Por Rubén Chorny
Luz amarilla: 8 de cada 10 empresarios que contestaron la encuesta de la firma de auditoría KPMG opinan que “se están acumulando desequilibrios que, de no resolverse en un plazo razonable, producirán una desaceleración importante del crecimiento económico”.
La advertencia contrasta con 7,6% que subió la actividad económica en el primer trimestre del año, con el descenso de la desocupación a 8,9%, con la percepción de la población que bate récords de consumo y con los 60 puntos que muestra el índice de confianza que elabora el Instituto Di Tella.
Este comportamiento microeconómico de corto plazo aún disimula en el humor colectivo el avance, lento pero constante, del viejo flagelo nacional: la inflación.
El diagnóstico coincidente de legos y profanos es que el aparato productivo viene funcionando a full, atizado por una política macroeconómica que lo ha privilegiado desde 2001: tipo de cambio alto para proteger su competitividad, inyección de recursos para recomponer salarios y activa participación estatal mediante obras y subsidios.
Los dolores de cabeza que padece el Gobierno en este que parece ser el inicio de la campaña electoral no provienen precisamente de la economía. En las urnas no habrá muchos que reparen en que la inflación real ya perfora el piso de 15%, que el avance de las importaciones esmerila el saldo comercial y que el gasto público de la primera parte del año subió nada menos que 46,7% más que en el mismo período del año pasado, lo cual afectará el superávit fiscal.
Sí lo hacen en cambio los sindicatos que negocian salarios con las patronales y parten de un piso de 16,5%.
La cuestión de fondo reside en que son escasas las inversiones que entran para apuntalar la producción local y que el capital privado se mueve con mucha cautela. Según la encuesta de KPMG, el horizonte de previsibilidad para invertir en la Argentina no pasa hoy de 3,2 años.
Los vectores macroeconómicos no apuntan a mediano y largo plazo en la dirección deseada: los superávits fiscal y comercial bajan, los precios suben, el tipo de cambio real comienza este año a perder su sobrevaluación.
Por fuera del fragor preelectoral, empieza a plantearse un sordo debate técnico entre los economistas, del que el Gobierno no quiere ni oír hablar: ¿hay conflicto entre crecimiento e inflación?
Mercado requirió la opinión de destacados economistas que suelen tener distintos enfoques, como (por orden alfabético) Javier González Fraga, Daniel Heymann (Cepal), Lucas Llach (Cippec), Fernando Marengo (del estudio Arriazu) y Fernando Navajas (Fiel).
Javier González Fraga, ex presidente del Banco Central
“Se podría mantener la actual tasa de crecimiento, con una inflación moderada si aumentase la inversión y mejorase su calidad. Es decir si lográsemos con ello estimular una mayor oferta de bienes, y mejorar la infraestructura energética y de transporte.
Pero si se insiste en crecer exclusivamente estimulando la demanda de los sectores más ricos, mediante subsidios, y al mismo tiempo se desalienta la producción mediante controles de precios y prohibiciones de exportar, como se hizo con lácteos y carnes, vamos directo a un agotamiento del crecimiento, con niveles más altos de inflación, y por lo tanto de pobreza.
Si se pretende frenar la inflación, como en el caso de Brasil, y de Chile en menor medida, mediante prácticas monetaristas que revalúan la moneda y suben las tasas de interés, seguramente se agota el crecimiento.
Por eso, la Argentina debe ser muy prudente con las metas antiinflacionarias que se proponga, ya que hace sólo cinco años devaluamos casi 300%: mucho más que Rusia, México y otros países que tardaron más que nosotros en controlar la inflación. Nuestra inflación, que llegó a 12,3% en 2005, debería estar en estos momentos alrededor de 10% real y no de 13/15% como estamos experimentando, más allá de lo que nos diga el INDEC.
Seguramente se seguirán acumulando distorsiones de precios y tarifas hasta las elecciones. Dependiendo de quién gane en octubre veremos correcciones a esta política que pueden afectar el ritmo de crecimiento. Pero insisto en que no hace falta ‘enfriar’ la economía para controlar en niveles moderados la inflación. Hace falta robustecer las cuentas fiscales, terminar con algunos subsidios y volver a alentar el incremento de la inversión y la producción.
Estoy de acuerdo en la necesidad de volver a tener un superávit fiscal primario de alrededor de 4% del PBI, como en 2005. No en un ajuste monetario, ni en la apreciación deliberada del tipo de cambio, ni creo que sea necesario frenar el crecimiento económico. Seguimos teniendo una tercera parte de población afectada por la pobreza que requiere, además de más crecimiento, políticas activas eficaces para aliviar su situación.
Sin duda sería posible bajar la inflación en ese contexto, si se solucionan los cuellos de botella energéticos y de infraestructura que hoy limitan seriamente las expectativas de muchas industrias”.
