El economista Mark Weisbrot, co-director del Center for Economic and Policy
Research (CEPR) de Washington D.C, publicó el 13 de noviembre de 2003
un trabajo titulado:
“¿Otra década perdida? La incapacidad de América
Latina para crecer continúa en el siglo 21”.
Weisbrot es un experto en economía del desarrollo, y un conocedor de
América latina. Para realizar proyecciones, en aquel trabajo contó
con la colaboración de David Rosnik, doctorado en Ciencias de la Computación.
Recordando que “los 80 representaron para América latina una década
perdida”, Rosnik subrayó que –según la expectativa
de funcionarios y economistas estadounidenses– las transformaciones emprendidas
por la región en aquellos duros años “desencadenarían
el crecimiento económico”. Sin embargo, proclamó el economista
con asombro y decepción: “Un cuarto de siglo más tarde,
eso no ha sucedido”.
El pronóstico de Rosnik era, además, desalentador:
• “La presente década no será exitosa, se la mida
como se la mida”.
• “Para igualar el comportamiento de la economía en el período
1960-79, América latina debería crecer 5,9% a lo largo del decenio.
La mayoría de los economistas juzga que este resultado es casi imposible”.
• “Aun será difícil lograr el lento crecimiento de
los 90, que requeriría una tasa de 2,5% en la segunda mitad de la década”.
Qué pasó desde que habló Weisbrot
En los últimos dos años, no ha habido un solo país que
no creciera. Ni en América latina ni en el Caribe. Hasta Haití
creció, tanto en 2005 como en 2006.
Las mejores performances:
• 5 países crecieron algún año a 10% o más
(Cuba, República Dominicana y Venezuela; Antigua y Trinidad-Tobago).
Si alguien duda del alto crecimiento de Cuba, puede consultar una fuente insospechada
de simpatías con el régimen: la Central de Inteligencia Americana.1
• 14 países crecieron uno o ambos años a tasas entre 5%
y 10% (Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana,
Honduras, Panamá, Perú, Uruguay; Antigua y Barbuda, Granada, San
Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y Surinam).
Sin embargo, los análisis de corto plazo suelen ser engañosos.
Así como pueden recuperarse de forma sorprendente, las economías
latinoamericanas suelen ser arrastradas por olas gigantescas que aparecen de
repente.
Un claro ejemplo es el “tsunami” económico que devastó
el “modelo” argentino en 2001.
En septiembre de aquel año, el Fondo Monetario Internacional, confiado
en que el país tenía capacidad de repago, le otorgó un
megapréstamo de US$ 21.600 millones. La vicedirectora ejecutiva del organismo,
Anne Krueger elogió en la oportunidad “las defensas que protegen
el sistema bancario argentino”, y dijo que la “virtuosa” política
económica del Presidente Fernando De la Rúa merecía “el
decidido apoyo de la comunidad internacional”.
Dos meses más tarde, se desataba la corrida bancaria y, para frenarla,
el Gobierno congelaba depósitos por 12 meses. La Argentina tenía
el “riesgo país” (EMBI+) más alto del mundo. La gente
salía a las calles, el Gobierno declaraba el estado de emergencia y la
represión cobraba 30 vidas. Incapaz de controlar la situación,
De la Rúa optaba por renunciar. Luego, la Argentina declararía
el mayor default de la historia mundial (US$ 90.000 millones) y devaluaría
el peso (de US$1 a US$ 0.33). Era “la peor crisis que el país hubiera
sufrido jamás”.
Hoy, la Argentina crece “a tasas asiáticas”, goza de un amplio
superávit fiscal y acumula reservas en el Banco Central.
Toda economía tiene picos y valles: son los famosos “ciclos”
económicos. Pero, en Latinoamérica, los picos forman ángulos
muy agudos; y los valles pueden ser demasiado hondos.
En el largo plazo, el crecimiento resulta siempre insuficiente.
Explicaciones dogmáticas y coyunturales
En los períodos de bonanza, tanto el neo-liberalismo como el dirigismo
se adjudican el mérito.
Cuando se produce la crisis, cada uno le echa la culpa al otro.
