones redistribucionistas.
No está dicha la última palabra
Al comenzar la década actual la declinación del auge neoliberal hacía prever una prolongada decadencia económica de América latina agobiada por el peso de las deudas. Pero la realidad fue muy diferente: se expandió el PBI impulsado por un boom exportador sobre la base de una coyuntura global motorizada por la efímera prosperidad de la era Bush y su irradiación internacional.
Ahora lo mas razonable sería pronosticar la prolongación de ese impulso exportador reforzada por la inminente llegada del desarrollo de los biocombustibles. Es probable que así sea, sin embargo es necesario considerar que los próximos años traerán otros ingredientes nuevos. Si suben mucho los precios de los productos energéticos (petróleo y luego gas y biocombustibles) la estanflación estará asegurada y con ella la multiplicación de los desórdenes financieros, políticos… y militares: la disputa global por recursos energéticos escasos podría inducir brotes de irracionalidad extremadamente peligrosos.
Por otra parte, la prosperidad bioenergética podría ser la base de regímenes periféricos capaces de utilizar esas riquezas para mejorar las condiciones de vida de sus pueblos pero también podría dar pie a la voracidad de elites concentradoras de ingresos y probablemente de disputas sociales de gran magnitud.
Pero si lo que predomina es la depresión (aun con un inicio estanflacionario), sobre todo en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, la demanda energética se degradaría de manera decisiva, lo que moderaría o plancharía la dinámica de los precios. De todos modos, la producción de biocombustibles no podrá remplazar totalmente la previsible caída en la extracción petrolera y si lo hace sería a costa de una penuria alimentaria catastrófica. Como vemos cualquiera sea el ángulo de observación el panorama se presenta extremadamente complejo tanto a escala global como regional. M
(1) Bertille Bayart et Pierre-Yves Duga, “Le risque fait son retour sur la planète finance”, Le Figaro, le 27 Juillet 2007.
(2) Michael Klare “Petro-Power and the Nuclear Renaissance Two Faces of an Emerging Energo-fascism”, TonDisptch.com, January 16, 2007.