Javier González Fraga
Daniel Heymann, Cepal
“Un tema macroeconómico central es ir configurando una tendencia de crecimiento y un sendero para converger hacia allí. La capacidad de producción ha aumentado en los últimos años; de todos modos, los crecimientos de la actividad parecen tener un componente cíclico, asociado con la recuperación. Con las tasas de inversión/ ahorro previsibles hacia adelante, son de esperar tasas de crecimiento más moderadas que las que se han venido dando.
Aun así, si se alcanzara a establecer una tendencia de crecimiento sostenido, eso marcaría un cambio notable respecto de la experiencia histórica del país, y abriría perspectivas de mejoras difundidas de ingresos a lo largo del tiempo.
Una convergencia a una trayectoria de ese tipo se podría ver más como una afirmación del crecimiento que como un sacrificio.
Determinar las características de una tendencia no ha sido fácil en la Argentina, y no lo es ahora; de cualquier forma, los órdenes de magnitud que se pueden imaginar implicarían desaceleraciones de los valores nominales (combinando precios y cantidades) del producto y la demanda agregada. Eso no equivaldría a un frenazo brusco, con sus efectos directos y su impacto sobre la inversión. Más bien, la cuestión estaría en ir definiendo referencias de mediano plazo y apuntar hacia ahí. En lo inmediato, a medida que se absorben los recursos ociosos, resulta probable que las respuestas de oferta se vuelvan menos elásticas.
Por eso, se harían más visibles ciertas disyuntivas macroeconómicas, como puede ser una entre tipo real de cambio y crecimiento de la demanda interna. Respecto de la inflación, los costos de reducirla aumentan típicamente cuando las expectativas están más arraigadas. Una cuestión básica es que no se refuercen comportamientos adaptados a una inflación (efectiva) de un orden que impida la previsión de precios con un horizonte razonablemente largo, e inhiba la contratación en términos nominales.
Al margen de las incertidumbres sobre los procesos de transmisión, la política fiscal tendría un rol importante en definir un panorama macroeconómico y en establecer perspectivas de mediano plazo sobre precios y cantidades”.
Daniel Heymann
Lucas Llach, Cippec
“No puede mantenerse la tasa de los últimos años. De hecho creo que la tasa actual, si uno la mide bien, anda más cerca de 6%. Pero si mantuviéramos 4% por muchos años no veo por qué no habría que brindar: en dos décadas se duplicaría nuestro PBI, seríamos Francia.
La inflación no tiene casi nada que ver con el crecimiento. Si se afirma que esta inflación es por la política cambiaria (cosa que creo), entonces la política cambiaria no es tan exitosa, juzgada por sus propios fines, en la medida en que genera una apreciación real de la moneda por la vía de la inflación.
No creo que los efectos sobre el crecimiento de la apreciación nominal gradual sean muy diferentes que los de la apreciación real gradual con tipo de cambio fijo.
De todos modos, con esta inflación alta ya es desaconsejable la apreciación nominal: me conformo con que no haya depreciación; si se mantiene este tipo de cambio, la inflación cederá poco a poco.
Disminución en el ritmo de crecimiento de la economía e inflación constante constituyen el escenario más probable. Las preguntas son: hasta dónde llega esa disminución (yo digo 5%); si la política de precios empieza o no a tener lógica (supongo que no); y si el lobby empresarial logra o no instalar un crawling peg de facto. En este último punto pienso como Domingo Felipe Cavallo: Kirchner es más peronista que desarrollista, así que no creo que devalúe.
El aspecto no tan terrible de la inflación que tenemos es que si el Gobierno no hace nada (y esto incluye que no toque el tipo de cambio) a la larga se reducirá la inflación. Uno aspiraría a algo más: a una estabilización integral (que se llame, claro, Plan de Desarrollo y Estabilización) que cambie las expectativas inflacionarias para que 2008 ó 2009 nos encuentre –y aquí cito al gran poeta de los 90– con un infierno que esté encantador: 6 de crecimiento, 6 de inflación, 6 de desempleo. No creo que ocurra”.
Lucas Llach
Fernando Marengo (del estudio de Ricardo Arriazu)
“Si bien, a partir de 2005 comenzó a observarse un tenue incremento en la capacidad de producción, el cual aún perdura, éste es muy inferior al de la demanda agregada interna. Esta dinámica provoca la reducción de la capacidad ociosa de la economía, llegando a registrar niveles muy bajos en general. Ante este escenario, cualquier economía ajusta vía incremento de precios, deterioro en las cuentas externas (disimulado en el caso argentino por los favorables precios internacionales) y problemas en el abastecimiento de algunos productos.