No obstante, el análisis de las series históricas muestra que
las cosas no son tan lineales: ni el boom ni el colapso están
necesariamente ligados a una escuela de pensamiento económico.
Hay, también, explicaciones políticas:
Y no falta la casuística. Las sucesivas crisis latinoamericanas de los
80 y los 90 fueron presentadas como consecuencias de los factores domésticos
más diversos:
La tesis Singer-Prebisch
Los factores enumerados pueden ser concurrentes, pero no son la causa última
del éxito/fracaso de las economías latinoamericanas.
Un primer intento de explicar la volatilidad de estas economías fue hecho,
en 1950, por dos economistas: el germano-británico Hans Singer y el argentino
Raúl Prebisch.
Separada y simultáneamente, ambos llegaron a la misma conclusión:
la clave estaba en la asimetría que separaba a las economías del
“centro” (industriales) y de la “periferia” (productoras
de materias primas).
La teoría clásica sostenía que, dada la escasez de tierra
y recursos naturales, los precios de los commodities estaban destinados
a subir con el tiempo.
Prebisch demostró que, entre 1860 y 1930, el poder adquisitivo de las
materias primas latinoamericanas (medido por su capacidad de financiar importaciones
industriales) había caído 37%.
El economista argentino y su par europeo dedujeron, cada uno por su lado, que
los precios de las materias primas caen más rápido que los de
las manufacturas. Las razones eran complejas pero, simplificadas, pueden resumirse
así:
Qué pasa en el “centro” (países desarrollados).
Las grandes corporaciones maximizan utilidades y movimientos obreros
bien organizados presionan por altos salarios. Por lo tanto, las ganancias de
productividad no se traducen en productos muchos más baratos. A la vez,
los consumidores de esos países sólo pueden agregar una limitada
cantidad de alimentos a sus dietas.
Qué pasa en la periferia (países subdesarrollados). Los
exportadores, confrontados con una sobreproducción, tienen que luchar
por encontrar mercados. Las ganancias de productividad son transferidas a los
compradores extranjeros, a través de rebajas en los precios.
Prebisch sostenía que eso sólo cambiaría si los países
subdesarrollados lograban diversificar su producción, protegiendo sus
mercados internos y usando fondos públicos para promover la industrialización.
Una elaborada explicación de la asimetría centro-periferia fue
desarrollada por Marcelo Diamand en su libro Doctrinas económicas,
desarrollo e independencia (Buenos Aires, 1973).
Cómo cambió el mundo desde 1950
La tesis Singer-Prebisch sigue aportando elementos al análisis de los
términos de intercambio y, en muchos casos, permite explicar las fluctuaciones
económicas latinoamericanas.
Sin embargo, las condiciones del comercio internacional han cambiado mucho en
los últimos 57 años:
• Después de los 70, la OPEP, las guerras del Golfo, y las dificultades
para hallar fuentes alternativas eficientes, hicieron que el precio del petróleo
y otros commodities energéticos creciera más rápido
(no más lento) que el precio de las manufacturas. Hoy, la tesis Singer-Prebisch
debe limitarse a las materias primas no energéticas (nonfuel commodities).
• La Revolución Digital y la Revolución Biotecnológica
han provocado un abaratamiento sin precedentes en los costos unitarios de gran
cantidad de productos industriales.
La demanda mundial de metales y alimentos se ha expandido de manera imprevisible
por efecto de tres factores:
1- Ex economías subdesarrolladas, sobre todo en el sudeste asiático,
siguieron un modelo industrial-exportador que originó NPI (Nuevo Países
Industriales; NIC en inglés), que se sumaron a las tradicionales economías
del “centro”.
2- La caída de la Unión Soviética y la extinción
del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME; COMECON en inglés)
incorporó economías desarrolladas y semi-desarrolladas al comercio
occidental.
3- El progresivo capitalismo de China (1.314 millones de habitantes), y la relativa
modernización de India (1.095 millones de habitantes), han abierto mercados
que representan más de 36% de la población mundial, aunque por
ahora con un bajo poder adquisitivo individual (PPP per cápita).
El petróleo, en los 70 y ahora
Luego de la guerra de Yom Kippur (1973), la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP) decidió un embargo petrolero contra
los países que habían apoyado a Israel en su conflicto con Siria
y Egipto.
