Por Graciela Cañete
Jorge (padre) y Jorge (hijo) Cassará.
Foto: gabriel Reig
Jorge Cassará y sus cuatro hijos comparten la pasión por la investigación, la innovación y el conocimiento. La misma que impulsó a su padre, Pablo Cassará, a instalar en 1948 el laboratorio en el que hoy trabaja la familia. No fue el primer emprendimiento de Pablo Cassará: a poco de graduarse abrió su propio farmacia. Del laboratorio y de la farmacia, que aún conserva la familia, tuvo que hacerse cargo Jorge Cassará a los 23 años, próximo a recibirse de químico, tras la muerte de su padre.
“Por vocación familiar y por formación, ya que todos provenimos del área de las ciencias, nuestras prioridades son la innovación, la inversión en producción y desarrollo de nuevos medicamentos”, señala Jorge Cassará, director del laboratorio. En el trabajo lo acompañan sus hijos: Jorge, químico; María Luz, farmacéutica; Solange, bióloga y Christian, estudiante de ingeniería industrial.
Sin embargo, hay oportunidades: “Las multinacionales enfocan sus investigaciones en la obtención de productos que puedan ser utilizados en todo el mundo, en particular en tratamientos de patologías crónicas como el sida o el cáncer. Por lo tanto, dejan áreas sin cubrir, como las patologías regionales –por ejemplo el dengue–, o las menos frecuentes, ya que el ingreso por la venta de esos productos es menor comparada con la de medicamentos que llegan a un mayor número de usuarios. Ese es el terreno que pueden ocupar las empresas de países emergentes”, señala Cassará. El directivo, que también es vicepresidente de Cooperala –cámara integrada por unas 100 compañías de Capital–, afirma que “el gran desafío de la industria farmacéutica nacional es incorporar tecnología y ofrecer productos diferenciados. Esto permite crecer en el mercado interno y en el exterior, aun cuando el tipo de cambio no resulte favorable”.
Claro que para lograr productos innovadores, la inversión en investigación y desarrollo no es optativa sino ineludible para las empresas. En Laboratorio Pablo Cassará estiman que se destina más de 15% de la facturación a investigación. “Además de buscar nuevos medicamentos, los grupos de trabajo analizan cómo adaptar y mejorar distintos productos a las necesidades de la región. En las reuniones con médicos escuchamos qué necesitan para el tratamiento de los pacientes y luego trasladamos esas inquietudes a los investigadores del laboratorio. Uno de los últimos casos en que se adaptó un producto es el de la vacuna contra la hepatitis B: observamos que sólo 20% de los que recibían la vacuna convencional, en tres dosis, completaba el tratamiento. La mayoría se aplica la primera dosis y un mes después la segunda, pero no la tercera, que es a los seis meses. Nosotros pudimos crear un producto que requiere dos aplicaciones”, sostiene Jorge Cassará (hijo), director comercial de la firma. Para lograrlo partieron de la vacuna contra la hepatitis B desarrollada por la empresa en 1997 empleando ingeniería genética. La investigación había comenzado dos años antes, y fue la primera vacuna contra la hepatitis B producida en Latinoamérica. El hallazgo despertó el interés de Sanofi Pasteur, la división vacunas de Grupo Sanofi-Aventis, que obtuvo la licencia de la tecnología para fabricarla, para lo cual construyó una planta en Pilar, inaugurada en 2005.