Dado que Estados Unidos está intentando desacelerar su tasa de crecimiento de manera de evitar presiones inflacionarias, el logro de tal fin afectaría a aquellos países con los cuales comercia directamente. Sin embargo, muchos de ellos importan materias primas de terceros, especialmente China. Si China no logra redireccionar su producción de bienes exportables a su mercado interno, el impacto negativo sobre otros países será inevitable. En el caso argentino sería menor que en otros países, debido a que las importaciones de alimentos por parte de China serían las menos afectadas.
Parte del incremento de precios observado en la economía argentina estuvo motivado por el deslizamiento del tipo del cambio y el aumento registrado en los precios internacionales; en caso de revertirse la situación internacional, la misma ayudaría a atenuar el incremento de precios pero no las presiones inflacionarias. Para evitarlas, definitivamente sería necesario terminar con la tendencia evidenciada por el gasto público, tanto a escala nacional como provincial.
Una duplicación de la tasa de inversión aumentaría la capacidad de producción, la producción y el empleo. Sin embargo, para ello se necesita incrementar la tasa de ahorro o utilizar el ahorro externo.
El uso de ahorro externo se reflejaría en desequilibrios en las cuentas externas y generaría dudas respecto de la “competitividad” del peso. El incremento en la tasa de ahorro del sector privado permitiría financiar la inversión sin desequilibrios externos, pero se requeriría un mayor nivel de intermediación por parte del sistema financiero local. Un incremento en la tasa de ahorro del sector público, vía mayor superávit, ayudaría a romper este dilema”.
Fernando Marengo
Fernando Navajas (Fiel)
“Es cierto que mantener una tasa de crecimiento como la actual sin aceleración inflacionaria, requiere tasas de inversión (ahorro) elevadas que permitan que la expansión sea más sólida que la que hoy vemos. Pero no es todo cuestión de mayor inversión y para mí es un error verlo desde una perspectiva ofertista (‘falta inversión’). Al describir la ‘ecuación’ que mejor ajusta aparecen otros elementos que también deben moderarse tales como los salarios. Y esa moderación no veo (no lo veo yo, ni, más relevante, tampoco lo ven los sindicatos) que pueda producirse con tasas chinas de crecimiento, una puja distributiva y ningún mecanismo que modere las demandas. Se requiere una operación más amplia y compleja que coordine la economía a un sendero sostenible. Reconocer que no se puede crecer a 8% no me parece una derrota; el error está en hacerle creer a la sociedad que eso es lo normal.
Hacer converger la economía con una inflación muy baja hacia un sendero sostenible es diferente de hacerla converger desde arriba con todos los ingredientes antes descriptos. La disyuntiva o el sacrificio es algo que se debió haber evitado antes. Esa para mí va a ser una lección de esta política económica. Es inevitable que en algún momento el servo-mecanismo para bajar la inflación provenga del comportamiento del nivel de actividad.
Esto último hoy me parece como un escenario al que nadie se anima a pronosticar por miedo a equivocarse, pero parece que la pregunta es solamente ‘cuándo’. A niveles perceptibles de inflación, y dejando de lado escenarios en donde entramos a una alta inflación, es el nivel de actividad, en la forma de menor gasto de inversión y de consumo, el que va a poner un freno a la inflación. Eso es lo que uno quiere evitar cuando alerta para que la política de demanda agregada se modere.
La inflación proviene de varios impulsos que hay que ‘conformar’ a la estabilidad. Ciertamente no hay razón para esperar un boom inversor en una economía que se expone a una inflación alta, enfrenta un grado alto de conflicto distributivo y se va comiendo los márgenes de los superávit gemelos, para no mencionar los cuellos de botella latentes en energía por ejemplo”.
Fernando Navajas
Conclusiones
¿Permitir que el peso se revalúe dejando de comprar reservas y moderar así la demanda agregada? ¿Frenar la puja distributiva? ¿Que haya inversiones para aumentar la oferta de bienes y la infraestructura energética y de transporte? ¿Que se orienten a políticas activas contra la pobreza en reemplazo de subsidios a los consumos de los más ricos?
Son propuestas extraídas de los economistas consultados que ni siquiera colisionan entre ellas.
Así como la coincidencia de todos es que hay que empezar por recuperar el superávit fiscal primario de 4% del PBI, verdadera piedra angular de la política económica en curso.
Es muy difícil que el Gobierno lo haga antes de las elecciones, e inclusive lo más probable es que el gasto público continúe expandiéndose. Luego estará por verse.
El equilibrio por el lado de la oferta, o sea, las inversiones, sólo cabe esperarlas por ahora de las arcas estatales.
Los capitales privados reparan en variables como la inflación, la infraestructura y la energía, que no pasan por su mejor momento, antes de dejarse tentar por una demanda sobreestimulada. M
Fotos: Diego Fasce