Eso provocó una resonante crisis en Estados Unidos y Europa.
Consciente del poder que repentinamente había adquirido, la OPEP resolvió
operar como un cartel y tomó otra medida de gran impacto: concertar una
dramática suba.
El precio del crudo se multiplicó por cuatro en menos de un año.
Como resultado del embargo y el alza del precio, Occidente sufrió, al
mismo tiempo, de recesión e inflación (stagflation).
En 1979, la caída del Shah de Irán –el gran aliado de Estados
Unidos en el Golfo– desencadenó una nueva crisis. La Revolución
Iraní y su líder, el ayatolla Khomeini, desataron un temor: el
petróleo podía ser usado como arma.
La “crisis de los rehenes” (63 diplomáticos retenidos dentro
de la embajada estadounidense en Teherán) y un fallido intento militar
de rescatarlos, agravaron la situación y llevaron el petróleo
a más de US$ 90.
Sumadas la primera y la segunda crisis, los países centrales padecieron
una marcada inestabilidad:
Sin embargo, con el mundo industrial ya adaptado a los nuevos costos de la energía,
el panorama no tardaría en cambiar.
Además, el petróleo caro dio lugar a la explotación de
yacimientos que antes eran antieconómicos, como los del Golfo de México
y el Mar del Norte.
En 1981, la producción de países fuera de la OPEP ya superaba
a la de aquellos países que integraban la organización. En poco
tiempo más, la sobreproducción deprimiría los precios internacionales.
Eso no resolvió el problema que América latina arrastraba del
período 1973-1980, cuando –con importaciones industriales encarecidas
por la inflación mundial, y exportaciones primarias abaratadas por la
recesión de Estados Unidos y Europa– los países latinoamericanos
sufrieron la asfixia de su sector externo y buscaron oxígeno en la deuda.
Venezuela tenía recursos adicionales provenientes del petróleo,
pero carecía de la infraestructura, la tecnología y los recursos
humanos aptos para emprender un proceso de industrialización acelerada.
Tampoco disponía del know how financiero que le habría
permitido resolver algunos problemas de liquidez en el área.
Otros países se estaban convirtiendo en productores significativos de
petróleo: Ecuador, donde se habían hallado importantes yacimientos
en 1972; y México, que había descubierto Canatarell en 1976. Pero
llegaban tarde.
El exceso de producción hizo bajar el precio del crudo de US$ 38 (principios
de los 80) a US$ 20 (mediados de los 80) y US$ 10 (mediados de los 90).
A partir de 2003, diversos acontecimientos –sobre todo, la situación
de Irak, antes y después de la invasión de Estados Unidos–
condujeron a otra alza precios del petróleo, que alcanzó cifras
récord.
Sin embargo, esta vez no se ha producido recesión ni inflación
en el mundo industrial:
1- Como ya hemos visto, la apreciación dispuesta por la OPEP (1973, 1979)
tuvo un efecto paradójico: volvió económicas explotaciones
que hasta entonces no lo eran y, de ese modo, disminuyó la dependencia
de Occidente respecto del petróleo árabe.
2- El petróleo caro ya está incorporado a la estructura de costos
de los países industriales.
3- En Europa, los Gobiernos han gravado fuertemente el combustible, para desalentar
su consumo. Es difícil saber cuánto ha incidido el impuesto sobre
la demanda. Lo cierto es que Europa consume mucho menos combustible por dólar
de GDP que Estados Unidos.
4- De todos modos, la “intensidad petrolera” (relación consumo
de petróleo/PIB) ha disminuido notablemente en Estados Unidos, como consecuencia
de nuevas tecnologías, aumentos de productividad y mayor participación
de los servicios en el PIB.
5- Las materias primas no energéticas tienen una porción del comercio
internacional (14% en 2003-2004) superior a la de los combustibles (7%).
6- La flexibilidad laboral ha eximido a Europa de la indexación salarial,
que elevaba los costos de producción ante cualquier alza, así
fuera temporal.
7- El incremento de la producción ha hecho más difícil
que se trasladen los aumentos de costo al consumidor.