Sumar mercados
La expansión en el exterior también posibilita sumar recursos a la investigación y la producción, además de resguardar a las empresas de los vaivenes de la economía local. En ese sentido, las exportaciones del laboratorio comenzaron a fines de los años 80 con aerosoles para pacientes con problemas respiratorios que llegaron a Chile. “Los ingresos por exportaciones nos ayudaron a seguir adelante en los años de la hiperinflación y de los altos costos de la convertibilidad”, recuerdan en la empresa. Las exportaciones representan 35% de la facturación de la firma, y la mayoría de los envíos son productos biotecnológicos y aerosoles medicinales. El año pasado las ventas al exterior crecieron 50% respecto de 2005, y Brasil fue el principal destino. En el país vecino ganaron en 2004 una licitación para la provisión de medicamentos biotecnológicos, entre ellos la eritropoyetina, indicado para pacientes con anemia. Para obtener el contrato, por US$ 5 millones, compitieron con laboratorios de Corea, China e India, además de otros argentinos. Un año después instalaron Cassará do Brasil, en San Pablo, para la distribución y comercialización de medicamentos.
También exportan a Chile, Paraguay, Uruguay, Perú, Colombia, México, India, Paquistán, Vietnam y países de América Central y del norte de África, entre otros. Están registrados para comercializar sus productos, y a la espera de la aprobación de las autoridades sanitarias, en países como Arabia Saudita, Egipto, Indonesia, Tailandia, Corea, Uzbekistán y Ucrania. “Nos proponemos llegar a la Unión Europea, pero allí las regulaciones protegen la industria farmacéutica local”, aclara Cassará (hijo). Una posibilidad para ingresar en mercados con fuertes regulaciones son las alianzas con otras empresas del país o de la región, “pero requiere voluntad de asociarse, y los argentinos no nos caracterizamos por la asociatividad sino por el individualismo”, indica Cassará (padre). Y agrega que “la industria farmacéutica nacional es reconocida por su calidad y puede aumentar las exportaciones, pero debe ganar mercados incorporando mayor valor agregado. Por otra parte, si el sector recibiera apoyo, productos que ahora se compran en el exterior, como hemoderivados, se podrían elaborar en el país”.
Ampliar el horizonte
En 1984 Jorge Cassará creó la Fundación Pablo Cassará, en la que hoy trabaja su hija, Solange, bióloga y especializada en el campo de la biotecnología. Uno de los objetivos iniciales de la fundación era brindar capacitación. Más tarde se incorporó el área de investigación que fue creciendo con los años. Evitar que los científicos dejen el país por falta de recursos para investigar es una de las preocupaciones de Cassará: “Si tienen los elementos para desarrollar su tarea prefieren quedarse en la Argentina. No es malo que vayan a estudiar y trabajar en el exterior, porque generan contactos y nuevas redes de trabajo, lo que es muy valioso en ciencias. Lo malo es que no vuelvan”. En la fundación trabajan más de 60 profesionales, entre ellos, médicos, biólogos moleculares, bioquímicos, biólogos, químicos y farmacéuticos.
En 2005 el Conicet y la fundación acordaron crear el Centro Milstein –llamado así en homenaje al científico argentino Premio Nobel de Fisiología y Medicina–, para lo cual un espacio de la fundación fue especialmente acondicionado. Los equipos de investigación del Centro Milstein están integrados por científicos del Centro de Virología Animal (CEVAN) del Conicet y de la fundación, y trabajan en el desarrollo de vacunas antivirales, como las vacunas contra la gripe y la hepatitis A, entre otros proyectos.
El año pasado las ventas de la empresa en el mercado local crecieron 18% respecto de 2005, y cerca de 20% de la facturación proviene de la línea Medisol (Medicamentos Solidarios), lanzada en 2000: “Con la crisis, cada vez más gente perdía la cobertura social y no podía acceder a los medicamentos, por eso diseñamos una línea que en principio tenía 5 productos y que hoy llega a 40, con precios entre $5 y $10”, explica Cassará (hijo).
Los planes de expansión de la firma incluyen la construcción de una nueva planta que se destinará a la producción de aerosoles medicinales. La obra finalizará en dos años y demandará una inversión de US$ 6 millones. A la vez, junto con otras 10 compañías nacionales avanza en el proyecto para crear un polo farmacéutico en Villa Soldati, donde el laboratorio Pablo Cassará tiene previsto producir medicamentos biológicos y biotecnológicos. M