8- En los países centrales, las autoridades monetarias hoy reaccionan
rápidamente ante hechos que pueden disparar la inflación –como
el alza del petróleo– y elevan de inmediato las tasas de interés
de corto plazo.
Hay que apartar el petróleo
En 2006, el petróleo cruzó la barrera de los US$ 70, y luego bajó.
Muchos predijeron que el encarecimiento del combustible volvería a golpear
a América latina, aun contando con que la región tiene considerables
productores y dos exportadores fuertes: México y Venezuela.
Había un error de análisis.
No se mensuró adecuadamente la incidencia directa del petróleo
importado, que no es demasiado alta; ni se tuvo en cuenta el margen que dejaban
las materias primas en alza.
Con una crisis petrolera que no provoca inflación en los países
centrales, no aumenta la cuenta que América latina debe pagar por sus
importaciones.
Por otra parte, la región tiene más liquidez, debido a la buena
cotización de sus exportaciones.
A partir de ahora, todo análisis del comercio exterior latinoamericano
deberá separar el petróleo de las otras materias primas. Como
dijimos al referirnos a la tesis Singer-Prebisch, hoy debe limitarse a las nonfuel
commodities.
El alza del petróleo no garantiza desarrollo (como no lo garantiza per
se un mayor ingreso, cualquiera sea la fuente) y no es causa directa de crisis.
En 2006, Honduras tuvo un balance petrolero negativo (–11%) y un crecimiento
positivo (7%).
La República Dominicana también tuvo un balance petrolero negativo
(–4,8) y un crecimiento positivo (10%; igual al de Venezuela y dos veces
el de México, los grandes países petroleros del área).
Crecimiento y “nonfuel commodities”
El gráfico que muestra la evolución de las materias primas (1995-2007)
es elocuente.
Entre 1995 y 2003/2004, los precios de los commodities estuvieron en una meseta,
sólo alteradas por accidentes menores.
Tomando 1995=100, se ve que la caída más pronunciada ocurrió
en 1999 (70) y que, hasta 2003/2004 el pico más alto se había
dado en 2000 (125).
Entre 2003 y fines de 2006 se produjo un alza sin precedentes: los precios llegaron
a 260.
En principio, no parece circunstancial.
Ni obedece sólo al alza del petróleo.
Las materias primas no energéticas (nonfuel commodities) ya
venían subiendo sin pausa.
Los metales se valorizaron, en el período, más que el petróleo.
El Metal Index del FMI muestra que, desde 2002, las materias primas no energéticas
aumentaron 180%; y el petróleo, 157%.
Eso no significa que las materias primas no energéticas se hayan eximido
del deterioro de los términos de intercambio.
Como demuestra el gráfico (1960-2005) el precio de estos commodities
tiene una alta correlación con el crecimiento de la economía global
y, por lo tanto, es muy vulnerable a cualquier retracción en los países
centrales.
Como se ve, los precios de las materias primas han viajado en montaña
rusa, subiendo con cierta dificultad hasta un punto y desplomándose desde
allá en forma vertiginosa.
¿Están hoy los commodities en la cumbre de esa montaña
rusa, listos para un descenso brusco?
Cómo evolucionará la demanda mundial
Para algunos analistas, la irrupción de China (en menor medida, también
la de India) ha transformado el comercio internacional, que ya no volverá
a ser el de antes.
Quienes lo juzgan así, sostienen que los comportamientos y las magnitudes
de esta nueva era comercial no encajan en las concepciones tradicionales y requieren
una nueva doctrina.
Otros piensan que China –en términos de comercio– representa
un cambio cuantitativo, antes que cualitativo. Ha incrementado la demanda de
algunos productos (elevando, en consecuencia, su precio) pero la teoría
económica enseña que el crecimiento continuo no existe y que,
aun cuando haya períodos largos, se produce una inevitable desaceleración.
Se puede decir, para simplificar, que hay una visión “optimista”
y otra “pesimista” (pensando en los países exportadores de
commodities) que se asientan sobre estos argumentos:
Oportunidad y riesgo
Si la realidad se acomodara a la visión optimista, América latina
tendría por delante una prolongada época de vacas gordas.
Sería muy útil, si tiempo y recursos fueran empleados para invertir
en educación, impulsar la investigación y desarrollo, crear ventajas
competitivas en áreas con alto valor agregado, y montar una agresiva
política exportadora.
De lo contrario, la demanda china (como la de Europa a comienzos del siglo 20)
consolidaría un sistema económico internacional que, en el largo
plazo, es perjudicial para América latina.
Quienes sostienen que la Argentina de 100 años atrás era un “país
rico”, cuyo PIB estaba entre “lo más altos del mundo”,
parecen ignorar que la Argentina era tan “rica” como Omán
o Kuwait en los 70, cuando la OPEP hizo que tuvieran (también) uno de
los mayores PIB de la Tierra.
Valor efectivo
En el futuro previsible, la economía latinoamericana dependerá
de los términos de intercambio entre los nonfuel commodities
y los bienes industriales (que hoy no se limitan a manufacturas, sino que incluyen
“transferencia de tecnología” e intangibles tales como el
software).
A fin de monitorear esos términos de intercambio debe tenerse en cuenta
el valor efectivo (en moneda local) de los dólares percibidos por exportación.
No sólo los precios internacionales.
América latina se ha hecho adicta a algunas drogas que provocan alivio
temporario (o aun sensación de bienestar), pero que van minando su salud
económica.
Una de esas drogas es la sobrevaluación de la propia moneda.
Abaratar el dólar provee un “remedio” contra la inflación
y la deuda.
En efecto, con un dólar barato los productos importados entran a muy
bajo precio. Esto ofrece un abanico de posibilidades al consumidor, y obliga
a los productores locales a exprimir sus márgenes de rentabilidad, si
es que no quieren verse desalojados por la competencia que viene de fuera.
Por otra parte, el Estado, que cobra impuestos en moneda local, puede adquirir
más dólares. Eso aliviana el peso de la deuda pública.
La “fórmula de la felicidad” termina en desastre.
En definitiva, el país que sobrevalúa su moneda rebaja unilateralmente
el precio de lo que exporta, y eleva el precio de lo que importa.
Contribuye, así, al deterioro de los términos de intercambio.
Provoca, desde dentro, un shock “externo”.
Ese país podrá obtener ventajas de corto plazo, pero pierde competitividad
y, tarde o temprano, se encuentra con la recesión, el desempleo, el déficit,
y necesidades de financiamiento que derivan en una deuda creciente.
El futuro inmediato de América latina depende, por lo tanto, de que se
mantenga una alta demanda mundial, no se produzca inflación en el mundo
industrial y los países del área mantengan tipos de cambio competitivos.
En el largo plazo, la tarea será transformar estas “estructuras
productivas desequilibradas”, por culpa de las cuales América latina
no tiene un solo país desarrollado. M
BIBLIOGRAFÍA
José Antonio Ocampo, María Ángela Parra, Returning
to an Eternal Debate –The Terms of Trade for Commodities in the 20th Century.
CEPAL, Naciones Unidas, Santiago de Chile, febrero de 2003.
Claudio M. Loser, Latin America: Economic Developments and Prospects –Ten
bullets, five charts and one table. Inter-American Dialogue, Sol M. Linowitz
Forum, 16 de mayo de 2004.
Andrés Solimano, Economic Growth and Macro Management in Latin America:
Past, Present and Future Perspectives. CEPAL, Naciones Unidas, 21 de junio
de 2005.
Augusto de la Torre, Norbert Fiess, Growth in Latin America: Short-Run Issues,
Long-Run Challenges, Banco Mundial, EuroFinance Conference, Miami, Florida,
26 de a abril de 2005.
Martin Sommer, Christopher Gilbert, “The Boom in Nonfuel Commodity
Prices: Can it Last?”, en World Economic Outlook: Globalization and Inflation,
Fondo Monetario Internacional, Washington D.C., abril de 2006
Omar Bello, Latin American Countries’Oil Import Bill, CEPAL,
Ginebra, octubre de 2006.
1- The CIA World Factbook, www.cia.gov/cia/publications/factbook/index.html.
La cifra de 2006 no está confirmada. La CIA había estimado un
crecimiento de 7,6%, que de todas maneras era alta.